MúSICA > ENTREVISTA CON LENINE, EL FAVORITO DE CAETANO
Nacido en Pernambuco, pero radicado hace casi 30 años en Río de Janeiro, Lenine es el gran nombre de la canción brasileña fuera de Brasil, después de Caetano Veloso, quien a fines de los ’90 lo convocó para el festival Carte Blanche de París y ayudó a convertirlo en una estrella en Europa. Miró desde Río el fenómeno del Mangue Beat pernambucano mientras transitaba en solitario un camino más particular con un catálogo de más de 500 canciones que han sido grabadas por artistas tan diferentes como María Bethânia, Daniela Mercury, Milton Nascimento, Julieta Venegas y hasta Dionne Worwick. Y ahora, por fin, uno de sus discos –Acústico MTV– tiene edición local. Será el momento, entonces, de conocer a un compositor tan prolífico como deslumbrante.
› Por Martín Pérez
“Como Ronaldinho, Kaká, Juninho y muchos otros, nuestro mejor fútbol juega en el exterior. Con la música popular no es diferente”, escribió Tarik De Souza, uno de los periodistas musicales más respetados de Brasil, a la hora de explicar por qué un artista como Lenine había sido convidado a grabar su primer álbum en vivo en París, el tan celebrado In Cité (2004). Casi un lustro después de aquella experiencia, la realidad no es muy diferente. Salvo por el hecho, claro, de que los nombres y el orden de importancia de los cracks futbolísticos brasileños jugando en el exterior ahora son diferentes. Y que, ahora sí, Lenine tiene un disco en vivo grabado en Brasil. Se trata de un Acústico MTV (2007), un trabajo que se convirtió el año pasado, casi en silencio, en el primero de sus álbumes en tener una edición local. Algo que no deja de sorprender, aun teniendo en cuenta la forma en que ciertos artistas brasileños han debido encontrar siempre una forma de filtrarse en el ambiente musical porteño, ajena a los caprichos discográficos. Porque desde mediados de la década pasada en adelante, Lenine es –después de Caetano Veloso– el mejor sinónimo de canción brasileña más allá de las fronteras de Brasil.
Con una carrera musical que abarca más de dos décadas, el pernambucano Oswaldo Lenine Macedo Pimentel, antes que nada, dejó muy temprano su natal Recife para instalarse en Río de Janeiro. “Creo que ante la duda entre San Pablo y Río, elegí esta última por una suerte de vínculo uterino con el mar”, señala al teléfono desde su hogar carioca. “Pero es tan fuerte el eje Río-San Pablo, que nunca han dejado de recordarme que soy de Recife, aun cuando hace ya casi tres décadas que vivo en Río. Los que sí se han dado cuenta del cambio son mis amigos de allá, que me reciben anunciando: acá está el carioca.” Desde su nuevo hogar, Lenine vivió la revolución musical que significó la irrupción del Mangue Beat, oriundo de Recife, en la música popular brasileña durante los ’90. Acompañó esa revolución, primero con dos discos a dúo, Baque solto (1983) con Lula Queiroga y Olho de peixe (1993) con Marcos Suzano, y luego con un trío de discos solistas –El día que faremos contato (1997), Na pressao (1999) y Falange caníbal (2002)– que lo terminaron de ubicar en el lugar de privilegio en el que se encuentra. Más cuando, en 1999, Veloso lo invitó a formar parte de Carte Blanche, un espectáculo realizado en Francia a la manera del Meltdown londinense, en el que un artista tiene “carta blanca” para hacer lo que quiera. Dentro de ese contexto, Caetano lo que quiso fue a Lenine, y así fue como el pernambucano-carioca se terminó de convertir en una estrella por derecho propio en Europa.
“Siempre me pregunté por qué es tanto más fácil organizar una gira por Europa y los Estados Unidos que frecuentar los países vecinos, con los que uno tiene una similitud no sólo en la lengua, sino también en la propia cultura”, confiesa Lenine, que en más de una entrevista ha contado lo harto que está de explicar que países como Brasil tienen una cultura del primer mundo, y que, si se tiene en cuenta que la Tierra es el tercer planeta desde el sol, en realidad todos formamos parte del tercer mundo.
–Creo que todo empezó con el Tratado de Tordesillas (risas). Fue algo que sentenció el aislamiento de Brasil con el resto de América, que es hispana. Pero en algún momento hay que romper esa frontera, ¿no es cierto? Tal vez éste sea el momento para mí.
