CINE
Los jóvenes viejos
Cinco años después de filmarla, elevada ya a la misma categoría de obra de culto donde figura “Son o se hacen”, la tira de TV que lo hizo conocido, Diego Kaplan estrena ¿Sabés nadar?, su opera prima cinematográfica: una bizarra, encantadora meditación sobre el amor, el cine y el surf que interpreta con desparpajo una glamorosa pandilla de coetáneos.
POR CECILIA SOSA
Como a una novia vieja. Así dice querer Diego Kaplan a ¿Sabés nadar?, su opera prima, que tras cinco años de demora se estrena finalmente el próximo jueves. Pensada y realizada por un grupo de amigos, el film tuvo que pagar el precio de su concepción apasionada y dejar pasar incólume cuatro fechas de estreno hasta conseguir los “libre deuda” de Argentores y Sadaic. Mientras tanto, se la pudo espiar apenas en el Festival de Cine de Mar del Plata de ese año, en la primera edición del Bafici y en el Festival de Huelva, España.
El estreno encuentra a Kaplan (33 años, egresado del CERC) en un lugar bastante diferente. A partir del 2000, cuando fundó su productora Wasabi Films, fue consolidándose como uno de los más directores de publicidad más requeridos por las agencias nacionales e internacionales. Y sus comerciales –los celebrados “Padre”, de Telecom, y “Chino”, de Rexona– no dejan de cosechar laureles institucionales y callejeros. Ahora, Kaplan prepara una serie para Coca-Cola. “Las películas se hacen para estrenarlas”, dice. “Hoy veo ¿Sabés nadar? y me veo a mí hace 5 años. Pero me encanta de la misma manera. Es raro: tal vez hice un trabajo emocional para contestar esto, pero juro que me lo creí. Existe el amor eterno (se ríe). Eso sí: como productor debo ser el peor del mundo.”
La llegada tardía de ¿Sabés nadar? provoca un efecto extraño. Frente a la seguidilla de estrenos consagrados a recrear el mundo de la cultura popular, el film se recorta extraño, fantasmático y atemporal, como una fábula de iniciación o, por qué no, como una novia vieja. Al retrato sobrio y realista de la marginalidad musicalizada por la cumbia –una tendencia del nuevo cine argentino que ya entusiasma a muchos–, Kaplan contrapone un universo delicado y compacto donde reinan caras jóvenes (aún más jóvenes que en la realidad), un conejo blanco y la música de Daniel Melero, Gilespi y Andrés Calamaro.
Pero muy poco de ese contraste es atribuible al atraso. Kaplan siempre fue de “otro palo”. En el ‘98, cuando Adrián Suar probaba las primeras mieles del éxito con “Gasoleros”, Kaplan embarraba la cancha de un acéfalo Canal 9 con “Son o se hacen”, una serie que terminó convirtiéndose en objeto de culto de una selecta elite porteña, quizá por haber logrado un acercamiento liviano y paródico al universo queer, entonces inexplorado y bastante incomprensible para el público masivo. En su juego permanente de ambigüedades, Kaplan logró llevar a Roberto Galán a un absurdo papel de ángel que los fans enfervorizados festejaron desde el boliche de Palermo donde seguían las últimas emisiones del programa.
Aunque la película se filmó en la misma época que la serie, poco queda de la juguetona sexualidad de “Son o se hacen” o de la acción delirante de “Drácula”, la otra intervención de Kaplan en la TV. Y aunque Melero, fan del film, insista en que se trata de una película pornográfica, esta fábula de iniciación lleva una huella casi naïf. Facundo, un director de cine afectado e hiperkinético (Juan Cruz Bordeu), llega a las playas invernales de Mar del Plata a curarse de un amor frustrado. Allí se encuentra con Dolores, cándida mesera de bar y profesora de step (Leticia Brédice, en una interpretación sorprendente) a quien, en plan seductor, promete convertir en actriz. El cuadro se completa con una banda de surfers fuera de estado (Damián Dreizik, Iván González, Sergio Boris y Gabriel Lobianco), tan amantes de las olas como de la marihuana. Uno de ellos (Dreizik) tiene un único plan: ganar el campeonato intercostero y mudarse con su novia, la propia Brédice, a las playas de Brasil. Casi en el fondo debuta Aldana Miró, descubierta por Kaplan en uno de sus clips, que escena tras escena logra convertir el film en su propio ritual de iniciación amorosa.
