Dom 08.04.2007
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MúSICA > RICHARD SWIFT, PERDER, PERDER Y PERDER

Cómo fracasar exitosamente

Justo cuando creía estar componiendo sus últimas canciones para un auditorio vacío, un pequeño y prestigioso sello canadiense editó una cajita de lujo con su primero y segundo disco. Pero el reconocimiento no lo desalentó: con Elegantemente vestido para una desilusión, su tercer disco, Richard Swift vuelve a demostrar que perder es un arte, y él lo practica como pocos.

› Por Rodrigo Fresán

¿Puede resistirse alguien a escuchar el primer disco de un songwriter ignoto y con cara de casi nada titulado The Novelist y donde, en la canción de igual nombre, se decía, entre orgulloso y patético, que “Trato de escribir un libro cada vez que hablo”?

Yo no.

Yo lo descubrí hace tiempo, en el 2003, en una mesa de usados –en una curiosa edición artesanal y pagué poco y disfruté mucho de las cancioncitas sencillamente sofisticadas de un tal Richard Swift (1977) del que nadie sabía nada–. Pasado un año o algo así, volví a encontrarme a The Novelist en tándem junto a Walking Without Effort (2005) en una cajita del prestigioso sello Secretely Canadian bajo el aparentemente pomposo pero en realidad irónico y casi masoquista título de The Richard Swift Collection Volume One. Y el “nuevo” era tan bueno como “el viejo” y, entonces sí, menciones a Swift aquí y allá, en las revistas más snobs & indies, señalando a este tipo no como la next big thing sino como la cosa encantadora y pequeña a la que –injustamente– casi nadie le haría caso.

Y así fue y el primero en intuirlo fue el mismísimo Swift, porque ya entonces buena parte de su repertorio giraba y sonaba alrededor del inevitable fracaso de ser un cantautor distinto que no le canta al amor y a los amaneceres sino al espanto de las madrugadas en vela componiendo canciones que casi nadie escuchará sin importar que te hayan comparado a George Gershwin, Randy Newman, Ray Davies, Stephin Merrit, Van Dyke Parks, Tom Waits y –tal vez el más cercano a su estilo, a sus aires de circo-vaudeville-tin pan alley donde se rebelan los payasos más tristes– al primer Nilsson de Pandemonium Shadow Show y Aerial Ballet.

Ahora, con Dressed Up for The Letdown, los fracasos continúan con más éxito que nunca.

EL HOMBRE QUE NO SERIA REY

La portada de algo que bien podría traducirse como un casi fitzgeraldiano Elegantemente vestido para una desilusión no deja lugar a dudas. Allí, Richard Swift (alguna vez carpintero, alguna otra vez cocinero en un Kentucky Fried Chicken, alguna vez músico para amenizar las fiestitas de cristianos fundamentalistas donde un día tuvo el honor de cantar “Amazing Grace” con Smokey Robinson, alguna vez tecladista con la banda Starflyer 59, alguna vez líder de su combo-tecno Instruments of Science and Technology) se nos presenta con aires de Aníbal triunfal venciendo cordilleras pero ataviado con un ridículo poncho y sosteniendo unos globos de carnaval sin público.