Percusivo en su utilización de las melodías, y hábil artesano de los juegos de palabras y las aliteraciones en su poética, Lenine supo ser considerado tanto el Beck de Brasil por el periodista Carlos Galilea desde el diario El País de Madrid, como el heredero de los repentistas del nordeste de su país por Veronique Mortaigne en el tan parisino Le Monde. “Me considero un cronista de mi tiempo, sólo que en vez de escribir crónicas, yo hago canciones”, explica Lenine, cuyo álbum O dia que faremos contato arranca con el pitido de conexión de un módem, sinónimo de modernidad una década atrás y rápidamente devenido una antigüedad. “Pero, antes que nada, soy un compositor. La mayoría de mi obra la compongo para ser cantada por otros artistas. La composición es mi enfermedad y mi remedio. Por eso mis discos son tan espaciados: yo los llamo discos bisiestos. Porque nunca pienso en hacer un disco, sino que siempre estoy con las manos llenas de canciones”, confiesa quien tiene un catálogo de más de 500 temas, que han sido grabados por artistas tan disímiles como María Bethânia o Daniela Mercury, Gabriel O Pensador o Milton, Julieta Venegas o ¡Dionne Worwick! “Eso sí que es raro, ¿no?”, se ríe. “Ella grabó ‘Virou areia’, pero nunca supe cómo fue que esa canción llegó hasta ella. Tal vez la escuchó en los Estados Unidos interpretada por un grupo llamado Bataco Tour. Tienen cuatro o cinco discos grabados, y en cada uno de ellos hay una o dos canciones mías.”
Cuenta la leyenda que Lenine se ganó su nombre a causa de un pacto entre sus padres, y el compositor lo confirma. “Mi padre fue el fundador del Partido Comunista en el interior de Brasil y mi madre era católica y macumbera”, explica. El pacto entre ambos era el siguiente: ella elegía el nombre de las chicas, mientras que el de los chicos los elegía él. Por eso las hermanas de Lenine son María Teresa y María de las Gracias, y él lleva el nombre del líder de la revolución rusa y su hermano el de un filósofo francés, Ernest Renan. “Y eso no es todo: la gata se llamaba Rosa Luxemburgo y el perro, Fidel”, agrega con una carcajada. Aunque su padre no consiguió ver en la sociedad el socialismo que imaginaba, Lenine cuenta que lo predicaba en su casa. “Nosotros teníamos la obligación de ir a misa con nuestra madre todos los domingos, pero a partir de los 8 años consideraba que éramos lo suficientemente grandes como para elegir nuestra conexión con lo divino: podíamos elegir entre ir a misa con mamá o quedarnos escuchando música con él. Mi madre se fue quedando sola domingo a domingo, y nosotros escuchábamos toda clase de música. Pero hay que ser justos: gracias a la iglesia completé un bagaje cultural inimaginable.”
–Porque aquella carga de información quedó como un archivo oculto en mi memoria y no sabía que la tenía. Hasta que cuando tenía 17 años ingresé en la facultad, para cursar Ingeniería química. Siempre fui muy roquero, mis Beatles fueron Led Zeppelin y The Police, pero en esos primeros días de clase conocí a varias personas a las que les gustaba todo tipo de música. Y alguien me preguntó si conocía a Jackson do Pandeiro y yo le dije que no. Pero cuando me hicieron escuchar el disco, descubrí que sabía cantarlo todo, de comienzo hasta el fin. ¡Hasta me sabía el orden de las canciones! No sólo eso: también conocía a Luiz Gonzaga, Nelson Gonçalvez, Angela María. Toda una cultura musical nordestina que no era la que escuchaba con mi padre... ¡sino que era la que sonaba en misa! Así que es una paradoja que es casi una primicia: ¡Lenine confiesa que tiene una deuda gigantesca con la Iglesia!
