Domingo, 3 de junio de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
Hace seis años, empezaron a tocar en los sótanos del under una música festiva y de un romanticismo sexual explícito, a contrapelo de la escena musical porteña. Hoy venden medio millón de discos en Latinoamérica, son la música de un inmenso público muy joven y llenan todo entre el Luna Park de Buenos Aires y el Estadio Azteca del DF. A punto de sacar El disco de tu corazón, su tercer CD, Radar entrevista a Miranda! y disecciona el extraño fenómeno que encarnan.
Por Natali Schejtman
Cuando en el año 2001 los Miranda! empezaron a montarse a los escenarios más chiquitos y subterráneos, la reacción no se hizo esperar. A medida que el revoloteo sobre esta nueva banda festiva, exaltada y kitsch atropellaba los cenáculos nocturnos y el público ascendía progresivamente en cantidad y efusividad, la pequeña escena under se dividía como no lo había hecho frente a otros productos pop. Mientras el país se balanceaba entre el desmoronamiento y el agite participativo, el descontento era la norma y las palabras crisis y que se vayan todos las más votadas, varios de los agentes y promotores de la pequeña (pero influyente) cultura joven enfatizaban alguna opinión tajante sobre los entonces cuatro colorinches y cocolicheros. Las palabras en contra se repetían: “¡Eso no es melodrama! ¡Melodrama es Lágrima Ríos!” o “¡Es una copia de Prince!”, pero una se alzó entre el cacareo como algo imperdonable: “Están inflados”. O hypeados, en su versión E! (que como toda exclamación de aquí en más, será atinada).
Sucede que más que nadie, incluso más que Leo García, que ya había logrado escandalizar a la curia indie cuando pasó de ser un Avant Press a ponerse la gorrita y declararse 100% pop, Miranda! se hizo carne de una oposición que ya existía y se iba profundizando en los escenarios jóvenes y que, en aras del mito, vamos a exagerar así: basta de mirarse las zapatillas gastadas, ese género (shoegaze) que fue en Argentina en los ’90 algo así como el reverso “culto” y sin culpa de clase del rock chabón consignista, el espacio para el sufrimiento autorreferencial, solitario y hondo, representado por bandas de pregnancia generacional como Pequeña Orquesta Reincidentes (con más olor a poetas malditos, Nick Cave y UBA) o Jaime sin Tierra (shoegazzing argento al 100%, en la tradición de My Bloody Valentine). Miranda! levantó la vista y se puso a saltar y a cantar, retomando a Virus, a Prince pero también en sintonía con Baccarat (de Sergio Pángaro), Adicta, los efímeros San Martín Vampire y Leo García. Cantó anécdotas e historias sobre relaciones humanas, sociales y sexuales, a puro ritmo emoticón, con rictus de melodrama paródico (muchos temas hablan de “tú”) y una proclama provocativa para la literatura de todos los bandos, que tiempo después sería el título del primer disco: “Es mentira”.
Los números inflados e inflamados de hoy grafican de qué manera Miranda! duró muy poco entre esas impresiones iniciales y pasó rápidamente a otra liga: Sin restricciones, el segundo disco de estudio del 2004, vendió 500.000 copias en Latinoamérica. Obtuvo discos de Platino en Argentina, Colombia, Chile y México y los llevó a tocar ante 120 mil personas en el Estadio Azteca después de Robbie Williams.
Pero ahora, en 2007, Miranda! lanza su tercer disco, El disco de tu corazón, con el que intentará superar estos números. En la casa de Ale Sergi, compositor, letrista, programador y frontman despampanante y agudo, la banda se junta a ensayar tres horas por día antes de irse otra vez para México y del lanzamiento mundial. Los cuatro Miranda! son: Ale Sergi, Juliana Gattas, payasa y sexy a la vez, en voz, Lolo Fuentes, el de la guitarra (y también en coros), y Monoto, en bajo, el más nuevo de los cuatro (oficialmente desde Sin restricciones, pero en vivo desde mucho antes), y sin el primer programador, Bruno de Vicentis, que no está más en la banda. Todo indica que la pasan bastante bien juntos: Lolo entra quejándose por su nuevo corte de pelo, Juliana maquilla a Monoto y se maquilla gracias a un kit portátil de primeras marcas que ostenta una paleta extrema de colores –sombras amarillas, labiales naranjas–, y Ale, dueño de casa-sala de ensayo-estudio de grabación ocasional, busca en su ropero su mejor saco para las fotos y comenta que tienen que elegir un tema para hacer un cover en un programa de tele de afuera, ante lo cual todos empiezan a disparar opciones más y menos trash y se arma como un compiladito a capella de hits de los tempranos ’90.
