Domingo, 4 de noviembre de 2007 | Hoy
CASOS > LA HISTORIA DE “EL MALóN DE LA PAZ”
Era 1946. La llegada al poder de Juan Domingo Perón y su tarea sin precedentes desde la Secretaría de Trabajo abrían una oportunidad inédita para las reivindicaciones sociales. En ese marco, 174 kollas argentinos decidieron hacer su reclamo con una larga marcha que los llevó desde la Puna hasta Buenos Aires en tres meses. La peregrinación fue cubierta por todos los grandes medios, se entrevistaron con Soiza Reilly y recibieron la solidaridad de Atahualpa Yupanqui. Pero tras ser recibidos por el flamante presidente, fueron puestos a un lado, devueltos a sus lugares de origen y olvidados. De ese olvido busca rescatarlos el libro del investigador Marcelo Valko Los indios invisibles del Malón de la Paz, primer volumen de la colección Osvaldo Bayer de Ediciones Madres de Plaza de Mayo. Radar presenta la historia de una reivindicación que no fue.
Por Gabriel Lerman
En septiembre de 1945, tres dirigentes kollas de la zona de Cochinoca llegan a Buenos Aires para presentar una querella contra terratenientes abusivos de la provincia de Jujuy. En la Comisión Honoraria de Reducción de Indios, dependiente de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, aducen que el organismo no tiene competencia en el tema y son derivados al Consejo Agrario Nacional, donde inician una engorrosa gestión que los ocupa durante varias semanas en la ciudad. Ellos son Exaltación Flores, León Cari Solís y Juan Méndez. El 17 de octubre, mientras miles de obreros provenientes de zonas fabriles y populares entran en Plaza de Mayo para pedir por las conquistas sociales de los últimos meses y por la liberación del coronel Perón, los tres kollas se unen fervorosamente a la multitud. Desde ese día, las cosas cambian. El avance irrefrenable de Perón al poder a través del aglutinamiento de sindicatos, un sector del Ejército, el Partido Laborista, y fracciones de radicales, socialistas y nacionalistas, promueven un clima estremecedor y conmocionan a la sociedad. El llamado a elecciones generales para comienzos de 1946 señala el gran paso que aún le queda dar a Perón, dueño absoluto de la escena política.
Una tarde, unos mapuches que también realizan reclamos en oficinas de protección al aborigen les sugieren a Flores, Solís y Méndez que se pongan en contacto con el teniente retirado Mario Augusto Bertonasco. Bertonasco se había desempeñado como inspector de Tierras desde que ese organismo perteneciera al Ministerio de Agricultura, y desde un año atrás había pasado a la órbita de la poderosa Secretaría de Trabajo que ocupaba Perón. Ese organismo producirá en pocos meses una reforma social inédita e irrepetible en la historia argentina, que en el campo agrario promovió el Estatuto del Peón de Campo (jornal, vacaciones pagas, condiciones sanitarias), así como la reducción del 20 por ciento en los arriendos, prohibiendo los desalojos y permitiendo la renovación de contratos pese a la oposición de los terratenientes. Bertonasco había logrado su pase por expreso pedido de Perón, a quien admiraba, y quien conocía sus antecedentes en el tema. El teniente retirado era hijo de un militar de la Conquista del Desierto. Su padre, acaso para su vergüenza, ya que nunca lo mencionaba, se había casado con una india, Mercedes Cáceres, en la forma en que más de tres siglos antes Guamán Poma había señalado amargamente: el sexo de las indias pertenece a los conquistadores. Una tensión en el alma de este joven, que perdió el rango militar en 1930 por numerosas desavenencias con la institución, y que tendrá su momento trascendente en la defensa de indios. Como inspector, Bertonasco había ayudado a familias mapuches en su relocalización en Nahuel Pan en tanto que había colaborado en la construcción de un reservorio de agua. Sin embargo, tendría otra oportunidad para poner en juego la tensión de su origen.
