Domingo, 12 de marzo de 2006 | Hoy
CINE > CASANOVA, EN PAREJA
Comediante, niño prodigio, preso, prófugo, estafador, viajero, bibliotecario, favorito de la Corte, amigo de Voltaire y de Mozart y –sobre todo y sobre todas– amante impenitente, Giacomo Casanova es un gran personaje esperando una gran película. Bob Hope, Tony Curtis, Richard Chamberlain y Frank Finlay probaron; Donald Sutherland le dio pathos; y Marcello Mastroianni, melancolía crepuscular. Ahora, Heath “Secreto en la montaña” Ledger lo muestra como nadie: asentado y enamorado de una sola mujer.
Por Rodrigo Fresán
Pocos personajes más ricos y nutritivos. A saber: Giacomo Girolamo Casanova (Venecia 1725 / Dux, Bohemia –actual Duchcov, República Checa– 1798.) Hijo de comediantes, niño de intelecto inquieto educado por religiosos quien, a los once años, tradujo un pentámetro latino y a los quince escribió sendas tesis sobre derecho civil y derecho canónico. Autor de una historia sobre la violencia política en Polonia durante su paso por ese país. Preso en Venecia, acusado por la Inquisición de mago oscurantista (en realidad todo se debió a una estafa a un poderoso), protagonista de una fuga magistral e irrepetible de los calabozos de los Piombi dejando atrás un primer tramo de sus memorias escritas en láminas de plomo. Viajero por toda Europa y buena parte de Oriente. Creador de la Lotería Nacional de Francia, inventor de anticonceptivos (a sus amadas les introducía una bolita de sesenta gramos de oro para que no quedaran embarazadas), amante de las ostras (a las que bendijo como afrodisíacas), favorito de Luis XV, secretario del cardenal Acquaviva, compañero de cama de la Marquesa de Pompadour, amigo de Voltaire y de Mozart (se dice que colaboró en la puesta en escena y en el libreto de Don Giovanni), desenmascarador del Conde Saint-Germain, bibliotecario exquisito del Conde Waldstein y, por encima de todo y de todas, amante serial.
TODAS JUNTAS AHORA
Y no existe un número preciso en cuanto a la cantidad de damiselas que supo catar el veneciano (los cautos suman 125, los entusiastas las cuentan por miles), pero hay cierto consenso en que, fueran las que fueren, todas resultaron felizmente satisfechas y eso es lo que importa.
Y, de acuerdo, engañó pero también fue engañado porque –como precisa en el prefacio a sus Memorias– “por lo que toca a las mujeres, se trata de engaños recíprocos que no entran en la cuenta, porque cuando el amor se mete por medio, es cosa común que los unos se engañen a los otros”.
Del mismo modo, Casanova estafó y fue estafado: “He vaciado el bolsillo de mis amigos para atender a mis caprichos, porque estos amigos tenían proyectos quiméricos y, al hacerles confiar en el éxito, esperaba curarles de ellos desengañándolos. Yo los engañaba para volverlos prudentes, y no me creía culpable, porque nunca actuaba por avaricia. Empleaba en pagar mis placeres las sumas destinadas a conseguir posesiones que la naturaleza hace imposibles. Me sentiría culpable si hoy fuera rico; pero no tengo nada, todo lo he tirado, y esto me consuela y me justifica. Era dinero destinado a locuras: no he cambiado, pues, su destino al utilizarlo para las mías”.
Y, por supuesto, con semejantes argumentos, tantos años más tarde, el cine lo descubrió y fue seducido por sus hazañas de película.
PONER EL CUERPO
Y está claro que Casanova –intérprete de sí mismo a tiempo completo, máscara sobre máscara, eufórico mito en vida, titán de la horizontalidad– es un papel por el que todo intérprete suspira de deseo. El misterio es que su memoria no haya resultado en grandes films: Bob Hope y Tony Curtis y Richard Chamberlain (acompañado por Hanna Schygulla, Faye Dunaway, Ornella Mutti y Sylvia Kristel) lo invocaron con la poca gracia que los caracteriza; Frank Finlay lo interpretó en una miniserie para la siempre eficiente BBC; la caracterización de Donald Sutherland fue lo más impresionante para la un tanto autoindulgente versión de Federico Fellini, y quizás el mejor de todos haya sido el Casanova otoñal que jugó Marcello Mastroianni en La noche de Varennes, de Ettore Scola.
