Dom 17.02.2008
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MúSICA > JOAN TOWER: EL OTRO GRAMMY FEMENINO

Fanfarrias para una mujer poco común

Los Grammy que se entregaron la semana pasada tuvieron a una mujer como protagonista casi excluyente, y el reconocimiento que se le dio fue tan bienvenido como inesperado. Pero, ¿quién es esta compositora sensible e inteligente, considerada entre las más grandes de la historia? Joan Tower, con un disco dedicado a sus obras, ganó las tres estatuillas de música clásica más importantes y fue la digna contraparte de la publicitada noche de Amy Winehouse.

› Por Diego Fischerman

El Grammy es un premio de la industria. Con él, los empresarios del disco se recompensan a sí mismos y a sus invenciones. Pero eso no quiere decir que no pueda haber sorpresas. Y la de este año fue una mujer que, de manera imprevista, se llevó casi todos los galardones en juego en las categorías en que competía. La septuagenaria Joan Tower es la autora de Made in America, y un disco monográfico, que incluye esa composición junto a Tambor y Concerto for Orchestra, en impecables versiones de la Sinfónica de Nashville dirigida por Leonard Slatkin, ganó, dentro del rubro “clásico”, como “Mejor disco”, “Mejor interpretación orquestal” y “Mejor composición contemporánea”. La autora, dueña de un virtuosismo en la escritura, de una imaginación formal y de un poderoso sentido rítmico que los estadounidenses, imaginándose vaya a saberse qué, suelen atribuir a su infancia transcurrida en Bolivia, ostenta otra marca difícil de igualar. Su Made in America, comisionada en conjunto por cincuenta orquestas “pobres” de Estados Unidos, con el patrocinio de la Fundación Ford, fue tocada por todas ellas, en cada uno de los estados norteamericanos, y se convirtió en la obra más escuchada en un tiempo más breve.

El disco fue editado por Naxos, un sello que prescinde explícitamente de dos de las cuestiones que más encarecen un producto –contratos de exclusividad y presentaciones lujosas– y ofrece lo más parecido que existe a una enciclopedia a un precio sumamente barato (y además se consigue en Buenos Aires, distribuido por Zival’s). La publicación es parte de una colección fantástica, llamada con precisión American Classics, donde coexisten John Cage, Morton Feldman, Elliot Carter, Leonard Bernstein, Aaron Copland, Samuel Barber, Charles Ives, John Adams, Philip Glass, George Gershwin y Scott Joplin. El catálogo, tan desmesurado como atractivo, se interna en zonas que el mercado suele dejar de lado, desde el extraordinario Ballet mechanique de George Antheil –que entre otras cosas fue músico de Cecil B. de Mille– hasta la obra de la precursora Amy Beach, una compositora nacida en 1867, o las piezas de cámara de Conlon Nancarrow. Señalada por The New Yorker como una de las compositoras más importantes de todos los tiempos, Joan Tower sorprende, además, con algunos de sus puntos de vista: “La música clásica está sufriendo bajo el peso de haber sido demasiado en el pasado, comparada con la música popular, que es mucho más importante en la actualidad y es un arte mucho más sano, por lo menos en ese campo. Beethoven necesitaría alguien cerca suyo que fuera capaz de recordarnos que su música es vulnerable y no, todo el tiempo, una obra maestra. Lo maravilloso de la música nueva es la reacción que provoca. ‘¿Me gusta o no me gusta?’ El público reacciona a la música en sí misma. Con Beethoven, eso no sucede. Ya se sabe de antemano que es genial. No hay que pensar. Ni siquiera hay que dejarse llevar demasiado o sentir lo que la música produce, porque eso ya fue sentido antes y ya está catalogado”.

Ganadora del Grawemeyer Award in Composition en 1990, miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras desde 1998 y, a partir de 2004, integrante de la Academia de Artes y Ciencias de la Universidad de Harvard, Tower protagonizó, ese año, una retrospectiva de su obra en el Carnegie Hall. Slatkin, un director particularmente comprometido con la música estadounidense escrita a partir del 1900, ofrece lecturas transparentes y perfectas en su definición de planos pero, también, llenas de fuerza. Tanto en Made in America como en Tambor, donde el ritmo se convierte en motor, y en el virtuoso Concerto for Orchestra, un homenaje al homenaje que Bartók le hizo a la Sinfónica de Boston, el trabajo de la orquesta de Nashville es ejemplar. Tower, cuya primera obra orquestal se llamó Sequoia, escribió cuartetos para cuerdas, varias piezas para percusión y la que tal vez sea su composición más famosa. Allí también hace referencia al título de otra obra, la Fanfarria para un hombre común de Copland. La suya, sin embargo, parece hablar de ella misma. Su nombre es, sencillamente, Fanfarrias para una mujer poco común.

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