Los tres kollas lo encuentran y le narran sus padecimientos, le ruegan que vaya a la Puna para cerciorarse con sus propios ojos de la miseria en la que viven y los abusos que padecen. Azotes, maltrato a las mujeres, cepos para disciplinar a quienes se rebelan, arriendos impagables y despojo a la fuerza de tierras que ocupan desde tiempos de sus abuelos. Bertonasco los escucha con atención y les pide tiempo para pensar la mejor forma de ayudarlos. A principios de 1946, les envía una comunicación diciéndoles que la única forma de “salvar a la raza indígena en la Argentina” es hacer una marcha a Buenos Aires, porque de esa forma llevarán a la gran ciudad una muestra de sus dolores y sus necesidades. Allí comienza la historia de “El Malón de la Paz por las rutas de la Patria” documentada y narrada de manera extraordinaria por Marcelo Valko en su libro Los indios invisibles del Malón de la Paz. De la apoteosis al confinamiento, secuestro y destierro, que integra el primer volumen de la colección Osvaldo Bayer de Ediciones Madres de Plaza de Mayo.
Durante tres meses, el Malón, compuesto por 174 integrantes y sus enseres, bajará a pie desde los poblados de la Puna hacia la metrópoli del Río de la Plata y será motivo de cuantiosas notas en diarios, semanarios de actualidad, revistas del corazón, programas de radio de gran audiencia, y el progresivo apoyo popular y político, ya que a medida que se acercan son objeto de agasajos y recibimientos oficiales, solidaridades espontáneas y alianzas tácticas de otras comunidades indias y de pequeños productores y arrendatarios que ven en su éxito la posibilidad de encaminar demandas largamente postergadas en las zonas agrarias.
El 15 de mayo de 1946, veinte días antes de la asunción presidencial de Perón, los kollas salieron de los departamentos jujeños de Cochinoca y Tumbayas, y de las cercanías de Orán en Salta. En los días siguientes se pusieron en marcha las columnas provenientes de otras haciendas lindantes con Orán, de Iruya y de Varas de Palca de Esparzo, hasta llegar a la cifra de 174 expedicionarios del Malón de la Paz por las rutas de la Patria. Si bien los preparativos contemplaban una movilización mayor, la llegada de Bertonasco unos días antes había acelerado los tiempos, ya que convenía no dilatar más el movimiento, de manera de arribar a Buenos Aires en simultáneo con la asunción de Perón o al menos para participar del desfile del 9 de julio. El más joven era el pequeño Narciso López, de 7 años, en tanto que Ascencio Miranda era el más veterano, con 86 años. Lideraban el grupo, además de Bertonasco, Daniel Dionisio, de 64 años, bastonero de iglesias y “Cacique” según la prensa, Juan Francisco Adolfo von Kemmer, alemán apodado “el indio rubio”, y Viviano Donicio, hijo de Daniel y personaje fundamental de esta historia, ya que era flamante diputado provincial de Jujuy por el Partido Laborista. “Tanto los puneños como los jinetes salteños –dice Marcelo Valko en su libro– estaban emocionados. Ahora el reclamo tomaba forma y parecía posible. Se sucedieron los vítores y aplausos de unos a otros.”
En la víspera del 25 de mayo llegan a San Salvador de Jujuy en correcta formación. Adelante las mujeres, llevando a la Virgen de Hermógenes, una imagen de San Jerónimo y otra pequeña figura de la madre de Jesús. En el centro de la caravana el grueso de la caballería salteña con ponchos colorados, y cierra el conjunto la tropa de burritos y mulas con sus bultos. Frente a la Casa de Gobierno les hacen un recibimiento emocionante y los invitan a un gran almuerzo en el Regimiento 2 de Montaña. Al día siguiente retoman el viaje.
