Domingo, 30 de julio de 2006 | Hoy
ENTREVISTAS > MARTIN AMIS DEJA URUGUAY Y SE VUELVE A LONDRES
Hace tres años, el escritor inglés Martin Amis dejó Londres en medio de un divorcio polémico y una operación todavía más polémica y se instaló en el pueblo uruguayo de José Ignacio. Dos novelas, un puñado de cuentos y un largo retrato del ser argentino después, levanta campamento y vuelve a su país. Luego de la última partida de poker, habló con Radar e hizo balance.
Por Andrew Graham-Yooll
El escritor inglés Martin Amis abandonó Uruguay hace un par de semanas y se volvió a Inglaterra “porque es donde vivo y es mi nacionalidad. Uno necesita la energía que dan las ciudades”. Pocos días antes de irse jugó su última partida de poker con vecinos y conocidos del lugar y, luego de casi tres años en el pequeño y exclusivo balneario de José Ignacio, a 180 kilómetros de Montevideo, Amis decidió cerrar “la casa blanca grande con balcón de madera, en la esquina de Los Horneros y Los Batitúes” y marcharse.
“Volveremos. No sé si a esta casa o a otra. Pienso que no estaría mal morir aquí. Eso quizá me desarraigue por completo. Pienso en eso. En agosto cumplo 57 años. No me importa dónde me entierren.”
El escritor, a la vez best-seller, autor de The Rachel Papers (El libro de Rachel), su primera novela, publicada a los 24 años, en 1973, Money (Dinero), una sátira sobre los años de Margaret Thatcher, en 1984, London Fields (Campos de Londres), en 1989, The Information (La información), en 1995, Experience (Experiencia), su novela autobiográfica que salió en el 2000, y muchos otros, se sentó a la gran mesa de comedor, con vista al mar de un lado, y del otro al jardín con una pequeña piscina.
Amis, foco de controversias y figura pública en su país, parecía más flaco, más frágil y descarnado de lo esperado, quizá debido a que sus novelas y sus discusiones lo presentan como una figura mayor. Lo mismo podía decirse de su padre, Kings-ley Amis (1922-1995), a partir del éxito de su novela Lucky Jim en 1954.
¿Cuánto había producido Martin Amis en este entorno idílico de su exilio uruguayo? “Una novela, dos cuentos, otra novela que está en su tres cuartas parte, y bastante periodismo. La novela es más bien corta (tiene fecha de publicación en Londres en septiembre) y los cuentos son largos. Ese volumen se ajusta a mi ritmo habitual.” El periodismo incluyó un artículo largo sobre la personalidad de los argentinos proyectada a partir de una descripción de Diego Maradona. De ahí los argentinos no salimos muy bien, el retrato era el de siempre, bah, chantas, vivillos, y llorones cuando las dos primeras instancias fracasan. “Mis amigos argentinos no son así”, se defendió.
“Uno necesita la energía de la ciudad. Eso lo noté siempre que volvíamos al Uruguay, de Londres o Nueva York. Me sentía lleno de energía. Luego de un período prolongado aquí en este paraíso me sentía marginado. Estaba contento de regresar pero uno trae una fuerza urbana que aquí falta. Se necesita la modernidad, si es el tema de uno. A pesar de eso me horroriza la perspectiva de regresar a Londres.”
“Una buena razón para vivir en José Ignacio es que, en cierta medida, algunas veces nos ponemos demasiados viejos para vivir contentos en una gran ciudad. Mi hermano, que es mayor, me dijo eso. El se fue a vivir a España, donde vive mi madre. Su momento de decisión fue al cruzar una calle en Londres, repleta de tránsito. Al pasar junto a un ómnibus, el monstruo largó algo así como un estornudo, como hacen los diesel. Mi hermano pegó un salto y quedó temblando. Al darse vuelta vio un grupo de jovencitos que se mataban de risa ante semejante espectáculo. Ahí decidió que no aguantaba más y decidió emigrar.”
