Dom 08.04.2007
radar

NOTA DE TAPA

Canción del hombre solo

A treinta años de su debut, el uruguayo Jaime Roos editó su primer disco de canciones propias en una década; como si fuera poco, es uno de sus mejores trabajos y viene a presentarlo a Buenos Aires. Por eso, antes del show en el Luna Park, a fin de mes, Radar cruzó el río para entrevistarlo en Montevideo, en un bar frente a la playa que lo vio crecer. Su curiosa relación con Buenos Aires y Mirtha Legrand, la afortunada aventura por América latina con sus primeras canciones, la soledad que siente defendiendo la canción uruguaya, los secretos de un disco dedicado a su madre y a su mujer, su relación cotidiana con la muerte y el lugar donde quiere que se arrojen sus cenizas: esa playa frente a la que habla de todas estas cosas.

› Por Martín Pérez

desde Montevideo

“El mar está siempre en movimiento para no salirse de su lugar”, dice uno de los poemas más hermosos de As Coisas, tal vez el mejor libro del paulista Arnaldo Antunes, ayer integrante del grupo Titas, hoy orgulloso Tribalista y solista con varios discos editados. Sentado frente a la rambla montevideana, es imposible no dejar de pensar en ese verso. Porque ese río es como un mar que no deja de moverse, y tampoco cambia de lugar. Porque es imposible alejar la mirada de ese movimiento inmóvil que ocupa casi todo el paisaje hasta el horizonte como si fuese el mar, aunque uno sepa que es un río. A la altura de la Playa Chica –“que muere en el Gas”, como muy bien se la describe en ese monumento urbano hecho canción llamado “Durazno y Convención”–, para muchos la costa de Montevideo adquiere su mejor paisaje. Porque la ciudad parece enfrentarse al río cara a cara, porque casi no hay ni carritos, ni boliches, ni balnearios ni nada que mediatice esa relación. Sólo la rambla, los coches que pasan, los caminantes con su mate, las rocas y ese agua que no deja de moverse.

Jaime Roos sonríe en silencio ante estos comentarios. Porque éste es su lugar, es su barrio Sur, del que nunca se fue, aunque haya vivido tres años en París y seis en Amsterdam. Y del que ya no piensa irse. Cuando tocó en la Plaza Matriz, ubicada en plena Ciudad Vieja, en el transcurso de la gira estival con la que presentó su nuevo disco por todo Uruguay –algo que no hacía desde el espectáculo A las diez, casi cinco lustros atrás–, Roos disfrutó como nunca tocar a cuadras de su casa, y lo dejó en claro varias veces desde arriba del escenario. “Es que todos se van yendo, ¿entendés? Pero yo no me muevo de acá. Cada vez me quedo más”, explica, compartiendo un café en el bar de un moderno hotel estratégicamente ubicado ante ese río-mar, en pleno barrio Sur. “Cuando estuve arreglando mi casa, donde resido ahora con mi pareja y que está acá a un par de cuadras, me quedé como un mes viviendo en este hotel”, revela, y se queda mirando el paisaje a través del gran ventanal de vidrio que ocupa todo el frente y es toda la decoración del lugar.

En el libro de conversaciones con Milita Alfaro titulado El sonido de la calle, editado veinte años atrás y que es lo más parecido a una biografía oficial suya que alguna vez hubo en las librerías uruguayas, Jaime Roos confiesa que la letra de su canción “Hermano, te estoy hablando” –“Las cenizas al viento se pierden sobre el mar picado, frente a la misma rambla donde le tocó crecer”– describe cómo va a ser su funeral. “Porque yo tengo firmada hace años mi orden de cremación, y mi familia tiene instrucciones de esparcir mis cenizas al viento en el mar”, decía entonces. Y ante la pregunta de si eso sigue en pie, Jaime estira un brazo y señala hacia la izquierda, hacia el lugar donde la rambla termina en unas construcciones, y se forma una pequeña playa. “Ahí, ¿ves? En esa curva, ésa es la Playita Chica. Ahí vamos a hacer el último concierto de esta gira. Y me gustaría que me cremasen y tirasen mis cenizas en ese pedazo de agua.”

