PLáSTICA
Viaje del continente al contenido
Nacido en Rusia y formado en Alemania, se escapó de la Europa fragmentada de la década del veinte para instalarse en Brasil. Y lo primero que hizo cuando llegó fue contactarse con el movimiento modernista y pintarse a sí mismo como mulato. Cuarenta y cinco años después de su muerte, se presenta por primera vez en la Argentina una muestra retrospectiva de la obra de Lasar Segall, un artista central de la historia de la pintura brasileña del siglo XX.
Por Fabián Lebenglik
Es asombroso que la primera gran muestra de Lasar Segall se haga en Buenos Aires en el siglo XXI, a cuarenta y cinco años de su muerte. La obra de Segall es central para comprender la pintura moderna brasileña y el propio artista tuvo la intención de mostrar su obra en el país hace casi ochenta años, durante la década del veinte, cuando tenía contactos fluidos con la Argentina: con Pettoruti, con Berta Singerman –a quien le pintó un retrato– y con la comunidad judía. Pero esta presencia tardía de su obra en Buenos Aires forma parte del sistema de conexiones y desconexiones culturales espasmódicas entre Brasil y la Argentina, y de un pico positivo en la curva ciclotímica del vínculo.
La retrospectiva que se presenta hasta el 15 de septiembre en el Malba se compone de 141 obras, entre óleos, acuarelas, gouaches, tintas y grabados realizados durante casi medio siglo.
La muestra, de carácter itinerante, viene de ser exhibida en el Museo de Arte Moderno de México y se integra con obras provenientes de varias colecciones, como la del Museo Lasar Segall, la Pinacoteca del Estado de San Pablo, el Instituto de Estudios Brasileños y el Museo de Arte Contemporáneo (ambos de la Universidad de San Pablo), entre otras.
En la obra de Lasar, además de un itinerario estético, del recorrido a través de adaptaciones y versiones propias de escuelas y tendencias, se registra un cambio sustancial según el artista estuviera en Europa o en Brasil: en Lasar, el lugar es el estilo y, por lo tanto, el cruce de lugares provoca un sorprendente cruce de estilos. La cuestión de la emigración y de la condición de artista judío y ruso lo colocan en un lugar donde el componente narrativo es central, por momentos íntimo y por momentos epopéyico, pero siempre dando cuenta de las circunstancias personales, familiares, históricas y sociales.
Nacido y formado inicialmente en Vilna, Lituania, se perfeccionó en las ciudades alemanas de Berlín y Dresde. La de Lasar es la historia estética, cultural y social de un emigrante. La historia del viaje de un mundo a otro. De la Europa fragmentada de entreguerras hacia un país conformado como un continente.
Su iniciación estética se relaciona con la obra de los alemanes Max Libermann y Lovis Corinth, dos devotos de la escuela de impresionistas franceses, aunque con elementos ideológicos de incorporación de lo social. Este clima estético que vivió Segall durante su formación se relaciona con la configuración tardía de Alemania como nación, que produjo un mapa cultural diferente del de los demás países europeos, donde los centros tanto de poder como culturales se concentraban en las capitales. En Alemania, por su conformación geopolítica descentrada, la distribución del poder estaba repartida en varios centros de irradiación cultural (como Berlín, Dresde o Munich, entre otros).
Ni Libermann –perseguido y censurado por el nazismo– ni Corinth tuvieron pruritos en mezclar pintura con literatura y arte con vida; y esta combinación fue la matriz que conformó el expresionismo, que marcó notoriamente la obra de Lasar.
La retrospectiva se compone de diez secciones. Las distintas zonas temáticas y estilísticas en que se divide la exposición, curada por la investigadora Vera d’Horta (del Museo Lasar Segall), son: retratos y autorretratos, con los que se abre la muestra; figuras humanas en el contexto urbano, figuras en interiores, naturalezas muertas, maternidades y escenas de familia; el tema judío, las persecuciones, los pogroms, la emigración; la prostitución; la naturaleza y las florestas, que cierran la muestra.
Las obras europeas que se ven en la retrospectiva van de 1910 a 1920, y constituyen un núcleo que registra el eco de las vanguardias y se internan en la crisis existencial y social de Europa central. En 1913, el artista viajó a Brasil para presentar su obra. Fue la primera vez que en San Pablo se vieron pinturas expresionistas. Después de la muestra, Lasar volvió a Alemania y durante la Primera Guerra Mundial formó parte del gran grupo de rusos tomados como prisioneros por los alemanes.
