NOTA DE TAPA
Hasta ahora, Diane Denoir era un placer de pocos que circulaba en ediciones piratas y copias truchas. Pero en un rescate que hace justicia (histórica y poética), un sello independiente acaba de editar en compact Diane Denoir, su único long play y fascinante eslabón perdido entre la bossa nova y la chanson francesa. Más de treinta años después (durante los que no cantó en público porque, en los ’80, la gente para la que trabajaba no quería verla en los diarios, y en los ’70 hubiese significado delatar su ubicación a la dictadura militar), Diane Denoir levantó el teléfono en Mallorca y habló con Radar de cómo fue ser la musa en la que se inspiraron algunas de las canciones más hermosas del Río de la Plata, y que ella cantó con tanta tristeza en los ojos como en la voz.
› Por Martín Pérez
Apenas media hora. Eso es lo que duran los doce temas de un disco que había desaparecido, que ya no estaba ahí, que era un ilustre ausente, escondido en los pliegues de la historia de la música popular uruguaya de la segunda mitad del siglo pasado. Pero, con la flamante y sorprendente reedición en compact realizada por el sello independiente argentino Indice Virgen, Diane Denoir –primer y único long play solista de aquella Lady Beat de la escena montevideana de los años ‘60– le gambetea al olvido y se instala como un clásico instantáneo de esa música que coqueteaba con la juventud de los ‘60 antes de que Los Beatles y luego el rock lo conquistasen todo e invitasen a más de una generación a dejarse crecer el pelo, y las ideas y el mundo se reprodujeran a su imagen y semejanza.
Sin embargo, ahí está la media hora y los doce temas de Diane Denoir, reclamando su lugar como eslabón perdido entre la bossa nova y la canción francesa, reviviendo justo cuando las nuevas generaciones –así como el rock supo buscar en el tacho de basura del sistema– buscan en el tacho de basura del rock y escuchan, por ejemplo, a Astrud Gilberto y a las musas de Serge Gainsbourg, y reinventan incluso cantantes de época a medida y bien actuales. Moderno y nuevo entonces, pero con tres décadas de historia encima, en el disco en el que Diane Denoir grabó por primera vez las canciones de ese gran mito de la música rioplatense que fue Eduardo Mateo –que fue, de alguna manera, su propio Gainsbourg del candombe beat, pero sin las dotes promocionales de aquél– también se dejan escuchar aires de aquel primer disco de Almendra, y un aroma al Río de la Plata ilustrado en los arreglos de cuerdas de Gustavo Beytelmann y Alberto Núñez Palacio, y Río de la Plata a secas en los del propio Mateo, completando un aleph de posibilidades que allá lejos y hace tiempo terminaron al costado del camino y hoy parecen retomar su marcha.
Pero, además de la música, la reedición de Diane Denoir también recupera la leyenda de aquella musa perdida en el tiempo, para la que un Mateo antes de ser mito compuso gemas de su repertorio desde entonces y para siempre, como “Esa tristeza” o “Mejor me voy”, incluidas en el disco con arreglos de su autor. Paradojas de la vida discográfica rioplatense, su reedición en compact resulta también la primera edición de este lado del charco ya que, según confiesa Diane Denoir al teléfono desde Mallorca, donde reside desde hace dos años, en su momento ella no permitió que el sello Discos de la Planta editase el álbum en Buenos Aires. “La idea era editarlo allá, pero yo no quise que saliera porque me pareció que había quedado espantoso. Como había muy poco presupuesto, lo grabé todo en menos de una hora, y un tema estaba un tono más arriba y otro más abajo. Pero desde entonces y hasta ahora pasaron muchas cosas, así que cuando treinta años más tarde me propusieron reeditarlo me encantó primero que fuese un sello de jóvenes, y además independiente. Pero también, viste, el revival de la memoria a veces es mucho más generoso que en el momento preciso en que suceden las cosas. Así que pensé: ¿por qué no? Si en realidad no está tan mal, y uno hizo las cosas con un sentido. Además, ya bastante la vida nos truncó muchas cosas... ¿no te parece?”
