Domingo, 15 de enero de 2006 | Hoy
CINE > ANA Y LOS OTROS, LA ADOLESCENCIA PERDIDA
Al borde de los 30, Ana vuelve a su Paraná natal y se reencuentra con sus ex compañeros de colegio. Pero nada ni nadie es lo que era. A cuatro años de terminada, finalmente se estrena la primera película de Celina Murga. Y aunque forjada al calor del Nuevo Cine Argentino, Ana y los otros parece ajena a las temáticas más recurrentes de sus compañeros de ruta y se adentra sola en el terreno íntimo de toda una generación: la dolorosa melancolía de dejar para siempre el mundo al que una vez pertenecimos.
Por Mariano Kairuz
En la ópera prima de Celina Murga, la protagonista hace un viaje que la directora hizo infinidad de veces. Cuando Ana (la actriz Camila Toker, presente en prácticamente cada plano de la película) visita su Paraná natal, lo que está haciendo es a la vez otro viaje, uno que enclava a la película generacionalmente: Ana está revisitando su adolescencia, con cierto pudor y distancia, sin decidirse a recuperarla ni a dejarla atrás para siempre.
En Ana y los otros está Ana y están los otros, como en planos diferentes, como si pertenecieran a mundos distintos. Esa es la sensación que prevalece en cada encuentro, en cada diálogo de Ana con sus reencontrados compañeros del secundario. Para Murga, el título de su primera película tiene que ver con esos otros que, dice, son “Paraná en general y la gente que compone su pasado en particular. También creo que se plantea una separación entre Ana y los otros. Sus encuentros no terminan de funcionar porque ella se mantiene distante, misteriosa, en actitud de observación y no de participación”. Ana y los otros nació de los sentimientos encontrados de la guionista y directora al dejar de pertenecer enteramente a Entre Ríos, al encontrarse entre un lugar y otro: una sensación de desarraigo, de ya no pertenecer más, de no tener mucho en común con toda esa gente que va encontrando durante su fugaz regreso.
Ana no es necesariamente un personaje simpático. Pero es inevitable identificarse con ella en varios momentos: Ana siente que ni ella ni todos esos compañeros y amigos del secundario son ya los que eran. Los diálogos que mantiene con cada uno de ellos son idiosincrásicos; casi siempre conllevan alguna idea sobre los amores la crisis y las tragedias juveniles de los 16 o 18 años y cómo fueron o no aplastados por la perspectiva de los casi 30. Ana va por ahí, preguntando como al pasar qué fue de unos y otros. Y unos y otros le cuentan incluso más de lo que ella está interesada en saber. Averiguar el destino de un ex novio se convierte en la excusa para continuar camino hacia Victoria, segunda parte de su viaje, en la que traba relación con un nene de ocho años, un juego de confianza y una conexión de una espontaneidad que paradójicamente no puede mantener con casi ninguno de sus compañeros.
“No sé si llamar a Ana y los otros una película ‘generacional’”, dice Murga. “En las funciones de Paraná me llamó la atención que había mucha gente de más de 50 años que la disfrutaba muchísimo, se me acercaban a decirme cosas puntuales que les habían impactado. Es cierto que trabajé con recuerdos míos, algunos personajes tienen rasgos de gente que conozco de esa época, algunas cosas que se cuentan me pasaron (como lo del fotógrafo ciego y lo del beso con desmayo), pero esos recuerdos sólo están puestos en los relatos que cuentan los personajes nunca en las acciones que suceden. La canción ‘Hulla Hulla’ (de Los Twist, que Ana baila en una fiesta) era una que bailábamos mucho en esa época. Para mí era importante que toda la música representara a esa generación y la condujera inmediatamente a esos recuerdos. Esa escena me resulta de un placer nostálgico muy grande, y espero que a otros también.”
