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Domingo, 15 de septiembre de 2002

ACTRICES

Miss Vértigo

Nació en las trasnoches del Parakultural, y desde entonces no paró nunca. Hizo teatro en el Cervantes y el San Martín, dramatizó con Rosario Bléfari la pasión de Van Gogh y Gauguin y reinventó la maldad y la gracia en Silvia Prieto, el film de Martín Rejtman. Reina cómoda en el país de las actrices de culto, Valeria Bertuccelli, sin embargo, nada con la misma insólita elegancia en los blockbusters del cine comercial (Alma mía) y los culebrones de la TV (Máximo corazón), donde ahorita mismo puede vérsela sufrir con el corazón de otra en el pecho. Retrato de una comediante indoblegable.

por Mariano Kairuz


Hace diez, doce años, en medio de la locura del noche a noche del Parakultural, no se lo hubiera imaginado. O al menos no parecía ser el momento para detenerse a pensar en eso. Es más: a Valeria Bertuccelli no sólo no se le cruzaba por la cabeza la idea de que algún día sería la heroína romántica –la sufrida heroína romántica– de una telenovela de Telefé; ni siquiera vislumbraba un futuro en la televisión. No pensaba, dice, en términos de “una carrera”. Lo dice un sábado a la tarde, después de otra semana de extenuantes jornadas de grabación de Máximo corazón, y apenas diez minutos después de haber compartido un brindis de final de rodaje, en una calle de Palermo, con el equipo de Los guantes mágicos, la nueva película de Martín Rejtman. Tal vez ahora desacelere un poco y pueda bajarse momentáneamente de ese ejercicio vertiginoso que podría poner a muchos al borde de la esquizofrenia: saltar de “un Rejtman” a una tira diaria de horario central, romántica y –vale reiterarlo– muy sufrida.
Pero este vértigo, después de todo, tiene bastante que ver con el trayecto que lleva recorrido Bertuccelli del Parakultural a esta parte, donde ni aquello (el under) era necesariamente un punto de partida ni esto (la tv) debe considerarse un punto de llegada. Contra el prejuicio que dictamina que un programa de Pol-Ka es un “laburo” y un papel en Silvia Prieto, por poner un ejemplo, es un “proyecto”, Bertuccelli asume cada trabajo con genuino interés, y con la perspectiva de encontrarse con algo verdaderamente nuevo. “Yo, la verdad, no hago nada porque ‘me dé algo’. Plata, o popularidad, o un lugar. Todo lo hago porque en algún lugar algo me atrapó o me motivó”, dice la actriz, y entonces habla por primera vez de la soledad, una “cuestión” que conversando con ella puede aparecer de manera recurrente. “En un punto me siento muy sola con mis elecciones. Hasta me siento cerca de un montón de actores que podrían decir: ‘Pero ¿qué está haciendo?’ Y bueno: yo sé lo que estoy haciendo y por qué lo hago. Por ahí se ve, por ahí no. Lo único que puede darme tranquilidad para no tener que justificarme es que yo sé por qué lo elegí. Y creo que eso me ayuda mucho. Me hace sentir muy acompañada pormigo misma”, bromea. “Cuando empiezo a trabajar en una tira, es raro: siento que quizá para ese ambiente, o incluso para los mismos que me convocaron, no doy exactamente con lo que ellos pretenden. Muchas veces, grabando, me decía a mí misma ‘Mmm, me parece que estoy haciendo cualquiera’.”