El 5 de junio entran en Tucumán, donde nuevamente hay un acto público y son alojados, por órdenes superiores, en un cuartel del Ejército. Descansan cuatro jornadas y reciben una donación de dos carros, uno de los cuales será vestido con los estandartes del grupo y los acompañará en la vanguardia. Una de esas tardes, les sale al encuentro un cantor joven, de 38 años, que no les ofrece comida ni albergue pero los insta a cuidarse y a mantenerse atentos porque “la gran ciudad no maneja los mismos valores que ellos observan en sus pagos”. Se trata de Atahualpa Yupanqui, con quien Bertonasco comenzará una larga amistad hasta la temprana muerte del teniente en 1955.
El 20 de junio, Día de la Bandera, llegan a Córdoba. Son recibidos por el gobernador Auchter, homenajeados y atendidos en unidades militares. Si bien al comienzo reciben reseñas de los diarios provinciales, de a poco los medios nacionales comienzan a ocuparse de los kollas que vienen del norte. “Aunque nadie comprendía muy bien qué sucedía con los kollas –dice Valko–, todos advirtieron que tras las humildes huellas de sus carretas, mulas, ushuntas y alpargatas, se encontraba la poderosa mano de la presidencia o, cuanto menos, de gente muy cercana al poder.” Allí se produce un cambio de estrategia. Tanto Bertonasco, el diputado Dionisio como el resto de los líderes comprueban que deben retrasar la marcha, que no tienen apuro en llegar y que, por el contrario, cuanto más demoren el arribo más apoyos cosecharán en el camino. Deciden celebrar el 9 de julio en Rosario, un cambio que finalmente hará peligrar sus aspiraciones.
El lunes 8 de julio entran en Rosario, y las autoridades del Jockey Club les ofrecen las instalaciones del country de Fisherton para que no duerman a la intemperie. De inmediato son incorporados al desfile oficial, dominado por guarniciones militares, asociaciones tradicionalistas, fuerzas vivas locales y militantes nacionalistas, quienes solían participar de estos actos desde los tiempos de la Legión Cívica. Los indios eran admirados como símbolo de la argentinidad. En ese marco rosarino, tras los vehículos de combate y regimientos marcharon los kollas. Llevaban banderas argentinas y bombachas de gaucho. “La nota original fue el desfile de los indígenas”, dijo el diario La Tribuna. Esa tarde, les hace una entrevista telefónica el periodista y escritor Juan José de Soiza Reilly, quien conducía por Radio Belgrano el popular programa Las mil y una noches de Mejoral. Soiza Reilly da a conocer el suceso a nivel nacional y les promete que más adelante irá personalmente a su encuentro. Desde entonces, el Malón aparece por todas partes. Los diarios La Nación y La Prensa, los oficialistas La Epoca y El Laborista, el comunista La Hora, el socialista La Vanguardia y el nacionalista La Reacción, los semanarios Ahora, Antena, Mundo Argentino, Radiolandia y Qué sucedió en siete días, todos comienzan a seguir la marcha del Malón. Notas especiales sobre los protagonistas, condiciones de vida de los indios, reseñas contra los latifundistas, reivindicación de los “hermanos olvidados y sus justos reclamos”.
El Malón comienza a ser destacado como los “indios peronistas”, dado que llevan imágenes de Perón, son encabezados por funcionarios del flamante gobierno y reciben permanentemente señales de apoyo oficial. La prensa resalta su referencia a la “Paz” y a “las Rutas de la Patria”, identificaciones largamente pensadas que buscaban despejar la idea del malón violento por un lado, y la denotación extranjera por el otro. Además, tanto la confraternidad con las unidades militares como la entonación religiosa de sus símbolos y los actos en iglesias y catedrales que realizaban en cada localidad transitada, pretendían fundir su causa con los valores más profundos de lo que podía entenderse por nacionalidad argentina. Por eso, las últimas paradas del Malón tendrán significados estratégicos: Pergamino, centro agrario de la pampa húmeda; San Antonio de Areco, meca de la tradición, y Luján, el altar religioso del país.
