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Domingo, 2 de julio de 2006

NOTA DE TAPA

Mi mundo privado

Montada con material familiar filmado en Súper 8 y video desde su infancia y completada con apenas una grabadora y una computadora, Tarnation es la película de Jonathan Caouette en la que el director reconstruye su vida con una madre esquizofrénica y el miedo a la enfermedad mental. A punto de estrenarla en Buenos Aires, Caouette habló con Radar desde Nueva York sobre su película y el auge de la vida privada expuesta al público.

 Por Mariana Enriquez

La aparición de la intimidad en cine y teatro da lugar a narrativas experimentales. Sobre los escenarios, en Argentina es emblemático el ciclo Biodrama de Vivi Tellas, con puestas en escena –de distintos directores– donde intervienen personas que proponen un guión o representan personajes de su propia vida (por ejemplo, la puesta Cozarinsky y su médico, con el escritor y director de cine Edgardo Cozarinsky y su médico personal en una charla que era también historia de vida). En cine, el uso del video y la tecnología digital permite atisbar un nuevo cine, donde se mezcla lo biográfico, lo testimonial y lo ficcional. En nuestro país también apareció en distintas encarnaciones: el mejor ejemplo es el ensayo sobre la memoria Los rubios de Albertina Carri que roza lo testimonial y lo político.

Pero quizás en cine se puede decir que el dominio de la subjetividad está mediado por la tecnología; sobre todo en Estados Unidos, donde desde hace más de treinta años las clases medias pueden registrar en películas caseras sus vidas cotidianas, los cineastas tienen un material de archivo formidable; y ahora empieza a usarse, cuando por tono de época lo autobiográfico en cine no se considera un ejercicio narcisista, sino una exploración.

Hay varios ejemplos de uso de películas caseras para construcción de una narración: Fishtank (1998), del fotógrafo inglés Ray Billigham, un documental tierno y grotesco sobre su familia disfuncional; o Put The Camera on Me (2003) de Darren Stein y Adam Shell, una crónica sobre la infancia de los directores en Encino, California, vista a través de filmaciones caseras. Pero la película que deslumbró por su uso único de lo íntimo fue Tarnation, del director texano –ahora vive en Nueva York– Jonathan Caouette, que se estrena en Buenos Aires el próximo 6 de julio. La historia es impactante: crónica de su vida con una madre esquizofrénica y abuelos bastante desequilibrados, reconstruye su infancia con películas en Súper 8 de archivo (se lo ve travestido, a los 8 años, jugando/actuando frente a cámara a una mujer desesperada que bien podría ser su madre) y llega hasta la actualidad, con Jonathan y su pareja gay lidiando con la enfermedad mental y sus propios miedos de perder la cordura también. En charla con Radar desde Nueva York, Caouette asegura que, en efecto, la película le costó un poco más de 218 dólares, y que todavía no puede creer que Gus Van Sant y John Cameron Mitchell hayan decidido ser productores ejecutivos de una película tan pequeña y tan impactante.

¿Cuándo y por qué empezaste a usar una cámara cuando eras chico?

–Aun antes de tener una cámara, como el chico extraño que era, me la pasaba en el patio diciéndole a mi familia “Déjenme solo, estoy haciendo una película”. Para mí eso significaba estar solo actuando como un chico autista, hablando conmigo mismo, representando diferentes canciones y escenas, personajes, hasta inventando bandas sonoras. Estaba en mi propio mundo, literalmente, como una forma de escapismo. Otra cosa que hacía cuando tenía 10 años, en los días antes de la videocasetera, era ir al cine con mi abuelo, grabar el audio de la película, después volver a casa, escucharlo, y dibujar las escenas de la película basadas en el audio. Cuando finalmente conseguí mi primera Súper 8 de segunda mano gracias a mi abuelo, empecé a hacer imitaciones de las películas de terror que veía tarde en televisión. Cuando descubrí las películas de Paul Morrisey, Alejandro Jorodowsky y John Waters, a los 13, me di cuenta que quería hacer ese tipo de películas... se transformaron en mis nuevas “películas de terror”. En realidad, desde los 4 años sé que quiero hacer películas. Nunca filmé por diversión. Quizá un poco al principio, pero eventualmente filmar cosas tuvo un propósito de vida o muerte para mí. Siempre fue un mecanismo de defensa y una manera de sentir que tenía control sobre mi vida, para defenderme del afuera y disociarme de los horrores que me rodeaban. Filmar me salvó la vida. Si no tuviera que comer, dormir, pasear al perro y cuidar a mi madre y mi abuelo a diario, lo único que haría sería hacer películas.

