Dom 08.04.2007
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INVESTIGACIONES > LA INCREíBLE AVENTURA DETRáS DE UN SALVAPANTALLAS

Al final del arco iris

Nick Tosches es uno de los mejores escritores de no-ficción del mundo anglosajón, y probablemente del mundo: ha encontrado el último fumadero de opio en China, se ha infiltrado en el Vaticano para acceder a sus archivos, ha conseguido entrevistas con mafiosos inhallables para cualquier otro, ha descifrado el misterioso manuscrito de Ezra Pound y hasta encontró gente dada por muerta durante años. Y sus crónicas, notas y libros están sobradamente a la altura de sus temas. Su última obsesión fue un idílico fondo de pantalla de Windows, y se convirtió en uno de sus casos más complicados.

› Por Nick Tosches

Después de siete horas y casi igual número de cervezas, el técnico ha transferido todo de mi computadora vieja a la nueva. Está todo programado, sintonizado y listo para usar. El tipo de la computadora da un paso atrás, eructa y sonríe.

Yo miro desde el sillón el nuevo monitor pantalla plana análogo TFT-LCD de 19 pulgadas de alto contraste, resolución de 1280 x 1024, un ángulo de visión de 170 grados y una frecuencia de escaneo de 30-81 khz (horizontal) y 56-75 (vertical). O así me dijeron.

Lo que veo son las colinas verdes, el cielo azul y las nubes del paisaje en mapa de bits del condado de Napa, llamado Bliss (dicha), que es el fondo de escritorio por default de Windows XP. Parece una invitación al suicidio para un domingo a la tarde.

“¿Podés cambiar eso?”

El tipo de la computadora entra a las preferencias. Miro y veo un sendero rústico cubierto de hermosas hojas otoñales caídas de grandes y viejos arces que se inclinan, románticos y soñadores. Eso me gusta más. Y también es el comienzo de un cierto tipo de locura.

Me voy a Jersey, viajo a París, de ahí a la Península Arábiga, y después vuelvo a casa.

Autumn (Otoño): averiguar dónde fue tomada la foto usada como fondo de escritorio del Windows XP desató una investigación que involucró a un equipo de especialistas, magnates, bancos de datos y hasta a Bill Gates durante más de un año.

Me siento en el sillón y observo ese sendero rústico y esos viejos arces. A esta altura conozco el nombre de este fondo de pantalla, o wallpaper, o como se llame: Autumn (Otoño). Acercándome al escritorio para mirarlo con más detenimiento, veo algo oscuro, vago, al final del sendero. ¿Una cabaña? ¿Un puente cubierto? ¿Un granero? Quiero estar ahí, honestamente, en ese sendero, bajo esos arces, caminando lentamente hacia esa oscuridad, conjurando algo. Vuelvo a París, de ahí me voy a Tokio, después a Milán y al lago Como, y regreso a casa. Estoy cansado de todo y de todas partes. Sólo quiero ir a Otoño.

Es un caso sencillo, me imagino. Soy un buen detective. Encontré un fumadero de opio en Vientiane, China; me dieron entrevistas cardenales, mafiosos y sheiks; estafé al Vaticano para que me otorgara un doctorado y así poder acceder a sus archivos clasificados; descifré el críptico mensaje de Ezra Pound garabateado en su propia copia de los Cantos mientras estaba encerrado en el manicomio; encontré y entrevisté a la primera esposa de Phil Spector, dada durante años por muerta; encontré mi camino hasta la piedra sagrada de la Gran Madre, en Chipre; obtuve el número de celular de Charlotte Rampling; hasta estuve cerca de entender la segunda página de mi declaración de impuestos. Encontrar el lugar donde fue tomada una foto –una foto ubicada en millones de pantallas de computadora– parecía la nada misma. Qué tontos somos los mortales. Al cliquear sobre la foto y pedir las propiedades de la imagen, la respuesta que se despliega es: “¿qué es esto?”. Exactamente mi pregunta.

Yendo más en profundidad, un archivo llamado “propiedades de otoño” revela sólo que es un “theme file” de Windows de 5 kb. Cuando trato de averiguar qué es un “theme file”, el Centro de Ayuda de Windows sugiere: “chequee su ortografía”. Bueno, mierda, alguien en Microsoft debería saberlo. Pero de acuerdo a cómo terminaron las cosas, si lo saben, no lo dicen.

La curiosidad se vuelve deseo, y el deseo obsesión. Varios amigos se involucran en mi búsqueda. Ya no quiero meramente encontrar Otoño e ir ahí. Ahora quiero ir y buscar un pequeño lugar para vivir cerca del sendero cubierto de hojas secas. Editores de fotografía, editores de editores, chequeadores de datos, investigadores, técnicos de computadora y muñecos de computadora: todos ellos se convirtieron en mi variopinta y devota tripulación, que empezó a ser conocida como el Equipo Otoño.