En Pergamino, se produce una verdadera inflexión. El 21 de julio son recibidos apoteósicamente tanto por el Comisionado Municipal como por el último de los vecinos. La ciudad se ha levantado, y el clima es propicio para toda clase de expectativas. Es que diez días antes se había fundado un movimiento agrario en el que 430 colonos firmaron su ficha de afiliación y reclamaron 44 mil hectáreas. Ese domingo, en la plaza principal se canta el himno, se iza la bandera, se oye el campanario de la iglesia, y en la lista de oradores principales figura el líder de los arrendatarios que pregonan la reforma agraria, Francisco Belardo. Además de darles la bienvenida a los kollas, hace referencia largamente al problema agrario. Habla Dionisio y habla el teniente Bertonasco. A esa altura, a dos meses del Malón, se había operado una transformación en Bertonasco. Ya no era el funcionario de la Secretaría de Trabajo de antes de partir de Abra Pampa, ni aquel que casi un año atrás había conocido a los tres kollas en un pasillo ministerial. Ahora estaba barbudo, llevaba bombachas gauchas, ushuntas y poncho. Y más aún, creía que la recuperación de las tierras para los kollas era un hecho. Ese día dijo: “Es la misma raza criolla que ya otrora demostrara al mundo la entereza y deseo de una vida mejor cuando en las jornadas de las montoneras dieran su vida para defender la integridad de la Nación”. Los líderes de los arrendatarios deciden enviar directamente a Perón un telegrama que dice: “Agricultores zona norte de la provincia de Buenos Aires y pueblo de Pergamino, en manifestación pública de sesenta mil personas, confundidos con nuestros hermanos los Coyas, pedimos se les entregue las tierras de la Puna a ellos argentinos. Y los agricultores de esta zona le solicitamos la prórroga de los arrendamientos hasta el año 1950 y que se nos dé estabilidad definitiva”.
Los debates en el Congreso se inician tímidamente en la semana previa al ingreso en Buenos Aires del Malón y continuarán hasta semanas después de su brusca evacuación. Ni los diputados del oficialismo, que parecen solidarizarse con el movimiento, ni los de la oposición, que desconfían de todo, encuentran ni el lenguaje ni los actos necesarios para viabilizar la petición de los indios, y en última instancia esperan las señales del gobierno. Finalmente, el sábado 3 de agosto, tras haber dejado Areco y Luján, el Malón entra en la capital con sus mulas y sus carretas, sus tres banderas desplegadas, y se aprestan a avanzar hacia el centro desde el barrio de Liniers. Las principales radios transmiten en cadena. Han pasado casi tres meses desde aquel 15 de mayo en el límite norte de la Argentina. Han atravesado dos mil kilómetros a pie. Es un momento de euforia.
Es un día de sol, claro y peronista, y en la plaza, la gente viva a los indios y al general Perón, quien ha aparecido en el balcón y los saluda con su ancha sonrisa. Tras un improvisado desfile al ritmo de erkes, charangos, sikus y quenas, un mensajero surge desde la Casa Rosada pidiendo la presencia de la representación indígena. Una pequeña comitiva encabezada por Bertonasco y Dionisio entra. Los funcionarios seleccionan a dos mujeres y a un hombre kollas y los llevan al balcón. Es un momento único, el Malón tocaba el cielo con las manos. La primera vez en siglos que la principal autoridad política recibe y se abraza en público con indios.