Saber sufrir
En Máximo Corazón, Valeria Bertuccelli consigue el equilibrio perfecto entre la naturalidad que suele darles a todos sus personajes de cine y televisión –una naturalidad para decir frases a veces de lo más descolgadas– y los excesos de artificio a los que se presta una telenovela particular como ésta. Y por “particular” hay que entender esto: “No una tira como normalmente son ahora, supernaturalista y cotidiana, donde todos hablamos como podemos estar hablando acá, con estos tiempos, y si trastabillo o tengo un furcio no pasa nada, como en un reality show. No: ésta era una historia superdramática, donde todos los personajes, aunque por momentos tengan pasos de comedia y situaciones graciosas, vienen y van hacia la tragedia total”.
La premisa argumental de Máximo corazón se parece mucho a la de Dos vidas contigo, una película con David “X Files” Duchovny y Minnie Driver estrenada casi inadvertidamente un par de años atrás y evidentemente hecha del material del que están hechos los verdaderos culebrones. A Luján (Bertuccelli) le transplantan el corazón de Lucila (Emilia Mazer), que murió trágicamente y dejó en la peor desolación a Máximo, su marido (Gabriel Corrado). Alrededor de Luján y Máximo se despliega el entramado reglamentario de entrecruzamientos y coincidencias (Jorge Marrale es el marido villanesco de Bertuccelli; su hija –Cecilia Dopazo– acosa aMáximo sin descanso; Diego Peretti y Carola Reyna aportan el comic relief, y los personajes siguen) y las dilaciones de lo que desde un primer momento se sabe inevitable. “Yo vengo de una vida terrible”, dice Bertuccelli, casi sin puntos ni comas, “y me operan y me ponen el corazón de otra persona y empiezo a sentir todas estas cosas y vivo confundida con alguien que tengo al lado, a quien creo que amo pero no sé. Vivo pidiendo perdón, llena de culpa, pero no sé por qué pido perdón, porque no sé qué es lo que me pasa, ¿entendés? Eran todos personajes desesperados, y me parecía muy interesante poder desarrollar eso día a día, tomarte el tiempo para lo que eran casi como momentos íntimos. Y no hacer algo tan natural. En el primer capítulo, por ejemplo, terminaba diciendo ‘Ay, mi corazón’ y desmayada”, explica, acentuando el efecto melodramático de esa línea. “Son textos que uno podría adaptar perfectamente –y yo, que estoy requete recontraacostumbrada a eso, acá tendría toda la libertad para adaptarlos-, pero a mí me gustaba tratar de hacerlos así; el entrenamiento –más que las doce horas diarias de grabación– era trabajar para encontrar el lugar pirado desde donde hay que decirlos. Por otro lado, el elenco me parecía buenísimo. Siento que con Marrale vamos los dos hacia el mismo lado, como que sabemos de lo que hablamos. Y de hecho en la televisión, donde realmente no hay dirección de actores –o si hay una dirección, el director tiene que meter quinientas mil escenas y los actores van bastante solos–, me parece que eligieron muy bien. Y no sé cómo, porque no hablamos mucho entre nosotros, pero todos entendimos y lo tomamos para el mismo lado.”

El dilema
En el comienzo –en esa época en que Valeria no se imaginaba sufriendo con un corazón ajeno– fue un dúo llamado Las Hermanas Nervio. Tenía dieciocho años, y estudiando teatro con Alberto Catán conoció a Vanessa Weinberg: “Enseguida descubrimos que teníamos un mismo código para trabajar. En general tenía que ver con los números que hacíamos, que eran cómicos, incluso de varieté, pero que tenían cierta sordidez. Te reías, pero las situaciones eran bastante angustiosas y en un momento te congelaban la sonrisa. Le mostramos unos números a Omar Viola y nos dejó actuar en el Parakultural todas las noches. Actuaban Urdapilleta, las Gambas... Estaba bueno: era un lugar de prueba constante”.
Mientras sus compañeros de estudios de actuación se agolpaban en los castings de Tango Feroz, ella siguió fatigando sótanos con Weinberg: “Era la única manera que conocía. Yo empecé estudiando en la escuela Municipal de Arte Dramático y me fui. Medio me dijeron que me vaya: eran tres años, y ya en el segundo estaba haciendo funciones en el Parakultural y en el Cervantes, y una cláusula ridícula de la Escuela dice que no podés trabajar en teatro y estudiar al mismo tiempo. Así que me dijeron que era la escuela o el trabajo, y a mí obviamente me interesaba mucho más el trabajo: ir ahí todas las noches, trabajar con ideas mías, hacer algo que en ese momento era novedoso o diferente para los demás...”.

El método
Sobre tablas, una enumeración incompleta podría incluir, una atrás de otra: La vuelta al día en ochenta mundos en el Cervantes, Cyrano en el San Martín, otra vez las Nervio, ahora en teatro con Antonio Gasalla, y Los fracasados del mal, una serie de improvisaciones basadas en Roberto Arlt que dirigió Viviana Tellas. Allí conoció a Rosario Bléfari, que sería su coprotagonista en Silvia Prieto, y del encuentro nacería una nueva sociedad artística cuyo primer resultado fue Arlés 1888. “Con Rosario queríamos hacer algo juntas, y en un momento vimos la película de Vincent Minelli sobre Van Gogh y Gauguin (Sed de vivir, con Kirk Douglas y Anthony Quinn) y pensamos ‘¡Qué buena esta relación!’. Todo era tan pasional...Recién había nacido mi hijo, y nos juntábamos todas las noches a ensayar en un estudio: cada una pintaba –puesta en su personaje– e imaginaba también cómo serían las molestias de dos personas que están en un mismo ambiente, pintando o trabajando o haciendo juntos lo que fuera. Durante un tiempo vimos y filmamos los ensayos. A mí no me sale sentarme a escribir y después actuar; yo tengo una idea, la pruebo con alguien, empezamos a ensayar y de eso que va quedando escribo después lo que finalmente actúo.”

