Domingo, 1 de julio de 2007 | Hoy
PERSONAJES > MARIANO PELUFFO, EN EL OJO DE GRAN HERMANO
Mariano Peluffo estuvo en todas las emisiones de Gran Hermano: desde que entre los panelistas se contaban analistas como Eliseo Verón y era un escándalo que un participante reconociera ser gay, hasta ahora en que nada parece lo suficientemente escandaloso y el programa que dio fama a los ignotos redefine lo que es ser famoso. Por eso, porque los vio entrar a todos, los esperó a todos a la salida de la casa y finalmente los vio pasar a todos, Radar entrevistó al hombre que más horas tiene de trabajo de entrecasa.
Por Natali Schejtman
Estuvo en todas las emisiones de Gran Hermano y viene atravesando distintos, sinuosos y a veces sacrificados escalones en la carrera hacia la conducción nocturna. Se lo identifica con el día a día del programa. Se lo señala como un verdadero obrero del Gran Hermano y se lo aplaude como locuaz, divertido y relajado borderline entre conductor y animador, con un postgrado en comparaciones inusitadas y en descripciones exhaustivas de situaciones inventadas en el momento. Mariano Peluffo reconoce más o menos todo, y se ríe exagerando la apuesta: “Yo vengo con el formato”.
Esta acumulación de ediciones sucesivas y la perspectiva más periférica pero siempre en la cancha desde la que vio pasar personajes, panelistas –de Eliseo Verón y Alberto Quevedo hasta Karina Rabolini– y conductores varios, sumado a una curiosidad inmediata que le despertó un formato de reality ya asimilado por todos pero no por eso menos escandaloso, lo convierte en un lector agudo de ese artefacto de relojero obsesivo y algo diabólico llamado Gran Hermano.
Y un poco más todavía, porque su andar mediático está bastante emparentado con el de los participantes del programa: así como baja el perfil cuando no hay casa, Peluffo, que todavía recuerda el momento en que decidió dejar cuarto año de Económicas y sumarse a la producción de Cablín, se calza los zancos de la exposición y la fama cuando el programa está en el aire. Pero además, su actividad de todo-terreno lo obliga a pasar una buena cantidad de horas encerrado en Telefé y así como él, juguetón, puede sorprender durante el programa en vivo y mandar “a ver qué están haciendo los chicos en la casa” de repente porque vio de reojo algo que le llamó la atención, el canal puede hacer lo propio con su domingo: “Lo que a mí me pasa con Gran Hermano es como cuando los actores dicen ‘temporada de teatro’: sabés que vas, girás por todos lados, comés a cualquier hora, dormís, hotel, camioneta... Cuando hay Gran Hermano, si me llaman un domingo a las tres de la tarde y me dicen vení que se va Mengano, yo en una hora tengo que estar acá con el traje puesto, entonces no puedo estar en Las Toninas. Cuando está Gran Hermano soy como un obstetra”.
El lo sabe muy bien, sobre todo en estas épocas de mucha pantalla en las que tarda una hora en recorrer una góndola de supermercado, atosigado por cámaras digitales y celulares que sacan fotos, mientras la gente lo mira de cerca para ver si camina o flota: si hay un espacio que le mete niebla a las definiciones de “famoso” y de lo que es “trabajar en la tele”, eso es Gran Hermano. Y tanto es así que en el mismo bar lúgubre de los estudios de Telefé se puede reconocer con un poco de esfuerzo, después de años de anonimato, a Gastón Trezeguet, genio y figura del primer Gran Hermano, y quien ahora, cuando ya pasó la batahola de su salida del closet con rating y efecto dominó, fue rescatado por los hacedores del programa como parte de la producción, con un reconocimiento a sus dotes tácticas y agitadoras: “Ahora lo tenemos en la familia”, sonríe Peluffo. “Todavía nos acordamos de las cosas que hacía adentro de la casa y que a nosotros nos costaba horrores interpretar. Para zafar de las acusaciones de complot, le escribía a Eleonora en el hielo del congelador a quién tenía que votar. Y decía: ¿No hay hielo? y ahí iba la petisa. Y pasaban semanas que decíamos ‘¿¿¿Cómo lo hace???’. Leían juntos un librito y él le iba marcando las letras formando el nombre. Lo de Gastón fue impecable. De hecho, ahora es como los espías que pasan a trabajar al bando opuesto, como los hackers... Así que lo tenemos al hacker Trezeguet contratado ahora para la Agencia Nacional de Seguridad.”
