Domingo, 4 de noviembre de 2007 | Hoy
PLáSTICA > CUATRO PINTORES Y UNA MUESTRA
Max Gómez Canle, Alejandro Bonzo, Juan Becú y Nahuel Vecino inauguraron nuevamente una muestra conjunta que bordea e indaga los mundos poéticos y narrativos que posibilita la pintura como medio. Radar entrevistó a estos cuatro pintores jóvenes y figurativos para conversar sobre el proceso mismo que implica el caballete y la imagen plasmada en un lienzo, sobre ser joven y artista aquí y ahora y sobre el lugar de la pintura en el mapa del arte contemporáneo.
Por Natali Schejtman
Mientras la planta principal de la Galería Ruth Benzacar está abarrotada de gente que acude a la inauguración de la nueva muestra de León Ferrari, en el nuevo espacio, bajando las escaleras, cuatro pintores jóvenes reciben al público que se enfrenta a sus cuadros figurativos, imponentes y exclamativos. Juntos se potencian y funcionan como una especie de ola salvaje, agarrada y diferenciada en lienzos, como dosis de un caudal que se intuye muy frondoso. No es la primera vez que estos nombres aparecen en grupo, si bien cada uno se sostiene en una identificable carrera solista, y lo hicieron bajo esta misma modalidad no tan habitual de muestra colectiva limitada, como si se reconocieran parte de algo. En el año 2005, Juan Becú, Nahuel Vecino y Alejandro Bonzo se presentaron en la galería Sara García Uriburu y un año después invitaron a Max Gómez Canle para pensar otra en el exterior, que derivó en una muestra en Cuenca, España. Ahora arremeten otra vez como Pintores –bajo la curaduría de Laura Batkis– y profundizan un camino de familiaridad nada mimética que tiene que ver con la pintura como mundo y medio de expresión e innovación, y el factor contemporaneidad inmiscuido como una red porosa y sutil.
En los cuatro se puede reconocer un lugar de actualidad que da la plena conciencia de la añosa historia que carga consigo la pintura y el interés de hacer un corte presente. En el caso de Nahuel Vecino, eso salta a la vista. Formado bajo el ala de la educación formal de la Pueyrredón y también merecedor de la Beca Kuitca en 2003, sus pinturas llaman la atención por un cruce genuino y sensible entre la tradición pictórica argentina y una frescura moderna aprehensible como una especie de ventolada total y reconocible en detalles que se pintan con naturalidad. Para él, la manera de arte que demanda la pintura involucra el trabajo con una materia inerte e incontrolable: “Un maridaje extraño al vivificar una materia que va cobrando vida, a diferencia de un modo de hacer arte que termina siendo más como funciona una publicidad: vos ves algo, entendés el concepto, lo digerís y pasás a otra cosa, el proceso es más bien intelectual... Nosotros compartimos una búsqueda de otros aspectos, como lo emocional, lo sensual, lo motriz... En ese sentido tal vez nos ubicamos en una línea más romántica de hacer arte”. En la muestra colectiva presentó principalmente personajes (además de sumergirse en los senderos del mundo marino) cuyas expresiones resultan complejas y atrapantes por esas miradas sin tiempo que también son familiares. Continuando la reflexión conjunta sobre qué hay en común, se desprende una diferencia con el modo de trabajo del arte llamado conceptual –cuya relación con “lo joven” es innegable– y Nahuel toma la palabra, con la primera aclaración de que todos ellos distan kilométricamente de las casi absurdas declaraciones en contra del arte conceptual de Luis Rodríguez Felder, el secretario de Cultura macrista que no fue: “Creo que adherimos a un tipo de arte relacionado con una tradición bastante antigua en los aspectos más formales y también más espirituales. El arte no sólo como una reflexión sobre algo sino una búsqueda incluso un poco infructuosa. Si uno logra eso, tal vez el espectador pueda intuir ese juego de develar un misterio. Lo que importa es esa búsqueda de lo que subyace atrás de la materia, porque hay mucha gente que defiende la pintura desde un lugar materialista, por su aspecto técnico. A mí me parece que lo importante es el registro poético, que es muy difícil de traducir, y el arte actual lo abandonó un poco y quedó más en el ámbito del erudito, los textos, de la teoría del arte. Para mí, la teoría del arte no es arte”.
Acaso en dirección de esa línea romántica, aunque hablando ya del resultado, Alejandro Bonzo –quien supo asistir asiduamente al taller del fallecido Pablo Suárez– señala otro de los aspectos que le resultó común después de ver la muestra montada: “Me pareció que había mucho sentido de humanismo, como que se respira eso en las obras de todos y me pareció no tan habitual en estos momentos. Sentí a cuatro personas atrás de esas obras”, señala. En la muestra, sus cuadros parecen instantáneas, flashazos súper iluminados –casi eléctricos–, y en ellos aparece claramente un solitario pulso humano de formas más y menos animadas: un hombre de espaldas, un resto fósil, un órgano aislado, o una expresión que mira a otra cosa. No sorprende entonces que sea él quien elija hablar de la melancolía como uno de los rasgos que también observa comunes a las cuatro paredes de la sala: “Eso tal vez se relaciona con esa búsqueda o con esa mirada hacia atrás de la pintura. Pero igual no es melancolía down sino un clima, un aire”. Y algo de eso hay: una especie de indagación, como dice Gómez Canle, “en los valores y las especificidades de lo humano, de las posibilidades del hombre” que, es cierto, desprende esa brisa que vuela hacia atrás desde un lugar adelantado. Bonzo –que ya anteriormente había mostrado series en las que aparecía el juego entre lo animado/desanimado y ahora hace hincapié en los espacios deshabitados, o una tarea que se desempeña en soledad– también recala en la pintura como forma de crear un mundo privado y personal, y focaliza, sin banderas, en ese momento íntimo en que una imagen surge como para ser luego plasmada en el lienzo, si bien la pintura “es un medio más, como la instalación, la escultura o la fotografía”: “Hay una cosa que tiene que ver con lo visual, con el proceso mental de cómo se crea una imagen que es muy diferente del proceso intelectual de crear una imagen escrita. Eso ya habla de una irracionalidad, aunque después uno intelectualmente le pueda agregar toda una estructura”.