¿Dirías que Tarnation también es una catarsis?

–Fue profundamente catártico hacer la película, pero hay que recordar que la catarsis del film ya no importa, porque vivo con la “secuela” a diario: mi novio David y yo tenemos a mi madre y mi abuelo en casa, desde hace casi un año ya. Todo es, y fue, terriblemente complicado. No sé si siento que me expuse demasiado en la película, pero definitivamente fue un cambio del paradigma de nuestras realidades.

¿El proceso de hacer y mostrar la película fue estresante?

–Hacer la película, y que exista, siempre me puso nervioso. Lo único que me tranquiliza es que pienso que la historia se trasladó de buena manera a otra gente. La respuesta a Tarnation del público ha sido al mismo tiempo sobrenatural y milagrosa. “Milagro” es una palabra que rara vez uso, pero cuando pienso en todo lo que pasé en mi vida, y que el año anterior a la película era portero de una joyería de la Quinta Avenida, la forma en que la película creció, y cómo crecí yo, fue un milagro. Recuerdo que, al principio, en Sundance, la gente se me acercaba y me abrazaba fuerte, sin decir una palabra. Se conectaban de una forma real y visceral. Es difícil ver que la gente se conecte en general, y que un público tenga su propia catarsis emocional al ver Tarnation me supera y me hace sentir humilde. Después de verla, la gente me cuenta sus propias historias personales sobre lidiar con enfermedades mentales o depresiones, o sobre alguien en sus familias que tuvo una sobredosis de litio o PCP, y compartimos esa experiencia de supervivencia. Sabía que tenía una historia importante para contar, y estoy agradecido de que se conozca. Porque quiero que la gente entienda y tenga empatía; tienen que entender que los enfermos mentales realmente sufren. Es como cualquier otra enfermedad.

¿Tuviste miedo de que la película se considerara explotación, o que te acusaran de utilizar a tu familia?

–Creo que la explotación sucede cuando alguien viene de afuera a “explotar” una historia ajena. Esto es mi mundo, en el que vivo desde hace 33 años. Y sigue siendo muy difícil. Si no tuviera algún tipo de descarga sobre lo que me ha sucedido, hubiera metido la cabeza en el horno hace años.

Blogs, myspace, películas como Capturing the Friedman’s o Put The Camera On Me... hay una cantidad de autorreferencialidad actualmente. ¿Cómo se traza la línea para trabajar con lo personal sin que sea un ejercicio narcisista?

–Es difícil trazar la línea entre lo autorreferencial y tener algo para decir. Es algo muy tramposo. De lo que estoy seguro es de que nunca lo pensé como un ejercicio de narcisismo. Tengo demasiados complejos para ser una persona vanidosa o narcisista. Sólo quería asegurarme de contar la verdad y no aferrarme tanto a mi propia imagen. En realidad, es la historia de mi madre más que otra cosa. Y para justificarme como cineasta y separarme un poco del apego emocional con el material, usé la tercera persona para la narración en off. También la usé para denotar una expresión de lo que ha sido para mí vivir con un desorden de despersonalización durante tantos años.

¿Dirías que Tarnation es un documental?

–No, es una película experimental. Tiene demasiados elementos que violan el género... pero al mismo tiempo lo que se cuenta es real. Es algo difícil de contestar, e incluso de comprender. Lo que sí creo es que de alguna manera cuestiona el sistema de hogares sustitutos y las instituciones psiquiátricas norteamericanas. Y aunque no fue consciente, creo que terminó teniendo una mirada sociológica. Este país todavía no está preparado para lidiar con la enfermedad mental. Y alguien debería hacer un documental sobre eso. Yo no, porque sólo quiero hacer películas narrativas o experimentales.

¿Estás de acuerdo con Coppola, cuando dice que el nuevo genio del cine será un chico en casa usando las nuevas tecnologías, computadoras, video y demás?

–Sí. Y espero que de alguna manera mi película sirva como inspiración para los jóvenes para que se den cuenta que no hay más excusas en absoluto. Toda la tecnología que nos hace falta está al alcance de la mano, en el local de la vuelta de la esquina. La parte principal de Tarnation se hizo con una cámara casera de Súper 8 comprada en oferta. Y es cierto que todo costó poco más de 200 dólares. Si hay una buena historia para contar, cualquiera puede hacer una película hoy.

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“Fue profundamente catártico hacer la película, pero la catarsis del film ya no importa, porque vivo con la ‘secuela’ a diario: mi novio David y yo tenemos a mi madre y mi abuelo en casa.” Jonathan Caouette
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