La mirada de Peluffo está un poco más orientada al “juego”, esa especie de nivel paralelo que se entrelaza y desdibuja con los aspectos más dramáticos y resonantes, como los participantes ex presos, las ex prostitutas, los golpeados de chicos y las personalidades-con-dificultades-para-abrirse. Pero su conocimiento puertas adentro no le impide detenerse en lo que genera el programa como fenómeno indiscutido, carne de todo tipo de opinador, desde Laje hasta Pettinato: “La historia de Diego Leonardi (ex preso), por ejemplo, es muy fuerte. Lo sabíamos, pero nos sorprendió el rebote a nivel social. Había a favor y en contra. En su momento pasó con Gastón, cuando confesó su homosexualidad en la casa y fue un revuelo, debates en la tele a ver si estaba bien decirlo o no y hoy es algo común, normal, aceptado, como corresponde. Y quizás el canal pensó que iba a pasar lo mismo con la historia de Diego, o fue el anhelo, que se entienda que hay gente que porque una vez hizo algo mal no lo hace siempre mal y puede intentar corregirlo”.
Tal vez por su pasado laboral –una encantadora conjunción de programas deportivos con el suavizante de la conducción y producción para chicos– o ni qué hablar, por la incorporación de Jorge Rial como conductor pesado y puntiagudo, Peluffo es el bueno, el verdadero hermano mayor de los inefables habitantes de la casa: “A mí me gusta la laxitud que te da la conducción de un programa que se va construyendo todo el tiempo. Me permite jugar con el humor mío, que es un humor muy sencillo, de barrio, no es una cosa sofisticada ni con muchos dobles mensajes, ni tampoco es todo el tiempo tensión en la casa. También nos cagamos de risa, porque la verdad es que ‘Ustedes están todo el día ahí adentro, nosotros estamos todo el día acá, vamos a divertirnos’. Funciona como esas películas de terror que es tun, tun, tun y vos te vas agarrando de la banqueta, la banqueta, y de repente... ¡es el gato! Y ahí te volvés a acomodar. No te pueden tener toda la película agarrado de la banqueta, tiene que haber un falso susto. Bueno, acá pasa lo mismo, no puede ser todo el tiempo conflicto y encierro y crisis y quién va a nominar a quién...”
Con esta inclinación natural hacia la fantasía y una recurrencia importante al mundo de las aulas, el patio y los maestros, no sorprende que más que las peleas, escándalos o esperpentos mediáticos, lo que recuerda, incluso con la fascinación de un contador de historias, sean algunos personajes pintorescos: uno llamado El Paisa, de la primera temporada, que entró como suplente a la casa con bombacha de gaucho, boina y alpargatas y cuando salió resultó que vivía en un departamento en la ciudad y manejaba una Enduro; o Roberto Parra, ganador del Gran Hermano 2, del que Peluffo recuerda, entre otras cosas, primeros planos de sus sesudos momentos de lectura adentro de la casa, con ceño fruncido, seriedad implacable y concentración de cirujano frente a un libro de chistes de gallegos. Si tiene que contestar cuánto hay de secreto en Gran Hermano, él mira con la misma cara inocente: “Hay límites marcados que tienen que ver con el respeto a los personajes que están adentro, sus historias. Y después las buenas costumbres, digamos. No vamos a hacer un clip de todos cagando, aunque hay una cámara en el baño por si entran dos personas a hablar. No hay mucho, prácticamente nada, que no se muestre”. Pero además, Peluffo sigue hipnotizado por esa construcción continua de historias, una de las aristas más notables y atractivas de Gran Hermano: la edición de un material bruto que se acerca bastante a la vida misma de muchas personas. Peluffo, si bien no participa en esta instancia –cuyo responsable es Eduardo Cura, reconocido productor periodístico que reemplazó al autor de ficción Sergio Vainman–, lo describe al detalle, con la advertencia obligada, para todos aquellos que siguen cuestionando la veracidad de la casa, de que es imposible guionar a los participantes (“¡Si el Roña Castro no puede memorizar dos frases para un sketch! Además, te aseguro que sería un embole”): “Todo lo que sucede en la casa se graba. Hay un equipo técnico que sigue dos situaciones en paralelo. O sea, hay un doble control armado, porque pueden pasar dos cosas al mismo tiempo en dos lugares diferentes de la casa. Todo se graba en un disco rígido, y además se cataloga por importancia. Si es una charla que se están cortando las uñas de los pies, pasa como algo normal, pero si en esa misma charla además están hablando de algo importante eso se cataloga: pasó esto, a tal hora, con tal protagonista. Entonces después los chicos que editan buscan en los discos rígidos. ‘Vamos con la crisis de Cinthia’: qué pasó, entonces ahí van para atrás tres días, la vemos a Cinthia marcada en una charla, en otra situación... Bueno, eso es ir editando: empezar a identificar dónde se originó un conflicto, tener muchísima memoria para atar la charla de hoy con la de ayer y decir bueno, acá hay algo”.