En 1923 decide irse a vivir a Brasil y se interna en el naciente modernismo a través de artistas locales formados en Europa: Tarsila do Amaral, Anita Malfatti, Vicente Rego Monteiro y Emiliano Di Cavalcanti, entre otros, todos figuras clave del modernismo que habían estudiado en Europa. Malfatti, por ejemplo, se formó con Lovis Corinth y luego, durante sus estudios en Estados Unidos, conoció a Duchamp. Mientras que los maestros cubistas de Tarsila fueron André Lothe y Fernand Léger. Di Cavalcanti, cuando viajó a París en la década del veinte, conoció a Picasso, Léger, Braque, Matisse, los fauvistas, y también a Blaise Cendrars, Jean Cocteau, Erik Satie y Elie Faure. Segall se encuentra con este núcleo fundador de la modernidad brasileña que combinó la renovación formal de las nuevas corrientes europeas con las raíces de su cultura de origen.
De modo que Lasar llega a San Pablo poco después de la realización de “La Semana de Arte Moderno” de San Pablo, que fue el momento fundacional de la modernidad y la vanguardia en Brasil en todos los campos artísticos. De aquella “Semana” participaron también escritores como Mario de Andrade, Oswald de Andrade y Manuel Bandeira, cuyos textos serán cruciales para la obra de Lasar. Parte de sus series de los barrios bajos y sobre los tipos populares está directamente basada en los escritos de Mario de Andrade y Bandeira.
Oswald de Andrade y la pintora Tarsila do Amaral proponían la síntesis del funcionamiento de la cultura brasileña (y latinoamericana) modernista: la “cultura antropofágica” que consiste en la apropiación, deglución/enfrentamiento, asimilación y transformación, no sólo de las culturas de los países centrales sino también de los grandes hitos de la cultura propia.
Uno de los cuadros paradigmáticos del “efecto Brasil” en el recién llegado Lasar es Encuentro, pintado en 1924 y exhibido en la muestra. En esa obra el artista combina la pintura europea con el nuevo paisaje. La pareja evocada en la pintura se compone de una mujer típicamente europea y de un hombre mulato, que es el propio Segall –blanco, ruso y judío– autoproclamando su nueva pertenencia.
Como puede verse en la retrospectiva, la obra pintada en San Pablo a comienzos de la década del veinte registra la fascinación y la compenetración del artista. Resulta evidente que el nuevo país se le pega en los ojos.
Entre los años treinta y cuarenta, la cuestión social entra de lleno en la pintura. Segall pinta a los judíos perseguidos y oprimidos de Europa. Durante el ascenso del nazismo y el comienzo de la Segunda Guerra, el artista pinta series como Pogrom y telas como El barco de los emigrantes y Campo de concentración, en las que busca la comunicación y la denuncia, el plano general, el gran tamaño y a la vez el detalle minucioso. Su estética se hace más académica y la paleta se inclina hacia los colores de la tierra.
En los retratos, el pintor, dibujante y grabador se remite al mundo de sus amistades. Si por una parte hay toda una serie familiar y genealógica (donde aparece la tradición judía), por la otra el artista establece otra genealogía: la de su círculo cultural, integrado por actores, músicos, escritores, críticos y pintores. En la serie se lee una teoría del color, de la composición y una secuencia que marca la particularidad del estilo de Lasar, cuya matriz expresionista centellea y reaparece en combinación con otras corrientes y tendencias centrales de la modernidad. Lasar vaconcentrando en cada cuadro la personalidad de los retratados, según distintos focos de tensión, obsesivos: ojos, miradas, gestos, manos, posturas, datos del contexto, colores, etcétera.
El cierre de la muestra es impactante. Las deslumbrantes florestas de la década del cincuenta –telas abstractas formadas por líneas de color verticales que evocan una vegetación tupida– muestran la extraordinaria generación y regeneración de la pintura de la que era capaz Lasar Segall. Su obra atraviesa y es atravesada completamente por la historia (y por la historia de la mirada) de la primera mitad del siglo XX.
Otro deslumbramiento de la retrospectiva es el catálogo, una edición de lujo, de más de trescientas páginas, con varios ensayos de especialistas muy bien escritos y profusamente ilustrado.