Las paredes tararean en el mismo falsete que su dueño: un cuadro que lo tiene a él andando contento en un auto de colores estridentes, y otro que recrea a Frida Kahlo bordada en lentejuelas. La discoteca tiene de todo, pero la dvdeoteca está bastante focalizada: Cabaret, Amor sin barreras, All That Jazz y otras comedias musicales míticas y frondosas, que evidentemente tienen mucho de fuente de inspiración. Entre mates –fucsia metalizado (yerba normal)– cebados por Ale a lo largo de la entrevista de un termo que fue el souvenir del almuerzo en lo de Mirtha Legrand, y que dice Mirtha Legrand en unos colores casualmente bastante parecidos a los de la estética del segundo disco, Sin restricciones, rosa, violeta y blanco, los Miranda! de hoy, con retumbe en todo Latinoamérica, recuerdan los orígenes.
Corría el año 2001, Juliana Gattas cantaba en Cemento, el mítico espacio hoy clausurado que los vio nacer. Ale Sergi musicalizaba ahí una obra de teatro y juntos tenían un dúo de covers de jazz. “Yo había dejado de componer con letra”, dice Ale. “Y un día se me ocurrió hacer una que es ‘Imán’, que está en el primer disco y se la mostré a Juli y dijimos ‘bueno, cantémosla también. Y armemos algo pero con canciones propias’.” “Imán” le hizo honor a su destino poético-físico y atrapó a Lolo Fuentes, que solía ir a Cemento los miércoles, tanto como a Bruno. “Me encantó el tema y lo encaré a Ale para hacer una banda”, cuenta Lolo. Ellos venían con esa idea, pero nunca hubo una instancia de bautismo o una decisión programática de fundar una banda electropop con tales y cuales características, aunque compartían el gusto por bandas como Entre Ríos, Babasónicos (que en el 2001 ingresaba a la masividad con Jessico), Leo García (en 2001 también se popularizaba con el hit “Morrisey”) y Baccarat. Más bien fue un gesto fresco y espontáneo –de hecho, Lolo fue convocado para cantar según el proyecto de banda vocal, pero cayó con una guitarra y quedó– y la acumulación de temas pronto los llevó a armar un demito modesto que giró y giró, con la voracidad que puede tener el boca a boca en una banda que se la pasa cantando sobre besos. El debut fue como invitados de una banda más bien hardcore llamada Araca París, abriendo dos de sus shows con los tres temas que tenían. Pero desde ahí no pararon: “Salíamos siempre con discos grabados encima. Nos encontrábamos con alguien, fuera conocido nuestro o no, y si nos caíamos bien o flasheábamos, le dábamos el demo”, recuerda Lolo. “Influyó que éramos muy salidores, teníamos muchos amigos. También lo pasaban en la peluquería Roho...”, agrega Juliana. Pero además, había unas ganas locas de salir a tocar, y eso se notaba. Durante el 2001 y el 2002, caminaron la noche (vendiendo el demo al costo, $3) y deslumbraron en un evento en el Parque de la Ciudad llamado Viva 23 que nucleó al paradójico pop under entre sambas y montañas rusas, en donde compartieron cartel con los djs Pareja, Gaby Vex y Adicta, y deslumbraron sobre un escenario majestuoso, sobre todo cuando cantaron “Agua”, con sus paragüitas escenográficos y las coreografías infaltables que hacían un juego encantador con las fuentes de agua que separaban escenario y público: “Teníamos muchas ansias de salir a tocar, grabamos el disco muy rápido y lo que queríamos era salir a tocar. Tocábamos todos los sábados, en todos lados, donde nos decían que había un lugarcito”, dice Lolo. “En ese momento, llevábamos el show en el taxi. Un minidisc con las pistas, la guitarra, nuestras voces y nada más... Bueno, y la ropa”, recuerda Ale.
