Domingo, 11 de marzo de 2007 | Hoy
UNA NUEVA CAMADA DE HUMORISTAS REDEFINE EL HUMOR
En la televisión, en el cine y hasta en las ceremonias de entrega de premios, una nueva camada de humoristas empieza a marcar el tono, los temas y hasta los límites de lo que causa risa: el racismo, la guerra, la adolescencia perenne, la tontería sin sentido. Radar ofrece una guía de diez caras que están haciendo reír (y enojar) a medio mundo.
Por Mariano Kairuz
Hubo un tiempo en que pareció condenado a hacer de idiota de por vida. No hubiera sido tan terrible: como uno de los hermanos Butabi, esos frecuentadores compulsivos de discotecas que hicieron durante años él y Chris Kattan en Saturday Night Live (y que llevaron al cine en una película que acá pasó sin pena ni gloria con el equívoco título de La venganza de los nerds), demostró ser uno de los idiotas más simpáticos de la televisión de los ’90. Un idiota bueno y con cara de bueno, sin aparente capacidad para la maldad. Cuando interpreta a un villano, es uno tan idiota que ni siquiera parece malo. Incluso cuando interpreta a un idiota un poco más realista, un idiota egoísta, como lo hizo en Hechizada, termina siendo un idiota enamoradizo, totalmente embobado con Nicole Kidman. El cine ha dado pocos idiotas así de queribles desde Jerry Lewis.
Ferrell es uno de los más exitosos egresados del SNL, perteneciente a la generación de Ben Stiller. Como Stiller y sus “cofrades” en el llamado Frat Pack (un grupo informal de comediantes en el que se cruzan los hermanos Luke y Owen Wilson, Adam Sandler, Rob Schneider, Vince Vaughn, Jack Black y muchos otros) cultiva un humor un poco nostálgico de los ’80 –de su música, de la moda, de sus ridiculeces–, como una suerte de adolescente eterno que al crecer perdió el control de su vida. Hasta hace poco se lo consideraba el más firme candidato para hacer de Ignatius Reilly en la eternamente postergada adaptación de La conjura de los necios. Desde hace algunas semanas se lo puede ver en un estreno directo a video, el de Ricky Bobby: loco por la velocidad, donde Sacha Baron Cohen se despega de Borat para hacer de su principal “retador” un piloto de Fórmula Uno gay y francés. Y desde el jueves pasado está de nuevo en los cines con Más extraño que la ficción, en la que entrega una de sus notas más agridulces, como un inspector impositivo que de pronto descubre que toda su vida ha sido imaginada por una novelista (Emma Thompson), que planea terminar su libro matándolo. Por un momento, esa película que tiene algún punto de contacto con The Truman Show, pudo parecer la puerta de entrada de Ferrell al drama; ese instante en que los comediantes que ya tienen un par de comedias multimillonarias en su haber deciden demostrar que están para “algo más”. Pero no, por suerte. En la trivia de www.imdb.com se cita una entrevista en la que hizo comentarios saludables como éste: “Prefiero hacer comedias. Desde mi punto de vista, las comedias ganan en el largo plazo. Y no estoy seguro de ser un actor suficientemente bueno como para interpretar una verdadera tragedia, así que aporto un elemento cómico a la mayoría de las cosas, y ésa es mi respuesta a los problemas del mundo”. Como para reafirmar sus palabras, dentro de poco se lo verá en Blades of Glory, un absurdo sobre el mundo de los patinadores sobre hielo en el que –una vez más– hará gala de ciertas expresiones un poco idiotas, y de ese cuerpo grandote, peludo y nada, nada atlético, del que parece estar tan pero tan orgulloso.
”No lo sé, no tengo la menor idea de dónde proviene mi naturaleza patética. Si pensara demasiado en ello, me deprimiría. No creo ser gracioso; no lleno una habitación con mi humor... Como comediante de stand-up, fracasaría miserablemente.” Cosas que dice Steve Carell, uno de los mayores hallazgos de los últimos tiempos. Quizá sea esa naturaleza patética lo que le permite ser tan convincente como Michael Scout en la versión norteamericana de la serie inglesa The Office. Su personaje es sensiblemente distinto del David Brent que hacía Ricky Gervais en el original, y a su vez consigue el mismo efecto que aquél había perfeccionado: el de provocar permanentemente una sensación de vergüenza ajena como ningún protagonista de una sitcom lo había hecho jamás. Michael Scout es, como Brent, el tipo que no sólo hace chistes hasta en las situaciones menos apropiadas (que deben padecer sus subordinados en la oficina del título) sino que invariablemente extiende sus bromas siempre mucho más allá de donde corresponde. Es el rey de la incomodidad. Debido a, seguramente, las diferencias de producción a un lado y otro del Atlántico, la serie original se redondeó en una docena de concentradísimos episodios y un par de especiales, pero la versión norteamericana va por su tercera temporada, con más de cuarenta capítulos, y contando. Y será que los cheques son más poderosos que los que cobraba en Londres —o no, o será con total sinceridad— pero el gran Gervais avala la remake y en especial a Carell en cada oportunidad que se le presenta.