Aunque un último disco de estudio que data de un lustro atrás, y dos álbumes en vivo desde entonces pueden hacer pensar que Lenine dejó pasar el tren, lo cierto es que no ha dejado de ocupar el lugar de faro para una nueva generación de cantautores, incluso más allá del ámbito brasileño. Productor de los últimos discos de Chico César y María Rita –“lo hago de manera casi artesanal, dejando que las cosas sucedan”, explica–, Lenine cuenta que a él le gusta hacer las cosas cuando tienen que suceder, cuando tiene algo para decir. “No preproduzco mi vida”, le gusta decir. Así como la generación del ’80 en el Brasil debutó discográficamente de manera temprana, a la edad de 20 años, Lenine y otros de su generación grabaron sus primeros discos mucho más maduros. Pero si se le pregunta el porqué de esta aparición tardía, Lenine contesta que lo suyo no fue tardío, sino simplemente intransigente. “Así como no le diría jamás a la industria cómo hacer su trabajo, yo no permito que ellos me digan cómo hacer el mío.”
Asegura que el disco que le abrió las puertas fue el que hizo a dúo con el venerado percusionista Marcos Suzano: “Fue un disco en el que cristalizó lo que venía haciendo. Porque a pesar de ser autor de muchos éxitos, todavía no tenía un nombre propio. Pero no sólo funcionó acá, también afuera. Además, logramos una sonoridad muy especial. Con él hubo una inversión de valores, porque la percusión de Suzano es armónica, y yo soy un percusionista de la guitarra”. Cuando Lenine grabó el último de su trilogía de discos solistas de estudio, Falange Caníbal, lo hizo con un despliegue de producción que incluyó tanto al grupo Vulge Tostoi como a Kassin, e invitados como la cantautora norteamericana Ani Di Franco y el grupo Living Colour. Pero lejos de ser su disco de despegue internacional, fue un álbum personal y oscuro, casi el cierre de una etapa. “Para mí no fue el cierre, sino que abrió una época nueva”, corrige. “Tiene una radicalidad muy intencional, y creo que es el disco con el que gané más premios.” Después de Falange... armó un trío, junto a la bajista cubana Yusa y el percusionista argentino Ramiro Musotto, para grabar In Cité. “La industria comenzaba a usar el DVD como subproducto del disco, y yo siempre consideré eso como un error: una vez que se unen los verbos ver y oír es imposible separarlos. Así que yo hice lo contrario: produje un DVD cuyo subproducto fue el disco. Para el Acústico MTV no pude hacer lo mismo, ya que casi no hubo tiempo para trabajar en el repertorio. Sólo ejercité mi rostro de intérprete, eligiendo los hits de mi carrera así como los que pensaba que no habían tenido una atención suficiente, y los invitados eligieron los que significaban algo especial para ellos.”
A la hora de hablar de la actualidad de la música brasileña, Lenine destaca cómo Brasil empieza a descubrir al resto de los Brasil que siempre estuvieron al margen de lo conocido. “Por ejemplo, hoy descubrimos que tenemos un movimiento increíble en la zona de Pará, en el extremo norte. Con grandes compositores de música pop contemporánea, algo increíble. Pero también es increíble que aún no se conozca de manera nacional la estética del frío de Vitor Ramil, por ejemplo. Y me gustaría que alguien me presente lo que se está produciendo en otros lugares. Porque estoy seguro de que en este momento hay algo sucediendo en lugares olvidados como Acre o Piauí.” ¿Y de Argentina? ¿Qué sabe el curioso Lenine? “Conozco muy poco. Puedo nombrar a Fito Páez, a Kevin Johansen, a Charly García. Pero sé lo suficiente como para percibir que no conozco casi nada. Tendríamos que encontrar una manera de difundir a nuestros creadores, para que esa información transite.” Pero, ¿cómo encontrar ese vehículo cuando dentro del propio país se esconde esa información? “Acá en Brasil, por ejemplo, siempre todos se han obsesionado por los movimientos: que la bossa nova, que el tropicalismo. Sabemos todo de ellos, pero yo creo que hay un segmento más poderoso, que son los sin movimiento. Cariñosamente, yo los denomino solitarios. Porque son personas que construyeron sus carreras con cierta intransigencia y no abrieron nunca la mano a ese tipo de juego. No se trata de una generación, porque no se puede decir eso de Arnaldo Antunes y Chico César. Tenemos edades diferentes, pero formamos parte de la misma atmósfera, de un mismo universo, que engloba gente como José Miguel Wisnik o Vitor Ramil. Todos tenemos nuestra particularidad: construimos nuestro trabajo de manera solitaria. Pero justamente por eso somos más solidarios. Y éste es nuestro tiempo.”
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