Domingo, 6 de mayo de 2007 | Hoy
PLáSTICA > LA CIUDAD Y EL CAMPO: DOS SIGLOS DE ARTE ARGENTINO
Desde hace casi doscientos años que la compleja relación entre Buenos Aires y La Pampa atraviesa la historia argentina: enfrentamientos militares, programas políticos, disputas económicas y también elecciones estéticas. La muestra Pampa, ciudad y suburbio permite, de cara al bicentenario, trazar un recorrido por las representaciones visuales, las tensiones y los cambios que parecen haber signado la historia del país.
Por Natali Schejtman
Motor del programa político fundacional de la Argentina y de su brazo literario, la díada ciudad-campo arremete ahora como leitmotiv para una posible historia del arte nacional. O por lo menos algo así podemos creer a partir de la curaduría precisa, atrevida y pensante a cargo de Laura Malosetti Costa de la muestra Pampa, ciudad y suburbio, que elige como perspectiva la organización geográfica y parece decir: ésta es una manera de ordenar casi 200 años de arte, porque el espacio urbano, el rural y el orillero no han dejado de ser una preocupación estética.
Esta oposición de espacios y el relevo a lo largo de los años consiguen establecer relaciones osadas: hay instantáneas con una fuerte intención documental (como los grabados de Roberto Lange, el acorde pictórico de los relatos de los viajeros europeos por estas pampas), fotografías de ese momento en que la ciudad de Buenos Aires empieza su proceso de modernización y se llena de tranvías, asfalto y gente (a cargo de Pio Collivadino, heredero del ojo impresionista, con el desfasaje temporal suficiente como para documentar la modernización local), retratos del éxtasis y la caída del puerto como trampolín de la industria (Quinquela Martín y sus esforzados y coloridos cargadores, pero también Félix Eleazar Rodríguez, y el retrato de espacios industriales estériles, como un galpón gris y vacío, pintados con la huella de un pasado activo). Incluso –en otro de los diálogos arriesgados– entra a jugar, con los recuerdos y las ensoñaciones de un pasado desarrollista muerto, el problema nada simple de la ecología, de la mano de Nicolás García Uriburu y Juan Ranieri. En la “Pampa”, lo que va cambiando es la perspectiva que le asigna funciones y valoraciones: espacio de exploración de extranjeros, de trabajo, de vitalización con la llegada del primer ferrocarril (óleo de Reinaldo Guidici) y de muerte, con su progresiva desaparición (como retrató Lutz Matschke cuando viajó a Arizona, San Luis, antiguo punto de llegada del Ferrocarril Oeste). Las imágenes que se desprenden de “El suburbio”, tercera gran pata de esta propuesta, juegan no sólo con el borde real que tuvo la ciudad y los inicios de la contaminación urbana, sino que también, como lo hace Luis Benedit, interpelan al mito que existe sobre las orillas, inmortalizado por Borges, o se las agarran con la sordidez del paisaje del paisaje, en el caso de Juan Andrés Videla.
Un mural que consiste en más de treinta fotografías de frentes de negocios con la persiana baja, muchos de ellos graffitiados con máximas punzantes (“El poder es tu conciencia”), otras garabateadas o taggeadas (según el mandato hip hopero). Esta es una instalación fotográfica de Facundo de Zuviría de la serie Siesta argentina (2003) y un ejemplo del ímpetu actualizador que impulsa la muestra. O sea, una vez que la ciudad ya atravesó la planificación y las expectativas de los viajeros y todo su desarrollo hacia la modernidad, la muestra propone tres subdivisiones contemporáneas que no son explícitamente consecuencias, ni siquiera se proponen como continuaciones temporales... aunque casi: “villas miseria”, “la ciudad violenta” y “el arte y la calle”. Para la primera, están Berni y sus chapas, y también las fotografías de Cristina Fraire que ensombrecen esos espacios abandonados, pero habitados y activos. La violencia y la calle están fijados en años determinados y por eso se reconoce la experiencia reciente del 2001 y sus secuelas cotidianas, aunque no fueron incluidos los grupos de arte cuya pregnancia consistió en hacer sus performances en las situaciones de conflicto y cuyos registros “mostrables” –foto, videos– tal vez tienden a la palidez. El registro de lo local y localista se pone en relación con el marco global, y es el momento de las cartografías. Buenos Aires como una gran ciudad constituida que baila con otras grandes ciudades padece la apología del control incesante en la era Google Earth (una videoinstalación paródica de Graciela Taquini) y está planificada y cuadriculada hasta el absurdo.
Sarmiento dixit: “El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión”. Esa fue una de las tantas veces que los cerebros fundantes de la generación del ‘37 y aledaños románticos se pronunciaron en relación con el espacio nacional descosiendo su fisonomía y estableciendo a partir de eso taxonomías valorativas. Por un lado, la ciudad civilizada; por otro lado, la idea del campo inmanejable abrió camino para representaciones animosas que fueron variando su signo por época: barbarie, oligarquía, paraíso terrenal, espacio de las relaciones nobles, lugar alejado, oculto, productivo. El piso del Espacio Imago reservado a la “Pampa” recorre obras sobre las travesías decimonónicas o la conquista del desierto (la convulsión y la violencia en ese espacio aletargado), pero la imagen que prevalece, entre horizontes, cielos y pastizales, es la de parsimonia y paz, llegando a ejemplos cautivantes como las obras azuladas, abstraídas y actuales de Miguel Ocampo.