Este probablemente será el año en el que Carell termine de afianzarse como uno de los mayores sucesores actuales de Jim Carrey (como él, nació en 1962). Antes de The Office, participó en El show de Dana Carvey (alias Garth, el salame rubio de El mundo según Wayne) y fue durante un tiempo un “corresponsal” de The Daily Show, el programa periodístico-humorístico de Jon Stewart. No ingresó al reparto estable de Saturday Night Live porque ese año la producción optó por Will Ferrell, pero terminó apareciendo recurrentemente en el programa y en papeles secundarios de muchas de las películas de aquél. En el 2005 consiguió su mayor éxito con Virgen a los 40, que coescribió y protagonizó, y hace poco tuvo un papel dramático en una de las cinco nominadas al Oscar a mejor película (Pequeña Miss Sunshine). Su estilo es raro, contenido, y por momentos infantiloide; hace imitaciones pero no suele desbordarse como Carrey, y sin embargo será su relevo en la inminente secuela de Todopoderoso. Y, está confirmado: será Maxwell Smart en la versión para cine de El superagente 86. Si era necesario hacerla –cualquiera diría que no, pero los estudios de Hollywood se meten solos en esas situaciones incómodas– es de lo más sensato que la misión le fuera encomendada a Carell, con su rostro de goma y su “patetismo natural”. Al menos, es uno de los pocos comediantes a los que uno puede imaginarse diciendo, con perfecta cara de idiota: “Te dije que no me lo dijeras” y: “¿Me creería si le dijera...?”
La tercera temporada de The Office, va los lunes a las 23.30 por FX
Fue la primera mujer en ocupar el cargo de jefa de guionistas de Saturday Night Live, un espacio tildado tantas veces de machista, pero el año pasado renunció para dedicarse a su propia —y muy buena— serie, 30 Rock. Además, Fey (Pennsylvania, 1970) ya dio algunos pocos y exitosos pasos en el cine, como guionista y actriz secundaria de Chicas pesadas, una divertida comedia de Disney. Su próximo proyecto: el guión y un personaje en Curly Oxide and Vic Thrill, comedia sobre un excéntrico músico de punk rock que forma una banda con un “judío jasídico”, interpretado por Sacha Baron Cohen (de nuevo, Borat).
Después de haber conducido con éxito los Oscar del año pasado casi no necesita presentación, pero Rock (Carolina del Sur, 1965) todavía no es una superestrella, al menos no para los estudios. Egresado de Saturday Night Live (’90/’93) fracasó comercialmente con una remake inesperadamente buena de El cielo puede esperar y tuvo varios papeles secundarios en películas de diversa calaña. Ahora se perfila como sucesor de Eddie Murphy en la categoría “comediante vocal negro”, para aportar la voz en películas de animación: ya hizo Madagascar y su secuela (que se estrena este año) y la inminente Bee Movie, en la que Jerry Seinfeld aporta la voz protagónica.
Acá se lo conoce por haber interpretado a Tony Wilson, el factótum de la movida manchesteriana de fines de los ’70, en 24 Hour Party People, de Michael Winterbottom, y se lo vio en el mejor segmento de Café y cigarrillos, de Jim Jarmusch. Volvió a reunirse con Winterbottom para A Cock and Bull Story, su inclasificable acercamiento a Tristram Shandy, la novela inglesa “infilmable” por antonomasia. Pero para el público británico, Coogan (Manchester, 1965), es más conocido por su patético presentador mediático Alan Partridge, que protagonizó una serie (1997-2002), varios especiales y un largometraje de inminente estreno. Recientemente estuvo en cartel en dos películas: como el general romano Octavio en Una noche en el museo y en el más sustancioso rol del embajador Mercy en María Antonieta.
