MúSICA
Fruta extraña
¿Se acuerda de Ravi
Shankar, el rey del sítar? Bueno, resulta que tiene una hija con la que
prácticamente no se habla, a la que apenas ve y sobre la que no tuvo la
menor influencia. Pero así y todo (o precisamente por eso), Norah
Jones acaba de sacar Come away with me, un disco maravilloso en
el que, sentada al piano, canta acompañada por los espectros de Billie
Holiday, Nina Simone y Patsy Cline.
Por Mariana Enriquez
Antes de hablar de Norah Jones es conveniente sacarse de encima a su padre. Ella le pide claramente a sus agentes de prensa que, en lo posible, eviten que los periodistas le pregunten por él, y que en los shows televisivos no la presenten como “la hija de”. No le hacen mucho caso, porque es una forma de venderla. Sucede que Norah Jones no se lleva bien con su padre, Ravi Shankar, el famosísimo virtuoso del sítar. Su madre tuvo una relación pasajera con Shankar, y durante la primera década de su vida, Norah lo vio menos de una decena de veces. No recibió ni una llamada telefónica de Shankar entre los nueve y los dieciocho años. Ahora tienen algún contacto, pero es una relación destrozada que a los dos les cuesta reconstruir y si Norah Jones acepta hablar de su padre, es porque está comprendiendo las reglas de juego. Un poco. “No me interesa hablar de él porque no tiene ninguna influencia ni sobre mi vida ni sobre mi música. Lo respeto, pero no crecí a su lado. Tampoco me afecta que sea famoso. Nunca estuve con él el tiempo suficiente como para que la fama fuera un problema.”
De hecho, la historia de Norah Jones está lejos de parecerse a la de otros hijos de famosos, desde Moon Unit Zappa a Sean Lennon, que recuerdan infancias vertiginosas y extrañas. Al contrario. Nacida en Nueva York y criada en Dallas, vivió con su madre, una enfermera que escuchaba a Judy Garland y Willie Nelson y la mandaba a clases de piano, hasta que abandonó la Universidad de Texas, después de dos años y volvió a Nueva York para recorrer el circuito de bares tocando el piano mientras de día trabajaba como mesera. Cuando cumplió los veintiún años, un contador amigo del dueño del prestigioso sello Blue Note la escuchó y le pidió un demo. Un año más tarde firmaba contrato para editar su álbum debut, Come away with me, que en Argentina acaba de editar EMI.
Lo que pasó con ese disco fue por demás extraño. Nadie pensaba que vendería tan bien, ni que se ubicaría en los Top 20 de Estados Unidos y Europa. Es un disco sencillo, nocturno, influenciado por Billie Holiday, Nina Simone y Patsy Cline, con un puñado de canciones escritas por Norah, otras por su novio, el bajista Lee Alexander, otras por el guitarrista Jesse Harris y algunos covers (“Cold, Cold Heart” de Hank Williams, por ejemplo). Norah es dueña de una increíble belleza exótica, pero sentada al piano, concentrada y con el pelo tapándole el rostro, no es exactamente una bomba sexy. Es difícil para cualquier intérprete que no se dedique al pop entrar en el mercado, y Norah Jones no tuvo siquiera que esforzarse. Ni ella ni Blue Note salen de la sorpresa. “Fue una suerte, pero no tuve que trabajar para llamar la atención. Me gusta el mundo del pop, pero nunca pensé en formar parte de él, y tampoco el sello. Ahora que el disco vende, no tratan de disfrazarme ni inventarme un personaje; sencillamente es un sello que no trabaja así. No puedo estar más cómoda.”
Una primera recorrida por Come away with me revela qué es lo que tiene Norah. Y se trata de la voz. Muchos críticos se arriesgaron a compararla con Billie Holiday, cosa que pone a Norah al borde de un ataque de nervios: “Ella es un genio. La adoro, pero no canto como ella. Ojalá cantara como Billie. Por favor, tienen que dejar de compararme. Hace las cosas más difíciles, porque ahora tengo que estar a la altura de semejante modelo”. Tiene razón, no está a la altura de la leyenda, pero se nota que la escuchó hasta el cansancio en temas como “I’ve got to see you again” (con aires de tango y una sensualidad latente) y el blues “Turn me on” de J.D. Loudermilk (con voz cansada, casi ronca, canta “como un desierto esperando la lluvia/ espero que vuelvas/ mi vaso necesita refrescarse con cubos de hielo”). A la voz de Norah se le pueden poner todos los predecibles adjetivos de cálida, cruda, sensual, elegante y demás. Pero hace falta escucharla para entender por qué los merece. Al principio, parece una intérprete más de standards de jazz; de pronto, pronuncia alguna palabra, agrega unos delicados arreglos de piano y uno empieza a preguntarse de dónde salió esa chica. Tampoco se puede definir a Come away with me como un disco de jazz. Hay algo de blues, algo de pop, baladas, pero lo sobrevuela todo la música country. “Lonestar”, por ejemplo, es country clásico desde la letra (“Estrella solitaria, ¿dónde estás esta noche?/ Está oscuro y daría lo que sea porque vuelvas a brillar sobre mí”) hasta la desolada interpretación: “mi mamá es de Oklahoma”, explica Norah, “y cuando íbamos a visitar a mi abuela, ella siempre ponía discos de Willie Nelson. Hace poco entendí cuánto me habían afectado: no sabía que me gustaba el country hasta que llegué a Nueva York”.
Come away with me es un disco de pequeñas confidencias, desencantos, promesas sin cumplir. Como toda buena intérprete, Norah Jones se mimetiza: en “Come away with me” quiere despertarse en brazos de un amante; en “Don’t know why” (un tema propio) acaba de abandonar a un hombre, de pura impulsividad y borrachera; en “Feeling the same away” la madrugada la encuentra sin dormir, y la obliga a levantarse mareada e insegura. Es un disco femenino, con una chica que se deja espiar en sus momentos más íntimos: esperando a un hombre, bailando sola, al volante en una ruta solitaria, dormida algo borracha al lado de la estufa. Es un disco sin pirotecnia, que termina en un susurro, con Norah sola frente al piano. Las últimas palabras son “sentir, en la noche, que estás cerca”. Eso es todo, pero la seducción sobra y ojalá el éxito sirva que para que grabe otro disco, pronto.