Cada miembro del Equipo Otoño empieza como lo hice yo, confiado en que encontrar la locación registrada en la foto sería una cuestión rápida y sencilla. Mientras pasan los meses, varios de los voluntarios, en vez de reconocer la derrota, se escudan en la premisa exculpatoria: “A lo mejor es una imagen generada por computadora”, y vuelven a sus vidas reales.

Las preguntas a Microsoft son reenviadas a la firma de relaciones públicas Waggener Edstrom. El siguiente intercambio de mails entre un integrante del Equipo Otoño y un miembro del Equipo de Respuesta Rápida de Waggener Edstrom es representativo:

“Hola, soy un periodista que está escribiendo sobre arte para escritorios de computadora y tengo una pregunta: ¿podrían decirme el nombre del fotógrafo y la locación de la imagen de wallpaper que viene con Windows XP llamada Otoño? Envío la imagen exacta como archivo adjunto. Sé que éste es un pedido inusual; cualquier ayuda que me puedan dar será muy apreciada.”

“Me alegra recibir esta consulta. Por favor, deme la oportunidad de conectarme con colegas para transmitirles su inquietud. ¿Necesita esta información para un artículo? Y de ser así, ¿cuál es su fecha límite de entrega y cómo usará la información?”

“¡Gracias por contestar tan rápido! Sí, es para un artículo. Mi fecha límite es el 10 de julio. El artículo es sobre las maneras en que los wallpapers afectan los hábitos de trabajo de la gente. Esta fotografía en particular es mi favorita, y voy a escribir sobre las formas en que ha inspirado y estimulado mi imaginación para escribir. Averiguar quién tomó la foto y, en particular, dónde lo hizo, serán datos muy importantes para el artículo. Por supuesto voy a citar su asistencia en nombre de Microsoft y enviar copias cuando se publique. Gracias otra vez.”

“Hola. Le respondo su último email y me he conectado con colegas a propósito de su consulta. Desafortunadamente, no podremos contribuir en esta oportunidad. Le pido disculpas por los inconvenientes. Saludos.”

“¿Puede decirme por qué no? Gracias.”

“Hola. Desafortunadamente no estuve presente en el proceso de decisión sobre su pedido y no puedo comentar sobre las razones de mis colegas. Le pido disculpas por las molestias. Le sugiero que acuda a Internet para más información sobre las imágenes. Saludos.”

Veo gente con capuchas y capas negras sentadas alrededor de una mesa, atadas por un juramento de sangre: nunca divulgar la latitud y la longitud de Otoño. ¿Por qué este muro de silencio y secreto? Nunca antes supe de una compañía que se niegue tan resueltamente a la buena publicidad.

Los miembros del Equipo Otoño me empezaron a hacer comentarios raros: “Hay caballos cerca. No se los ve, pero, ahí, mirá ese corral medio derrumbado a la derecha. Es un corral para caballos”.

“Creo que es algún lugar de Vermont. Me da la impresión de que es Vermont.”

Entonces, le escribo al Departamento de Turismo del estado de Vermont y me responden: “Creemos que esta foto es de un banco de imágenes que venía con MS Windows hace unos años. En todo caso, no es de nuestro banco de imágenes... He consultado al editor de la revista Vermont Life para ver si le resulta familiar”.

En lejanos y nebulosos resultados de una exhaustiva búsqueda de imágenes en Internet, Otoño aparece casi acechante, con el nombre de “Tierno Otoño” en un sitio llamado art-screensavers.com. Despachamos una súplica: “¿Puede decirme por favor dónde fue tomada la fotografía ‘Tierno Otoño’?”. La respuesta es rápida y amigable, aparentemente desde Rusia: “Esas fotos llegan a nosotros a través de nuestros amigos, así que desconozco su origen. Pero conozco el origen de las fotos de los salvapantallas llamados Fallen Leaves. Es el Jardín Botánico de Moscú. Los mejores deseos para esta Navidad, Roman Rusavsky”.

Le pregunto al millonario S.I. Newhouse si conoce a Bill Gates. Le pregunto a la gente en los bares si conoce a alguien que trabaje en Microsoft. Mi email a [email protected] sigue sin respuesta, pero sé que él es el dueño de la imagen. Es dueño del Código Leicester de Leonardo Da Vinci. Es dueño de todo. Debe ser dueño de Otoño la foto, si no del verdadero lugar. Y al menos una de las 70 mil personas que trabajan para él –o él mismo– debe saber dónde se tomó la foto, o quién lo hizo.