Del taxi a los arneses para que Lolo toque su solo estelar en el aire, o las plataformas y las coreografías con bailarinas, hay un camino rápido pero escalonado: hubo Fabrik Club, Creamfields, La Trastienda, Gran Rex y Luna Park. También Viña del Mar y Estadio Azteca, y todo continúa en ascenso. Ellos, fogueados en el under, acostumbrados a tocar como amigos y con amigos, sin embargo no tienen ninguna mitología construida alrededor de los camarines hediondos ahora que giran por el mundo y grabaron su tercer disco en un estudio (“con la situación de estudio, con la pecera del rock”, se ríen) y bajo la producción de Cachorro López: “Igual, nosotros seguimos grabando algunas cosas en casa... Por suerte tenemos bastantes planes afuera del país, y no en todo los países nos va igual. En España, por ejemplo, somos under. Cuando tocamos como invitados de Fangoria después pudimos verlos, como hacíamos antes cuando tocábamos con Leo (García). Ahora ya no podemos hacer eso, si tocamos en el Pepsi y después toca Cerati nos encantaría verlo pero no podemos bajar entre la gente a verlo. Podemos, pero no lo vamos a ver tranquilos, siempre alguien se te va a acercar, y es obvio, y está todo bien”, dice Ale. “En España vivimos un déjà vu genial. Lo más divertido, lo que podríamos llegar a extrañar...”, se acuerda Juliana y menciona que compartieron camarín con otras bandas como La Terremoto y Nancys Rubias y se vivió una fiesta. Pero además, hace un relevo de los distintos camarines que vienen pisando como para mostrar que disfrutan las distintas recepciones que tuvieron y tienen en el mundo: “Tocamos en lugares diferentes y vivimos experiencias diferentes. Acá tenemos un camarín enorme lleno de bebidas y hay lugares en los que tenemos un cuartito así. Nos adaptamos. Una vez me acuerdo en no sé qué país que nos preguntaron qué queríamos comer y dijimos sushi y se ve que no estaba tan de moda en ese país y había unos sushis de arroz caliente y lechuga...”, se ríe Juliana.
Pero entre una situación y otra, ante una comparación que decanta entre los inicios más elitistas y el atolondrado presente masivo, Ale lanza una explicación tan sencilla como sensata: “Yo sigo pensando lo mismo: a mí me parece que el grupo está bueno, que tiene calidad. Realmente encaramos con mucha conciencia los espectáculos, las grabaciones de las canciones, si bien queremos hacer todo ya. Y esto sí se diferencia un poco de nuestros inicios, cuando lo nuestro era la rapidez, era hacer y concretar instantáneamente y no preocuparnos tanto por las cuestiones sonoras... Nosotros, todo lo que estaba a nuestro alcance para darle un valor agregado al show, siempre se lo dábamos, y eso lo seguimos haciendo ahora. Y disfrutamos y nos adaptamos a lo que vivimos, camarines con sushi o sandwiches de anchoas”.