Pantalla grande
De 1000 Boomerangs (Mariano Galperín) recuerda –sin el menor gesto de desdén– que “como trabajo actoral me pasó inadvertida. No me dejó gran cosa, pero a la vez fue la primera película que hice, y ahí me di cuenta de que el cine me gustaba y era una posibilidad de trabajar que antes no había visto”. Fue en ese rodaje donde conoció a Vicentico, que hoy es su marido y que hacía en el film una de sus primeras apariciones artísticas sin los Cadillacs. Algo después, ya embarazada, comenzó el largo, intermitente rodaje de la que hasta hace poco fue, junto con Alma mía (Echarri y Araceli), su mayor experiencia cinematográfica: “En Silvia Prieto aprendí mucho. Trabajar con Martín (Rejtman) está bueno porque me lleva como a un lugar nuevo, distinto del lugar del que yo suelo arrancar para actuar. Martín escribe el guión sabiendo quién lo va a actuar; es muy preciso, y ya conoce el tono del personaje. Y la verdad es que, aunque te puede agarrar claustrofobia, lo leés y te sabés perfecto cómo tenés que hacerlo. Es como despojarte de todo: sólo hay que hacer lo que requiere esa escena. Uno, como actor, tiende a pensar: ‘Qué bueno, acá hago esto porque en la otra escena pasa tal cosa y en la otra tal otra y en la otra...’. Con Martín empecé a aprender a ser paciente. Y después, cuando veo la película, digo: ‘Ah, qué bueno: no sé si yo hubiera podido decidir actuar de esa manera...’. Con Los guantes mágicos pasa también que Martín creció y yo también y ya nos conocemos mucho. Ya en los ensayos había entendido perfectamente de qué se trataba, y no tuve que pelearme con nada: me copé, mientras que antes me agarraba más una cosa como ‘Me estoy perdiendo de hacer unas cosas que estarían buenísimas’”.
Dice Valeria. Y de pronto se le ocurre pensar en lo raro que le va a sonar cuando se lea a sí misma diciendo Me copé. Y bromea con voz de fumada: “Me recopé con el viaje”.

Para no parar
A la televisión llegó de manera autogestionada y casual, casi tanto como a todos los trabajos que sucedieron a las Hermanas Nervio. En principio hubo un grupo de trabajo con el guionista Gustavo Bellati, Atilio Veronelli, Oliver y Mazzarello y Weinberg y un proyecto de piloto que no prosperó, pero que la acercó a Pol-Ka. Su ingreso a los “rigores” de la pantalla chica fue más bien traumático: “El primer día que grabé Carola Cassini volví llorando a mi casa”, recuerda. “Me agarró que ‘No pude hacer nada’. Yo había leído la letra, tenía pensado todo lo que iba a hacer, y después la mina mandó ‘Vos vení por acá-hacé no sé qué-vos tranquila-vos confiá-después va todo con no se qué’. Fue muy frustrante. Después me di cuenta de todo lo que aprendía al hacer eso, lo que fuera, y empecé a disfrutar. En Verdad consecuencia sí sentí que el resultado era acorde con mi expectativa: Daniel Barone es un rebuen director. Y después, en Gasoleros, empecé a disfrutar actuando en la tele. Era realmente divertido para mí.”
Desde entonces no paró. Acostumbrada a generar sus propios trabajos, no se detuvo ni durante la llamada “crisis de la ficción televisiva”, y hasta se enojó un poco con aquello de “Somos actores, queremos actuar”. Con ese mismo criterio asumió el modelo de la Argentina en ruinas: “Es un modelo que ya conocemos mucho”, dice Bertuccelli. “Creo que uno ya aprendió atrabajar así. Es un punto máximo de inseguridad y de falta de trabajo, pero siempre vivimos así, en crisis y en situaciones de terror. La Argentina es eso, y los climas increíbles donde uno trabaja se arman en medio de eso. Y, aunque suene obvio, las situaciones críticas son momentos muy creativos... Además, a veces está pasando algo fuerte y en el momento no te das cuenta. Con las Nervio, por ejemplo, yo hacía cosas sin saber muy bien de qué estaba hablando, y tiempo después volvía a verlo y pensaba: ‘Ah, mirá lo que estaba diciendo’. Ahora estamos un poco así. Y creo que de acá a un tiempito nos vamos a dar cuenta de qué estuvimos diciendo”. Y Valeria amenaza con salir al ruedo con la nueva obra que está pergeñando de a poco con su socia Rosario, nacida de un intercambio de emails comentados y aumentados.

Soledad
En su personaje de Grieta (el film de Santiago Loza, con Julio Chávez, que probablemente se estrene antes que Los guantes mágicos), Valeria detecta los síntomas de una preocupación muy personal que la lleva otra vez a la “cuestión”: “Ultimamente estoy bastante con el tema de la soledad. Quizás tenga que ver con la edad, pero yo me sentí sola desde chica. Sola y observada, como si alguien me estuviera mirando todo el tiempo, cada cosa que yo hacía. Y si ahora puedo hablar de la soledad es quizá porque es la primera vez que empiezo a entusiasmarme con eso. Como si estuviera perdiéndole el miedo. Como si aprendieras a estar con las personas con las que estás, a amarlas infinitamente, pero siempre sabiendo, también, que estás solo. Primero es doloroso, pero después se vuelve un alivio”. Y la soledad Bertuccelli no cambia con la vida en pareja ni con la maternidad: “Creo que es algo como mío. Mío sola”, insiste, simulando un brote de psicosis. Y se ríe.

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