Allá a mediados de los años ‘60, Diane Denoir bajó literalmente del cielo para instalarse en la escena musical de Montevideo. “En medio de los Conciertos Beat comenzaban a bajar y subir plataformas, y Diane bajaba en una plataforma de la nada, desde el cielo, muy flotante, muy delicado, suelto. Era impresionante”, recuerda el venerado musicólogo Coriún Aharonian en el libro Razones locas, la fundamental biografía de Mateo que escribió Guilherme de Alençar Pinto. Según el libro, Diane pasó del desconocimiento absoluto a ser tratada por la prensa como una nueva estrella. Y al lado de ella, desde el primer momento, estuvo Eduardo Mateo. “Yo crecí rodeada de música, en una casa en la que todo el tiempo sonaba jazz y música clásica, y dice mi mamá que ya cantaba antes de hablar”, recuerda Diane, que estudió piano durante nueve años, como una buena chica. Pero que pasó a rascar apenas la guitarra cuando todo el mundo hacía poco más que eso, y así fue que la escuchó Enrique Del Campo, que le propuso sumarse a los fundacionales Conciertos Beat que estaban organizando junto a Bernardo Bergeret. Según la describe Alençar Pinto en su libro, Diane entonces tenía diecinueve años y unos preciosos ojos verdes, estudiaba arquitectura y artes plásticas, admiraba las películas de Alain Resnais y la ropa de Courreges y Chanel. Así fue como debe haberse plantado ante esos músicos que tocaban junto al legendario Manolo Guardia en el bar del Hotel Lancaster, donde alguien le había dicho que encontraría el guitarrista que necesitaba para acompañarla en los Conciertos. “Fui, los vi, me gustó cómo tocaban y, mocosa total, me acerqué cuando terminaron y le propuse a Mateo, porque se trataba de él, si no quería acompañarme para una posibilidad que me había surgido en el Solís. ‘¿Querés que probemos?’, le pregunté. Y él me dijo que sí. Vino a casa, y liso, todo bien. Nos entendimos de entrada.”
A partir de entonces, Mateo se transformó en el acompañamiento musical de Diane, que grabó varios simples mientras duró esa primera época de su carrera. Y todos los días, ensayasen o no, pasaba por su casa, donde Diane le hizo escuchar a Debussy, entre otras cosas. Allí también fue donde Mateo le hizo escuchar un día la primera canción que escribió para ella, “Mejor me voy”. “Alguna vez, Mateo le dijo a Jaime Roos que yo fui su musa, y que compuso para mí canciones como ‘Y hoy te vi’ y ‘Esa tristeza’. Pero a mí eso no me lo dijo nunca”, cuenta hoy Diane. “Para mí, la única canción que es mía es ‘Mejor me voy’, porque Mateo me dijo que ésa era yo. Sucedió así: yo solía ir con mi novio a verlo tocar a Mateo con Orfeo Negro, y bailaba un poco y después me cantaba un tema. Una noche me peleé con mi novio y caí por ahí, y Mateo me decía: ‘Cantate una’, y yo le decía que no, me preguntaba qué te pasa y yo le decía nada y así estuvimos un rato. No canté nada, no le dije nada, y debía tener muy poca sonrisa esa noche. Al día siguiente, como todas las tardes, a eso de las tres cayó Mateo por casa y me dice: ‘Vo, ésta sos vos’. Y me cantó ‘Mejor me voy’. Así que ésa soy yo, porque es el cuento mío y me la hizo para mí, no hay ninguna duda. Las otras, es cierto, las cantaba y las grabé antes que él. Pero el pillo nunca me dijo que yo lo había inspirado.”
Además del valor que encierra por sí mismo, si hay algo por lo que un disco como Diane Denoir también debe ser venerado es porque, gracias a su grabación, llegó a existir esa piedra fundamental de la discografía beat rioplatense que es Mateo solo bien se lame. “Ese disco es como el Album blanco de Los Beatles: ahí está todo, che”, asegura Diane.
La posibilidad de grabar su primer y único larga duración le llegó a Diane Denoir al regreso de un largo viaje por Europa. La historia oficial cuenta que, con un repertorio que abandonó la canción francesa y la bossa nova de su primera época –inmortalizada en el disco Inéditas, que recopila las grabaciones que utilizaban para los playbacks de televisión– y está principalmente integrado por canciones de Mateo, Diane viaja a Buenos Aires para grabarlo en un fin de semana. Pero, como los arreglos realizados por Beytelmann y Núñez Palacio son incapaces de encontrarle el ritmo a algunos temas, Diane convence al heroico Carlos Píriz de que la deje volver a Montevideo para traer a Mateo. “Todos los temas del disco son orquestados, menos tres temas en los que Mateo toca todo, que son ‘Y hoy te vi’, ‘El adiós’ y ‘Mejor me voy’”, recuerda Diane. “Y a partir de ese viaje es que Mateo arregló con Píriz para grabar su propio disco. Yo habré estado apenas en un par de jornadas de grabación en Buenos Aires, pero todas esas canciones se estaban gestando cuando tocábamos juntos.” Uno se imagina que Diane Denoir debe estar harta de verse obligada a hablar de Mateo cada vez que habla de su carrera artística. “Pero para nada, che”, dice ella. “Si él se lo merece. Y, además, me encanta hablar del Mateo músico, y no de todas esas cosas que se dicen de él, que te pedía plata y eso. Porque para mí Mateo nunca fue un tipo raro. Todo eso es anecdótico, porque Mateo era una persona riquísima, espiritual y musicalmente. ¡Y con un sentido del humor bárbaro!”