Entre ese pasado de amateurismo compinche y los números record de hoy que involucran a chicos muy chicos entre el público de Miranda!, hay saltos y rebotes. Pero también, cruces, desmarcaciones y discusiones perimidas. Tal vez, una mayor tolerancia a modelos menos estigmatizados de hombres (aunque los varones Miranda!, si bien siempre cantan de relaciones chico–chica, no están exentos del mote de “puto” que persiguió prácticamente a cualquier rockero que no se subió a una Harley Davidson). Además, la consolidación del consumo masivo de música electrónica (a Creamfields van 60 mil personas por año) y la llegada a la cima de una banda como Babasónicos, que durante años fue la contracara estética de grupos de rock barrial masivos como Bersuit o Los Piojos aportaron lo suyo, si bien no dejan de aparecer comentarios que señalen que el público de Miranda! es el de las “chetas boludas” (algo que le pasó a Sui Generis y hasta a Calamaro). Pero también, un nuevo mapa de costumbres generacionales que hacen que hoy una banda como Miranda!, que desde siempre levantó la bandera del artificio como estética y que nunca se pronunció política o demagógicamente, pueda incluso ser invitada y acceder a dar un show gratuito por los 29 años de Abuelas de Plaza de Mayo, como sucedió a fin del año pasado: “En otro momento nos hubiesen tirado con algo”, señala Lolo. Ale cuenta cómo se dio el show: “Nos invitaron y dijimos que sí. Tan simple como eso. A nosotros nos sorprendió que nos invitaran, nos dijeron que justamente querían darle un perfil diferente, que el evento era un festejo de los años de formación de Abuelas. Y además había aparecido el nieto número 85, era un festejo de los logros y para mí fue uno de los shows más lindos que dimos el año pasado”. Para Juliana, tocar ahí fue muy emocionante: “Miranda! es una fiesta y ésa era una celebración. Y es un canal de comunicación, si por ahí los fans de Miranda! no se enteran de estas cosas se pueden enterar ahí”, dice, acordándose del momento en que ella iba a los recitales que había durante la carpa blanca de los maestros y así, con Spinetta cantando con guardapolvo, preguntaba y se enteraba del conflicto (y recuerda también su frase célebre, para las risas de sus compañeros: “¿Ma qué que llueva café? ¡Que lluevan pollos al spiedo!”). Según cuenta Monoto, las Abuelas contemplaron la importancia de que fueran diferentes a lo típico: “Lo que mencionaban es que por ahí el nuestro es un público que no hubiese ido al evento. No es el mismo público de León Gieco, que ya fue a un evento de ese tipo y que ya recibió ese mensaje y lo tiene presente. Hay chicos de 15, 16 y están escuchando todo esto por primera vez y se enteran de que existen las Abuelas”.
Al mismo tiempo, en el medio de los extremos entre los comienzos y una popularidad inmensa hubo distintos hechos que tuvieron repercusiones puntuales para la vida cotidiana de la escena musical y de los jóvenes. El más importante fue la tragedia de Cromañón (un lugar en el que ellos llegaron a tocar), que trajo consigo el cierre de varios escenarios y la “profesionalización” consecuente motivada por los grandes de la industria del entretenimiento (normas de seguridad, capacidad máxima, entrada restringida para menores según el horario), además de una discusión metarrockera explícita sobre protagonistas, público y responsabilidades. Entre otras cosas, el paisaje de lo que hoy es un show de música, la idea del antro oscuro y abarrotado de gente, cambió.
Esto también estuvo acentuado por una tendencia mundial de darle la bienvenida al público preadolescente a la vidriera del rock y pop, y por lavar y hasta hacer risibles a los clásicos rockeros “pesados” (chequear si no la publicidad del analgésico con un tema de Kiss trastrocado de fondo en la que el rockero, después de las piñas y de “hacerse el duro”, toma un calmante, o la de una banda ancha que hace convivir a una bestia metalera que le mata el canario a un cultor del glam oscuro). Paradójicamente, mientras que en la ciudad de Buenos Aires se vio implicado en una desgracia sin precedentes, el rock ya no es visto como algo tan serio. A tal punto en Argentina se afianzó su vínculo con los más bajitos, que los organizadores del Festival BUE del 2005 se vieron obligados a mover a una fecha aparte a los Strokes para que pudieran asistir menores de 18 (sin alcohol a la venta), mientras que los grados de la primaria siguen a Jóvenes Pordioseros, Arbol y La 25, acaso con un poco menos del dramatismo de tribu que definía a la adolescencia. Hoy, no es imposible encontrar en un compilado de un chico de 11 años un rejunte de El Otro Yo, El Bordo, Miranda! o Callejeros (estos dos comparten sello, incluso).
