Domingo, 8 de enero de 2006 | Hoy
MúSICA > DESDE ROSARIO, COKI & THE KILLER BURRITOS
Mito del rock rosarino aunque nació en Cañada de Gómez, amigo de Fito Páez y compinche de su hijo Martín, Coki Debernardi asegura que la salida de un disco no le salva la vida a nadie sino que la salvación está en grabarlo. Acompañado por sus Killer Burritos, acaba de editar Perdida, un disco que es como una ciudad que parece abandonada, pero que sólo está perdida. Como aquel rock que nació libre y hoy está atrapado entre números y al que Coki homenajea en cada una de sus canciones heroicas y vibrantes.
Por Martín Pérez
Una de las canciones más emocionantes del álbum debut de Rickie Lee Jones, aquella Tom Waits femenina del rock californiano aparecida a fines de los años ‘70, lleva por nombre “The Last Chance Texaco”. “La Texaco de la última oportunidad”, digamos. Es una hermosa canción de amor, cuyo título hace referencia a esa última estación de servicio a la que debe estar atento un conductor antes de internarse en el desierto. Aquella Texaco del último amor antes de la nada merece tener un cartel como el que ilustra la portada del flamante tercer disco de Coki & The Killer Burritos: un enorme anuncio de carretera perdida y desierto dominando un paisaje de mucho cielo y ningún horizonte, un letrero enorme y de cemento, presumiblemente abandonado, que avisa de la existencia –en letras enormes, la última de las cuales ya está caída boca abajo– de lo que Coki asegura que es una ciudad llamada Perdida. Pero que en realidad es un disco, el nuevo trabajo de un rosarino maldito –maldito sólo porque ya no espera nada del negocio del rock y se conforma con tocar en vivo, escribir esas historias de tres minutos llamadas canciones y grabar espaciados discos que se perderán irremediablemente en las bateas, pero de los que jamás se arrepentirá–. El flamante Perdida es uno de ellos, un álbum que creció como una ciudad, alrededor de una primera construcción, un primer tema llamado, justamente, como el disco. “Perdida” es una canción perfecta, la mejor carta de presentación de César Debernardi –más conocido como Coki, cuyos mutantes Killer Burritos lo acompañan en cada disco–, mito rocker rosarino nacido en Cañada de Gómez, que cree en el rock, aunque no lo demuestre demasiado. Y aunque hable de ello como quien sabe que todo lo que diga, o lo que cante, no va a cambiar absolutamente nada en ese mundo lleno de émulos de esos tres monitos, los que se tapan los ojos, los oídos y la boca. Al ciego y sordo Coki, sin embargo, le alcanza con dejar libre su boca –como lo hace en “Perdida”– y avisar, porque no es traidor: “Todos volvemos muy tarde a casa, por el camino más largo”.
Sentarse a hablar con Coki es hablar de música, antes que nada. Pero no de la suya, como debería ser en una entrevista pautada para promocionar la salida de un disco, sino de la ajena, ésa que siempre es mejor, qué duda cabe. Por eso es que Coki, que desde hace casi un lustro tiene un programa en la Rock & Pop rosarina llamado “La noche de Bárbara y Dick”, habla de 12 Songs, su último descubrimiento, el nuevo, despojado y sorprendente disco de Neil Diamond. O si no de su respeto ante la calidad de Ahora piden tu cabeza, el álbum que Ariel Rot acaba de sacar en España, y que tal vez se edite acá, tal vez no, quién sabe. También cuenta que las dos películas que más lo emocionaron durante este año que se fue son dos documentales musicales: uno de Oscar Alemán y el otro, obvio, el que Scorsese hizo sobre Dylan. “El primer show que vi en mi vida fue uno de Oscar Alemán. Me llevó mi viejo, fue en Villa Carlos Paz y ahí aprendí lo que era ser un entretenedor y un showman.” Y el documental de Dylan, claro, es una película que explica todo esto de lo que estamos hablando. Y Scorsese, al contrario de lo que canta Coki en “Perdida”, dice que no se vuelve por el camino más largo sino que es simplemente imposible volver a casa. Pero, claro, Coki también le aconseja a Perdita –la protagonista de su canción– que “el mundo está ahí nomás, andá a conocer el jardín”. Lo que importa, digamos, es empezar el camino: la casa –y en esto coinciden Scorsese y Coki– está recién al final. Aunque no se decidan sobre qué tan lejos está ese final. “El tapial no es lo que ves, me moría por saltarlo, me morí cuando caí”, canta Coki en el que tal vez sea el tema bisagra de su nuevo disco, “Espaldas pesadas”. Y el tapial que Coki asegura haber saltado es el que lo sacó de Cañada de Gómez, su pueblo natal. “El tapial fue salir del barrio, ése es el primer tapial que uno debería saltar”, le dijo a Florencia Ruiz, una periodista rosarina. Después vino Rosario y Punto G, un grupo con el que grabó “Cae lenta”, tema que todo rosarino de su generación sabe cantar aunque no quiera, y que supo entonar la hinchada de Central. Y después una carrera solista con esos discos espaciados –Mi parrillada (1998), Un millón de dólares (2001)–, pero de los que nunca se ha arrepentido. “Yo no tengo una carrera, tengo discos”, asegura Coki. “En Rosario soy el tipo más conocido de la cuadra, pero no me interesa mucho eso de la pertenencia. Soy de Cañada, después de todo. Y no soy muy arraigado. Pero soy vago y cómodo, y lo que pasa es que Rosario me resulta una ciudad vaga y cómoda.”
