Domingo, 15 de enero de 2006 | Hoy
TEATRO1 > LOS MONóLOGOS DE LA MARIHUANA
Llega a la avenida Corrientes uno de los últimos hits del teatro off-Broadway: Monólogos de la marihuana. Atento a temas de este calibre, nuestro enviado especial se acomodó en la butaca y se entregó al anecdotario humorístico sobre dealers, glotonerías, sexo y demás aficiones desatadas por el humo. Todo a cargo de un elenco de innegable empatía con su material. Pero, puesto a hablar, nuestro enviado no podía dejar de hacer oír su crítica: quizá sería más provechoso convertir estos monólogos en diálogos (y dejar el monólogo monotemático a “esa” otra sustancia).
Por Santiago Rial Ungaro
Tres personas adultas, dos hombres y una mujer, se sientan frente a una audiencia que, de alguna forma, ya está entregada de antemano: si alguien va al teatro a ver una obra con este título es porque la marihuana le interesa. Y si bien no se puede fumar dentro del teatro y en la publicidad está bien aclarado que la producción artística “no preconiza ni alienta el consumo de estupefacientes prohibido por ley 23.737”, este espectáculo (un éxito salido del teatro off-Broadway de Nueva York originalmente escrito y actuado por Arj Barker, Doug Benson y Tony Camin) es coherentemente monotemático.
Organizado en pequeños fragmentos que se cortan de repente con la luz, en coincidencia con los “cuelgues” de estos fumones irredimibles, todos los textos giran alrededor de las delicias y las contrariedades del consumo de marihuana. Apenas hay algunos diálogos, muchas veces para recordar desopilantes aventuras fumancheras entre tres monologuistas (Pacha Rosso, Adrián Yospe y Divina Gloria) que no dudan en arengar en varios momentos a la audiencia con un simple e imperativo “¡Fumen!”.
Más allá de cierto sentido crítico en lo que respecta a las negligencias que derivan del consumo intensivo de la marihuana, lo que se impone es la autocomplacencia: se diría que todos se sienten liberados de aceptar que se fuma y que se fuma mucho, y que los problemas que surgen de los excesos marihuaneros se tornan, entre tanto humo, ligeros y hasta graciosos, como una dulce condena no exenta de patetismo.
Estos 75 minutos de “stand up comedy” se basan en anécdotas que sirven de disparadores: sobre dealers; acerca de secuencias con policías que se terminan llevando el porro para (por suerte) terminar fumándoselos ellos; sobre los problemas familiares y/o conyugales; sobre la glotonería que surge de la necesidad de consumir azúcar; sobre la indiferencia o la excitación sexual que puede provocar el porro y demás situaciones que derivan en sketches en los que los actores muestran no sólo su innegable oficio, sino también la empatía casi infantil que les produce hacer esta obra. Mezcla entonces de anecdotario en clave humorístico, manifiesto político pro-legalización y sentido homenaje didáctico a esta planta tan generosa, los Monólogos de la marihuana ponen en evidencia que (más allá y más acá de encuestas que nunca se sabe quién las hace ni para qué ni para quién se hacen) el consumo de marihuana se ha ido expandiendo, alegre y colgadamente, en nuestra sociedad, al punto tal de que Argentina amenaza con convertirse, día a día, porro a porro, en una nueva República Argenchina: si la mirada de la población fumada cambia, lo mismo pasa con su estado de ánimo, y una cultura también cambia por las costumbres de sus habitantes.
Es imposible entonces que no vengan a la mente las rimas de Orge, paladín de la marihuana y verdadero Kayaman que durante décadas compuso y cantó decenas de hits, muy anteriores a los Cypress Hill y demás apologistas de la yerba. En el más conocido de ellos, el estribillo arenga: “Ningún árbol prohibido/ el paraíso terminó/ esta planta la da la tierra y es/ para calmar el dolor”. La cita al ex líder de los legendarios Ganja Brothers es pertinente no sólo por una cuestión de justicia poética e histórica, sino porque esta adaptación de los Monólogos de la marihuana a cargo de Alfredo Allende debería tener en cuenta los antecedentes locales que existen alrededor de este tema y de esta causa: durante años Orge fumó en escena como un poseído antes de cantar sus arengas, e incluso impuso el slogan “legalícenla, legalícenla, no te escondas para fumar”. Durante estos monólogos, aunque los papelillos ombú caen permanentemente de los apuntes de cada monologuista, sólo hay una pequeña escena en la que aparece Douglas (Pacha Rosso) fumándose algo que parecería ser una tuca, lo que, por cuestiones legales, es totalmente lógico.
De todas formas queda claro que los ojos rojos de estos monologuistas a menudo les sirven para ver mejor: así, cuando uno de los marihuanistas comenta una visita al casino (epicentro de la decadencia de la alta suciedad social en donde toda la corrupción está aceptada e institucionalizada) y descubre que no lo dejan fumar una humilde e inocente tuca, la hipocresía de esta situación sugiere que hay un paso más que dar. Y aquí entraríamos dentro de los “diálogos de la marihuana”, forma de comunicación quizá más acorde con la planta en cuestión (y no queremos ni mencionar cuál sería “la” sustancia del monólogo monotemático porque no queremos dar ideas).
De hecho, cuando todos los integrantes de la obra salen para fumar y dejan el escenario vacío el chiste tiene cierto infantilismo que puede ser gracioso pero inconducente. El tema que quizá se podría incorporar a esta obra, pero que en cualquier caso habría que plantear e imponer, es el de que, en el caso de la marihuana, no se trata tanto de la legalización, que probablemente significaría fumar una marihuana mucho peor pero comprada en los kioscos, sino mas bien el de la despenalización de su consumo. Es un gran absurdo y una enorme injusticia que esté penalizada la agricultura y, en el fondo (de la cuestión y de la casa), el problema es muchísimo más simple: el derecho divino es anterior y superior al derecho jurídico. Y en el consumo responsable de una sociedad que logre comprender que, cultivando su jardín (tal como quería un Voltaire súbitamente rasta), se puede mejorar la calidad de vida de la comunidad, hay una cuestión que tiene que ver también con un aprendizaje dentro de la cultura de la marihuana: trabajar con la tierra, fumar sustancias menos tóxicas que las que se consiguen en la calle (y no por eso menos psicoactivas) y a la vez empezar a prescindir de dealers, de psiquiatras y de farmacéuticos es una terapia personal que armoniza el consumo de esta sustancia a los ritmos cósmicos de una naturaleza que pide a gritos que nos empecemos a conectar con ella. Claro que eso habría que charlarlo, sino con un café de por medio, con un porro en una ronda.
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