Domingo, 3 de junio de 2007 | Hoy
PERSONAJES > ENRIQUE BADESSICH, EL DIPUTADO QUE POSTULó EL AMOR LIBRE
Era telegrafista en las Islas Orcadas del Sur y autor de novelitas porno soft, pero cuando volvió desde el Sur a Córdoba, la provincia donde vivía, se unió a la bohemia de la capital y se hizo amigo de los estudiantes y jóvenes profesores que habían sido el germen de la Reforma Universitaria en 1918. Cuatro años después, en 1922, llegó a ser diputado provincial con su propio partido, el Bromosódico Independiente. Enrique Badessich era anticlerical, pregonaba el amor libre, la supresión del ejército y la independencia de Córdoba. Pero aunque le sacaron la banca por “decoro”, lo suyo no fue ningún chiste de estudiantina. Y esta es su historia.
Por Sergio Núñez y Ariel Idez
Comenzaba 1922, cuando se conocía una millonaria defraudación en la Aduana de Buenos Aires, el teniente coronel Héctor Varela daba por terminada la matanza de cientos de obreros patagónicos en huelga y, a fin de apaciguar las incipientes diferencias entre radicales personalistas y antipersonalistas, el presidente Hipólito Yrigoyen postulaba como su sucesor para las elecciones del 2 de abril al aristócrata y embajador en Francia Marcelo T. de Alvear.
En Córdoba, sin embargo, la Unión Cívica Radical decidía no presentar candidatos para gobernador ni para la renovación de la Legislatura provincial por no haber podido imponer una reforma electoral. Así, descontado el triunfo del conservador Partido Demócrata en ambos frentes, el interés comicial se redujo a la tercera diputación por la minoría, para la cual estalló un verdadero enjambre de aspirantes del más variado tinte.
Entre ellos, el propiciado por los estudiantes y jóvenes profesores de la Facultad de Medicina que cuatro años antes habían sido el germen de la Reforma Universitaria, junto al Hospital de Clínicas y el apoyo yrigoyenista.
Con el guiño cómplice del médico y ensayista José Ingenieros, el favorito de los “muchachos de blanco” no era otro que Enrique Badessich, uno de los más estrafalarios y pintorescos personajes de la “docta” de aquel entonces, al que, con apenas 26 años, el ingenio estudiantil convirtió en el único político argentino que pregonó el amor libre.
Nacido en la ciudad de Tucumán el 14 de enero de 1896, Badessich llegó a Córdoba a temprana edad para curarse de paludismo. Allí estudió en la Escuela de Artes y Oficios y en el Colegio Salesiano. Más tarde quiso ingresar a la vida militar y, ante la negativa familiar, huyó del hogar hasta que su padre austríaco y su madre italiana accedieron a que entrara al Cuartel Batallón de Ingenieros, donde revistó en la Compañía de Telegrafistas. Después de varios años tuvo que dejar el ejército, pero sus conocimientos en telegrafía le abrieron las puertas de la Armada, para la que trabajó en la Dársena Norte porteña, Formosa y las Islas Orcadas del Sur. En el segundo de esos destinos también escribió Las Pretensiones Amorosas, especie de manual porno soft barroco, al que luego le seguiría El Osculo del Crepúsculo, extraña combinación de osadía erótica y divague mental.
Ya de vuelta en su provincia adoptiva, fue librero, bolichero, baratijero y habitué de los círculos bohemios. Corría el año 1920, cuando la institucionalización de los cambios universitarios de 1918 y las repercusiones de la Semana Trágica de enero de 1919 eran aún temas de conversación en la capital mediterránea.
Fue en esa Córdoba activa y en transformación donde Badessich inició su campaña electoral bajo un sello cuyo nombre parecía más una fórmula farmacoquímica que la denominación de una fuerza política: el Partido Bromosódico Independiente.
Entre esa profusión de postulantes –había radicales disidentes, socialistas y católicos e independientes de distinto pelaje–, los de mayores recursos buscaron seducir a la gente con avisos en los diarios y pegatinas callejeras. Badessich, por el contrario, la emprendió mediante un sinfín de actos en las principales calles de la ciudad, siempre ataviado con un traje de papel y un sombrero chambergo ancho casi como un paraguas.
Ya entrado el verano, el abstencionismo de la UCR fue tiñendo la contienda provincial de una generalizada apatía. Tanto que sólo el bromosódico y sus “números en vivo” lograron quebrar ese desinterés. Sobre todo, cuando su brega rebelde y libertaria apuntaba directa y abiertamente contra todo poder establecido, lo cual más de una vez lo llevó a pasar la noche en algún calabozo de la intendencia conservadora.
