Domingo, 22 de octubre de 2006 | Hoy
ENTREVISTA > LAURENT CANTET, DE PARíS A HAITí
Para su nuevo trabajo, el director de Recursos Humanos se aleja de su escenario habitual, la clase media francesa, para ubicarse en el Haití turístico de los años ’80 e incursionar en un tema poco visitado por el cine: el deseo femenino. Aquí cuenta por qué Bienvenidas al paraíso no es una película sobre el turismo sexual y explica por qué le disgusta Michel Houellebecq.
Por Cecilia Sosa
Laurent Cantet tal vez sea el director más celebrado del cine francés de la última década. Sus delicados ensayos sobre el mundo del trabajo y la familia, Recursos Humanos (1999) y El empleo del tiempo (2001), indagan en el costado más íntimo de los dramas contemporáneos. Y sus retratos de complejos y frágiles personajes tironeados por las contradicciones del mundo moderno lograron agitar y conmover a entendidos de aquí y allá.
En Bienvenidas al paraíso, su última película, Cantet modificó la apuesta: abandonó sus locaciones habituales (la clase media francesa y alrededores) y se internó en los deslumbrantes paisajes de una isla caribeña donde tres mujeres maduras comparten playa, sol y sexo con una tribu de soñados jóvenes nativos. La excusa perfecta para incursionar en las desventuras del sexo globalizado, el racismo, y de paso en un tema casi tabú del cine de todos los tiempos: el deseo femenino.
Ellen, una imponente y hasta escalo- friante profesora de literatura francesa en Boston (la sublime Charlotte Rampling); Brenda, una sufriente y algo viciosa esposa de Georgia (Karen Young); y Sue, la alegre y práctica regordeta canadiense tratando de mediar entre ambas (Louise Porta, que deslumbró en Las invasiones bárbaras): tres espléndidas actrices, tres utopías y una misma presa: Legba (el debutante Ménothye César), 18 años, astuto y bello como un dios. Y todo ambientado en el Haití de principios de los ‘80, torturado por el régimen del dictador “Baby Doc” Duvalier.
Con un punto de partida así de prometedor, Bienvenidas al paraíso incurre en un pecado: al contrario de lo que sucedía cuando jugaba de local, Cantet parece contemplar con la azorada candidez del extranjero el cuadro tercermundista que se abre poco más allá de las fronteras del idílico resort La Petit Anse.
Su película ha sido comparada con Plataforma, la provocadora novela de Michael Houellebecq sobre turismo sexual en Tailandia. Pero con mujeres como protagonistas.
–Traté de leer Plataforma pero realmente no me gusta Houellebecq. Me parece deprimente. No me gusta el modo en el que desprecia a sus personajes. No podría hacer un film sobre personajes que no me gustan. Además, Bienvenidas... no es una película sobre turismo sexual pero sí desarma esa idea de que las mujeres no podrían tener sexo sólo por tenerlo. Me interesa el respeto que las mujeres sienten por Legba: él es su amante pero ellas también son un poco su madre. Que las protagonistas sean mujeres desarma la máquina.
¿Qué máquina?
–La de la dominación. Si los protagonistas hubieran sido hombres, la mirada imperante hubiera sido ésa. Además, las películas en general están hechas por hombres y suelen ver a las mujeres como objetos de deseo o desde una mirada romántica. Son cosas que no cambian en lo profundo: el deseo femenino es siempre algo incómodo para los hombres. Por eso decidí mantener los monólogos de la novela del escritor haitiano Dany Laferrière en la que me basé. Muestran cuán difícil es para las mujeres hablar de su propio deseo, no tanto del sexo sino de lo que desean más íntimamente. Una de las discusiones que surgieron con las actrices fue cómo hablar del sexo masculino. Literalmente, si había que decir “dick” o “cock”. Para un hombre no hubiera sido un problema.
¿Y cuál fue la decisión?
–Usamos “cock”, algo un poco en el medio.
Cantet llegó a Haití casi por casualidad. Sus padres trabajaban en una ONG local entrenando maestros y él se tomó un avión para ir a visitarlos. La primera vez estuvo diez días en Puerto Príncipe.
–Fue algo impresionante. No entendí nada de lo que sucedía. Me sentí absolutamente tocado por la violencia, la pobreza, la cultura y la sensualidad fascinante de esa tierra. El primer día cruzaba un puente y vi de un lado del río a un grupo de jóvenes de entre 13 y 18 años que se bañaban desnudos. Del otro lado había un grupo de chicas en la misma situación y entre ambos se hacían chistes, se burlaban y todo con una naturalidad increíble. Intenté mostrar algo de ese contraste en la película.
¿Por qué decidió que la película transcurriera a principios de los ‘80 y no en la actualidad?
–Quería respetar la novela de Laferrière, que se exilió durante el régimen de Duvalier, amenazado de muerte por los Tontons Macoutes (“los hombres de saco”), la policía personal del dictador. Además, a partir de los ‘90 no hay más turismo en Haití. Fue a principios de los ‘80, cuando Puerto Príncipe era la sede del jet-set americano. Por eso las protagonistas son americanas. Europa todavía estaba lejos. Pero por sobre todo quería mostrar Haití: nadie sabe nada de ese país, ni le importa qué pasó ahí, por qué murió tanta gente ni por qué.
Para dar con su adonis negro, Cantet pasó más de dos meses caminando por Puerto Príncipe: calles, escuelas y canchas de fútbol. Entrevistó a más de 200 jóvenes de entre 16 y 22 años. Hasta que un día lo vio: un joven que llegó a una prueba de cámara acompañando a su primo y no tenía el menor interés en actuar en la película. “Cuando lo vi, supe que era él. Tenía la gracia y la timidez que buscaba para Legba. Tenía 20 años y nunca había visto una cámara. Logré convencerlo de hacer la prueba y resultó perfecto. Tiene un impresionante sentido del ritmo: podía estar calmo, esperar, observar, una de las cosas más difíciles en cine.”
La filmación debía comenzar en 2003 pero el golpe de Estado que derrocó a Aristide atrasó todo un año. Cantet perdió de vista a su Legba y tardó un mes en reencontrarlo. Después, ya no lo dejó ir. Ménothye César ganó el premio revelación en el Festival de Venecia 2005.
¿En qué trabaja ahora?
–Estoy escribiendo una película sobre los colegios franceses, tratando de ver qué pasa en las clases donde hay tantas comunidades mezcladas y violencia solapada. Será filmado íntegramente en las aulas, como un microcosmos de los problemas que nos toca enfrentar en Francia. Estamos haciendo work-shops con alumnos y maestros, proponiendo distintas situaciones para ver cómo las resuelven, cómo imaginan su futuro.
Sus películas siempre parecen ir al centro de los más álgidos conflictos contemporáneos.
–Es lo que más me interesa: entender qué pasa a mi alrededor. Pero no desde una perspectiva política. No soy un militante, ni tengo una tesis previa. Necesito sentir cómo los conflictos me involucran de algún modo. Necesito sentir una emoción física para sentirme implicado. Mis películas también se construyen así.
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