Hace casi tres años, Amis, las dos hijas de su segundo matrimonio y la madre de ellas, Isabel Fonseca, escritora uruguayo-estadounidense, hija del pintor Gonzalo Fonseca (1922-97), alumno dilecto del artista Joaquín Torres García (1874-1945), se instalaron en la “casa blanca grande” para intentar la residencia alejada del bullicio del suburbio de intelectuales y millonarios que es Primrose Hill, en la zona norte de Londres. “Habíamos venido dos o tres veranos, dos meses por año, antes de decidir construir. La soledad nunca fue un problema para mí. Me siento más vivo estando solo.”
Su gran distracción de la escritura ha sido el tenis. Y el poker con amigos cada jueves. De la vida y los recuerdos de su padre, Kingsley, habla poco. El hijo tiene vida propia. Se le escapan menciones de los grandes nombres que frecuentaron los círculos en los que aparecía y bebía Amis padre, pero no es motivo de jactancia, apenas una referencia. Kingsley Amis pasó de la izquierda juvenil al conservadurismo adulto, a hacerse fama de bebedor y chacotero, humorista y depresivo, personaje que fue un reflejo del mundo literario inglés.
La Navidad de 2003 la familia Amis la celebró en la nueva casa. “La mudanza fue un éxito. Ha sido bueno para el trabajo, luego de algunos ajustes. Y los uruguayos son gente maravillosa...”
“Las gentes son como los países y los países son como las gentes. Existen las mismas características. Hay países autoritarios por naturaleza y las personas se portan individualmente de esa forma. Hay otros países que son tolerantes, suaves, generosos. Yo creo que los uruguayos son suaves y generosos. La idea de que este país pueda haberse llamado la ‘Suiza de Sudamérica’ me parece un insulto a los uruguayos. Son gente que no tiene nada que ver con ser suizos. Son mucho mejores.”
La pregunta ahora es si el regreso a la gran ciudad lo colocará nuevamente en la carrera por producir una novela cada dieciocho meses.
“Nunca he sido ese tipo de novelista. Mi padre lo fue. El producía un libro cada año.”
Las editoriales inglesas en un tiempo, en particular en los años ‘80, cuando la actividad editorial se transformaba y crecía a niveles de industria multimillonaria, presionaban a sus autores reclamando ideas y fechas de entrega. Pero, “Kingsley no se sentía presionado. Creo que la presión provenía de adentro, de su ética protestante del trabajo, y de su ansiedad por producir. Eso nunca lo sufrí. Una de mis novelas me tardó seis años, otra requirió cinco años, y otra más unos tres. Por lo general voy a un ritmo de libro largo, libro corto, luego otro largo”.
Había escrito su propia novela autobiográfica (Experiencia), pero ¿alguna vez se había propuesto escribir sobre su padre? Las mujeres parecen poder escribir más sobre sus madres, o sobre sus hijas, pero a los hombres parece más difícil escribir sobre sus padres. Parecía un desafío atractivo que este hijo escritor escribiera sobre su padre y el circuito político cultural en el que creció y se hizo famoso. Pero no estaba dispuesto a regresar a ese pasado.
“Mi libro sobre Stalin fue en contra de mi padre. Contra su paso por el Partido Comunista. El necesitaba de esa pasión de utopía, y en cambio a mí nunca me causó impresión alguna. Es una diferencia de temperamento, pero también fue una forma de evolución. Ese tipo de pensamiento ya murió.”
“¿Usted dice una obra crítica? No. La novela larga que estoy escribiendo tiene pasajes autobiográficos y Kingsley aparece ahí. Sin embargo ocupa menos espacio que en la memoria que escribí. Es interesante acercarme a la vida, propia y de mi padre, por la ficción. Ofrece un ángulo de visión diferente. Mi libro sobre Stalin, Koba el terrible (Koba The Dread, 2003), fue en contra de mi padre. Contra su paso por el Partido Comunista.”
