Sábado, 20 de julio de 2002 | Hoy
Nada es casual con David
Bowie. Y mucho menos que en la tapa de su último disco aparezca
con los ojos gélidos de tanto mirar. El hombre, que durante años
vio antes que nadie lo que se venía en el camaleónico mundo del
pop, ha decidido su
transformación más inesperada: no mirar para ningún lado.
Y, una vez más, la vio antes que nadie.
Por Rodrigo Fresán
SUPER
YO
Bowie Clásico Circa 2002, proclama el sticker en la portada
de Heathen, su nuevo disco, donde el David más Goliat de todos aparece
con look de zombie fashion y como fotografiado por un clon de Man Ray. Y lo
cierto es que más allá de la boutade el slogan tiene
su verdad: con poco menos de cincuenta años de vida, el rock como especie
ha sufrido mutaciones que a otras razas les lleva siglos; y con poco más
de cincuenta años de vida, David Bowie es el perfecto representante de
esta patología pop siempre debatiéndose entre la necesidad de
mantenerse moderno para recién entonces poder considerarse clásico.
O viceversa.
Así, desde que tenemos memoria, Bowie como transformador desesperado
y Zelig adicto a la vanguardia. Su carrera puede ser leída como una sucesión
de metamorfosis espasmódicas que arranca con tropiezos en 1964. Consigue
el primer éxito en 1969 con una canción lunática para aprovechar
el furor Apolo 11 y 2001: A Space Odyssey (Space Oddity). En 1971,
abraza la manía referencial y lo que podría denominarse Camp David
con el brillante Hunky Dory (y sus guiños a John Lennon, Andy Warhol,
Bob Dylan, Lou Reed, su hermanastro psicótico y su hijito psicodélico
y siguen las firmas). Inventa un alter-ego de éxito como método
para hacerse universalmente famoso en 1972 con The Rise and Fall of Ziggy Stardust
and The Spiders from Mars. Explora el glam-futurista con Aladdin Sane (1973)
y Diamond Dogs (1974). Reinventa el sonido USA con Young Americans (1975). Descubre
Berlín y a Brian Eno con la hermética trilogía Low/Heroes/Lodger
(1977-1979). Se normaliza sin dejar de ser raro con Scary Monsters (1980), donde
explica cómo tiene que ser la música y la estética
de los ochenta para después abrazar el inconsciente colectivo mainstream
con el multimillonario Lets Dance (1983) y la megagira Serious Moonlight,
donde nada se pierde, todo se transforma aparece tan parecido al
casi niño que tocaba el saxo en The Kon-Rads. Por el camino, flirtea
con el satanismo (le preocupa especialmente lo que van a hacer unas brujas de
L.A. con su materia fecal), se vuelve muy cocainómano una vez y un poco
loco varias veces (la lectura de Una extraña fascinación, la biografía
de Bowie firmada por David Buckley, es una tan apasionante como graciosa investigación
sobre el desorden de personalidad múltiple como credo y estética)
y pasa buena parte de los ochenta y los noventa obsesionado por seguir siendo
el más moderno de todos los modernos sin terminar de decidirse por esto
o aquello o eso de más allá. Es entonces cuando incurre en actitudes
un tanto lamentables como la gira Glass Spider y su tan firme como breve renuncia
a su historia y catálogo para formar la efímera banda Tin Machine.
Después, en algún momento, David Bowie empieza a preguntarse en
voz baja, pero cada vez más alta, si no irá siendo hora de ir
pensando en ser menos moderno y más clásico. Mientras tanto mientras
espera que se instaure el Oscar al mejor actor rocker (que vendría ser
el Oscar al peor actor en cualquier otro género) se casa con la
modelo Iman, pinta, esculpe, sonríe con más o menos gracia en
alguna que otra película, perfecciona su admirado site en Internet, invierte
y casi siempre gana mucho en la Bolsa (donde sus canciones cotizan), revende
a buen precio una y otra vez a sucesivas discográficas sus viejos éxitos
y no tanto, y si se lo compara con, por ejemplo, Mick Jagger envejece
envidiablemente bien. David Bowie es Dorian Gray y Mick Jagger es el retrato.
A veces pasa.
ELLO
Los Beatles y Bob Dylan, ya se dijo. Los maestros. Bowie eterno buen alumno
ha pasado varias décadas y demasiados discos mirando a uno y a otro lado,
avanzando y retrocediendo en zigzag, cambiando de look y de drogas, convencido
de que valen más cien bowies volando que un bowie en mano y, como dice
una de sus canciones, subiendo por la colina de espaldas.
