Domingo, 3 de junio de 2007 | Hoy
ARTE JUAN STOPPANI EN BUENOS AIRES
Escultor, pintor, escenógrafo y alquimista artístico de los objetos y espacios más emblemáticos e insólitos de su época, Juan Stoppani es quizás el menos conocido de la troupe que dio vida al Instituto Di Tella durante los años ’60. Este año, ArteBA lo convocó, junto a otros de aquellos artistas como Delia Cancela, Dalila Puzzovio y Edgardo Giménez, para homenajearlo. De paso por Buenos Aires, Radar aprovechó para hablar con él de todo: desde la obra que se perdió para siempre y la que se comió su público, hasta la historia detrás del telón que trajo a Buenos Aires y la geometría con que construyó su mundo propio.
Por Felisa Pinto
En la reciente edición número 16 de la megaferia de ArteBa fueron homenajeados Delia Cancela, Dalila Puzzovio, Edgardo Giménez y Juan Stoppani, el menos difundido y conocido en estos años de fervor porteño por el ditellismo, ya que vive en Francia desde hace unos 40 años y desde hace 10 en Kernevel, pueblo bretón de sus amores. Sus obras, junto a la de los otros artistas ditellianos exhibidas en ArteBA, debían responder al pedido de sus organizadores de que datarían de los años ’64 al ’68, en lo posible. No siempre se pudo.
“Para mí era un gran desafío, pues de mi obra sólo se salvaron pocas cosas de la destrucción, ya que siempre fui militante de la estética del pop art, cuya condición de efímera fue esencial. En mi caso, los materiales que siempre elegí eran eso mismo, efímeros. Por ejemplo, los pianos de madera, uno recubierto con plumas de colores, otro forrado de terciopelo barato blanco y un tercero, de papel plástico imitación mármol. A todos ellos los destruí porque no había coleccionista que los comprara. Otros objetos, iconos del lujo, siempre mis favoritos para ironizar, fueron los autos deportivos de nácar o de papel plástico amarillo con los que obtuve el Premio Braque, en 1966, que también desaparecieron”, cuenta Juan al explicar por qué su obra en ArteBa data, en cambio, de 1983. Una descomunal figura femenina, realizada en estos días en Buenos Aires, se antepuso a un telón inmenso pintado por el artista, que hizo para Copi, como única escenografía en su obra Frigó, en 1983.
Muchos años antes, en los ’60, paralelamente a sus performances en el Instituto Di Tella, Stoppani expresaba su creatividad sin límites en objetos y ámbitos diversos. Uno de ellos fue la decoración y la gráfica de Etcétera, una tienda de objetos pop que inauguré en plena Galería del Este en 1967. Un ámbito, inusual e inédito para la época, fue el que realizaron para ese lugar Juan Stoppani y Alfredo Rodríguez Arias. Una caja-cubo totalmente negra, con un mostrador y una mesa con patas de serpientes revestidas en papel plástico de tonos marrón subido. En ese insólito lugar se vendió con éxito ropa de Cancela-Mesejean, huevos de acrílico transparente (relaxing eggs) de Margarita Paksa, zapatos doble plataforma de Dalila Puzzovio, papelería de Edgardo Giménez, pero también collares y gargantillas de cuero pintados por Juan Gatti, drapeados de Juan Lázaro, accesorios de Hugo Curletto, bijouterie de acrílico de Susana Salgado, objetos de Marta Minujín y una bomba negra, de anarquista, a punto de estallar, hecha en papel maché, de Juan Stoppani, que todavía conservo casi intacta.
Sin embargo, en 1968 inicia Juan en su obra un tiempo más conceptual pero siempre hedonista, empezando con las instalaciones. Una mujer en vivo, vestida de blanco y turbante de satin con una cola que recorría todo el Di Tella, y estaba rodeada de manzanas verdes cuidadosamente colocadas sobre el piso, que el público inesperadamente comía, “seguramente incentivado por la transgresión habitual en esa época, y que yo no había calculado”, recuerda divertido Stoppani.
Con otras señales comestibles, sin llegar a las manzanas, surgieron cinco zapallos gigantescos que Stoppani eligió para la obra que presentó en el Museo de Bellas Artes, invitado por Samuel Oliver y Samuel Paz, ese mismo año. Esta vez, las verduras habían sido situadas cuidadosamente detrás de una línea de neón blanco, y toda la ambientación estaba englobada en una nube de tul azul.
Otro tipo de instalación, esta vez viaje mediante, fue el traslado a París junto al grupo TSE, a fines de los ’60. Allí trabajó con Alfredo Arias en obras como Eva Perón, de Copi, Historia del teatro, de Javier Arroyuelo, y Luxe, del propio Arias. A partir de entonces, siguieron años de escenografías y exposiciones, simultáneamente. Obras y trabajos imaginados y ejecutados en su insólito alojamiento, una buhardilla que le alquiló a Marguerite Duras en sus primeros años en París. Su paso por el teatro no fue efímero, en cambio. Trabajó bajo las órdenes de Jean Louis Barrault, Jerôme Savary, Roland Petit y Jorge Lavelli, entre otros. Y en la ópera, junto a Jean Yves Legavre, en Henri VIII, de Saint Saëns, y en Peter Pan, una comedia musical inspirada en el siglo XlX con connotaciones freudianas ingeniosas, y personajes que pueden volar y atravesar el tiempo.