En el libro de Milita Alfaro decías que tenías un problema con la muerte... ¿Lo seguís teniendo?

–Pienso en la muerte a veces una vez cada cinco minutos, a veces una vez por hora. Está presente todos los días de mi vida. Te aclaro que no soy depresivo. Es más, me considero una persona vital. Pero estoy midiendo constantemente todo con la vara de la muerte. No puedo evitarlo...

¿Todo el tiempo?

–Todo no, pero sí las cosas importantes. Es muy difícil encontrarle un sentido a la vida, entonces uno trata de inventarlo de alguna manera. Y la presencia de la muerte es casi como el fiel de la balanza...

No quería que nos pusiésemos tan serios...

–Estamos fúnebres, no serios...

Así remata Jaime la charla antes de relajarse y dejar escapar su risa. Tal vez porque sabe que esto no termina sino que recién empieza, ya que su nuevo disco está rodeado de augurios funerarios, despedidas y también resurrecciones. O quizá porque sabe que un disco como Fuera de ambiente, el décimo integrado por canciones propias en su carrera, editado a treinta años de su debut en estas lides, tiene que ser señal suficiente de su entereza como autor, de que aún hay vida en los surcos. Y también más allá. “No sé realmente dónde estoy parado en mi carrera”, confiesa. “Y esto no tiene nada que ver con este disco editado tres décadas después de aquel examen de ingreso que fue Candombe del 31. Porque yo no compito con aquellas viejas versiones de mí mismo. Este es un disco de un tipo que tiene cincuenta años, y me gusta que eso se note. Porque sino sería como si esa vida no la hubiese vivido. Pero lo que realmente me da tranquilidad en este momento es que este disco me gusta. Y es algo que ya sabía antes de grabarlo, desde que terminé la maqueta.”

Foto: Sandra Cartasso

SU LABERINTO

La cinta iba en el medio de la mochila. Así atravesó todo un viaje a dedo desde México hasta Uruguay en la espalda de su autor, quien, al llegar a Montevideo, recuerda que lo primero que hizo fue buscar un amigo con un buen grabador para poder escucharla, a ver si había llegado bien. “Esa cinta fue mi desvelo durante todo el viaje, mi Santo Grial”, recuerda Jaime Roos, y es difícil no creerle. Es más: dado el mítico rigor con el que controla cada una de sus grabaciones, debe haber sido realmente una odisea atravesar el continente con aquellas cuatro canciones a cuestas. Pero así es como Jaime Roos empezó a inscribir su nombre en la música uruguaya: volviendo a casa con sus primeras canciones grabadas en Europa, pero cruzando todo el continente de mochilero –“atravesando literalmente desiertos, montañas y selvas”, como él mismo aclara– antes de poder mostrarlas en casa.

“Casi me las pierdo en un mostrador del aeropuerto de México. Porque las saqué para mostrar lo que tenía en la mochila, y me las dejé olvidadas. Cuando volví corriendo a buscarlas, estaban milagrosamente donde las había dejado”, recuerda. “Para mí las canciones de esa cinta hoy suenan peor que una maqueta, y eso pensaba que eran. Pero cuando las mostré acá me dijeron ‘pero si está fenómeno’. Y fueron al disco.” Aquel primer disco de Jaime, sólo reeditado parcialmente en CD en el compilado Primeras páginas, devino en inevitable referencia para su flamante último disco, ya que cumplió treinta años de su edición cuando Fuera de ambiente vio la calle. “Para mí este aniversario es un motivo de alegría, y de orgullo. Y si escuchas aquel primer disco, vas a ver que en él está trazado el mapa de todo lo que hice después, incluso este último disco. Y con la palabra Candombe en el título, encima. Así que es el mismo árbol, que fue dando ramas.”