No deja de ser curioso que incluso en tiempos de renovado agite político (paros, peleas por el precio de la carne, retenciones y discusión enardecida entre pesos pesado), cuando las primeras planas hablan hasta por los codos a la población urbana sobre este foco de poder que ocupa una porción importante del país, y si bien se insiste en enfajar todo eso en un problema de economía doméstica (“Carbap protesta hoy para que no falte carne en la mesa de cada argentino mañana”, decía esta semana la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa), buena parte de las representaciones del campo parecen despojadas de tensiones políticas y de toda mirada conspirativa, como si no significara un espacio tan cargado ideológicamente.
Ya sea como escape hacia la vida retirada o como problema y proyecto nacional, el campo no es lo que era, aunque mantenga su territorio y su preponderancia en la economía nacional y haya reingresado al tapete luego de la devaluación. En la muestra tiene peso la idea de inmensidad inabarcable e idílica, aunque no dejan de aparecer trabajos que hacen intervenir el factor humano. Juan Doffo divide el cielo y la tierra por medio de una línea de fuego que denota acción humana. En tanto, Leonel Luna también acusa una inmersión en territorio rural y trabaja humanizando el territorio: su Piquete en los bajíos de Barragán sugiere un horizonte rural copado por un piquete que atasca el tránsito en la inmensidad y acumula cientos de autos.
Sin embargo, no son éstas las únicas intervenciones posibles cuando se prefiere eludir el paisaje inabarcable. También hay ejemplos de quienes operan asumiendo las distancias emocionales infranqueables con la vida en hectáreas. La obra de Jorge Macchi apuesta a las conclusiones sutiles y a la gracia autoconsciente entrecomillando un pastizal, con lo que le otorga estatuto de injerto solemne, macizo e impenetrable.
Gesto de sensatez y de sentimientos poco entrañables, una obra como la de Macchi transparenta la crisis que Pampa, ciudad y suburbio contempla y señala dentro de su propio mapa, un cuestionamiento posible que va más allá de cambios más o menos sutiles en la representación de los espacios y amenaza con poner patas para arriba la misma oposición que es su turbina, preguntándose qué implican hoy para el arte el espacio rural y el espacio urbano y, también, cómo esos espacios aparentemente delimitados y opuestos luchan en una especie de sadomasoquismo y van domesticándose uno a otro más y menos visiblemente. La “cita” de Macchi esclarece lo que es mirar y transportar un espacio desde otro, y hay otros cruces elocuentes que indagan todavía más en esa dirección. Mónica Millán, por ejemplo, instala una puesta en escena de un picnic a orillas del Paraná, con florcitas rebosantes hechas de crochet, una manta de lana y un audio constante de los sonidos del río y pajaritos grabados, como si fuera el máximo retiro mental que una sala céntrica de museo puede dar. La artista, que nació y creció en Misiones, plantea esta mezcla en la que se extrema el artificio a partir del recuerdo de su pasado natural. Y en definitiva convierte el espacio en una propuesta tan impura y travestida como ponerse un CD de sonidos de la naturaleza con perfume de esencia de arbustos en el medio de la oficina. Tal vez sea ésta una de las obras que más actualizan la cuestión de la naturaleza, ahora que la experiencia contemporánea puede estar atravesada por una relación particular con el ocio, en donde avanzan la filosofía oriental, los consejos para lograr idas mentales en espacios endogámicos, incluso algo del new age, o una veta de lo que se llamó insperiencias, interiorizar lo que siempre fue puertas afuera. Es un tipo de domesticación del espacio abierto dentro de los límites de la ciudad cerrada: algo que, en un plano empresarial y cultural, podría trazar algunos paralelismos con la tendencia urbanística que implican Nordelta, los barrios privados y las llamadas torres-country, emprendimientos que priorizan seguridad y “espacio verde”. Incluso, estos cruces e impurezas también podrían guardar relación con lo que significa la última carta de presentación de la ciudad y la Pampa volcadas al turismo, alquilando estancias o disfrazando de ideas folklorizadas las tipologías y las realidades actuales.
Pampa, ciudad y suburbio recorre con exactitud e inteligencia las imágenes que suscitaron los espacios y el límite entre ambos, y no deja de plantear, al ritmo del presente y de cara al bicentenario, cuestionamientos y reformulaciones para una dupla de lo más productiva.
Pampa, ciudad y suburbio puede visitarse hasta el 1º de junio en Espacio de Arte Imago, Suipacha 678.
De martes a viernes, de 12 a 20, sábados y domingos de 12 a 19.
Mesas redondas: Representaciones de la ciudad y el territorio: formas para pensar la historia cultural, a cargo de Roberto Amigo, Francisco Liernur y Graciela Silvestri. Martes 22 de mayo a las 18:30 hs.
Mundo rural/mundo urbano: arte, cine, literatura y sus interacciones, a cargo de Valeria González, David Oubiña y Sylvia Saítta. Martes 29 de mayo a las 18:30 hs. Ambas en el Auditorio de Imago.
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