Eso, sin embargo, no hizo mella en su encendida dialéctica. “Repito una vez más, propugnaré el amor libre, la separación de la Iglesia del Estado, la supresión del Ejército por antisocial y anacrónico, el acortamiento de los hábitos sacerdotales para, con la tela economizada, hacer ropa para los chicos pobres, la eliminación de las esquinas para evitar los choques, la implantación de la República cordobesa con representantes confidenciales ante los países de Europa y América –Argentina incluida–, etc., etc., etc. Desde esta tribuna desafío a los cremosos del Club Social y a los demás zánganos de la colmena a que se atrevan a impedir con su policía mi inevitable acceso a una banca”, disparó en uno de sus mítines esa rara mezcla de denostador de curas burgueses y predecesor de la generación pop, cuya labia era invariablemente interrumpida al grito de “¡Badessich!, ¡Badessich!, ¡al Congreso Badessich!”
Para beneplácito radical, el domingo de los comicios, apenas 6761 de los 31.485 sufragantes de la “docta” acudieron a las urnas. El 10 de abril, ya conocida la amplia victoria de Alvear a nivel nacional, el recuento de la Junta Escrutadora confirmó como ganadores por la mayoría a los conservadores Granillo Barros y Manuel Paz. Pero por la minoría, el vencedor fue Badessich, quien en vibrante definición terminó aventajando al católico tradicionalista Manuel Maciel por apenas 22 sufragios (716 contra 694).
Aunque para algunos la epopeya bromosódica fue únicamente producto de una humorada universitaria, no todos creyeron lo mismo. De hecho, en Todo es Historia de mayo de 1969, Héctor José Carrera analizó que, más allá de su montaje farsesco, Badessich apuntaba “contra las columnas absurdas de una estructura social aldeana, de una escolástica vista por la mayoría de los mismos católicos como inauténtica por lo decadente y repetitiva”; y que contra eso también apuntaban muchos cordobeses que aspiraban a una modernización.
Como sea, el bromosódico, para evitar volver a ser detenido, días antes del escrutinio había decidido atrincherarse en la Legislatura, donde sólo se alimentó con pan y salame. “Era mi última defensa, porque preso no podía ser electo. La policía estaba en la puerta, pero yo no salí y tuve que comer allí lo que me alcanzaron mis amigos”, le explicaría al Vizconde Lascano Tegui en Caras y Caretas del 10 junio.
Así las cosas, algo originalmente circunscripto a la capital cordobesa, empezó a adquirir relevancia nacional. En el lugar de los hechos, la defensa del Badessich fue asumida por La Voz del Interior, que el 12 de abril afirmó que, haciendo “cátedra y escuela con el sainete cómico”, el bromosódico había rescatado “reformas sociales voceadas con anterioridad por el pueblo”, y que además tenía “más títulos que toda la cámara junta para ocupar su banca”.
Otra era, en cambio, la visión de los tradicionales diarios porteños. La Nación lo tildó de “personaje colocado fuera de la razón” y “de reconocida incapacidad”, al tiempo que predijo los argumentos que la Legislatura utilizaría para rechazar su diploma: “En nombre de la cultura y el decoro del país”. Y el 14 agregó que en su elección habían confluido “un radicalismo abstencionista en busca del ridículo”, una “juventud rebelde y jaranera” y “una adhesión espontánea general a la broma” que se prolongó “hasta el propio acto comicial, sin detenerse a pensar mucho en la trascendencia del asunto”.
El fin de semana siguiente al recuento, Badessich acudió a un homenaje que le habían organizado un grupo de jóvenes médicos e intelectuales. Entre ellos, Pepe Ingenieros, el penalista Eusebio Gómez, Deodoro Roca, redactor del famoso Manifiesto de la Reforma Universitaria, Gregorio Bermann, después creador de la pionera revista Psicoterapia, el economista Guillermo Ahumada y el abogado Arturo Orzábal Quintana. Allí, el electo prometió 716 casas económicas para los que lo habían votado y, recargando aún más las tintas, vaticinó que accedería a la gobernación provincial. Concluido el agasajo, el autor de Hacia una Moral sin Dogmas y El Hombre Mediocre señaló: “Sus ideas me han parecido más sensatas y armónicas que la mayoría de los discursos parlamentarios que suelen publicar los diarios de Buenos Aires”.
Pese a eso, el 27 de abril, por codicia de los vencidos aspirantes y presión de los sectores más conservadores, la Comisión de Poderes de la Cámara de Diputados resolvió que Badessich era “una persona notoriamente incapacitada para desempeñar las funciones de legislador” y, paso seguido, el órgano entero rechazó su diploma “por decoro del cuerpo”.