Esta última rama de ese árbol que es la música de Jaime Roos era esperada desde hacía mucho. Porque, con el tiempo, pareció hacérsele cada vez más difícil completar un disco con canciones nuevas. Aunque es muy difícil que Jaime confiese algo así. Porque, a pesar de que como entrevistado es un hombre amable, dispuesto a considerar y contestar largo y tendido cualquier pregunta que se le formule, también es muy difícil hacerle decir lo que no quiere escuchar. Y cuando se le menciona esta aparente creciente dificultad en la composición, pasa a enumerar todas las cosas que ha hecho en los últimos años. Es cierto: casi hay un disco por año desde Estamos rodeados (1991) en adelante. Compilaciones, producciones ajenas, discos en vivo, repaso de temas ajenos y más compilaciones. Pero también es verdad que, de entonces hasta ahora, sólo hubo un disco con canciones nuevas: Si me voy antes que vos (1996). Pero que tenía sólo ocho temas, o apenas siete, ya que uno de ellos –el que le daba título a la placa– estaba grabado dos veces. “Yo nunca paré”, insiste Jaime. “Pero es verdad que los discos de canciones nuevas fueron saliendo cada vez más espaciados. Eso obedece primordialmente a que, por un lado, les di más importancia a las actuaciones en vivo. Y además comencé a tener más trabajo a ese nivel. A darle más importancia a lo visual, algo que se va a ver cuando comiencen a editarse los DVD. Cuando saqué el disco Contraseña, hice la cuenta: estuve tres meses haciendo prensa. Son todas cosas que te quitan muchísima energía. Y entonces no logro la concentración para poder trabajar de la forma que a mí me gusta. Cuando hice mis primeros discos, a lo sumo tocaba en vivo cuatro veces por mes.”

Pero en Europa también trabajabas en otras cosas. Siempre contaste que las canciones de Mediocampo las compusiste siendo cocinero en Amsterdam, por ejemplo...

–Pero en Holanda tenía todo el tiempo del mundo. Era muy pobre, vivía en la calle como un linyera, pero era el tipo más rico del mundo, tenía mucho tiempo. Y todos los días inexorablemente le dedicaba cuatro horas a la composición. Mirá, sabés lo que sucede: que en mi carrera llegó un momento en que empecé a mirar las cosas desde otro lugar, y traté de intentar comprender todo lo que había pasado, tomando distancia. Me di cuenta entonces de que ya había hecho éste y aquel disco, pero que no había hecho un buen disco en vivo. Que había hecho esto y aquello, pero nunca había logrado tener un buen show en vivo. Quería tener videos largos, documentos de lo que estaba haciendo. Y también hacer un disco con canciones de otros músicos, a todos los músicos nos gusta en algún momento poder cantar temas de quienes uno admira. Bueno, todo eso me faltaba. Así que empecé a priorizar cosas. O a subirme a otras que aparecían, como la producción de un disco de Adriana Varela, que es algo que adoro, y cuando surgió lo prioricé incluso más que un disco propio, como fue Contraseña. Hasta que finalmente llegó el momento en que me di cuenta que necesitaba sacar algo afuera. Así que paré con las actuaciones en vivo y me dediqué a ese nuevo disco. Me llevó un buen tiempo, porque no tenía las composiciones terminadas...

Es curioso lo que decís, porque pese a ser tan metódico en tus prioridades, decidiste parar para hacer un disco sin tener las canciones... ¿Cómo se explica eso?

–Porque lo sentía bullir dentro de mi pecho. Tenía apenas retoños de canciones, como si me hubiesen regalado una maceta con una plantita muy chiquita, pero que sabés que va a nacer si la regás como corresponde.