“Al releer un ejemplar de The God that Failed (Londres 1950), la colección de escritos de experiencias individuales en las filas del Partido Comunista, que incluía artículos de Stephen Spender, Arthur Koestler, y otros tantos de esos viejos, me preguntaba sobre la profunda diferencia temperamental que nos separaba a Kingsley y a mí. El necesitaba de esa pasión de utopía, y en cambio a mí nunca me causó impresión alguna. Todo eso lo observo con gran sospecha. Es una diferencia de temperamento, pero también fue una forma de evolución. Ese tipo de pensamiento ya murió.”
“Bueno, murió, excepto en casos como les tocó a su generación, en Argentina y Uruguay, donde la pasión utopista más que generada fue impuesta.”
“Eso está condenado al fracaso, es un aspecto histórico de nuestra evolución social. Fue una gran fuente de energía, para bien y para mal, durante buena parte del siglo XX. Se agotó. Ahora hemos vuelto a la religión en reemplazo de la ideología. He leído que en los Estados Unidos hay un 60 por ciento de norteamericanos que no cree en la evolución. Es alarmante. También es un refugio comprensible. Es una utopía muy simple, peligrosa, pero simple. Hallé la definición de lo que es ser religioso dicho por un filósofo contemporáneo. Creer, ser religioso, ‘es la búsqueda de aprobación por seres sobrenaturales’. Qué bonita noción, ¿no le parece? Es del filósofo estadounidense Daniel Dennett (1942). ¡Qué dulce! Yo he disfrutado mucho de la relectura de Charles Darwin mientras he vivido en José Ignacio.”
Al margen de su lectura de Darwin, ¿cómo había sido trabajar en José Ignacio? ¿Cuál fue la mayor adaptación requerida en la mudanza de una gran ciudad a este lugar solitario?
“El sonido del mar es bueno para el alma. Eso se enfatiza varias veces al día cuando uno escribe en una especie de Paraíso. Sin embargo, el ritmo de la escritura y la creación son más profundos que lo que determinan los sonidos y el espacio circundantes. Todo lo que pueda extraer de esta residencia supongo que emergerá en mi escritura en dos o tres años. Este parece ser el período de gestación razonable entre la experiencia y la habilidad de transmitirla en la ficción.
“Me parece un período aceptable, si se toma el ejemplo de la ficción que comienza a salir del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York. (Aunque si se considera el Huracán Katrina en New Orleans, aparecieron ya dos libros sobre el desastre a nueve meses de ocurrido. No son novelas.) Norman Mailer, que tiene 83 años, dijo que la tentación de meterse de lleno y escribir algo sobre el 11 de septiembre era una amenaza enorme para el escritor. En realidad es necesario tomar distancia, revisar, y dejar que el cuerpo sienta. La escritura es un proceso físico mucho mayor de lo que la gente ve. Al escribir, uno tiene que obedecer al cuerpo en forma algo misteriosa. Uno siempre sabe cuándo anda por mal camino o se mete mal en algunas cosas en una novela porque el cuerpo lo dice. Me doy cuenta cuando una idea, o un párrafo, necesita cocinarse un par de días más porque uno no está sentado en su escritorio, o está leyendo alguna otra cosa, por ejemplo. No hay ansiedad y, con el paso de un día o dos, uno vuelve a la mesa y sin mayor esfuerzo ni decisión la idea fluye.”
“Las gentes son como los países y los países son como las gentes. Existen las mismas características. La idea de que este país pueda haberse llamado la ‘Suiza de Sudamérica’ me parece un insulto a los uruguayos. Son gente que no tiene nada que ver con ser suizos. Son mucho mejores.”
“José Ignacio ha sido atípico para mí porque vine aquí y de inmediato me dediqué a una especie de novela biográfica. No tenía idea de cómo encararla, pero escribí mucho. Me di cuenta de que mi modelo para este tipo de novela, que es biográfica, era Saul Bellow, que aparece en el libro. Saul Bellow toma vidas reales en su escritura, no las inventa. Las arregla y sitúa y eso es una creación artística. Y es el único autor que yo conozca que ha podido observar tan intensamente lo particular para así lograr lo universal.”
