Domingo, 23 de julio de 2006 | Hoy
OFICIOS > DANIEL SUDALSKY, EL ANTICUARIO DE JUGUETES
La muestra de juguetes Matarazzo, que conmueve a más de una generación en el espacio cultural del Bapro, es apenas la punta del iceberg de un fenómeno creciente: el de los coleccionistas de juguetes. Uno de sus organizadores, Daniel Sudalsky, es también un reputado anticuario lúdico que abastece a norteamericanos, europeos y argentinos por precios que empiezan a ser incomprensibles. A continuación, los gajes más absurdos, caprichosos y graciosos del oficio (y una guía por algunos de los juguetes más raros y caros).
Por Sergio Kiernan
Hay universos paralelos. No son grandes cosas de la física sino tranvías que uno no se toma y por tanto, desconoce. Bajo el cielo de esta ciudad hay zoroastrianos, magos y hasta ascetas. Y después están los coleccionistas de juguetes.
A Daniel Sudalsky, con veinte años en el asunto, ya nada lo asombra. Graduado en Bellas Artes, hombre de varios oficios y carreras, coleccionista de esos a los que les brillan los ojos ante la pieza que no tienen, anticuario lúdico con clientes fieles en varios países, tiene un par de definiciones bastante afiladas sobre el virus al que se entregó. “Coleccionar juguetes sólo es comparable a coleccionar muñecas, trenes y soldaditos, que son especialidades de los juguetes –explica–. El tema es que al hambre de conseguir el objeto deseado que tienen todos los coleccionistas se le mezcla una conexión con el niño que fuimos.”
Parece una mezcla de difícil pronóstico. Hay que admitir que los juguetes antiguos son maravillosos. Para empezar, son muy bonitos y suelen venir en materiales que ya no vemos en nuestras vidas, como la chapa estencilada. Además, un juguete siempre fue un artículo cuidadosamente diseñado y pensado, como un auto, por lo que suele gritar su época, su mentalidad visual. Y también son de los pocos objetos tecnológicamente obsoletos que no son descartados y desaparecen, por lo que resultan pintorescos con sus cuerdas, mecanismos metálicos y costumbres de marioneta. Finalmente, una inmensa ventaja que tienen los juguetes sobre otras colecciones es que hacen algo: se mueven, saltan, ruedan, vuelan. Son objetos que pueden usarse.
Pero en este coleccionismo, medita Sudalsky, raramente se entra por cuestiones estéticas. “Muchos empiezan reencontrando sus juguetes en alguna caja que guardaron los padres. Otros se compran un juguete que tuvieron de chicos y perdieron con los años. Y hay los que se empiezan a comprar lo que no les podían comprar de chicos, como una revancha a haber puesto la ñata contra la vidriera de la juguetería.”
Como se ve, hay una fuerte relación entre lo que se colecciona y la época en que se fue niño. Sudalsky sabe que un cincuentón se va a maravillar con piezas de fines de los ‘50 y de los ‘60, pero que un coleccionista novel, de treinta, pensará más en pitufos y juguetes a pila. De hecho, las piezas más difíciles de hacer circular son las más viejas, juegos y juguetes de un siglo o más: no tienen el vínculo afectivo porque sus usuarios hace rato que murieron, y quedan en una zona de anticuariado más especializado.
Entre los argentinos, lo que más se colecciona son vehículos –la mayoría de los apasionados son hombres– y en especial los Duravit, los Gorgo y los Matarazzo, con algún rincón para marcas como Corsario. El mercado extranjero busca robots, motos –los dueños de motos verdaderas suelen coleccionar las de juguete– y autos de carrera. También hay mucho, pero mucho superhéroe, con Batman a la cabeza, Astroboy y G.I. Joe en el pelotón. Así es que los norteamericanos hacen arder Internet cuando aparecen cosas en Argentina como un auto a fricción japonés, de los años ‘60, vagamente futurista y con un murciélago negro estencilado en el capot y las puertas. No es un batimóvil, a lo sumo es uno trucho, pero los maniáticos los coleccionan.
Y lo de maniático no es una agresión: el nivel de obsesividad al que se puede llegar con eso de coleccionar es inocultable. “En todo coleccionismo hay mucha pasión, que a veces se va de madre”, indica Sudalsky, “y en el de juguetes hay algo más, una carga emotiva muy peculiar”. El especialista señala, por ejemplo, que llegó a ver escenas de envidia inolvidables entre apasionados por el mismo tipo de juguete.
Otro rasgo de lo más visible es la jerarquía en la conservación de los juguetes. Por supuesto que una pieza antigua –o vieja– en perfecto estado o muy bien tratada es más cotizada y deseada que otra más baqueteada, regla universal en todo coleccionismo. Pero las masivas colecciones de juguetes contemporáneos –por alguna razón, en especial las de figuras de Star Wars o similares– tienen que estar en su envaseoriginal y sin la menor señal de haber sido siquiera tocadas. Así, muchos compran todo por dos: una pieza para exhibir en una vitrina y otra que jamás sale del blister y que, de hecho, no ve la luz del sol porque es guardada, bien envuelta, para que nadie se atreva a tocarla.
Aun así, el Santo Grial de los juguetes es más vale viejón. Los juguetes de colección más caros del mundo son unas motos alemanas con el ratón Mickey al manubrio y su novia Minnie en el sidecar, y algunos de los primerísimos robots a cuerda. Estos juguetes aparecen cada tanto en remates internacionales y ya no bajan de los 50.000 dólares. Curiosamente, y como señala rápidamente Sudalsky, que ya sabe a qué fantasías lleva escuchar estas cotizaciones, el mundo del juguete de colección tiene un escalón inmenso, que va de esas alturas a los pocos cientos de pesos, con poco y nada en el medio. Coleccionar juguetes no es todavía un coto exclusivo de los ricos.
“Muchos empiezan reencontrando sus juguetes en alguna caja que guardaron los padres. Otros se compran un juguete que tuvieron de chicos y perdieron con los años. Y están los que se compran lo que no les podían comprar de chicos, como una revancha a haber puesto la ñata contra la vidriera de la juguetería.”
Sudalsky confiesa abiertamente que le cuesta desprenderse de juguetes que pasan por sus manos. Tiene una amplia colección, especializada en “novelties”, el tipo de juguete que podría sintetizarse en un payaso que toca el tambor, a cuerda, y que a él le ilumina los ojos. Parte de su colección, los juguetes Matarazzo, junto a la de su amigo y cocurador, el arqueólogo Diego Lascano, y la de otros apasionados, se puede ver hasta el 28 de julio en el espacio cultural del Bapro, en Sarmiento 364. Lo que no está en la muestra especializada, porque es de otra marca, es el juguete favorito de Sudalsky, la niña de sus ojos. Es un biplano italiano marca Cardini, de 1922, de alas plegables y con detalles de ingeniería como que la cuerda es el timón de cola. El avioncito se monta en una torrecita que tiene un brazo, y de contrapeso va un pequeño globo terráqueo. El conjunto se pone sobre la caja original, ilustrada como un hangar y equipada con un cutout de cartón que muestra al público mirando, encantado, al avioncito volando.
Una razón para no desprenderse de los juguetes es inquietante: eventualmente, todos van a ser coleccionados. Osos, muñecas, autos, tanquecitos, tamagotchis, baleros, revólveres, camioncitos, en fin, habrá alguien que pague por ellos, movido por una fuerza irracional. Como ese submarino a cuerda marca Pirata que tiene Sudalsky en una vitrina. Estaba en una vidriera de la calle Nogoyá, en los primeros ‘60. Volver a verlo fue un escalofrío extraño.
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