Otra obra con telones es precisamente la que hizo para Copi en 1983 y que se vio en ArteBa. Era el tema protagonista de una escenografía y vestuario con ocho trajes de hombre y de mujer que este autor lucía en el escenario de Frigó, la obra que el humorista tomó de sus personajes de la tira legendaria y exitosa publicada en la revista Nouvel Observateur de aquellos años. “En el escenario –recuerda Juan– había solamente un inmenso telón pintado por mí de 14 metros, y una heladera en primer plano. Ese mismo telón es el que ahora se exhibió en la Rural, pero en lugar de la heladera presenté una muñeca gigantesca que precede al mismo telón. En realidad, es una evocación de la protagonista de Copi, llamada Goliata, pero conserva el parecido tono de humor e ironía, por lo que yo la bauticé ‘Señora de lujo’, y está totalmente realizada en Buenos Aires, en 2007. En realidad, es una nueva obra, mitad histórica y mitad nueva que remite al recuerdo de Copi y tiene continuidad con lo que estoy haciendo ahora, telas pintadas y retratos-esculturas de seres imaginarios, realizados en técnicas mixtas (cerámicas pintada y metal, por ejemplo) para Alvaro Castagnino, como la escultura de homenaje a Louis Ferdinand Céline (a quien, aclaro, no admiré ni mucho menos, por su costado colaboracionista, sino por su magnífica literatura y estilo)”, precisa Stoppani.
Por otro lado, la galería Lila Mitre mostró en ArteBa otros celebrados fetiches del artista, esculpidos en cerámica y metal. Son zapatos o chinelas, o mules, con tacos arbitrarios: un puñal, un clavo torcido, o una flecha. “El zapato de mujer es mi fetiche favorito. En realidad no con la carga erótica consabida, sino por su forma y su expresión plástica, que remite más a una escultura que a un zapato como tal. Para mí son objetos disparadores de una historia divertida o trágica. Mientras uno es un zapato asesino, otro, el de la flecha, se llama zapato guaraní”, se divierte Stoppani.
Su versatilidad artística ya se había degustado también en la moda de los años 80. Entonces, fue llamado por Marie Rucki, fundadora de la más prestigiosa y trasgresora escuela de modas de París, Ecole Berçot, en 1988. Allí el “indispensable Juan Stoppani”, como lo llamaron los críticos más severos de la moda de París, desplegó su arte e ironía y humor en desfiles under, inolvidables y que congregaban casi a tanto público como un concierto de rock. Ya en ese momento Juan arengaba a sus alumnos, diciendo que “en este mundo tan frío y tecnológico, se puede hacer lo que todavía falta, locura artística, para que el público experimente el placer que tuvo el artista al hacerlo”. Y en estos días agrega: “Especialmente hoy, cuando decir que algo es moderno no quiere decir nada. Yo nunca hice nada para revolucionar el mundo, sólo hice algo para provocar el goce. O quizás fue un modo de búsquedas más profundas. Si vamos a hablar de diseño, desde los años ’20 y ’30 no se ha avanzado tanto. Una silla de Knoll o Le Corbusier siguen siendo actuales”, filosofa Stoppani.
Lo que en estos días se pudo ver de Stoppani en ArteBa es el ejemplo más evidente de su sensibilidad y atracción por la geometría, el color y también las huellas que refieren a diversas etnias. Asimismo, la suma de aquellas corrientes exóticas que lo tentaron siempre y, a partir de los ’60, el sello inequívoco del lenguaje del pop art lunfardo o “le pop art de la banlieue”, como lo calificó el célebre crítico Pierre Restany, cuando visitó Buenos Aires en los años de oro del pop criollo. Y sobre todas las cosas, el espíritu lúdico y la ironía militante que cultiva Stoppani.
Ya se trate de sus esculturas de cerámica pintada que exhibió el año pasado en lo de Alvaro Castagnino, que representan con igual enfoque a gente como a zapatos, que eluden rotundamente el costado moda, sin titubeos, esos objetos que se resuelven con formas y elementos más propios de la plástica, en los que la capellada, los tacos y los arcos son sostenidos con clavos y el material para esculpirlos es el bronce. Como también las cabezas irónicas de damas o perfiles de sol simulando figuras en cerámica pintada de bronce. Sus esculturas remiten al costado lúdico frecuentado por Juan Stopanni con humor, la mayoría de las veces.
Entre los dibujos y témperas de inspiración geométrica, como toda su obra, se rescatan fantasías humanas y animales que podrían ser primitivos y de lejanas etnias. Stoppani dice que puede definir su estilo “quizás a partir de un punto de vista etnológico y urbano a la vez. En todo caso resumo en todas mis cosas la mayoría de las tradiciones del arte popular. Ya vengan de Africa, China, el imperio maya, azteca o inca. Aunque a veces el cerebro me tiende una trampa y llego a la conclusión de que gracias a la geometría, a la más simple, aquella del cuadrado, el triángulo y el círculo, he logrado construir un mundo que me es propio”.
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