La foto está en el sobre interno –casi un libro, en realidad– del compilado Candombe, murga y rocanrol (2004) con el que Roos terminó un contrato de casi una década con la filial argentina de Sony. Allí se lo ve a Jaime sentado en el suelo en un living despojado, frente a un hogar donde el fuego está encendido. El epígrafe anuncia que lo que se ve es una tarde de invierno a comienzos de los ’90 en La Cucha, su casa en el balneario de La Floresta. Allí es donde Roos se refugió a hacer crecer esos brotes que aún no eran canciones. “Pero que me vaya allá no quiere decir que esté todo el día componiendo. Más bien estoy todo el día eligiendo los tomates, o las películas clase B que voy a ver a la noche. Pero de repente me sucede que siento, y es algo físico, que tengo que agarrar la guitarra. Y ahí me puedo quedar cuatro horas trabajando. No sé lo que va a salir, pero algo sale. Sentís que hay un motor que se acciona. Estuve tres o cuatro meses trabajando de esa manera, y así fue como aparecieron las canciones que están en este disco. Es más, cuatro quedaron afuera. Porque no quería que durase más de cuarenta minutos, que era el tiempo que duraba el disco de vinilo. Para mí es el tiempo ideal para disfrutar de un disco completo, sin perder la atención, ni buscar al escucharlo de nuevo las mejores canciones.”

EL HOMBRE DE LA CALLE

Una de las cosas que más ha repetido Jaime Roos en las entrevistas que le han venido haciendo desde fines del año pasado, cuando salió a la calle Fuera de ambiente, es que el título es un comodín que se refiere a un par de cosas. “Por un lado, es un término que se utiliza en medicina: sacar de ambiente a un paciente es cuando lo anestesian o cuando le dan un calmante por su dolor. Cuando la realidad es demasiado dura, cruda o agobiante, todos queremos salir de ambiente. Estamos todo el día viviendo para que llegue ese momento. A través del alcohol, las drogas o, en mi caso, haciendo música. Pero ésa es sólo una lectura. La otra lectura, más negativa, es que me considero fuera del ambiente del mundo musical actual. Me considero cada vez más sapo de otro pozo, y no porque mi música sea anticuada, ya que no la considero con olor rancio. Pero creo que soy el único que sigue con la bandera levantada después de tanto tiempo.”

Clásico desde hace años en el Uruguay, desde hace tiempo que Jaime Roos está solo en el firmamento de la música ciudadana, y tal vez se refiera a eso cuando dice estar fuera de ambiente. “Como músico me siento muy bien acompañado”, aclara. “Porque en Uruguay hay grandes instrumentistas, jazzistas y creadores. Fijate sin ir más lejos en un tipo como Hugo Fattoruso, que además está como invitado especial por unos meses con mi banda. O sino Rubén Rada, que cantando es un monstruo, el mejor cantante de América latina. Pero no puedo creer que saque un disco y le ponga Ritchie Silver y diga que nunca fue candombero, que siempre fue del rocanrol. Así que, en esas lides, claro que me siento un poco solo. Hay un buen cantautor uruguayo que es Jorge Drexler, que a mí me alegra que exista. Pero en lo que atañe a la música con cédula de identidad uruguaya, a la música de raíz que al mismo tiempo sea canción... bueno, se han ido bajando las banderas. Pero yo sigo con la mía bien alta.”

En la tapa de tu quinto disco, salís con la camiseta número 5 en la espalda... Pero parece que con el tiempo te obligaron a calzarte la 10, ¿no es cierto?

–Diste en el clavo, me parece. Me fueron obligando. Ahora cuando estoy arriba del escenario soy más un enganche...

Pero mirá que los jugadores cuando pasa el tiempo van yendo para atrás en la cancha, y no para adelante...

–No te creas, con el tiempo también se puede jugar mejor. Yo me acuerdo de un jugador de Nacional llamado Víctor Espárrago. Cuando era joven era un espanto, se fue a Europa y volvió. Pero cuando tenía 30 años, no tenés idea lo que era Espárrago: era un maestro (risas). Así que no te quede duda: con el tiempo se aprende.