El referente más citado por la propia Celina Murga es Eric Rohmer, el director de La rodilla de Clara, Mi noche con Maud y los Cuentos de las cuatro estaciones, que a lo largo de todo enero forman parte de una completa retrospectiva en el Malba. La crítica local lo señaló desde su estreno en el Bafici y seguramente se volverá a decir: Ana y los otros es una película esencialmente rohmeriana. Pueden incluso identificarse escenas y planteos que son básicamente como los del realizador nuevaolero. Como cuando Ana busca furtivamente el número de teléfono o el domicilio de ese ex novio en la agenda de otro chico del secundario con el que acaba de reencontrarse y que le retacea el dato. “La influencia rohmeriana –dice Murga– tiene más que ver con decisiones formales que con cuestiones temáticas. Me interesa la forma en que deja ver a los personajes, por ejemplo, en los diálogos.” De su director favorito dice haber tomado esa manera de “mostrar lo invisible a través de lo visible”; específicamente, “el planteo de planos y contraplanos con duraciones más largas de las habituales, donde se privilegia al que escucha sobre el que habla y donde la idea es descubrir la reacción del que escucha en relación con lo que se está diciendo. De alguna forma es descubrir lo subterráneo, lo que pasa por debajo del diálogo. También me gusta mucho su búsqueda de objetivismo, los lentes son generalmente lentes normales (son los que responden a la forma de ver del ojo humano) que no subrayan gestos, que dejan ver dando la sensación de no intervención por parte del director. También seguí la forma en la que integra en la imagen a los personajes con el entorno. En Ana es evidente que la ciudad de Paraná es una protagonista más y era importante que la cámara diera cuenta de esto. Lo importante era ver a Ana recorriendo ese espacio, y no recortarla del entorno”.
Murga filmó Ana y los otros hace casi cuatro años –con el incendio argentino, la devaluación y la inflación sobre los talones– y la preestrenó en el Bafici hace tres. Por diversos motivos no tuvo su estreno local hasta ahora; pero mientras acá no había noticias de su destino criollo, la película se estrenaba en Francia con una repercusión comercial importante; esto es, en su propia escala, como una producción de presupuesto reducido proveniente de la Argentina. Más allá de los méritos intrínsecos de Ana y los otros, es probable que aquel estreno (y su edición en video en varios otros países, incluidos los Estados Unidos) se haya debido al interés que existía en ese momento por el llamado Nuevo Cine Argentino. Por esos años, el fenómeno era percibido como algo atendible en el exterior, según atestigua la cantidad de textos internacionales que aún pueden leerse en Internet dedicados a reseñar aquellas películas y la participación de films como los de Caetano, Trapero, Diego Lerman o Juan Villegas (director de Sábado y de la inminente Los suicidas, y pareja de Celina Murga) en los festivales europeos más importantes. Con sus tres o cuatro años, Ana y los otros reconoce su filiación con aquel movimiento que les dio una identidad a muchos directores argentinos a lo largo de una década pero que en los últimos tiempos parece haber mermado, dejando a algunos estrenos en una situación de (al menos aparente) desamparo.
“No creo que haya desaparecido”, dice Murga sobre la suerte del Nuevo Cine Argentino. "Creo que, como todo fenómeno, fluye, se mueve, está vivo, hay momentos diferentes, películas diferentes, contextos diferentes. ¿Por qué esperar que todo siga igual? ¿Por qué pedirles a las películas algo que no son?”.
Una vez que el estreno se haya consumado, Celina Murga va a poder dedicarse de lleno a su próxima película, una que viene planeando desde hace bastante tiempo, que empezaría a rodarse en octubre y que por ahora se llama Una semana solos. Curiosamente, y quizá hasta despegándose de la tendencia de la mayoría de las películas del nuevo cine argentino a retratar a su propia generación o mirar hacia la de sus mayores, en su nuevo proyecto Murga planea volcarse enteramente a una historia protagonizada por chicos de entre siete y catorce años: “La historia de un grupo de hermanos y primos que viven en un country y se quedan una semana solos, sin los padres. Creo que el fenómeno de los countries en la última década no hace más que potenciar la gran segregación social que ya existía en nuestro país. Me interesa preguntarme qué pasa con la generación de chicos que están naciendo ahí adentro, qué percepción tienen del afuera, cómo ven al otro si cuando salen de sus casas sólo ven otra casa igual a la suya con gente a igual a ellos, qué herramientas tienen para moverse en un siglo XXI heterogéneo, violento y caótico?”. Ahora que los ex adolescentes del nuevo cine argentino están en edad de ser padres –y Celina Murga es madre desde hace poco–, puede que finalmente sea la hora de los chicos.
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