Así como Bonzo también menciona una fuerte intención comunicacional en los cuadros de estos Pintores, Juan Becú, el más joven del cuarteto con 27 años, habla de una cierta accesibilidad: “El engranaje sobre el cual se monta lo discursivo de la obra tiene la intención de alcanzar la profundidad de algo arraigado al hombre y apelar al sentimiento más ínfimo y real. Yo creo que el eje narrativo de la muestra invita a compartir esta experiencia y vincularse con el espectador”. En sus cuadros se pinta un mundo con color a cuento y leyenda, espacios entre idílicos, tenebrosos y tentadores como para entrometerse, y también personajes que son interrumpidos en sus actividades cotidianas y que aun así tienen una actitud amigable, aunque seca y misteriosa, minuciosamente elaborada. En cuanto a la ubicación de la pintura en el mapa de arte actual, Becú observa que la disciplina, de manos de artistas contemporáneos, genera cierta extrañeza: “Ultimamente hubo una intención de educar al mercado del arte argentino acerca de lo que es el arte contemporáneo, y se mezclaron posturas de si es estrictamente conceptual o proyectual o tiene un tamaño determinado, etcétera. Hoy hay gente que no entiende por qué una muestra así, de pintura, que no termina de entender si es una posición, un juego, un alarde, militancia estético-ideológica... Nada de eso. El público está ávido de conocer y creo que todo lo que pueda llegar a plantear esta muestra acerca de estas cuestiones, o conjeturas que uno tiene con respecto a este mundo tan pequeño, es al menos interesante”. Pero, además, Becú reflexiona sobre la relación de los artistas jóvenes que eligen la pintura con su medio: “Para mí no hay posiciones determinantes respecto de cómo uno se vincula con la modernidad o con la vida. Hay gente que va a una rave y lo vive como una sensación muy intensa y tienen la necesidad de manifestarlo, y eso es legítimo y es auténtico”.
Porque otra de las preguntas que podría sugerir el tópico “jóvenes pintores figurativos” –y en relación con sus temas– es cuál es el vínculo que trazan con el mundo con el que viven, justamente en un momento en que muchos de sus compañeros generacionales están indagando sobre las posibilidades visuales de nuevos medios como el fotolog o los apurados tiempos oculares de las nuevas tecnologías: “¿Qué tiene que ver más con la época? –se pregunta Max Gómez Canle, artista que este año tuvo una importante muestra individual en Braga Menéndez–. ¿Lo que es mimético o lo que cree que hace falta aportarle, lo que la época no tiene? Lo paradójico es que nosotros, siendo figurativos y narrativos, elegimos relacionarnos con nuestra época no miméticamente”. En Ruth Benzacar presentó una serie en la que recorre lo bestial y lo bello, y su paralelismo metafórico con el artista y el arte, y en la que hace jugar ese cautivante modo a la vez muy riguroso y del todo imprevisible con el que utiliza diversas técnicas, como copiar un cuadro existente y bifurcarlo de acuerdo con sus inquietudes narrativas, como en el caso del retrato de Bronzino a un Medici de niño al que, una vez copiado, lo inundó de pelos. Según él, tal vez una de las diferencias que mantienen estos cuatro exponentes de la pintura joven local radica en el lugar del concepto: “El concepto existe como punto de partida y no como fin. Mientras que lo que más existe hoy por ahí en las artes –si bien hay de todo–, es mucho concepto como finalidad. Lo que buscamos nosotros termina siendo más propositivo que simplemente la operación de sacar de contexto y generar una pregunta en el espectador. Proponemos mundos poéticos metafóricos, una especie de mundo ‘más allá’ de lo real, que por ahí son más difíciles de digerir que un concepto, y a la vez se van sofisticando porque hay citas, copias, remixes”.
En el momento de ubicarse junto a sus tres compañeros de muestra en una coyuntura actual, se tienta por identificarse con un camino que hicieron otros artistas como Aizemberg o Balthus: “Si bien hay vinculaciones con otras cosas, nos situaría en una especie de linaje de artistas solitarios que siempre hubo y que estuvieron un poco despegados de los movimientos del momento, aunque a posteriori se vio que tenían vinculaciones con su generación. Lo particular es que somos cuatro pintores solitarios... pero juntos”.
La muestra puede visitarse en Ruth Benzacar (Florida 1000) hasta el 24 de noviembre.
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