Sábado, 3 de agosto de 2002 | Hoy
PERSONAJES
Habría que buscar mucho para encontrar un músico de rock argentino que no haya estado de un modo u otro relacionado musicalmente con el Mono Fontana. A los trece años ya tocaba en Madre Atómica con Lito Epumer y Pedro Aznar. Después pasó a la banda del Nito Mestre post Sui Generis. En el camino, abandonó la batería y pasó al piano. Aprendió a tocarlo con una cartulina y terminó recibiendo la bendición de Herbie Hancock. Entonces se sumó a Spinetta Jade. Además, fue socio fundador de la Hallibour Fiberglass Sereneiders, el grupo de Alfredo Casero. Y Socio del Desierto con Spinetta. Junto a quien tocará en el Colón a fin de mes.
El jade
Mono Fontana es incapaz de calcular en cuántas grabaciones ha participado,
ni de cuántos músicos ha sido sideman. Pero habrá que buscar
mucho para encontrar un músico de rock argentino que no haya estado alguna
vez en contacto musical con él. En el principio, a los trece años,
estuvo en Madre Atómica, con Lito Epumer y Pedro Aznar. En ésa
época para mí salir del barrio era como ir a Chicago. A Pedro
lo conocimos porque un amigo del cole nos dijo que él tocaba bien blues.
Nosotros no tocábamos blues. Hacíamos una especie de fusión
de cosas. Podíamos tocar varios instrumentos y la música tenía
distintas zonas: tango, folclore, cosas tipo Hendrix.
El paso de la batería al piano, a los veinte, fue tan causal o
habría que decir, como él cree, premeditado, algo que Dios le
puso en el camino como el destino anterior de la batería. Cuando
yo tocaba con Nito Mestre, que acababa de dejar Sui Generis, ensayaba y disponía
de teclados que en ese momento tenían solamente Charly o Palito. Eran
muy caros. Nunca me llamaron la atención. Acá venían un
montón de músicos, y siempre faltaba un tecladista. Yo tocaba
también la viola, y entonces con mucho esfuerzo armé un tono de
la viola en el piano. Ponía un dedo, y después otro. No sabía
ni el nombre de las teclas. Cuando venían los demás yo tocaba
solamente ese tono. Sabía cómo y cuándo usarlo, pero no
sabía cómo desarmarlo. Estuve así un año y medio.
El remisero que me llevaba con Nito era batero y una vez conseguí hacer
con él otra cosa: dos tonos. A partir de ahí dije: si pude hacer
esto, no paro más. Todo lo que sé lo aprendí solo. Jamás
estudié nada. Cuando los demás se fueron a ensayar a otro lado
y se llevaron el piano, con una cartulina me armé un teclado y puse los
nombres de las notas, cosa que si iba a la casa de otro y había un piano
yo tenía mi cartulina y sabía dónde estaba el do. Era como
Braille. Asífui aprendiendo. Una vez encontré en un boliche media
carilla de una música de Bill Evans y con eso aprendí mucho. Tenía
cero habilidad, pero se ve que Dios me probó.
Inaugurado en 1978, en San Telmo, el local Jazz & Pop gozó en su
momento de casi todos los atributos que conforman la mitología del reducto.
Allí Mono Fontana se enfrentó cara a cara con las ecuaciones armónicas
del jazz, ya no moderno sino contemporáneo. Yo empezaba a tocar
el piano y tenía que tocar con tipos que hacía años que
tocaban esos instrumentos. Entonces tenía que aprender no sólo
un lenguaje nuevo sino también el instrumento que había decidido
tocar. Otra cosa que le agradezco también a Dios es haber estado rodeado
siempre de grandes músicos. Poco tiempo después, durante
un workshop en el Teatro San Martín, recibiría la aprobación
de Herbie Hancock.
Sin embargo, Mono Fontana no se concibe como pianista. Aunque para el
Colón me consiguieron un piano acústico, cuenta a propósito
del espectáculo que presentará con Spinetta. Muchas veces,
cuando estábamos de gira, se daba de tocar cosas en dúo para los
mismos músicos con los que estábamos girando. Lo especial de esta
vez va a ser que se escuchará música que Luis nunca toca. Todavía
no está la lista definitiva, pero hay temas de todas las épocas,
y para Luis debe tener un significado especial tocarlos en esa circunstancia
y en ese lugar, con un sonido más camarístico. Por ejemplo, A
Starosta, el idiota, de Artaud, que es como esos temas de los Beatles
que ellos nunca tocaron en vivo. También adaptaciones al formato con
Cardone y conmigo de músicas que tenían inicialmente otro vestido.