Lo curioso es que en un juego que acentúa tanto el tema de “la gente común”, sumado a ese invento cívico llamado voto por mensaje de texto (el gran negocio televisivo del momento, de paso), el público se prende fuego en sus ínfulas de poder decidir sobre las vidas de los personajes, el juego y el programa de tele. Y pasó muchísimo, cuenta Peluffo con la autoridad de 6 años en este terreno, eso de recibir cadenas de mails y llamados desesperados del público denunciando complots nocturnos que no se mostraron ni en las galas ni en los debates y, por ende, no se castigaron: “La gente se involucra tanto que pasó eso, mails del tipo: A las 3 de la mañana de ayer el cordobés hizo complot con Marianela. Bueno, y al principio decís: ¿qué pasó?, la gente de la noche... uno cabeceó y se lo perdió, a ver todas las imágenes, un productor, tres horas mirando, pum pum pum, y uno dice: Sí ¡acá está! ¡lo encontré! Y se ponen a ver esta escena y ves al cordobés que está con Marianela y le hace andá vo’ con la mano... ¡Hizo así! ¡No es nada! Pero doña Rosa dice: ¡¡¡Es complot!!! Pasó muchísimo de comerse horas y horas a las puteadas, y no hay nada. En un momento hasta hubo una idea loca de alguien de acá de traer un defensor del pueblo”. Según él, esa compulsión participativa es parte del fenómeno: “La gente tiene la sensación de que va a encontrar algo que no vamos a ver nosotros. Es como esa cosa que tenemos los argentinos: llegás a un asado que te invitaron de garronazo y vas a la parrilla y decís: ¿No le falta fuego a esto? ¿No están ya esos chorizos? Y el chabón está en la parrilla desde las 10 de la mañana, todo transpirado...”
En la biblia de Gran Hermano, cuenta Peluffo, el libro que explica el reality firmado por John de Mol, se avisa que está inspirado tanto en The Truman Show como en la película EdTV. En la primera el protagonista no sabía que estaba siendo filmado, en la segunda sí: “En Truman era un micromundo al que la gente tenía acceso. Acá pasa lo mismo, la gente siente que tiene el control de ese microclima que es la casa, entonces rotula. Vos le presentás a 18 desconocidos y encuentra al bueno, al malo, al que va de frente, al que va por atrás, al abanderado de los pobres... A la gente le encanta eso, y después le das el poder de que mande un sms y diga éste no va más. Eso es lo que hace que la gente se involucre”, explica.
Como conductor del Gran Hermano famosos, ya se prepara para una quinta edición de Gran Hermano ignotos. Pero cuando le queda tiempo se dedica a su productora independiente Contenidos Argentinos, que ya presentó varios productos, como documentales especiales para Canal 7 de mujeres del espectáculo o historias de inmigrantes, lo cual suena a antídoto del show exagerado que es Gran Hermano. Pero lejos de él está una defensa, incluso estos términos, de la televisión culta, cultural o educativa. Y mucho menos un dejo de desdén por el programa que le cambió la vida tanto como a sus participantes, aunque ahora, casado con una traductora y lingüista y con dos hijas, ni se le ocurriría encerrase en serio en la casa: “A veces la gente en la calle me dice: Pobre, estás ahí adentro todo el día. ¡Pero a mí me encanta! Me divierte, es con lo que la gente me identifica y a mí me gusta eso, a diferencia de esos que dicen que no quieren quedar encasillados. Mejor quedar encasillado en Gran Hermano y no en un programa de 2 puntos que no lo mira nadie”.
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