Pero una vez más, en Miranda! el vínculo con la preadolescencia va más allá de una tendencia que los incluye a todos. Hay algo extraño en esta conexión: justo Miranda!, que a diferencia de otras bandas de consumo teen (Erre Way, High School Musical) vino a inyectar romanticismo y ambigüedad hipersexuada en historias de gente más o menos común a una escena plagada de abulia o de brutalidad hormonal machista o machona, pegó en un público pre-teen que quizá no siempre agarra toda esa pimienta (“percibo en qué momento te empiezas a mojar/ y entonces no puedo parar/ hasta sentir que te hago mía”, en El Profe; o “como aquella tarde en tu habitación,/ cuando íbamos a hacer el amor/ te llamaron por teléfono y te fuiste” en “Agua” o “dejando que todo fluya/ me meto en la cama tuya” y “así te doy, hasta cansarme”, en “Romix”). Sobre esto opina vía chat la presidenta del club de fans de Colombia, Lucecita (con muchas estrellas alrededor de su nick y el fragmento del tema que le da nombre al último disco y dice, justamente: “Pasemos a lo bueno, deshazte de tu ropa y dime oh oh oh”): “Miranda! es re explícito, pero no suena vulgar ni nada por el estilo. Es re divertido. No sé, no pensé que se pudieran decir las cosas de esa manera. Pues mira, hago un paralelo con el reggaeton, que es una música bastante directa. Sus letras ya son bastante vulgares. En cambio Miranda!, bueno, sí, hablan de eso, pero no suena mal y muchas veces no se oye tan directo. Puede ser el timbre de voz, las melodías... su sonido no es obsceno”.
Para Juliana, el vínculo con los chicos tiene que ver en parte con el género: “Las letras no son para chicos, para nada. Pero el pop es fresco, es alegre, son canciones de juguetitos. A mí me parece que pasa por el sonido y también por ahí por la ropa, que es bastante colorida”. Y Ale agrega: “Yo creo que tiene que ver con lo sonoro y lo visual, los ritmos y los videoclips que hacemos. Tiene que ver con eso y también con que la adolescencia bajó un poco, quieren crecer más rápido”.
Porque a la vez pareciera que la conexión es de lo más natural: pocas bandas como Miranda! comparten tanto el código y navegan tan cómodamente entre las formas de comunicación que no son una novedad para esa generación. Entre sus fans, los fotologs son moneda corriente, y los emoticones –esas caritas amarillas con todo tipo de variedades que dibujan con un gesto una reacción instantánea y extrema– parecen ser el mejor símbolo para transmitir melodrama en la era informática. Pero además, los Miranda! fueron de los primeros en llevar al escenario una performance de chat, utilizada para el tema “Casualidad” del primer disco. Y no sólo eso: también cantan sobre CD compilados (“Uno los dos”, del segundo disco), de intromisiones a los mails del otro en “No me celes” (del último disco) y hasta podría decirse que su título, El disco de tu corazón, tiene algo de telenovelesco, sí, pero también algo del lenguaje del hardware tecno y en el diálogo inicial del tema hasta se puede inferir el ritmo del teclado veloz, así como en su estribillo, un dejo del mundo cyborg (“El disco de mi mente se resiente con tu corazón, el disco de tu corazón, el disco de tu corazón”).
Pero el éxito de Miranda! y, más que eso, su influencia generacional (cosa que no logran todas las bandas famosas, y que sí lograron algunas como Los Redondos o El Otro Yo), no se termina de entender sin hacer un plano detalle del show. La edición especial de Sin restricciones en vivo + DVD mostraba a los fans mezclados con los músicos y todos ellos tan tan lookeados que no se podía distinguir a las estrellas, o por lo menos, aquello de “los que están arriba y los que están abajo” llegaba a una reformulación colorida en tiempos de realities. Según Juliana, la extravagancia de los fans a veces logra sorprenderlos: “Nos hacemos cargo de cómo vienen vestidos los chicos a los shows. A mi forma de entender, es una influencia súper positiva. Es una influencia para desinhibirse y también para no andar todos vestidos igual. Diferenciarse, ponerse alguna cosa rara, pintarse con rouge en los ojos. Este no es un grupo en que la moda sea vestirse todos de negro, iguales. A muchos de nuestros fans la verdad que les veo un futuro artístico, con bandas o solistas. O performance... son bastante personajes. La imagen no me da muy sociólogo”. Aunque Ale aclara que no hay en ellos una cosa prescriptiva: “No queremos ponernos en el lugar de decirles cómo tienen que venir”.