Brian Eno el autorizado equivalente pop al profesor Higgins de My Fair
Lady a la hora de sofisticar decenas de brutos en diamante define al espécimen
así: No sé si es posible acorralar la contribución
que Bowie ha hecho a la cultura pop en una sola cosa o faceta. Lo cierto es
que él ha hecho de este eclecticismo una forma de vida y convincente
especie de credo estético, y nos lo ha venido presentando del modo más
natural, como si se tratara de lo más normal del mundo. Y de ningún
modo suena o se ve como algo desprolijo y hecho a partir de pedazos rotos o
piezas sueltas. Lo cierto es que no se puede comparar a Bowie con otros iconos
como Elvis o Dylan. Presley jamás llegó a escribir una sola canción,
por lo que ése es un terreno en el que ni siquiera puede arriesgarse
a competir con David, quien ha firmado varias de las mejores canciones que andan
dando vueltas por ahí. Y Dylan no es gran cosa si se lo considera desde
el punto de vista de presencia en el escenario o capacidad teatral, así
que sus territorios ocupan sitios muy diferentes en el mapa. A mí me
parece que Bono admira mucho a David, pero Bono es tanto menos irónico...
Uno de los rasgos más importantes de David es la ironía. Bono
no es un ironista natural, así que no computa. Lo cierto es que, a la
hora de la verdad, Bowie no tiene gran competencia. Su territorio es completamente
inusual y él es un pionero a la hora de dedicarle máxima atención
a la imagen pero, también, máxima atención a las canciones
y a la composición. Algunas personas, el difunto periodista Lester Bangs
entre ellas, dijeron y dicen que Bowie no es más que puro y fugaz estilo
a la hora de alterar su superficie con ideas de segunda mano... Bueno, para
mí eso es la perfecta definición del pop. Un arte popular. Las
supuestas Bellas Artes son esas a las que podemos exigirles que sean completamente
originales mientras nos engañamos a nosotros mismos convencidos de que
su inspiración llega a nosotros directamente desde la cabeza de Dios.
Lo cierto es que, en la música pop, todos están todo el tiempo
escuchando a todos. Y Bowie probablemente sea el que mejor sabe escuchar.
No es casual si se lo piensa un poco que Bowie haya ofrecido un
vampiro convincente en la película El ansia y así, la atendible
paradoja de que el que más y mejor oye se haya convertido con el
correr de los años en el más y mejor oído, en la
influencia polimorfa y perversa a la que chuparle la sangre que tanto chupó.
En resumen: la acumulación de influencias y capas de pintura han hecho
de Bowie un freak multicromático a veces genial y a veces demasiado ingenioso;
y la influencia de Bowie en lo que vino después de él no
cuesta juntarlo con los Beatles y Dylan a la hora de una santísima trinidad
frente a la que todos se arrodillan desafía las posibilidades espaciales
de este suplemento a la hora de intentar un recuento de nombres más o
menos prolijo y exhaustivo.
(Entre paréntesis: hay un enorme y paradojal peligro en ser tan influyente
como David Bowie y esa paradoja peligrosa se pone de manifiesto en la nunca
del todo deseada por demasiado numerosa prole de la que suelen tener
que hacerse cargo los padres potentes y siempre en celo. A Bowie le han salido
varios hijos lindos y, también, una más que considerable cantidad
de horribles bastardos de esos que acaban ridiculizando la figura del progenitor
y, casi automáticamente, lo hacen lucir también ridículo
a la hora de revisar, y relativizar, antiguos logros o nuevos méritos.
Le sucedió a Dylan cuando lo acusaron de plagiar mal a Springsteen
con When the Night Comes Falling from the Sky a mediados de los
80, durante sus días más dispersos; va a pasarle a Peter Gabriel
cuando, en algunas semanas, saque su largamente esperado Up; y le ocurrió
a Los Beatles cuando, después de tantos años, grabaron esas dos
canciones nuevas para el proyecto Anthology y, horror, de golpe
y sin aviso descubrimos que ahora Los Beatles sonaban exactamente igual a cualquiera
de esas miles de bandas que se las habían pasado homenajeando
a los Beatles durante casi tres décadas. Es más: ¡Los Beatles
sonaban como la Electric Light Orchestra!)
Ser o no ser no es un interrogante atendible o complejo. Está claro:
Ser. Pero cabe pensar que, una vez dirimido lo anterior, hay días en
que David Robert Jones se mira al espejo y se pregunta ¿ser quién?
Y la respuesta David Bowie es todavía más complicada
que la pregunta.
YO
Y buenas noticias, creo todo indica que por estos días David
Robert Jones ya no se pregunta quién toca ser sino quién quiero
ser. Sutil, pero decisivo cambio de postura. Así de fácil.
