Dom 08.04.2007
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MúSICA >LAS CANCIONES DE FLORENCIA RUIZ

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Después de una trilogía de discos que fundían música popular con tradición erudita, Florencia Ruiz se lanzó a grabar reversiones electrónicas de sus propios temas y consiguió ser editada en Japón y México. Letras misteriosas sobre cuentos rusos, ausencia de estribillos, ideas melódicas simples y resoluciones complejas. Todo un extraño mundo por descubrir.

› Por Juan Andrade

Florencia Ruiz tenía 21 años, estudiaba en el conservatorio de Morón y había logrado reunir un puñado de composiciones que parecían huirles con absoluta naturalidad a los lugares comunes del formato canción. En aquel entonces vivía en Haedo y con la asistencia de una diseñadora industrial amiga comenzó a grabarlas en una PC precaria. “La idea no era grabar un disco, fuimos improvisando. La computadora era re-trucha, el auricular estaba medio roto, pero ella se daba maña igual.” Así fue como llegó, casi sin querer, a materializar la primera pieza de una trilogía que enlaza su afinidad con la música popular con su formación en la tradición erudita –Florencia estudió en el conservatorio–. Estamos hablando de Centro, el álbum que marcó su debut solista en 2000: “Lo de la trilogía fue para ponerme una meta más allá de lo artístico. Ya había dado ese primer paso, así que me propuse construir una obra en tres partes. Y avanzar y avanzar. Mi idea era que, cuando la terminara, iba a estar preparada para salir al mundo”.

Con Cuerpo (2003) y más tarde con Correr (2006), aquel ambicioso círculo finalmente se cerró. ¿O deberíamos decir triángulo? Más allá de lo obvio –la inicial y la cantidad de letras de cada título– los une una serie de guiños sutiles que ella va desentrañando como al descuido a lo largo de la nota. Un piano por acá, un arreglo de cuerdas por allá y otros detalles por el estilo. Pero hay uno de esos hilos invisibles en particular que, admite, puede conducir al núcleo del asunto. “En el primer disco hay un tema, ‘Patos’, que se basa en dos cuentos rusos. Tiene que ver con la temática de la niñez y la soledad, unida a la literatura rusa, que me encanta. Cuando terminé de leer Crimen y castigo, escribí ‘Siberia’, que está en Cuerpo. Y lo cerré con ‘Nijni’, que tiene cosas de ambos. Habla de Tolstoi: cuando se muere su padre, se vuelve con su abuela en barco a Nijni. En realidad, ‘Patos’, ‘Siberia’ y ‘Nijni’ son un solo tema”, desliza. En el último canta poco más que: “Barco ropaje de la tierra/ Nijni tiempo opaco”. Sus letras son así: entre minimalistas y misteriosas, con unas pocas sensaciones o imágenes volcadas sobre el papel.

Una vez, sin disimular su brutalidad, alguien le soltó: “Esa música rara que no tiene estribillo... Nunca vas a llegar a nada”. En parte, la observación era correcta: los temas de Florencia no tienen nada de pegadizos. Son composiciones que pueden partir de ideas melódicas simples, pero que encuentran resoluciones inevitablemente complejas. Precisamente, lo que los aleja de la media es lo que les da un carácter único. Y por ese motivo llegaron lejos. Hace un par de años, Centro y Cuerpo fueron editados en Japón. Mientras que la temporada pasada el segundo fue lanzado en México por el sello Verdegris. Sin rencores a la vista, la chica que no hace nada por ocultar sus incipientes canas asegura que no siempre el viento sopló a su favor: “Siempre hice canciones, siempre quise ser compositora: ése fue mi motor. Pero, la verdad, en mi familia no era muy bien visto que yo quisiera ser música”.

Fogon y despues

Después de la experiencia de Correr, Florencia cree haberlo probado (casi) todo: “Fue un crecimiento increíble, sobre todo personal. Me compré una computadora, aprendí a grabar y a editar. Hice todo yo. Tiene que ver con el último paso, ver hasta dónde podía llegar sola. Ahora puedo delegar. Por eso, cuando hicimos Fogón compuse dos canciones nuevas y no hice nada más”. Se refiere al flamante álbum de versiones y relecturas en clave electrónica de sus propios temas, en los que aparecen las firmas de colaboradores y amigos como Ignacio Margiotta, el mexicano Rubén Tamayo o el austríaco Cristof Kurzmann. El título es una especie de autoironía: “Ninguno de nosotros sabe tocar un tema de corrido. Por eso le pusimos Fogón. A mí se me hace muy complicado guitarrear. Agarro la guitarra y, por más que lo intente, no puedo”.

Este verano, en el medio de un viaje, empezó a preguntarse cómo encarar su próximo trabajo sin repetirse. “Hasta ahora, cuando se me ocurría algo, grababa la guitarra y la voz. Y después hacía un delirio con los arreglos. Esta vez me propuse sentarme con la guitarra a cantar, como en el jardín, un tema con estribillo. A veces me sale, otras no tanto. Pero empecé a replantearme un poco mi relación con la música. Y estoy contenta. Yo soy muy tranquila en mi manera de ser, mis razonamientos son muy simples: voy al jardín, vuelvo, me hago un sanguchito y me pongo a tocar. Pero sin embargo, claro, tengo todo lo otro. Y a veces soy recomplicada. Antes, cuando tocaba en una banda, me gastaban porque contaba hasta cinco antes de empezar. ¿Y por qué hay que contar hasta cuatro? Mi maestro de composición dice que lo que hago es música contemporánea. Puede ser, en el sentido de que tiene un poco de rock, de pop o de electrónica. Pero tampoco me mato por ser una cosa o la otra. Qué sé yo: hago música, canciones. Ahí es donde me siento en mi salsa.”

Florencia Ruiz se presenta el viernes 20, a las 22, en Casa Brandon (Luis M. Drago 236, entrada 5 pesos).

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