Arriba del escenario, en el show que a fines de este mes presentará en el Luna Park, Jaime Roos es contundente. Como siempre, su banda es impecable. “Es la mejor de todas las que tuve”, dirá si le preguntan. Pero, claro, inmediatamente aclarará que hay cosas que son únicas. “Por ejemplo, ‘Pelota al medio’ con el Pinocho Routin en voz es algo irrepetible”, explica. Con el coro de voces como si fuese una sección de vientos, pero que canta, Roos saca pecho y disfruta también de la posibilidad de quedar arriba del escenario como quinteto y hacer rocanrol. Y hay que agregarle el lujo del grupo, al menos por ahora: la presencia de Hugo Fattoruso. “¿Ves? Si esto fuese fútbol, el Hugo ya no podría salir a la cancha. Pero como es música, sube al escenario y es el más joven de todos. Es un maestro”, explica Jaime, que confirma que Fattoruso estará presente en el show del Luna Park, con el que continuará su curiosa relación con Buenos Aires. “La primera vez que fui a Buenos Aires fue cuando editaron allá un compilado en el sello Phillips, que hoy es una rareza en mi discografía”, recuerda. “Porque yo me fui a París y no conocía Buenos Aires. Después me fui a México, volví a dedo, entré por La Quiaca, hice Jujuy, Tucumán, Córdoba, Santa Fe... y ahí doblé para Paraná y me vine a Montevideo, sin pasar por Buenos Aires. Después me fui por Concordia, Corrientes, Misiones, crucé al Brasil, le hice dedo a un barco y me volví a Amsterdam... ¡y seguía sin conocer Buenos Aires! Finalmente a los 27 años de edad, cuando salió ese disco, fui a tocar y me sentí el tipo más estúpido del mundo. Porque estuve toda mi vida viviendo a 200 kilómetros de aquello y no lo conocía. No lo voy a descubrir yo, pero Buenos Aires es una ciudad formidable. Fue algo muy curioso: conocí el mundo, conocí la Argentina, pero no conocía Buenos Aires. Desde que la conocí, eso sí, no paré de ir... Es, por lejos, el lugar donde mejor me han tratado aparte de Uruguay.”

La clave de su éxito porteño, según Roos, son los shows en vivo. Por eso, recuerda, estuvo 8 años sin viajar después de aquellos primeros shows. “Porque no surgían propuestas en serio”, explica. “Y desde que tocamos en Obras finalmente en el ’90, todo fue mucho más fácil.” Además, aclara, todo fue mucho más lento porque decidió desde el comienzo no aceptar invitaciones a la televisión abierta.

Pero al programa de Mirtha Legrand fuiste varias veces...

–Sí, debo haber ido como cuatro o cinco veces. Pero ahí soy yo mismo, no tengo que hacer chistes o participar en jueguitos. No me tienen que preguntar necesariamente pavadas, todo ese tipo de parodia que hay en la televisión argentina, donde curiosamente hay pocos programas periodísticos normales. ¡Todos tienen que hacer reír! Entonces mi camino fue mucho más lento, pero al mismo tiempo se afirmó mucho más, porque gran parte del respeto que me tiene el público es porque sabe que existe la coherencia, aunque sea mínima. En donde, al menos, se le tiene respeto al público. Porque ser coherente, entre otras cosas, es tenerle respeto a la gente...

¿Es verdad que cada vez que vas al programa de Mirtha te pregunta para quién compusiste “Amándote”?

–(Se ríe.) Sí, pero ya es un clásico. Hasta ella misma se ríe de eso. Me dice: “Sí, ya sé que te lo pregunté, pero te lo voy a preguntar otra vez”. Y yo le vuelvo a decir que no la compuse para ninguna mujer en especial, sabiendo que la próxima vez me lo va a volver a preguntar.

ADIOS JUVENTUD

En el prólogo de aquel libro de entrevistas con Jaime Roos, Milita Alfaro recuerda que Juan Carlos Onetti escribió en la mítica revista uruguaya Marcha, cuarenta años antes, que Montevideo no existía. Y que seguiría sin existir hasta tanto sus escritores no asumieran la tarea de contarnos cómo es el alma de la ciudad. Dos décadas después de la edición de ese libro, no hay quien pueda negar que las canciones de Jaime Roos han ayudado a que Montevideo exista, al menos en términos onettianos. “Estoy de acuerdo con Onetti, en que una ciudad no existe si no se escribe sobre ella”, apunta Jaime. “Pero si yo contribuí a ello, lo hice involuntariamente. Porque no me gusta hacer paisajismo. Es algo que hice sólo en un par de canciones, notoriamente en ‘Durazno y Convención’. Pero lo que se da más espontáneamente en mi obra es contar historias. Eso sí, con un decorado montevideano.” Después de treinta años de carrera parándose en cualquier esquina de Montevideo para contar sus historias, lo que sorprende de Fuera de ambiente es que se permita ser un disco tan íntimo, y al mismo tiempo tan urbano.

