TELEVISIóN > EL SUPERAGENTE 86, LA RESPUESTA SENSATA A JAMES BOND
› Por Mariano Kairuz
Pasan las décadas, las guerras frías se calientan y el dilema sigue siendo el mismo: a uno le gustaría ser James Bond, pero no puede evitar sentirse un poco Maxwell Smart. Lo que tampoco está del todo mal: a pesar de su impericia crónica (en todo menos en sus eficaces golpes de karate), de su absoluta desconexión de la cultura pop de su época (“¿qué le pasa a toda esta pobre gente?”, se preguntaba en un episodio, ante un sótano repleto de chicos y chicas bailando a-go-go), de la disfuncionalidad general del aparataje técnico del recontraespionaje (Hymie era un robot demasiado sensible), Max tenía el auto y tenía también a la chica. Porque la 99 era, se supo y se dijo siempre, “la respuesta norteamericana a la señorita Emma Peel” de Los vengadores (que también fue chica Bond en Al Servicio Secreto de Su Majestad). La 99 pestañeaba embobada frente a Max, pero era claramente el cerebro del equipo (y a diferencia de cualquiera de las Bond Girls –chicas de usar y tirar– terminó casada con su héroe).
Creada por Mel Brooks y Buck Henry, y producida por Leonard Sterne, El Superagente 86 se emitió por primera vez a veinte años de finalizada la Segunda Guerra, el año en que estalló Vietnam, y fue una operación del tipo de Doctor Insólito o cómo aprendí a despreocuparme y amar la bomba: calzaba a la perfección en el mundo absolutamente incomprensible de aquellos años. Que eran los de la etapa de desarrollo armamentista conocida como MAD: (en inglés) Destrucción Mutua Asegurada. Ni Kaos versus Control, ni Control versus Kaos: tan sólo un intento desesperado por parte del mundo libre por disimular el caos imperante, al que sólo puede superponérsele más caos. El zapatófono (o el Cono del silencio, para el caso) no era el “estado-del-arte” de la tecnología, ni ciencia ficción de anticipación para una era previa a la telefonía celular (Dick Tracy ya tenía, muchos años antes, un videotelefonito en su reloj pulsera) sino algo mucho más parecido a los teléfonos públicos de ENTel. Pura disfuncionalidad; el gobierno del absurdo.
Brooks y Henry tuvieron muchos problemas para vendérsela a la televisión en aquel entonces: la cadena ABC, que había financiado el guión original, les puso demasiadas objeciones. Brooks y Henry trataron de hacer algunas concesiones para los ejecutivos que buscaban “algo más amable y querible”. ¿Y qué significaba algo “más amable y querible” en términos de la emisora? “Quién sabe”, le contestó Brooks a la revista Playboy en una entrevista publicada en 1966, en pleno éxito de la primera temporada de El Superagente 86: “Tal vez una madre agradable con un vestido a lunares, y una fiebre ondulante. Entonces hicimos algunos cambios: le agregamos un perro para hacerlos felices, pero no les gustó. El perro era asmático”. Para Brooks, su personaje era un tipo “que no tiene nada de querible; un bobo peligrosamente honesto (...) que pierde países enteros en manos de los comunistas. Su corazón está en el lugar correcto, pero tiene el cerebro en los zapatos”. “¿Y quién quiere ver eso?”, le preguntaron. “Hay mucha gente –contestó Brooks entonces– que se ubica en algún lugar entre aquellos que absorben ese sinsentido de ciertos programas gelatinosos y descerebrados, y los intelectuales que sintonizan Húngaro Básico a las seis de la mañana; un vasto segmento de la población que quiere un entretenimiento inteligente. Sin moralina. Una televisión sin pequeños sermones en medio de una programación que es como los Diez Mandamientos; cada episodio, un pequeño mensaje: no mientas, no mates a tu vecino, no desees a su mujer, ni dejes de desearla.”
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