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Domingo, 2 de julio de 2006

NOTA DE TAPA

El confesionario

Ya desde hace un tiempo las diferentes formas del arte parecen compartir un denominador común: la cotización en alza de la intimidad. Libros de flagrante intención autobiográfica, películas armadas con material familiar casero, obras hechas con los remedios y las sábanas del artista, sitios en Internet de desembozada indiscreción... Radar ofrece un relevamiento de los
ejemplos y las causas que dan forma a este nuevo signo de los tiempos.

 Por Mariana Enriquez

Por algo se llamaba “El confesionario”. Los habitantes de la casa de “Gran Hermano” iban allí sobre todo a hablar mal de sus compañeros, pero el nombre de ese espacio sugería algo más: lo que realmente se quería ver en el programa era la intimidad de ese grupo viviendo en la cotidianidad y, de ser posible, que sacaran toda la ropa sucia posible sobre su “vida afuera”. Antes, el talk-show –hoy un poco en decadencia– hacía lo mismo: los participantes confesaban sus miserias y, preferentemente, se agarraban de los pelos si la pasión lo ameritaba. Según Leonor Arfuch, los medios de comunicación y en especial la TV son los encargados de la construcción pública de una nueva intimidad “que se ofrece como un consumo cultural fuertemente jerarquizado”. Y así es. La intimidad visible y los géneros íntimos viven un auge en los últimos años, ampliado, por supuesto, por la aparición de las nuevas tecnologías. Hoy, cualquiera puede registrar su vida en video y hacerla película con un sencillo programa de edición digital; cualquiera puede escribir su día a día en los múltiples servicios de la web, desde los weblogs hasta livejournal o myspace. Cualquiera puede colgar sus fotos de la red, gracias a las cámaras digitales y los sitios como flickr.com o los fotologs. Y aunque es difícil aventurar qué fue primero, lo cierto es que la hipercomunicación ha producido una escalada de la subjetividad y la narración de lo íntimo-privado aparece en todos los medios, desde la literatura hasta la web, pasando por la plástica, la fotografía, el cine, los medios de masas. Quizás esta visibilidad de lo privado se inscriba en un nuevo escenario de pluralismo global, una multitud de narrativas vivenciales que desafían el umbral de lo público y lo privado. En cualquier caso, las vidas “reales”, las experiencias, las anécdotas se cuentan, circulan y se consumen cada vez más ávidamente. ¿Signo de los tiempos? Hay suficientes ejemplos para considerar que tal vez sea así.

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