Puede haber también algún estreno. Música de la época
de Almendra, o que fue concebida para Almendra, y que no se grabó.
No hace falta decir que admira a Spinetta: Musicalmente, a mí me
gusta la gente que corre riesgos. Luis es distinto, está en otro lado.
Lo conocí en un lugar de Palermo Viejo recuerda al que él
venía a escucharnos. Ibamos a comer pizza a Angelín. Ahí
fue más o menos cuando empezamos a tocar. Era la época de Bajo
Belgrano. Bajo Belgrano (1983) fue el anteúltimo disco de Spinetta-Jade.
Sí, él ya estaba con Jade, pero quería armar otro
Jade. Me había llamado muchas veces; yo tocaba con Nito, ganaba bien,
y no me animaba todavía a subir ese escalón; quería ser
mejor músico. Finalmente entré cuando tenía alrededor de
veinticinco años. Por esa época aparecieron también un
montón de cambios en cuanto a cómo hacer un disco, preocuparse
por el audio. Luis fue uno de los primeros en masterizar un disco, usar baterías
electrónicas, esas cosas. Lo que yo tenía que aportar al último
período de Spinetta Jade estaba relacionado con los teclados. Pero al
mismo tiempo a mí me gustaba escuchar la viola de Luis, entonces hice
algo medio subliminal, que está más por atrás. No me gusta
llenar.
Revolution
Podrían introducirse diferencias mínimas aunque decisivas en la
frase: la causalidad que otros llaman Dios. O la causalidad que otros llaman
azar. O bien, mejor, la casualidad, que otros llaman Dios. Mirá
lo que es la mentalidad de un chico. Me compré dos discos que fueron
para mí importantísimos. La Cuarta Sinfonía de Charles
Ives la compré porque en la tapa había un monito que tocaba la
batería con la mano izquierda igual que yo. Me volví loco. No
sabía ni de qué era ese disco. Y ese mismo día me compré
también un disco de Bill Evans en Montreaux, que dice Bill Evans escrito
en cursiva. Yo estudiaba caligrafía en el colegio, y dije: Uy, esa letra
es como la mía. Por eso lo compré. Soy el resultado de todas esas
casualidades.
Faltaba una más, la bisagra tal vez, para articular esa constelación
que empezaba a incluir ya la música de tradición escrita y la
improvisada: The Beatles. Fueron siempre algo muy especial. Cuando me
compré la primera batería, en el mismo lugar compré A Hards
Day Night. Era casi lo mismo:la bata y un disco. Con la demora que había,
escuché primero las últimas cosas, y después conseguí
las más viejas. Primero Revolver y después For Sale. Desde Revolver
hubo algo especial. En mi música hay cosas de lo que se llama ahora world
music o música del mundo, pero la influencia directa de eso me llegó
de la música incidental de Help!, de esos músicos hindúes
tocando música de los Beatles. Lo que hago tiene que ver con esa época
experimental de los Beatles. Antes, incluso, que con tipos que cambiaron la
música como Miles Davis. Esa época engendró en mí
más que cualquier cosa sofisticada del jazz. Y es cierto: el repertorio
de procedimientos y experimentos formales procede de la cinta pasada al revés
de Im Only Sleeping, de los graznidos de Tomorrow Never
Knows, de I Am The Walrus, del despertador de A Day
in the Life y, claro, de la totalidad de Revolution 9: loops,
efectos de todo tipo, registros de fuentes no musicales.
Hoy, el Mono convierte en motivo de orgullo el hecho de ser un blanco fácil
tanto de los prejuicios del jazz como del rock. No puedo estar en un solo
lugar. Soy como Zelig, dice mientras busca una cita en un libro. ¿Qué
tienen en común Armstrong, Ellington, Dizzy Gillespie, Miles Davis, Ornette
Coleman, Coltrane? Todos fueron innovadores. Innovar es la tradición.
Soy más bien una degeneración. Me fascinan los Beatles,
los Carpenters, Bernard Herrmann, el tipo que escribía la música
de las películas de Hitchcock. Soy un poco como la tapa de Sgt. Peppers.
El peso
del ciruelo
El texto sin firma y cuyo autor Mono Fontana se resiste a revelar
iguala acción y desarrollo. Como el ciruelo, el paradigma de la acción
es vencido por su propio peso. El crecimiento es lento pero el desprendimiento
sucede en un instante. Ciruelo (1998) se llama entonces su primer cd, inverosímilmente
tardío, en el que intervienen también el percusionista Santiago
Vázquez y el celista Martín Iannaccone. Tardé mucho
tiempo. Y no fue por falta de posibilidades. Simplemente mi tiempo es más
lento que el de otros. Fue poco después de la época de Hallibour
Fiberglass Sereneiders, el grupo de Alfredo Casero que integraban además
Lito Epumer y Javier Malosetti. Harto de los menguados ingresos derivados de
un proyecto colectivo y transido por la muerte de un hijo al poco tiempo de
nacer, decidió tocar solo. Quería hacer como los saxofonistas
que llegan con un estuche, lo abren y tocan. Dije: voy a llevarme un solo teclado.