“Para el resto de nosotros, y lo digo en mi novela, y para mí fue una oración muy vigorosa al margen de obvia, ‘la verdad no se presta a la literatura’. Y cuando había logrado escribir eso pude seguir. Hasta ahí había trabajado durante un año en esa novela y no tenía forma alguna, era un monstruo en una bolsa. Luego escribí un par de cuentos. Después volví a la escritura que había dejado. Pensé que sería una novela corta y llegó a las 220 páginas, que no es una novela corta. La metamorfosis, de Kafka, tiene unas 60 páginas, eso es una novela corta.”
“Bueno, en la novela corta he vuelto al tema de Stalin, que ya había tocado en Koba. ¿Sabía que en el Gulag se permitían visitas conyugales? Se llamaba la Casa de Reuniones, y tomé eso como título para mi novela, que aparece en septiembre en Londres. Hay una memoir de un polaco sobre el tema. En el libro de Anne Appelbaum, Gulag: Historia de los campos soviéticos (Londres, 2003), incluye unas tres páginas sobre la Casa de Reuniones. Eso fue la base para mi historia. Sin embargo, pasé uno de los peores momentos de mi vida escribiendo ese texto. Tan sólo hace un mes que me siento bien con el resultado. Cada día pensaba: ‘Este libro me pide a gritos que lo abandone’.”
“El poeta W.H. Auden dijo que si no se sentía bien con una composición suya, reconocía que la había escrito pero decía que no debió autorizar su publicación. Yo tenía esa sensación. Luego me fui dando cuenta de dónde venía. Era una lucha interna por lograr una legitimidad. Ya he escrito una novela sobre el Holocausto, pero ahí parecía no haber problema porque escribía desde la visión del victimario. Aquí intentaba representar a la víctima, y no salía.”
“Hubo algo en Uruguay que jugó un papel en esta experiencia. Quería representar a dos víctimas del Gulag aquí, en este paraíso. Nunca he estado en Rusia, no hablo ruso, si bien he leído bastante historia. Tuve que pasar por un gran sufrimiento autoral para merecerme la escritura. Y aun así me sentía inseguro. La primera noción fue publicar la novela corta acompañada de dos cuentos, y una larga introducción, cosa que ya he escrito. Era una combinación para proteger la novela corta, como entonces la veía. Cuando leí las pruebas de la editorial me pareció que estaba bien, que podía sostenerse sin las muletas de los cuentos. Lo que necesitaba era ventilación. Tuve que notificar a los editores la decisión del cambio, cosa que no les cayó nada bien.”
¿No siente que la ficción hace más fácil transmitir la verdad de lo vivido en muchos casos?
“La ficción histórica le da fuerza a la ‘verdad’. Pero la verdad personal, idiosincrática y no universal, no puede ser mejorada por la ficción. Uno debe tratar de evitar lo particular. La experiencia de alguien en el gulag se presta a la ficción. Pero no se puede fácilmente representar la vida de ese alguien a través de la autobiografía que refleje con autenticidad a esa experiencia.”
“La novela autobiográfica que me llevo medio escrita es histórica, en su intento de meterse en la historia. Hay gran interés por saber dónde está parado uno en la historia. Hay curiosidad por saber no sólo cómo sucedieron las guerras culturales, la Guerra Fría, o el momento de la invención del fax, y entender cómo fue vivir en las grandes revoluciones sociales, que representaron una enorme transferencia de poder, cuando ocurrieron, y en buena parte sin violencia. Por ejemplo, ¿cómo se vive el movimiento de abandono de la tierra para migrar a las ciudades? ¿Qué se siente personal y colectivamente?”
“El título que le había puesto a mi novela era Dentro de la historia, pero eso quedó ahora como subtítulo. El nuevo título que tengo, y creo que a usted esto le va a gustar, es La viuda embarazada. Es parte de una cita del prerrevolucionario ruso, Alexander Herzen (1812-70), que aparece en la trilogía de Tom Stoppard, La Costa de Utopía. Según Herzen, al hablar de revoluciones uno normalmente se regocija ante la idea de ver barrido el viejo orden y presenciar una vida nueva que lo reemplaza. Sin embargo, eso no sucede, dice. Lo que queda no es un nacimiento sino una viuda preñada. Está bueno, ¿no? Queda tanto por hacer, luchas por continuar, trabajo por completar, tanto, ahora ya sin el viejo marido, que ha sido eliminado. Es una gran imagen del cambio político.”
