Domingo, 30 de junio de 2002 | Hoy
TENDENCIAS Es anunciado como el video más desopilante y shockeante jamás visto. Se vende uno cada cuatro minutos. Es motivo de encarnizadas polémicas entre ligas de derechos humanos y popes del entretenimiento. Intelectuales y profesores universitarios lo adoptan como el nuevo objeto audiovisual a ser interpretado. ¿Qué es? Bumfights, el video que registra peleas sanguinarias y ejercicios de sadismo entre linyeras.
POR ALEJO SCHAPIRE
De mendigos a millonarios.
La imagen de un linyera que entiende que su pelo está en llamas y corre
hasta estrellar su cráneo contra una pared. El primer plano de un negro
que se arranca un diente con un par de tenazas. Escenas de varios pordioseros
trompeándose, defecando en la calle, fumando crack o precipitándose
desde lo alto de una escalera sentados en changuitos de supermercado. No, no
se trata de un nuevo episodio de Jackass, el programa de MTV, tampoco
es un documental sobre la miseria urbana en EE.UU.: es Bumfights, The Video
(Pelea de vagabundos, el video), el último fenómeno comercial
en reality shows. En sólo cinco semanas se vendieron 300 mil copias de
la película. El suceso ya desborda Norteamérica y empieza a invadir
Europa vía Inglaterra. Mientras tanto y como era de esperar,
la receta del éxito, que combina abundantes dosis de escatología,
voyeurismo y violencia gratuita, ha generado una creciente polémica entre
asociaciones de defensa de derechos humanos y la industria del entretenimiento,
que parece haber hallado en la explotación de la indigencia callejera
un nuevo y prometedor filón.
La idea se nos ocurrió una noche de 1999 en Naked City (un barrio
bajo de Las Vegas). Vimos una multitud que rodeaba a dos sin techo peleándose
y nos dimos cuenta del potencial de este tipo de entretenimiento. Los espectadores
parecían pasar un buen momento, así que nos dijimos: ¿Por
qué no hacemos un video con esto?, recuerda sin ironía Ray
Laticia, uno de los realizadores de Bumfights. Junto a su socio Ty Beeson, como
él de veinticuatro años y egresado de una escuela de cine de California,
los chicos decidieron invertir en el proyecto todo su tiempo y dinero. Tres
años y 50 mil dólares después (luego de agotar el crédito
de sus tarjetas) editaron una cinta de cincuenta y siete minutos de duración.
Para su distribución, resolvieron ofrecerla exclusivamente online (www.bumfights.com)
a un precio de 19,95 dólares. La ambiciosa apuesta inicial consistía
en recuperar lo invertido y ganar otros 50 mil verdes. Pero tres meses después,
los jóvenes cineastas habían juntado entre 2 y 5 millones de dólares,
según la fuente.
SANGRE ROJO
SHOCKING
Cómo explicar la venta promedio de un video de Bumfights cada cuatro
minutos. Sin duda, la primera clave se halla en el papel jugado por un aliado
fundamental: la cobertura mediática. El primero en levantar el tabú
y referirse con entusiasmo al tema en un medio masivo fue el provocador Howard
Stern, un locutor de radio cuyos programas se basan en la humillación
de sus invitados. Me siento shockeado... Y no hay muchas cosas que me
shockeen. ¡Tienen que verlo!, invitó el neoyorquino. Luego
le siguió un lacónico comentario de la influyente CNN: Siniestro
largometraje de gente sin techo peleando y efectuando acrobacias peligrosas.
Menos reservada, la cadena Fox News prefería subrayar el verismo, calificando
el asunto de Scary, but real! (Asusta, pero es real).
Más allá de las diversas reacciones, los medios no podían
dejar de analizar, fascinados, la aparición de este Objeto Visual No
Identificado en el paisaje audiovisual. La industria del entretenimiento, que
conoce la insaciable voracidad de la retina humana y sus necesidades de carne
cada vez más cruda, veía llegar al que tomaría la posta
en la escalada de crueldad y voyeurismo, una carrera donde la frontera del buen
gusto y lo tolerable es pulverizada a diario.
Bumfights no sólo ofrece imágenes de violencia espontánea.
A veces las pone en escena. De hecho, uno de los segmentos más exitosos
del film es el sketch The Bumhunter (El cazador de vagabundos),
una parodia del programa El cazador de cocodrilos, difundido por el Discovery
Channel. Ahí se puede ver cómo un australiano vestido de explorador
sorprende a unos clochards durmiendo en la calle, los taclea, ata sus muñecas
y tobillos y los amordaza con cinta adhesiva. Una vez inmovilizada la presa,
el cazador la mide y anuncia orgulloso el tamaño del trofeo frente a
la cámara. Unosminutos antes, un cartel electrónico había
anunciado: Muy pocos vagabundos han resultado heridos durante el rodaje
de esta película. Todos han sido devueltos a su hábitat natural.
En otra secuencia muy comentada, un barbudo llamado Rufus, que se ha tatuado
la palabra B-U-M-F-I-G-H-T en los nudillos (aparece en la tapa del video), corre
dando cabezazos contra señales de tránsito o demoliendo con una
maza un expendedor de golosinas.
Según Laticia, aunque los protagonistas de su película hayan firmado
un papel autorizando la utilización de sus imágenes, nadie recibe
un cachet por estas hazañas. A lo sumo, de vez en cuando,
se les regalaría comida o algo de dinero, porque son nuestros amigos,
precisa. Aparte, los amigos aseguran aunque muy vagamente, es cierto
que el 10 por ciento de las ganancias podría ir a una obra caritativa.