Es dueño de Corbis, que alberga unos 70 millones de fotos. Resulta que la biblioteca de Corbis, a través de la que Bill Gates está dispuesto a venderme fotos de mí mismo, tiene unas 5000 imágenes archivadas bajo el nombre de “Otoño”. Comienzo una metódica búsqueda mirando cada una de ellas. Casi en la mitad de la tarea, la encuentro: CB047623 (“Hojas de otoño cayendo sobre sendero”). Otras fotos de Corbis incluyen los datos de autor, fecha de la fotografía e información sobre la locación. Es día de pago. Hago clic sobre la imagen para pedir detalles. Lo único que consigo, y nada más, es: “Fecha de la fotografía: octubre de 1999”.

“Querido Corbis...”

Encuentro una imagen del fotógrafo James Marshall, que vive en Brunswick, Maine. La foto, de arces otoñales en Hadley, Massachusetts, me recuerda a Otoño.

“Perdón, Nick –me dice–, pero ésta no es mía.”

Algunos trataron de consolarme. “Mierda, debe estar cerca de un depósito de residuos tóxicos.” Mi amigo Bruce sugiere que debe haber un elemento siniestro: “Puede ser como en Blow-Up. Algo malo puede estar sucediendo al final del sendero. Quizá por eso no quieren decirte nada”.

Pero, ya sean residuos tóxicos o cadáveres, no me importa. Otoño me espera. En algún lugar. Sí. Al final del arco iris. Sí. Y lo voy a encontrar.

Un email llega en respuesta al que le envié a Bill Gates. No es del Gran y Malvado Bill sino de alguien que trabaja en algo llamado exchange.microsoft.com. “La locación de la foto es Campbellville, Ontario, Canadá.”

¡Guau!

Ahora sólo necesito el nombre del fotógrafo para que me lleve al hogar donde nunca he estado.

“El banco de imágenes Corbis no quiere dar el nombre del fotógrafo

porque es dueño de los derechos de la imagen.”

Yo no quiero pasar sobre ningún derecho. Por favor. Sólo quiero el nombre del fotógrafo.

“Mucha suerte.”

Me dirijo a Campbellville en busca de ayuda. Sociedades históricas, la cámara de comercio, dueños de posadas, inmobiliarias, bibliotecas, estancias con caballos. Nadie puede identificar el lugar. Llamo a Graydon Carter, mi editor en Vanity Fair: “Ya sabés que estoy loco, pero...”.

Me llama Ann Schneider, la editora jefa de investigación fotográfica de la revista. Ahora me refiero a ella con otros títulos: diosa, interventora divina –porque me ofrece, recuperado por su magia, el nombre del fotógrafo: Peter Burian–.

Salgo del vaso de cristal y del whisky y sonrío ampliamente. Pero pronto la sonrisa, como el whisky, desaparece.

Peter, que vive en Milton, Ontario, dice que sí, le dijo a Corbis que la imagen fue tomada en Campbellville, pero, “cuanto más lo pienso, puede haber sido cerca de Kilbride”. Sale con el coche, busca en Campbellville y en Kilbride. “No fue en ninguno de los dos pueblos”, reporta. “Me equivoqué.” Pero “sé que está en un radio de 100 kilómetros de mi casa en Milton”. El mismo se refiere a este asunto como “una aguja en un pajar”. El hombre que encontró Otoño ha perdido a Otoño.

Pero ahora está tan obsesionado como yo. Se está yendo a París por diez días, y tiene que terminar mucho trabajo antes. “Y la nieve derretida no es buena” para vagar por caminos rurales. Pero “soy un tipo terco: vamos a encontrar la locación”.

Mientras tanto, ante la primera mención de Kilbride, yo le escribo a un puñado de gente en Burlington, el lugar más cercano a Kilbride que tiene un puñado de gente a quien escribirle. Recibo respuesta de Jane Irwin, una archivista voluntaria de la Sociedad Histórica de Burlington. “Kilbride es parte de la ciudad de Burlington, pero en el área rural del norte, accesible sólo por auto. No manejo, y no he estado allí en por lo menos diez años, pero el sendero me resulta vagamente familiar. Basándome en el corral y en el granero del fondo, apenas visible, me parece que es un camino que lleva al sur, a la vieja propiedad de los Harris.”

Aunque Kilbride ha sido descartado, le paso la sugerencia de Jane a Peter, que va a revisitar el pueblo el sábado siguiente. Esa noche, recibo de él las palabras que he estado deseando escuchar durante más de un año: “Lo encontré”.

Así que aquí estoy, sentado en una mañana de domingo de invierno, con una taza de café barata en la mano en vez del vaso de cristal, sonriendo con más serenidad. Como dijo una vez alguien más sabio que yo, nadie con un mapa decente necesita del arco iris.

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