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Domingo, 15 de enero de 2006

LIBROS > LAS INCREIBLES CRITICAS LITERARIAS DE JOHN CRACE

Tirar del mantel

A la mesa: The Digested Read reúne las mejores críticas/sátiras literarias que el inglés John Crace viene publicando en el diario The Guardian durante los
últimos cinco años. Romper platos, tirar migas, arrojar cuchillos y tenedores, eructos varios y una exquisita y malévola habilidad para la imitación burlona y la digestión heavy demuestran que la acidez estomacal no tiene por qué estar reñida con la actividad cerebral.

 Por Rodrigo Fresán

Cualquiera que frecuente las páginas o pantallas del periódico inglés The Guardian sonreirá cómplice si se pronuncian las palabras The Digested Read. Porque The Digested Read es la columna que, hace cinco años, heredó John Crace y que John Crace ha hecho famosa con su sabia y juguetona y talentosa y flemática maldad. Y buena noticia para muchos lectores y pésima nueva para algunos autores: los mejores platillos literal y literariamente voladores de The Digested Read –portada con rotundo y chorreante Whopper-Big Mac– han sido reunidas en formato libro (The Guardian Books, 9,99 libras) y ahora pueden paladearse en su librería amiga.

O enemiga.

ENTRADAS

Y la receta del asunto y el manual de instrucciones para elaborar una “lectura digerida” de un determinado título son de una extrema sencillez teórica pero de una compleja elaboración práctica. Y así lo explica John Crace en el breve prefacio: “La premisa básica es reescribir todo un libro en más o menos 500 palabras siguiendo el estilo de su autor. Buena parte de los elegidos se proponen a sí mismos, porque la idea es que debo ocuparme del libro que haga más ruido mediático esa semana; por lo que suelo dedicarme a los pesos pesado de la ficción –con la ocasional bío o autobiografía–, porque suelen ser los que generan mayor intensidad publicitaria. Y el objetivo –fácil de cumplir– es que tanto escritores como editores me detesten; porque a nadie le gusta verse reflejado en un espejo que, básicamente, le dice que lo suyo puede ser despachado rápido y que se beneficiaría de unos cuantos cortes”. Así, la crítica literaria como aparato teórico y digestivo, aparador práctico gástrico, y juguete cruelmente satírico. Y, como remate, la todavía más breve pero también más ácida coda/alka-seltzer. La lectura digerida-digerida donde, en una frase punzante como escarbadientes, se resume y se escupe luego de masticar haciendo muecas.

En The Digested Read, Crace se propone como justiciero sin compromisos en una cocina “donde no se puede ni confiar en los críticos; porque el mundillo literario es muy pequeño y abundan las palmaditas en la espalda debido a que todos se conocen entre ellos”. Y apunta: “Al menos, con The Digested Read, ustedes saben dónde están parados. Yo no almuerzo con Salman Rushdie. O con su agente. O con su editor. Está claro que yo leo de manera diferente al resto de mis colegas; porque mi antena está orientada para captar tramas que no funcionan, pretenciosos tics estilísticos, y una completa falta de ideas. Lo cierto es que no tengo que inventar casi nada. El autor hace el trabajo por mí. Por lo que pido por favor a escritores y agentes y editores que sigan así. Su negocio es mi negocio”.

De tanto en tanto, advierte Crace, “he sido bueno”. Y agrega: “Pero muy de tanto en tanto. Es decir, un par de veces”. Y nunca mejor dicho: Crace muerde la mano que le da de comer. Pero le pagan por eso.

PLATO PRINCIPAL

¿Y quiénes son los tiernos blancos del duro John Crace? Respuesta: todos. En las 272 páginas de The Digested Read –menú ordenado según “ganadores de premios, cuentistas, (auto)obsesivos, deportes, memoriosos selectivos, queridos diarios, thrillers, ficción muy seria, sexo y sexo y sexo, ayuda y autoayuda, americana, literatura de tipos, literatura de tipas y más allá de lo verosímil”– próceres y héroes son dolorosamente cocidos, vivos y a fuego rápido, como langostas. El Código Da Vinci –ver recuadro– cierra el banquete como único ingrediente del inciso “y uno que se nos escapó” y, tal vez por eso, requiere casi el doble de la extensión habitual.

Pero antes de Dan Brown, son hechos pulpa y digeridos gente como Peter Carey, J. M. Coetzee, Allan Hollinghurst, Ian McEwan, Kazuo Ishiguro (la cocina digerida-digerida acaba describiendo a Nunca me abandones como “el triunfo del estilo sobre la sustancia”), Julian Barnes, Nick Hornby y sus 31 canciones (“31 apasionantes razones para no hacer listas”), el Sábado de Ian McEwan (“McCruel nos ofrece una McCajita Feliz”), John Le Carré, John Grisham, Martin Amis (su Experiencia es deshuesado como “Brillantemente escrito, altamente selectivo y episódico retrato de una vida muy pensada pero apenas sentida”), Michel Houellebecq, las Crónicas de Bob Dylan (“Las respuestas siguen flotando en el viento”, concluye Crace), Stephen Hawking, Paul Auster, Dave Eggers y su Una historia conmovedora, asombrosa y genial (“Una historia moderadamente lograda con básica habilidad”), Jonathan Safran Foer y su Tan fuerte, tan cerca (“Tan irritante, tan pretencioso”), Don DeLillo y Cosmópolis (“Un paseo por Manhattan tan mortal para nosotros como para el protagonista”), Sting (quien, en la reescritura de su biografía by Crace asegura que “La primera vez que escuché a los Beatles supe que alguna vez serían tan influyentes como yo” y cuyo Música rota es resumido como “La autobiografía tántrica: dura demasiado y sólo le interesa a su autor”), John Updike, Tom Wolfe, el último Asterix y hasta la flamante Constitución Europea: “Incontinente incompetencia para el continente”.

POSTRE Y CAFE

Y detalle pertinente: John Crace es autor de otros seis libros; pero ninguno de ellos ha aparecido en The Digested Read.

Y es que –es ciencia, es ley– el chef nunca se sienta a comer con los comensales.

Sobre todo, su propia comida.

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