Y es que Dressed Up for The Letdown resulta el disco más logrado y denunciador de las tristezas e injusticias dentro de la industria discográfica desde aquel Lola Versus Powerman and The Moneygoround, Part One de The Kinks (1970). La cosa arranca con el tema que da título a todo y una desmayada y casi opiácea percusión de zapateo americano con Swift anunciando que aquí vienen Las canciones correctas para el público equivocado... y que “El show comenzará / Tan pronto como me devuelvan mi alma”. Y que ésta es la última vez que lo intenta y que aquí va una vez más aunque, advierte, tal vez esto no sea lo suyo pero –multiinstrumentista, educado en Minnesota y Utah, californiano por adopción, ocasional director de cortometrajes experimentales– no sabe hacer otra cosa. De ahí al casi rag “The Songs of National Freedom” donde se explica que “Conseguí llegar a ponerme bajo los reflectores / Sólo para darme cuenta que no es lo que quería”. Y que más adelante, en “Artist & Repertoire” se indigne recordando un “Lo sentimos, Mr. Swift, pero no hay radio que quiera emitir sus apesadumbradas canciones de amor / Lo sentimos, Mr. Swift, está demasiado gordo / ¿Podríamos convencerlo de que se ponga un sombrero para actuar?”. Y en “Buildings in America” disculparse con un “Toqué tu corazón pero le rompí dos cuerdas” para después reprochar: “Eres un accidente aéreo / Con un sueño fantasioso / Ruby Tuesday / Con un ala rota / Y por favor no llores / Como los edificios en América”. Y otra canción que advierte desde el título que “P.S. It All Falls Down”. O, en “The Million Dollar Baby”, confesar que “La mayoría del tiempo desearía estar muerto / Pero no lo digo en serio”. Y al final, en “The Opening Band”, reivindicando el rol de las bandas teloneras en la figura de San Juan Bautista “Al que nadie pagó para ver / Excepto tú y yo”, abriendo las actuaciones de “su primo Cristo”.

Y a veces pasa: Swift, cansado y amargo, saliendo de un par de colapsos nerviosos y pozos depresivos y ataques de pánico, tenía pensado escribir todas estas canciones como canto de cisne que nadie oiría, como casi nota suicida. Entonces llegó la gente de Secretly Canadian con un buen contrato y buena gira y Swift se preguntó ahora qué hago con todo este odio. Bueno, se respondió, voy a grabarlas y voy a grabarlo lo mismo. Porque Swift no perdona.

RESPUESTAS PARA UN CURRICULM PERDEDOR

Cuando le preguntan por Dressed Up for The Letdown a Swift le gusta pensar que es –artesanal y rudo– su versión de McCartney de Paul McCartney o del John Lennon: Plastic Ono Band de John Lennon o su All Things Must Pass de George Harrison. Y agrega que su beatle favorito, desde un punto de vista personal, es George Harrison y que, desde lo musical, no puede ser sino “¿Paul Lennon?”. Cuando le preguntan por Britney Spears, Swift asegura que no sabe mucho de ella salvo que se pasea por ahí sin ropa interior. Y si le dicen que diga lo primero que se le ocurre al oír la palabra “América” responde: “¡Wow! Simon & Garfunkel. Y la tierra donde la gente no tiene nada que ver con su presidente, por lo menos la gente que yo conozco”. Y si tuviera la opción de recibir el don de un súper-poder, Swift se lo piensa mejor: “No me gusta volar... Y no me interesa la visión de Rayos-X. Supongo que sería ese tipo que se estira, cambiaría mi forma, eso. Pero en realidad lo que me gustaría sería tener la habilidad de conseguir que me crezca la barba. Una barba como la de McCartney en Let It Be. Tal vez dentro de diez años... Ya veremos”.

Mientras tanto, Swift ya tiene otro disco terminado, y la mitad de otro más, y dos EP y un nuevo opus electrónico en las gateras y todo el tiempo y el talento del mundo. Y actitud de sobra. Oír en la auto-dedicada “Ballad of You Know Who”, una especie de piano-song à la Billy Joel en plan Mr. Hyde donde masculla: “Le dije a Mary / Espero que te mueras / Que Dios me perdone / O que al menos lo intente / Desearía ser un mejor hombre”.

Pero los deseos no se cumplen y –a pesar de su

bigote un tanto escuálido y tan seventies– Swift no tiene barba. Nada es perfecto y está bien que así sea. No vaya a creerse Swift que ahora –éxito de crítica y todo eso– le está yendo tan bien en la vida como en la obra.

Dressed Up for The Letdown no tiene edición local, pero se puede conseguir por encargo en disquerías especializadas.

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