El grado de baile y euforia de esos shows, y cómo los temas invitan a jugar a ser los actores de las escenas que se cantan –herencia de Pimpinela, pero también mucha pero mucha onda expansiva–, logra cuadros de frenetismo y disfraz, mímicas de todo tipo, que se trasladan a cuanta fiesta tenga banda de sonido de Miranda!: la gente en las plateas o en una pista se mira entre sí diciéndose cosas como “Te quiero invitar a salir”, “podríamos llevarnos bien” o, como seguramente cantarán en la próxima presentación de El disco de tu corazón: “Muñeca te lo ruego, agítame la boca y dime oh oh oh oh uoh oh oh oh oh”, próximamente en sus oídos, según la firma de hit que trae en sus onomatopeyas.
Todo El disco de tu corazón es una sucesión de estos hits, con una producción impecable y un sonido prolijo, entrador, lubricado y pegadizo pero no como un chicle, si no más con la exactitud de una gotita o un brillo labial. Tan mandados a ser temas-del-momento están estas 12 canciones, que la tapa elige cruzar la M de Miranda! con dos marcas pop registradas como lo son McDonald’s y el Chapulín Colorado. Los temas del disco suenan a parodias, como “Hasta hoy”, que parece una mezcla entre un tema tributo que se canta abrazados y en vaivén y uno de templo evangelista (que también se canta abrazados y en vaivén) y joyas de explosión rítmica como el tema que le da nombre al disco o la brillante (porque brilla) cumbia electrónica que hacen con Julieta Venegas. Pero también, el temazo “Vete de aquí”, a dúo con Alaska, la legendaria cantante española, que habla de que ya vivió “ensayos de separación” con esa voz tan gélida y encendida a la vez y transmite la sensación de que la experiencia y la tradición están contempladas, también en el mundo del pop. Las letras de El disco de tu corazón parecen estar más atravesadas por Quereme, su EP de versiones de canciones de telenovelas, y no son tan picantes, pero guardan sus versos para revuelques, propuestas indecentes, encares, desempeños amorosos, besos hasta sentir dolor, sexo después de una fiesta e histeriqueos (él: “¡Amanece junto a mí!”, Ella: “No sé si tengo tiempo”).
Según Ale, en este disco quiso hacer canciones diferentes de las de Sin restricciones, que estaba compuesto en tonos mayores. “Eso le daba un sonido más calesitero, pero fue mucho más minimal en la producción vocal. Acá estéticamente se parece un poco más a Es mentira, el primer disco, que hicimos más grandioso, épico, pero con un micrófono más barato y tantas voces que, bueno, no se escuchaban.” Más allá de algunos clásicos de pop melodramático (así definen su propio género) las letras de este disco insisten en la importancia de lo instintivo frente a lo mental, cosa que le atañe tanto a una historia de amor como a lo que puede llegar a suscitar una banda. Incluso más que en los otros discos, aunque nunca rozaron el cinismo. Pero sí había una mayor autoconciencia de show en Es mentira (con ese título...) y también en Sin restricciones, con telones, cristales y escenarios que se abrían y rompían en temas ya tantas veces cantados.
Este es un disco divertido, que confía mucho en su capacidad de producir excitación y en la victoria del corazón sobre la mente. Pero sobre todo, en algo ya probado y recontraprobado, una explicación de su éxito que va más allá de toda coyuntura: la virtud infalible de generar una fiesta total.
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