Cuando se recorre la ficha técnica de Perdida, hay un nombre que inmediatamente salta a la vista. Es el de Páez, pero no Fito –que nunca falta en un disco de Coki, por supuesto– sino Martín, su hijo, que figura como co-autor de un tema llamado “Linyera”, con el que Coki abrió el show que dio en febrero pasado en Cosquín, con Fito como parte de su banda, y Martín entre el público. “Cuando el hijo de Fito tenía tres años, yo le grabé un disco que se llama Palangana”, cuenta Coki, divertido. “Ahí había un tema en el que Martín repetía una y otra vez ‘Fideos con manteca’, que debía ser entonces su comida preferida. Una noche, cuando ya había terminado Perdida, recibí un llamado enojado de Martín, que ahora tiene cinco años, diciéndome: ‘Sos una porquería’. ¿Qué había pasado? Acababa de escuchar el tema ‘Linyera’, en el que al pasar yo digo ‘fideos con manteca’, y me acusaba de haberle robado el tema. Finalmente arreglamos que iba a anotar el tema como suyo en Sadaic, y eso hice, pero aún no lo tengo domado. Y cada tanto me dice que todavía le tengo que pagar mucho más.”
Productor de los inicios de Punto G, Fito Páez es una figura clave y repetida en la carrera de Coki. Y en la vida también. Sus discos solistas prácticamente nunca hubiesen existido sin Circo Beat, el estudio de Páez, y en todos ellos hay algún aporte, ya sea una letra o, como en Perdida, un tema (“¿La verdad?”), compuesto y cantado a medias. “Lo conozco hace quince o veinte años”, cuenta Coki. “Es bueno tener de hermano a alguien que sabe tanto. Porque eso significa que uno no va a tener que pagarle a un profesor.” Además de Perdida, Circo Beat –que es también el nombre del sello de Páez en sociedad con Epsa– editará los discos de Aloras y Bandera, otros dos compinches rosarinos tanto de Fito como de Coki. “Lo maté el otro día con el disco de Neil Diamond”, cuenta orgulloso Coki. “Ibamos en auto, y yo ya veía que la música del viaje iba a ser otra vez El cordero se acuesta en Broadway. Le pasé 12 Songs, aunque varias veces antes me había dicho que me dejara de joder con Diamond. Pero cuando empezaron a pasar los temas tuvo que reconocer que no estaba nada mal.”
“Me imagino Perdida como una ciudad”, insiste Coki. “Como un lugar lindo. La tapa del disco muestra como una puerta a algo. Como que vas a entrar a un lugar que parece abandonado, pero que no lo está. Simplemente está perdido.” Es imposible no escuchar a Coki explicar cómo ve su disco, y no pensar que esa ciudad perdida, en realidad, es el rock. El rock tal como lo entiende y canta Coki en su disco, ese rock que cada vez parece sonar más en el mundo, pero que cada vez importa menos. “Ahora todo se mide por números, ¿viste? Cuánta gente metiste, cuántos discos vendiste, hasta la música sólo son unos y ceros. Pero ya no se habla de calidad, de sensibilidad o de coherencia. El rock nació libre, y ahora está atrapado por los números y las corporaciones. ¡Parece que el único que toma riesgos artísticos es Charly! ¡Un señor de cincuenta años!” De ciudades y de rock es algo de lo que ha venido cantando Coki desde siempre. Se diría, casi, que no sabe hacer otra cosa. “Tengo el sol de frente por toda la ciudad”, cantó en “Un millón de dólares”. “Yo quería ser libre, inteligente; y ahora estoy atontado, víctima del rock”, dice ahora en “El perfume de los 17”. Entre una frase y otra, entre un disco y otro, Coki buscó el sonido que necesitaba para cantar sus nuevas canciones. La noticia que supo llegar desde Rosario en estos años sin disco era que Coki había armado una banda sólo con guitarra y batería. “Todo el mundo me decía: ah, White Stripes. Pero lo mío son las canciones”, explica. “Estuve dos años tocando, hasta lograr que no sea sólo una bola de ruido, y las canciones puedan sonar.” Aunque parezca heroico, y hasta febril, Coki no podría sonar más apacible cuando habla del rock, su disco y sus canciones. Como un médico que sabe qué es lo que tiene el paciente, y que no hay milagros, sólo medicina. “Para mí el disco no es como un hijo, es sólo un disco. Y sé que tal vez pase con Perdida lo que pasó con los anteriores, o sea: nada. Pero también sé que editar un disco no te salva la vida. A mí me la salva grabarlo. Es lo único que sé hacer, no me sé defender en la vida con otras cosas”, explica Coki. Y una frase de “La tormenta”, uno de los temas más festivos de Perdida, deja en claro su, ejem, filosofía: “Todo lo que te pasó no es lo peor, ¿te pusiste a ver lo que hay alrededor?”.
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