Dedicado tanto a la ausencia de su madre Catalina, que murió antes de terminar el disco, como a la presencia de su mujer Verónica, es un trabajo que recorre las obsesiones más presentes en la carrera de Roos, tanto musicales como temáticas. Pero hay un tema fascinante y confesional que se destaca claramente del resto, cuyo nombre es “El tema del hombre solo”, que es casi la versión dark de “Cuando tenga 64”, de Los Beatles. “Fue escrita a base de tres o cuatro pedazos de papel. Dos de ellos eran servilletas, que cuando me gustan los pego en una cuadernola en donde voy armando las canciones”, recuerda Jaime. “Estaban pegadas en lugares distintos, hasta que un día me di cuenta de que estaban todas queriendo decir lo mismo, manejando conceptos que eran como baldosas de un mismo piso.”

La letra habla de tres rosas rojas, de las que queda sólo una chamuscada. ¿Cuáles son las otras dos?

–Mi apellido en holandés quiere decir rosa. Yo soy hijo único, y las otras dos rosas rojas son mi padre y mi madre. El último regalo que le hice a mi madre fueron tres rosas rojas que le llevé al sanatorio. Al otro día murió. Guardo esas flores dentro de un cuadro, y esto no pretende ser un culto a la muerte ni nada por el estilo, incluso soy poco apegado a los objetos, a los recuerdos. Pero esas tres rosas rojas fueron para mí algo importante. Por eso las guardé, por eso las menciono. Aunque dentro de la canción se vuelven un poco herméticas, y a mí no me gusta el hermetismo. No obstante, a veces es inevitable. La poesía misma te lleva hacia él...

Pero ese supuesto hermetismo permite que el que escucha complete a su manera lo que queda por decir...

–Ahí va... Le tiras algo abierto como para que él lo llene con su propia vivencia o instinto. De todas maneras, en el panorama de la canción esa frase es menos hermética. Es un detalle más del escepticismo vital que tiene este personaje que canta la canción. Que soy yo, pero al mismo tiempo es un personaje, porque yo también soy el de “Te quería decir”, y el de “Solo contigo”, que son canciones de amor. O sea, yo soy el mismo. Pero éste es el lado dark, no de “Cuando tenga 64”, sino de cuando tengo 53, que es mi edad...

Además de las grandes dedicatorias a la memoria de tu madre y a la presencia de tu mujer, entre los pequeños agradecimientos hay uno muy curioso: un abrazo para Rubén Blades... ¿por qué?

–Es una especie de retribución al agradecimiento que me hizo en su disco Mundo, que me emocionó mucho. Además, es un tipo muy especial, un gran caballero además de un gran artista. Nunca me voy a olvidar cuando estábamos tocando en Buenos Aires en el Gran Rex, en el 2001. El tipo estaba filmando una película allá, y se mando desde el set al teatro caminando, con su bolsito. Se apareció y dijo: disculpen, soy Rubén Blades, ¿puedo pasar? Terminó en el camarín, y subió al escenario a cantar conmigo “Amándote”, que él grabó en su disco.

Ya pasó mucho tiempo desde “El letrista no se olvide”, esa canción que llevaba a la gente a pedirte que no te olvidaras de componer temas dedicados a tal o cual cosa... ¿te siguen pidiendo canciones?

–Ninguna de las canciones que hice en este nuevo disco fueron a pedido...

Entonces ese tiempo ya pasó...

–No, los tiempos no pasan. Las cosas son mucho más casuales de lo que uno cree. Así que no sé, capaz que pasado mañana le hago la canción al taxi, porque hace 20 años que los tacheros me la piden... y la verdad que me parece mágico el mundo del taxista... Todavía no salió, pero quién te dice...

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