Para el sargento Eric Fricker, de la policía metropolitana de Las Vegas,
las cosas no son tan claras. Dice tener identificado al menos a un linyera dispuesto
a declarar que recibió dinero de la producción para golpear a
otro bum. Sin embargo, el principal escollo que deben sortear los hombres de
ley a la hora de actuar es la falta de cooperación por parte de las propias
víctimas, reacias a hacer la denuncia.
Los defensores de los oprimidos han puesto el grito en el cielo. El movimiento
de protesta es liderado por Linda Lera-Randle El, que se ocupa, junto a una
asociación, de los 10 mil homeless que pululan por las principales arterias
de Las Vegas. Bumfights acusa es no sólo explotar a
gente que vive situaciones terribles sino que es, además, perpetuar el
odio y la violencia hacia la población más vulnerable del país,
los sin techo. Paralelamente, del otro lado del Atlántico, Debbie
Lyne, vocera de la ONG London Connection, opina: El concepto es nauseabundo:
todo está pensado para explotar los instintos más bajos de la
gente. Mientras, en el ámbito universitario, los distintos análisis
prefieren poner las cosas en perspectiva. Para el sociólogo Bernard Beck,
de la Northwestern University, Bumfights es apenas el último sucesor
de un linaje milenario que se prolonga desde los gladiadores de la antigua Roma
hasta Tonya Harding luchando con Paula Jones por el canal Fox. Por su
parte, Craig Walton, profesor de ética de la Universidad de Nevada, contesta
que hasta los gladiadores tenían un mejor status bajo el Imperio
Romano. Ellos al menos comían regularmente y eran mantenidos en buenas
condiciones físicas.
Frente a estas críticas, Laticia, que admite que su producto puede dar
lugar a ciertas controversias, responde simplemente con un nosotros no
obligamos a nadie a ver el video. Y si no fuese por nosotros, América
y el resto del mundo no estarían hoy hablando de los sin techo.
Lo sorprendente es que no sólo quienes lucran con la miseria comparten
este concepto. Ted Hayes, ex homeless, controvertido abogado de vagabundos y
director de un centro social experimental (para la anécdota, en forma
de iglú), concede que el video es enfermizo pero, por más
grosero y enfermizo que sea, despierta la conciencia de Norteamérica
y sirve a una causa. Hayes, quien organizara dos años atrás
la Convención Nacional de los Sin Techo durante la Convención
Nacional Demócrata, cree que este video es lo mejor que le ha pasado
al movimiento de defensores de los homeless en los 17 años que tengo
de participación.
EL INFIERNO
SON LOS CROTOS
Si bien Bumfights comparte la estética de la seductora sensación
de realidad que explica en parte el éxito de los realities así
como del porno casero o las míticas snuff movies, esta película
se aleja de la clásica tele-realidad en cuanto al mecanismo de identificación
con los protagonistas. Aquí nadie se quiere poner en la piel del otro
sino todo lo contrario. Bumfights parece inscribirse en el turismo social, una
extraña moda que emergió en la última década enregiones
del mundo de extrema tensión. Hasta hace poco, por ejemplo, una agencia
turística sudafricana ofrecía a su clientela blanca y acomodada
una excursión en combi protegida por hombres armados para
visitar las zonas más peligrosas de Soweto y ver cómo vivía
lo que para ellos representaba el peligro: la miseria negra.
Visto a través de un vidrio o una pantalla, transformado
en entretenimiento, el otro es integrado a nuestra existencia, a la sociedad,
en todo caso a la sociedad del espectáculo. Como explica Richard Walter,
profesor de la Escuela de Teatro, Cine y Televisión de la UCLA: Al
observar la violencia en una situación en la que no estamos involucrados
directamente, nos preparamos mejor para afrontarla en nuestra vida.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que aunque Bumfights nos haga pensar
inevitablemente en El club de la pelea o en las Backyard Fights (Peleas
en el jardín del fondo, también evocadas en el film) o en
videos amateurs que muestran adolescentes de los suburbios jugando a Titanes
en el ring sin ninguna protección, aquí no se trata de blanquitos
de clase media que buscan despertar instintos bestiales anestesiados por la
sociedad de consumo. Lo que en este caso parece estar en juego es la asimilación
de lo distinto, ver al enemigo.
Éste es justamente el tema del reciente ensayo del joven filósofo
francés Olivier Razac: La pantalla y el zoológico. Espectáculo
y domesticación, de las exposiciones coloniales a Loft Story (versión
francesa de Gran Hermano). Razac recuerda cómo a fines del
siglo XIX se exponían en Europa, encerrados en jaulas, los salvajes
capturados en Africa o en las islas del Pacífico. Estas ferias, verdaderas
puestas en escena, eran un dispositivo que siempre ha tenido por vocación
digerir la alteridad, pero como la alteridad en el sentido donde había
salvajes y continentes casi inexplorados en el siglo XIX no existe más,
hoy nos manipulamos entre nosotros. Nosotros: nuestro vecino o el vago
de la esquina.
Mientras tanto, en algún lugar del mapa, Laticia y Beeson prosiguen su
obra filantrópica. Lo último que se supo de ellos es que habían
llevado algunos linyeras a España, donde los vistieron de matadores para
que se enfrentaran con toros en las arenas ibéricas. En el programa figuraron
igualmente saltos en paracaídas. Pero según dejaron trascender
los jóvenes millonarios, pronto podrían usar el dinero obtenido
para lanzar sus carreras dentro del cine tradicional. Por lo pronto, los realizadores
están demasiado ocupados: tienen enlatadas unas 500 horas que esperan
para ser editadas en al menos cuatro nuevos episodios de Bumfights.
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