Es más: cuando se le pregunta si al volver de aquel viaje se sorprendió al encontrar a otro Mateo, uno más taciturno y encerrado en sí mismo, el personaje de la leyenda, digamos, ella dice que no, que él seguía siendo el mismo, que ese cambio más radical tal vez sucedió a fines de los ‘70 y comienzos de los ‘80, cuando ella dejó de verlo porque estaba en su exilio venezolano. “Al volver de mi viaje, Mateo no había cambiado, la que había cambiado era yo”, recuerda Diane. “Porque quería cantar canciones más politizadas, y Mateo no quería saber nada con eso. Eran canciones que había compuesto con Adela Gleijer, ‘Como un pájaro libre’, que luego grabó Mercedes Sosa. O canciones de Víctor Jara o de la Guerra Civil Española. Pero no porque fuese contrarrevolucionario sino porque no le interesaban musicalmente. Para él seguro que eran demasiado simples. Y a mí lo único que me molestó de su actitud es que tenía que tocarlas yo, que siempre fui muy mala con la guitarra.”
Cuenta la leyenda que Diana Reches pasó a llamarse Denoir de golpe y casi sin aviso. Se vio obligada a cambiar de nombre cuando su padre se enteró de que su hija iba a cantar en público y puso el grito en el cielo: pensó que su apellido iba a quedar así demasiado expuesto. “Me acuerdo de que estábamos haciendo la primera nota anunciando el primer concierto, y me enteré de que no podía llamarme Reches. Y enseguida se me ocurrió Denoir, así, todo junto, para que no pareciera De Negro. Aunque siempre me vestía de negro”, cuenta Diane.
Ese nombre elegido de apuro la acompañó durante toda su vida artística, que se continúa hoy en Mallorca, donde canta junto a su actual pareja, el Lobito Lagardé, hermano menor del Lobo Lagardé, uno de los integrantes de aquel trío iniciático que lideraba Mateo. “Hago bossa nova, pero mecho temas de Mateo. Medio que los engaño un poco, pero la verdad que son temas eternos. Los músicos de allá, cuando los escuchan, se vuelven locos. Y a mí me encanta cantarlos.” Fanática de los temas de Mateo, pero según aclara también de los de Iván Lins, Diane cuenta que le gusta mucho lo que hace Drexler, el grupo No Te Va A Gustar... “¡Y Jaime Roos, por supuesto!”
Además de soñar con grabar un disco como Diane Denoir hoy, a Diane también le gustaría grabar un álbum con todas esas canciones que nunca llegó a grabar, y que la acompañaron durante su exilio en Buenos Aires primero, y en Venezuela después. Cantó poco y nada durante esa época, primero porque cantar en Buenos Aires significaba alertar sobre su presencia allí, y luego, cuando volvió a Montevideo durante los ‘80, porque a la gente de la Comunidad Europea para la que trabajaba no le gustaba verla aparecer en el diario. “Eran peores que mi viejo, que aunque me prohibió usar el apellido, se transformó en mi mejor fan. Pero a estos tipos casi les da un soponcio cuando me vieron en el diario, eran mediocres que sólo querían aparecer ellos ahí. Así que me hicieron prometerles que no volvería a cantar”, cuenta la musa de negro de Eduardo Mateo, que hacia el final de la charla insiste en que nunca supo que lo fue.
¿Tampoco fuiste novia?
–¡No, no! Nunca me pudo. Nunca logró que llegáramos a más. Pero lo intentó, eh. Y, una vez... ¡beso robado!
¿En serio?
–Sí, pero no te vistas que no vas...
Entonces de alguna manera supiste que eras su musa...
–Bueno, pero yo nunca lo supe. ¿Es obligatorio saber esas cosas? A mí nunca me lo dijo... Y me encanta que nunca me lo haya dicho, ¿sabés? Porque entonces todo el resto para mí es especulación. Dejalo ahí, es más lindo. ¿Por qué hay que explicarlo todo?
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