Antes de independizarse de la escuela Saturday Night Live, Fallon (Brooklyn, 1974) demostró que podía funcionar por las suyas cuando condujo la ceremonia de los MTV Movie Video Awards y se despachó con unas cuantas bromas sobre los nominados, con la misma soltura con que Billy Crystal lo hizo durante tantas ediciones del Oscar. Con Amor en juego (Fever Pitch: novela de Nick Hornby, dirección de los hermanos Farrelly, en perfecta sintonía con Drew Barrymore) se reveló como un leading man sensible y con sentido del humor, más o menos en la línea de los perdedores “tiernos” de Adam Sandler. Su estilo es tranquilo y en general poco ofensivo; lo que le están faltando son más películas como las que Crystal tenía a su alcance 20 años atrás.
Su nombre es Philip John Clapp, pero decidió dar su salto a la fama con un seudónimo que evoca su modesto origen sureño (Knoxville, Tennessee). Después de arriesgar el pellejo junto a una banda de amigos durante dos años en la serie Jackass, probó suerte en el cine con papeles tales como el demonio hedonista de Adictos al sexo, la última de John Waters, aunque lo suyo parece tirar hacia una veta sensible (El legado de Gram Parsons). Hace poco protagonizó El farsante, con la que se arrimó al tipo de incorrección política que cultivan los Farrelly —que produjeron la película— interpretando a un tipo que intenta estafar a los Juegos Olímpicos para discapacitados. El año pasado regresó, más salvaje que nunca, a las pruebas físicas que lo hicieron célebre, con Jackass 2.
Esta neoyorquina de 45 años no ha sido demasiado vista por acá, y no es probable que eso cambie: sólo hace unos años el Canal I.Sat emitió la serie Strangers with Candy, su mayor creación integral hasta la fecha. Esto es, su creación como guionista y actriz, en el papel de Jerry Blank, la ex presidiaria que decide retomar el colegio secundario. Recientemente llevó su personaje al cine con una película que no tuvo la mejor recepción, ni de público ni de crítica. Hollywood la llama para papeles secundarios o para poner la voz en superproducciones (Hechizada, Shrek III); entre una cosa y otra, ella insiste con el estilo desencajado de sus proyectos personales (“Mi público en televisión eran marginales y chiflados. SWC no era para todo el mundo. Pero es necesario que haya más TV que no sea para todo el mundo”) y con su personaje principal: “Me gusta interpretar a gente nada atractiva que cree ser linda. Me atrae la gente que se ve diferente; no me estoy burlando. Estamos acostumbrados a ver gente linda; y yo quiero ver gente real”.
Su serie de doce episodios y dos especiales The Office es probablemente lo mejor de la televisión inglesa que haya llegado acá en los últimos años. Gervais (Berkshire, 1961) no sólo la creó y escribió (junto a su socio y amigo Stephen Merchant) sino que también compuso a su protagonista, el increíble David Brent, jefe en una compañía en plena etapa de reducción de personal, con aspiraciones de comediante y una enorme capacidad para lograr las situaciones más incómodas de la historia de la comedia televisiva. Le llovieron ofertas en Hollywood para breves apariciones en producciones gigantes, pero él las rechazó casi todas, convencido de que esos cameos no lo ayudarán a desarrollar ninguno de sus proyectos. Por ahora sigue con su segunda serie, Extras; con varios programas radiales muy exitosos y podcasts (emisiones producidas para su consumo online y en I-pods) y se lo pudo ver en Una noche en el museo, probablemente como parte de un intercambio de guiños y favores con Ben Stiller, que participó en Extras.
La revista The New Yorker le dedicó una nota titulada “La depravación tranquila”. Es que lo de Sarah Silverman es decir los chistes más políticamente incorrectos con cara de nada; ponerse más bien violenta con una cantidad mínima de gestos. Nació hace 36 años en New Hampshire, pasó parte de su adolescencia fuera del colegio debido a una depresión clínica que al día de hoy mantiene bajo control con una pastilla diaria, y unos pocos años atrás la echaron del equipo de Saturday Night Live. Por acá, se la vio en sus breves participaciones en Escuela de Rock y en Los aristócratas, la película sobre el chiste más escatológico de todos los tiempos. Sus chistes sobre el aborto (“Quiero hacerme un aborto. El único problema es que todavía no pude quedar embarazada”), sobre el racismo, la violación o el abuso de menores a veces no son del todo bien recibidos. Para algunos integra la “vanguardia de la meta-intolerancia”, junto a Sacha Baron Cohen (Borat) y South Park, aunque ella preferiría no tener que andar aclarando que sus chistes racistas son chistes sobre el racismo. Para adentrarse en su universo, lo mejor es buscar (bajar de Internet o pagar a precio de importada) su película-show unipersonal: Sarah Silverman: Jesus is Magic, grabada a fines de 2005.
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