“Creo, por ejemplo, que el feminismo es una viuda preñada. No está resuelto, hay mucho que revisar. El cambio requiere tiempo. Ahora se habla de la tercera ola del feminismo, como si fuera una evolución por etapas. Es una idea muy importante y necesaria, pero no se termina. Es algo así como reforma agraria, suena muy bueno, pero requiere una larga lucha.”
Ahora que está por viajar de regreso a Inglaterra, ¿significa un regreso a toda la controversia en torno de su persona? Hubo bastante para discutir. Estaba la crítica de que dejara a su primera esposa con la que tuvo tres hijos (la mayor, de 30 años), el hecho de que su segundo matrimonio estuviera acompañado por una cirugía estética dental de elevado costo, su crítica reiterada al mundo musulmán y a los creyentes en el Islam, etc.
“Fue más allá que mi vida personal desde que salí de Londres. No me importa que se caguen en mi vida privada. Sí me importa que se caguen en mi obra. Los ataques realmente virulentos contra mi escritura tenían para mí la sensación de un ataque contra mis hijos. Mi novela sobre el periodismo, Yellow Dog (Perro callejero, 2003), tuvo buenas críticas, pero la violencia de las críticas negativas fue difícil de comprender.
“Eso parecería casi obvio. Muchos periodistas tienen ideas pero no tienen la habilidad de generar su propio proceso de debate, sea por la literatura o cualquier otra actividad artística que quisieran perseguir. Esto los pone a la defensiva en cuanto a su oficio. A pesar de ello creo que no hay forma más rápida, o mejor, o peor, en la renovación del lenguaje anglosajón que por medio del periodismo.”
“Los periodistas no pudieron compararse con los personajes en Yellow Dog. Quería representar lo peor de lo peor en los tabloides ingleses. No pensé que se sentirían amenazados. Es más, creo que es un conflicto generacional. Yo me cago en su ideología, que no existe excepto si uno toma su ‘occidentalismo’ y su ‘corrección política’”.
“Es difícil escribir literatura hoy en día. Los medios conspiran contra la literatura. La idea de la ‘nueva simplicidad’ en el lenguaje pudo haber sido un chiste (la eliminación de todas las palabras largas, los adjetivos, etc.), pero su anulación de la buena escritura fue real.”
“Vamos a tener que esperar que nos llegue un nuevo Borges, que fue muy lúcido, casi al extremo.”
“La poesía está muerta. En la poesía se trata de detener el tiempo, o por lo menos desacelerarlo, para contemplar con pocas palabras una situación minúscula. Mi padre escribía poesía. Yo no. El me gastaba por no escribirla.”
Usted ha dicho que la corrección política parecía una forma razonable de proteger a los más débiles contra lo peyorativo, como el racismo, o el insulto gratuito, pero que fue llevado al extremismo. Como todos los extremismos, la corrección política se ha debilitado al trabar el debate intelectual por medio de la censura. Sin embargo no creo que el periodismo sea tan responsable de ese extremismo. Además, creo que todo periodista quiere ser otra cosa u otro. Tomemos por ejemplo a Graham Greene: entró a The Times porque quería ser un escritor, y se aburrió con el periodismo.
“Si uno quiere ser otro y no puede, duele, y muchos se acercan a la crítica con intención de destruir a los que no pueden ser. Yo creo que la corrección política es ‘nivelación’, así lo llamo en esa novela. Está eso, y creo que en gran parte el problema es que soy hijo de mi padre. Una generación de periodistas quiso ser él, y otra generación quiso ser yo. Porque yo fui periodista y también novelista. Sin embargo, ¿quién puede querer ser otro?”
“Como dije, me vuelvo a todo eso. Es mi país, es mi nacionalidad.”
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