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Domingo, 8 de enero de 2006

CINE > EL DEMORADO ESTRENO DE LOS INQUIETANTES HERMANOS DARDENNE

La venganza y el perdón

Se estrenó en apenas dos salas porteñas, pero quizás El hijo (2002) sea uno de los acontecimientos cinematográficos del año. La nueva película de los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne observa la tensa relación entre un padre y el asesino de su hijo, que ingresa como aprendiz en su taller de carpintería. Distancias, un hombre filmado de espaldas y nada de catarsis y crispación hollywoodense para el retrato de un vínculo incómodo que resulta perturbador.

 Por Mariano Kairuz

En Le fils, la película que los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne estrenaron hace tres años en Cannes y que acaba de llegar esta semana a sólo dos cines porteños con el título El hijo, hay un padre, Olivier, un hijo muerto y un chico llamado Francis que podría tomar el lugar de ese hijo muerto. Olivier es carpintero y al empezar la película, el joven Francis pasa a ser su aprendiz en una especie de escuela-reformatorio. La historia que los ata se revela pronto: Francis asesinó con sus propias manos al hijo de Olivier durante un robo “menor”. Francis, que acaba de pasar cinco años encerrado, desconoce la identidad de su nuevo maestro. Hay una tensión en la relación entre ambos que Francis probablemente no alcanza a identificar tampoco como tal –después de todo, el mundo parece ser un lugar duro por naturaleza para él– pero que el espectador sabe que tiene que ver con la posibilidad de venganza, y con la posibilidad de perdón.

Los Dardenne, que no dejan nada librado al azar en sus películas, sabían que muchos iban a buscar en El hijo una alegoría cristiana –el padre carpintero, el hijo, el perdón–, pero la médula de la película es otra. Es algo bien físico, algo que se expresa en el cuerpo de Olivier y en el de Francis, en las miradas, en sus movimientos; algo en la manera en que la cámara los sigue de cerca que transmite incomodidad, indecisión, inseguridad emocional, desequilibrio.

Tampoco vuelcan la tensión en la expectativa de ningún tipo de revelación sobre el asesinato. A poco de decidir incorporar a Francis a su taller, Olivier se relaciona con él. Camina con él, lo lleva en el auto; incluso hablan un poco –muy poco, pero al parecer bastante para dos personas de escasísimas palabras–. Tal vez Olivier sólo quiere obtener su recuerdo “físico” del crimen (la tensión en la película es siempre física: está en los espacios limitados, como el interior del auto en el que viajan; está en los materiales del taller, en las maderas apiladas; a su vez, es la razón por la que los Dardenne dicen haber descartado la posibilidad de convertir a Olivier en cocinero: cada vez que levantara un cuchillo, el espectador estaría esperando algún tipo de acción violenta). O saber qué nivel de conciencia tiene Francis sobre el crimen cometido; si siente alguna culpa. Olivier se relaciona con Francis tal vez sin siquiera saber para qué. Se acerca a él pero tiene sus límites. Se rehúsa a darle la mano. Comen juntos pero, cuando parece que va a invitarlo a almorzar, no se ofrece a pagarle su porción de almuerzo. Como para asegurarse de que esto no es un día de campo entre padre e hijo.

La marca más específica y evidente de la manera en que los Dardenne eligieron narrar El hijo está en el seguimiento que hacen de Olivier y de Francis, pero especialmente del primero, casi siempre a sus espaldas. Un encuadre de nucas y de hombros, de retazos de rostros apenas perfilados que incrementan la incomodidad pero que sobre todo instalan distancias, tan importantes en El hijo. En una escena fundamental para la relación entre Olivier y Francis (que se va descubriendo, peligrosamente, como un gran aprendiz de carpintero), el maestro demuestra su habilidad para calcular a ojo una distancia cualquiera entre dos objetos de la calle, con un margen de error de uno o dos centímetros. Como una máquina. La distancia es también afectiva: es imposible sentir por Olivier otra cosa que algún pesar por su desgracia. Luc Dardenne dice que la idea de filmar a Olivier de espaldas se la dio una fotografía de Dorothea Lange, con una anciana negra sentada en un banco de plaza, probablemente en Nueva York. “Viéndola de atrás tuve la sensación –dijo el co-director en una entrevista– de que estaba viendo toda su vida allí a sus espaldas. Verla desde ese ángulo me dio la impresión de una historia, una de sufrimiento quizá. Está el mundo de hoy y el personaje que está fuera de él con su propia historia que el mundo no nota, pero nosotros sí lo percibimos porque estamos atrás de ella. Y me dije a mí mismo que Olivier es bastante parecido a eso. Eso que nosotros no sabemos al principio, pero que es algo privado y particular en él, algo que él no puede ver porque no puede ver hacia atrás.”

Un crítico norteamericano tuvo el mal tino de comparar a El hijo con En el dormitorio, una película (nominada al Oscar en el 2002) en la que un padre establece una relación con el asesino de su hijo para vengarlo. Nada más lejos de la película de los Dardenne, que es previsiblemente menos catártica que cualquier film hollywoodense. Además, los belgas pasaron veinte años abocados a la realización de documentales antes de dedicarse a la ficción, con películas como La promesa y Rosetta, las únicas que se conocieron por acá; su mirada es completamente distinta. “Quizás ahí esté la diferencia entre el cine americano y el europeo –dijo Jean-Pierre–. En el americano, para conseguir una catarsis, primero matás. Y después pedís perdón.”

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