Más tarde, en el jardín de invierno de Casa Rosada, Perón recibe al resto de la comitiva, entre ellos al alemán Von Kemmer, a quien la prensa ha bautizado el “indio rubio”. Ataviado con estricto uniforme militar, el presidente saluda firmemente a Bertonasco, su subalterno, como quien celebra el deber cumplido. Según Valko, “Perón sabía que Bertonasco lo admiraba en forma incondicional y por eso lo había designado como su hombre de confianza”. Respecto del alemán, los funcionarios tienen preparado su flamante libreta de enrolamiento, concediéndole la nacionalidad argentina en reconocimiento a su actuación para con los indios. Algo dice que Perón redimensiona la figura del alemán en detrimento de Bertonasco, en busca de alguna fisura en el grupo y eventualmente un recambio de líderes o mediadores. Bertonasco vestía un poncho y llevaba un pañuelo estridente al cuello. Aunque no se supo entonces, poco después el teniente retirado recibirá una reprimenda disciplinaria por uso indebido del uniforme. Entregado un sobre lacrado con la petición y la promesa verbal de Perón, los kollas se retiraron de la Casa Rosada con una alegría infinita.
El contingente que bajó del norte es hospedado en el Hotel de Inmigrantes, donde son atendidos correctamente y donde se les asigna un pabellón. La primera paradoja, acaso, fue el lugar elegido: el sitio donde durante décadas pasaban sus primeras horas en Argentina los que bajaban de los barcos, los extranjeros. Esa misma tarde, Perón se acerca al predio con el canciller Bramuglia, para cerciorarse de que estuvieran cómodamente alojados.
Pasan los días. Los kollas viajan en subte, visitan los barrios, los cementerios, el Puerto, la Costanera. Les hacen notas, entrevistas, fotografías. El 15 de agosto alguien tiene la curiosa idea de organizar un partido de fútbol entre jujeños y salteños, a jugarse como preliminar del clásico RiverBoca, y allí estarán, los kollas, ante 40 mil espectadores.
Llevan veintitrés días en Buenos Aires. De pronto, el gobierno comienza a cercenar el ingreso de intermediarios al Hotel de Inmigrantes. Un día, los incomunican y tanto Dionisio como Bertonasco tiene terminantemente prohibido el ingreso al lugar. Los kollas se preocupan, piden líneas telefónicas, solicitan entrevistas que les niegan. Hermógenes Cayo, quien había hecho un diario personal del viaje, escribirá: “Se oye decir: esperamos las justicias, pero nada... Todo bien, pero nada”.
El miércoles 28 de agosto, funcionarios del gobierno les comunican que deben alistar sus pertrechos porque serán trasladados a otro lugar. En principio, los kollas se niegan, pero finalmente aceptan. Son trasladados por el “indio rubio” a la estación Retiro y cuando llegan descubren que hay un tren con sus caballos, carros y mulas alistados para partir y devolverlos a la Puna. Hay forcejeos, empujones y golpes. Para evitar un tumulto en la estación, los mandan de vuelta al Hotel. Los kollas se resguardan con muchísimo temor, aislados de Dionisio y Bertonasco, quienes de todas maneras hacen gestiones frenéticas para contactar al mismísimo Perón y no son atendidos. En la madrugada, tropas de asalto al mando del general Velazco ocupan el Hotel de Inmigrantes, irrumpen en los dormitorios y comienzan a sacarlos a la rastra, golpeados y empujados escaleras abajo. Afuera, en una vía secundaria del puerto estaban los dos vagones, lejos de los andenes de Retiro, para evitar el escándalo y para mandarlos de vuelta, sin escalas, a la Puna.
Atahualpa Yupanqui significa “el que viene de lejos a contar”. El domingo 1º de septiembre, Yupanqui publica en el diario La Hora una extensa carta abierta en la que señala, entre otras cosas: “Te lo advertí, ¡Hermano Kolla! ¡Recuerdas que te hablé de Condorcanqui, de Katari, de Pillito! Ellos también como tú, se echaron al sol al hombro y caminaron senderos del Ande hasta las pampas desiertas, con la ilusión que la vida prende en los seres humildes que creen que viven bien piensan y sienten bien”. Además, Yupanqui inicia una búsqueda de materiales que le permitieran rescatar todo cuanto tuviera que ver con el Malón de la Paz. Estos y otros planteos al gobierno, más su afiliación al Partido Comunista, le valieron distintas prohibiciones y finalmente el exilio.