“¿Dónde pone ella el decoro? –se preguntaría el bromosódico ante Caras y Caretas– ¿En la levita del electo, en las artimañas electorales que la preceden, en la acción histórica del nepotismo? ¿En la tontera absoluta y religiosa? Si eso es el decoro, yo carezco de él. Ninguna de esas taras es la mía. (...) Mis proyectos son los de un hombre común que conoce los problemas de su patria. He sido telegrafista sin hilos en las Islas Orcadas durante tres años, y en Formosa. ¿Quién ha abarcado el país mejor que yo? ¿Qué argentino ha estado más compenetrado del resto del globo? Si los diputados pudiesen oír la música de las ondas hertzianas en las Orcadas, el ruido del mundo desde esa soledad, su juicio variaría.”
Tras denunciar la medida en su contra, Badessich viajó a la Capital Federal con la promesa de varios allegados al vicepresidente electo, Elpidio González, de conseguirle una reunión con Yrigoyen. Ya en la gran ciudad, sólo logró ser recibido el 26 de mayo por el ministro del Interior, Ramón Gómez, quien según La Nación, “lo atendió con amable curiosidad”.
Pero ese desdén tuvo su contracara en la masiva atención que concitaron sus dos conferencias, profusamente cubiertas por Crítica, en el hoy desaparecido Hippodrome de Corrientes y Carlos Pellegrini. Allí, el 2 de julio, reclamó la intervención de la provincia y advirtió que si eso no ocurría, haría “volar por los aires” la Legislatura mediterránea. Mientras que el 6 sostuvo: “Hay que practicar el amor libre. Ciudadanos... si queréis tener una buena mujer, paz, sosiego y tranquilidad en vuestro hogar, no la mandéis a la iglesia. En Córdoba, yo y 199 muchachos hemos puesto en práctica nuestras teorías; y puedo afirmar que, como me llamo Badessich, lo que se llama cuerno no existe”. Y sobre el casamiento, aseveró que no era necesaria la participación de “ningún empleado público ni de ningún fraile”, al tiempo que puso la lupa en el galante accionar de los curas en el asesoramiento matrimonial y confesión de las novias.
La repercusión fue tal que entre el 11 y 20 de junio Crítica decidió publicar las Memorias del personaje, quien en la primera entrega escribía: “No cerceno mi avanzado y sano idealismo por dinero (...) No milito en ningún partido de la aristocracia, no soy miembro de ninguna asociación reaccionaria, mafiosa, absurda, inhumana ni inquisitorial (...) Yo soy pobre en metálica fortuna, pero soy millonario en libertad”. En tanto que Caras y Caretas destacaba: “Badessich hizo una campaña de varios meses y eficaz. No pegó carteles, pero dio 300 conferencias (...) y para que nadie lo olvidara, se vistió de papel, queriendo demostrar que el hábito no hace al monje y que un hombre fuerte debe ignorar el ridículo”.
El 12 de octubre, con la asunción de Alvear, las últimas esperanzas del bromosódico terminaron por desvanecerse. Eso, sin embargo, no le impidió seguir formando parte por algún tiempo de la galería de notorios que frecuentaba los principales cafés porteños, para después ir diluyéndose hasta su reaparición seis años más tarde.
En 1928, Badessich volvió al ruedo político en Santa Fe, en favor de un segundo mandato de Yrigoyen. Lo que también le ocasionó varias entradas a prisión, ya que esa provincia era uno de los bastiones del radicalismo antipersonalista opuesto a las aspiraciones del viejo caudillo. Cuatro años después, ya derrocado Yrigoyen y devenido en director de un diario entrerriano, el ex líder bromosódico fue otra vez detenido por una presunta incitación al asesinato del dictador José Félix Uriburu. Y dos días antes del 17 de octubre de 1945 sorprendió presentando un recurso de “hábeas corpus” en pos de la libertad del entonces coronel Juan Perón.
Sus apariciones en las secciones policiales de los años ‘50 fueron, en cambio, por un par de estafas y una denuncia por robo de la que logró ser sobreseído. Fue la triste antesala de un final también infortunado. El 8 de agosto de 1961, Badessich murió en Buenos Aires sin que nadie reclamara su cuerpo ni dijera casi una palabra de recuerdo para su aventurada existencia. O como dijera Carrera en Todo es Historia, fue “un telón melancólico para una historia que comenzó con la jocunda risa de un grupo de alborotados estudiantes cordobeses”.
“Propugnaré el amor libre, la separación de la Iglesia del Estado, la supresión del ejército por antisocial y anacrónico, el acortamiento de los hábitos sacerdotales para, con la tela economizada, hacer ropa para los chicos pobres, la implantación de la República cordobesa con representantes confidenciales ante los países de Europa y América, Argentina incluida.” Enrique Badessich, en un discurso de los años 20
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