No creo que jamás vaya a escribir mi autobiografía. Muy
complicado. ¿Y a quién puede interesarle? La gente se ha ido acostumbrando
a negar el pasado y el futuro. Han elegido el presente. Así son las cosas
y lo cierto es que esta actitud no me preocupa en lo que a mí respecta.
Lo cierto es que hace tiempo que ya no me preocupa cuál es el sabor de
moda, lo que no significa que haya dejado de tener sueños en technicolor.
Mis sueños son más brillantes que nunca, explica un Bowie
que acaba de despertarse.
Así de fácil. La sabiduría o la fatiga de materiales
comenzó a insinuarse a finales de 1999 con Hours... y la edición
del álbum instrumental All Saints 77-99 (a los que habían precedido
el auto/retro/referencial soundtrack para la serie de televisión The
Buddah of Suburbia y los muy y un poco experimentales Outside y Earthling).
La necesidad del viajero frecuente que descubre que ya le sobran las millas
se hace evidente ahora con Heathen. El merecido reposo del guerrero y
de nosotros donde lo sedentario se impone a lo nómade y Bowie se
sobrepone al virus de sus influencias para convertirse en su propio médico
de cabecera. En una entrevista, cuando le piden que beatifique al artista
más visionario de estos días, Bowie bosteza y responde:
Nadie. Pero también es cierto que ya no estoy buscando con tantas
ganas y entusiasmo. Una relectura maliciosa y entre líneas de esta
actitud revelaría, supongo, un: ¿Para qué voy a salir
a comer un Big Mac cuando en casa tengo faisán?.
En otra entrevista reciente, el artista más artista de todos explica
el estado de sus cosas: Cada vez pienso en lo poco que me va a gustarmorirme
y en lo mucho que me gustaría vivir 200 o 300 años. La madurez
te ofrece cada vez menos preguntas. Pero esas pocas preguntas están cada
vez mejor formuladas. Probablemente sean preguntas más importantes y
las respuestas sean más difusas, porque de lo que se trata ahora no es
de qué hacer con tu vida sino de cuál es su verdadero sentido.
¿Para qué sirve? ¿Y quién hace mejor ropa: Gucci
o Armani?.
En Heathen, un Bowie bien vestido opta por reforzar su autorretrato a partir
de las piezas del rompecabezas del paisaje. En realidad, es un otro
juego perverso del siempre perverso Bowie, que esta vez invita a que lo miren
cansado de ser voyeur. Así, las doce canciones de Heathen más
bonus-track no son otra cosa que la banda de sonido para alguien feliz consigo
mismo y feliz de ya no tener que demostrar nada, aunque un tanto oscurecido
por la resignación crepuscular de haber cruzado el ecuador de la vida.
Abundan, por supuesto, las contraseñas para connaisseurs del mito: el
regreso de un productor legendario (Tony Visconti), guitarras paradigmáticas
(Pete The Who Townshend y Dave Nirvana Grohl), versiones
de temas ajenos cuidadosamente escogidos (la contracultura de los Pixies, la
veteranía sólida de Neil Young, la revelación freak del
Legendary Stardust Cowboy), remezclas à la page a cargo de Moby y de
Air, referencias veladas a aquel 11 de septiembre y aquí y allá
versos como mensajes apenas cifrados para poder decodificar lo que pasa por
su corazón y su cerebro: Nada permanece, todo ha cambiado y nada
cambia, Algunos de nosotros siempre nos quedaremos atrás,
en el espacio sigue siendo 1982: esa broma que siempre supimos, Oh,
estos son días más que extraños, Creo en los
Beatles, creo en que mi pequeña alma ha crecido, Estoy cambiando
de trenes, saltando rieles, alterando mi tiempo, Exijo un futuro
mejor, ¿He mirado por demasiado tiempo?. Y, ya saben,
el rock empieza siendo extrovertido y acaba introspectivo. El rock como
el universo, como la vida se contrae. Así que por qué no
cantarle a todo eso con esa histriónica y suntuosa voz de crooner replicante
y cyber-Sinatra caído a la Tierra que comprende cansado de tantos
años de alien profesional que la Tierra no está tan mal
después de todo y, por las dudas, compagina el lanzamiento de Heathen
con la reedición conmemorativa del 30º aniversario de Ziggy Stardust
en cajita y con librito y disc extra, porque el tiempo nunca se pierde y el
pasado siempre se recupera.
David Robert Jones siempre fue muy bueno para eso y cuando Dylan se asume
como inalcanzable gran patriarca-tahúr electrizado y McCartney les canta
a los bomberos de Manhattan David Bowie ha descubierto, circa 2002, vestido
por Gucci o por Armani, todo junto ahora, que no hay nada mejor ni nada más
clásico y moderno que ser uno mismo.
Por fin.
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