Habitantes sin nombre, residuos de la historia, problema, cuestión. Desde la conquista de América que los pobladores que ocupan hace siglos estas tierras del mundo fueron sistemáticamente raleados. Objeto del despojo liso y llano, de políticas de evangelización, de bendiciones multiculturales o de reparaciones tibias auspiciadas por organismos internacionales, los antiguos, permanentes y reales pobladores del continente sobrevivieron a innumerables réquiem por duraderas redes de solidaridad, estrategias comunitarias, cuando no a sangre y fuego, en defensa de lo propio.
Tal vez las últimas reacciones, desde el liderazgo de Rigoberta Menchú tras el genocidio en Guatemala, el movimiento zapatista en México, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil y el avance en la acción política del indigenismo tanto en Bolivia como en Ecuador estén empezando a reconfigurar, finalmente, un mapa distinto, una escisión definitiva y sin vueltas en las agendas públicas de la región. Esa condición de olvidados hizo que en cada retorno de lo reprimido surgieran con el matiz de la novedad, cuando quizá sea el primero de los asuntos pendientes, al menos en orden cronológico. De todos modos, también decir olvidados fue y es una forma condescendiente y perversa de dejar el tema donde está. Desde el nombre, todo ha sido arrancado. Indios eran lo que buscaban los españoles creyendo que iban a Asia. Aborigen se refiere al natural de la tierra que habita, en una concepción biologicista y ambigua, ya que hasta los animales emigran de comarca. Aborigen, para peor, también significa “sin origen”. Indígenas viene de indigentes, con lo cual desde el vamos son subsumidos a una categoría de necesidad y carencia. Precolombinos los despacha sin más al pasado y por lo tanto les quita el futuro.
Un estudio reciente del Servicio de Huellas Digitales Genéticas de la UBA señala, tras doce años de investigaciones, que el 56 por ciento de los argentinos tiene ascendencia india (permítase el uso de este término, en su connotación más vindicativa). Y que existen 900 mil indios, es decir, uno de cada cuarenta habitantes, lo que representa una proporción mayor a la existente en Brasil, donde hay un indio cada quinientos veinte habitantes.
La última vez que en Argentina se oyó la palabra invisibles fue cuando una inmensa mayoría descubrió, de la noche a la mañana, que ése era el nombre de los fans del grupo Callejeros. En otro ámbito diferente, y hace poco, con aires de semiología francesa, solía tomarse al término como figura del análisis del discurso en tiempos en que la imagen copaba la escena, lo audiovisual iba al centro del ring, y se endiosaba aquella máxima que reza una imagen vale más que mil palabras. Lo que no se ve no existe, el amor entra por los ojos, de modo que hay lenguajes de lo visible y espacios específicos que magnifican la visibilidad de ciertos actos y actores.
Sin embargo, esto mismo pensaron aquel verano de 1946 los kollas de Jujuy y Salta, cuando resolvieron preparar su expedición a Buenos Aires, con la ilusión y el anhelo de haber encontrado, después de tanto, el momento, el Pachakutik. Hacer visible una comunidad implica mostrar sus ropas, sus hábitos, sus modos de comprensión del mundo. Pero la forma y el contenido, en arte y en política, se imbrican, son inseparables. La versión que estos indios argentinos repondrán en su itinerario es una versión que intenta por todos los medios hacer sentido en la coyuntura que se vive. Estos indios buscarán instalarse en algún eco del 17 de octubre, el día en que los negros tomaron la plaza pública. Porque no fue la primera ni será la última vez que un grupo de indios inicia una petición, aunque sí será, por lejos, la vez en que obtuvieron mayor resonancia y lograron acercarse a la Historia.
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