Y ahora –tal vez así, inconscientemente, reafirmando su hombría para que nadie piense cosas raras luego de Brokeback Mountain– llega el Casanova de Heath Ledger dirigido por el sueco naturalizado hollywoodense Lasse Hallström. Y me da la impresión de que este Casanova le hubiera gustado a Casanova. Casanova no es una gran película ni pretende serlo. Casanova quiere ser una película muy divertida y lo consigue. Puntos a favor: Hallström es algo más que un buen artesano (recordar Mi vida como perro o Las reglas de la casa de la sidra), es un talentoso director de elencos (ahí están esas películas “de tribu familiar”, como Once Around y Something to Talk About), buen amante (siempre que puede mete en el reparto a su esposa Lena Olin) y con un sentido del ritmo más que interesante. Y está Venecia (que en un principio iba a ser refundada en los cada vez más frecuentados estudios de Praga, pero se concedieron los permisos y así Casanova es la primera producción a la que se le permitió filmar un Carnaval en la Piazza San Marco) y una muy buena reconstrucción de época circa 1753. Y el soundtrack de Alexandre Desplat falsificando con gracia partituras barrocas a la vez que rescatando greatest hits de Albinoni y Corelli y Vivaldi. Y un grupo bien elegido: Jeremy Irons como el malvado obispo Pucci (que ya ofendió a los católicos fundamentalistas de turno), Oliver Platt como el noble Papprizzio (que en principio la juega de tonto, pero finalmente resulta astuto), y la muy de moda Sienna Miller como la formidable Francesca Bruni (reciente protagonista de un conflicto de alcoba con su ex, el antipático y sollozante seductor Jude Law). Y acaso lo más importante de todo: un vertiginoso y vaudevillesco guión de Kimberly Simi y Geoffrey Hatcher (los rumores dicen que Tom Stoppard dio una mano metiendo mano) que parece el producto de las poluciones de un Shakespeare borracho o pasado de opio, pero Shakespeare al fin (múltiples guiños a Mucho ruido y pocas nueces y La fierecilla domada y Noche de reyes y hasta El mercader de Venecia) abundando en puertas que se abren y puertas que se cierran, villanos ecleciásticos, ingenios aéreos, criados todo servicio, imposturas varias, mujeres disfrazándose de hombres, actores entrometiéndose en la realidad, pretendientes que cambian fácilmente de pretendidas, juicios varios y un final feliz donde todos huyen corriendo por puentes y canales. Sumarle a todo esto el aire acondicionado de su sala amiga y no creo que haya programa mejor para un domingo a la tarde.
HAY AMORES QUE ATAN
Y lo más curioso de todo: Casanova –farsa hiperkinética y comedia buffa– no es un film que se centre en la promiscuidad del personaje sino en un único y, por una vez, muy deseado amor. En este sentido, con Casanova encontrando a su par –tan adelantada a su tiempo como él en la muy inteligente y, de paso, hermosa Francesca Bruni–, Casanova resulta inesperada y seductoramente feminista. Porque lo que aquí se cuenta es el momento en que el insaciable amante descubre la posibilidad de un amor que, por fin, lo contente y lo conduzca a yacer entre las sábanas donde reposa –pero no descansa– el guerrero. De este modo, Casanova recuerda un poco a Shakespeare in Love –la sensación de teatro dentro del teatro con la acción constantemente puntuada por marionetas y bambalinas con una aproximación de Heath Ledger (correcto, pero uno se queda con ganas de un Casanova más experimentado y curtido como George Clooney) cercana al Scaramouche de Stewart Granger o a El tulipán negro de Alain Delon. Es decir: Casanova casi como superhéroe popular cuyo título y poderes se heredan de generación en generación y que aquí son transferidos al joven hermano de Francesca convenientemente llamado Giovanni.
Y queda la duda de si este Casanova –retirado y navegando hacia el horizonte de la fidelidad junto a la mujer de su vida– acaba feliz y realizado. O si la calentura de la fidelidad y el haberse enamorado de una mujer que se disfraza de filósofo macho para condenar la promiscuidad no será apenas un capricho pasajero. Quién sabe.
Una cosa es segura: Casanova lo supo antes que Los Beatles y lo cantó a lo grande.
Todo lo que necesitas son amores.
Heath Ledger no para con el amor: de Secreto en la montaña a Casanova.
Debajo, algunos Casanovas anteriores: Frank Finlay, Richard Chamberlain, y Mastroianni.
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