Toco siempre con el mismo teclado. Es, no sé, como mi baño. ¿Lo
viste? Mirá. Sobre el teclado hay cosas. Pescaditos de plástico;
una de esas lunas fosforescentes que se pegan en el techo y brillan en la oscuridad;
un regla que dice Milena, el nombre de su hija. La tengo desde
antes de que naciera. Nunca más encontré nada con ese nombre.
Un rato después mostrará también una cajita china con dos
grillos metálicos que se activan con la luz (en el Unplugged los
hice sonar, aunque no se escuchaban) y un caleidoscopio diminuto nacido
de un huevito Kinder (¿te acordás del final de Help!? Bueno,
se ve igual). Pero eso no es nada en comparación con lo que hay
dentro del teclado.
Spinetta escribió que Mono Fontana toca con el silencio. Que acomete
las notas desde abajo, desde donde no se han creado. Las dota de un sentido
que las precede. Y... duda Debussy dijo que la música
es el silencio que hay entre nota y nota. Es una pausa. En esa pausa hay algo,
una cosa. Si se trata de una cuestión de colores y texturas, el
sintetizador funciona como una paleta. Cuando ves una pintura, por ahí
no ves el árbol, la casa, la chimenea y el caminito, la rugosidad de
una túnica. Hay cosas que vas descubriendo de a poco.
Pone un minidisc con el ladrido persistente y circular de un perro. Después
otro con sirenas que anuncian la inminencia de un bombardeo. Toca unos acordes.
El efecto es perturbador. Es lo que tiene la música que yo hago.
Es toda una cosa. Desde chico, cuando toco no escucho solamente lamúsica;
escucho también el fondo, lo que está alrededor. Cuando
estaba en Madre Atómica solía portar unas pastillas de Redoxon
con las que hacía una especie de efervescencia. Después
empecé a recopilar casetes con sonido ambiente. Los usaba en vivo con
un grabador con pilas viejas que hacían patinar la cinta. Muchas veces
no había micrófono y el único que escuchaba esos ruidos
era yo. Pero necesitaba ese fondo, ese ambiente. Algunos me preguntan por qué
no toco un solo. Pero lo que yo hago es distinto. Instalo determinado ambiente
de fondo, y toco sobre eso, sobre lo que en mí produce eso. Es un lugar.
Trato de generar un lugar, en el que entrás y hay muchas cosas.
A esa espacialidad remite Sonidos de papel, el espectáculo
que presenta los sábados en dúo con la cantante Graciela Cosceri
y el plus visual del ilustrador Juan del Río. También la musicalización
de películas en vivo que hace en el Malba. Algo que se remonta a muchos
años atrás, cuando le bajaba el volumen a las películas
de trasnoche y le ponía música a las imágenes de Luis Sandrini
o John Wayne.
Más tarde tocará también Norwegian Wood con
el timbre de una caja de música y con el sonido chupado de
una grabación pasada en reversa. Y hablará de la combinación
de una gotera, un ruido de feria y la voz de Catherine Deneuve. Si pudieras
ver eso en una imagen es algo terrible: la mina recitando algo de no sé
qué poeta francés, gente vendiendo cosas y la gotera. Y eso me
afecta cuando voy a tocar. Tengo todos los sonidos separados, y según
los ordene me van a sugerir cosas distintas. En otros temas pueden filtrarse,
entre grillos y diálogos de películas, los primeros compases de
La consagración de la Primavera de Stravinsky, por ejemplo.
Me gusta que se escuche mi música como si se estuviera viendo una
especie de película dice. Cuando uno mira una película
a veces no presta atención a cómo están vestidos o a qué
hay en el fondo. Aunque cinematográfica, la noción de profundidad
de campo puede resultar bastante precisa para explicar la música de Mono
Fontana, especie de Orson Welles musical para quien cada sonograma deviene palimpsesto
en 3D. Después de todo, el cine y la música comparten la extensión
en el tiempo. Sólo que Mono Fontana superpone los tiempos y propicia
en su música una ilusión de espacialidad. Un vaivén entre
las imágenes del sonido y los sonidos de la imagen. O, en sus palabras:
Yo hago música para película. Pero la película no
está.
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