¿Sabés nadar? describe un recorrido circular. “Dejás a los personajes en el mismo lugar donde los encontraste. Salvo el de Aldana, ninguno cambia. La tele y el cine suelen tener una tara: los personajes empiezan a hablar cuando entrás a la escena, y en la vida nunca es así. Acá los personajes mienten por fuera de la película y viven por fuera de la trama”, dice Kaplan. De Alejandro Agresti, con quien trabajó primero en Un acto en cuestión en Holanda y luego en Buenos Aires viceversa, Kaplan tomó la vocación por las primeras tomas: “Son las tomas en las que creo. En publicidad podés hacer 43 y seguir buscando. Pero en cine lo importante es que el actor tenga miedo y no tenga mecanizada la situación. Cuando no sabés bien para dónde salir, esa emoción te da verdad”. En ¿Sabés nadar?, Kaplan llevó el juego al extremo: convenció a Brédice de que la debutante Miró se iba a comer la película y la rivalidad entre los personajes creció dentro y fuera del film: “Se terminaron odiando en cada toma. Funciona siempre: sólo hay que saber cómo entrar”.
Aunque sea una película sobre jóvenes (de hecho sólo hay una madre que permanece más de tres minutos en escena), Kaplan alguna vez pensó que su slogan podría haber sido: La culpa es de los padres. “Los padres se muestran de manera breve, pero después entendés por qué sus hijos son así”, dice. Así, por ejemplo, Graciela Borges se luce en una fugaz aparición como la madre de la novia que deja a Bordeu. “Mirame a los ojos”, dice, impertérrita tras sus lentes oscuros. “Hacete un viaje, andá a la Polinesia. Chicas como Carolina hay un montón.” Es en esos quiebres donde Kaplan se revela como un atento escucha de los dialectos generacionales y fetiches urbanos de la clase media up. O en ese pollo al horno inmejorablemente arrojado por el balcón por una amante plantada. O en la inclusión de Lito, el chino de “Cha Cha Cha”, que regentea un restaurante chino depredado por los surfers en bajón de hambre.
La música, compuesta especialmente por Melero, Gilespi y Calamaro, también contribuye a crear un universo propio. “Puse lo que me gustaba en ese momento y lo que me gusta ahora. No entiendo la cumbia y no me gusta la música ilustrativa. Las películas no deberían tener música. La ciénaga es un buen ejemplo: la única música es la del grabador, y aún así es una película musical.” En el caso de Calamaro, su intervención fue el resultado de una apuesta. “Habíamos terminado de grabar el clip de ‘Flaca’. Y le dije: ‘Si la película te gusta, me hacés canciones gratis. Si no, me las hacés igual, y yo te hago cinco videoclips gratis’. No filmé más con Calamaro”, sonríe Kaplan. El premio que la MTV le dio a la canción quedó en España, sobre el piano del músico.
Kaplan sabe que ¿Sabés nadar? se expone a críticas varias. Un crítico amigo ya se lo anticipó el día de la privada: “A mí me encantó, pero te la van a hacer mierda”. Kaplan no se inmuta: “Lo que yo pretendo del cine es la ficción total. Todo lo demás no me interesa. Caetano me encanta, Trapero también, pero no es lo mío. A mí me gustan los actores, los guiones y, sobre todo, pasarla bien. No creo en la pesadilla para filmar”. Sin embargo, en el film se notan las concesiones. “En televisión podés permitirte apuntar a un público chico. Y en el cine podés experimentar, pero también tenés un techo. Con esta película quería llegar a más gente”, admite.
Pero así como no faltarán críticas, también habrá quienes repitan en la vida la escena delirante en que Bordeu intenta un acercamiento cinéfilo a su pretendida. “¿Sabés que tenés el mismo color de ojos que ET?”, le dice. “Gracias”, atina a responder Brédice, antes de que todos se tienten. La escena –la única que no estaba escrita en el guión de la debutante Constanza Novick– sólo se pudo filmar una vez. Estaba destinada a ser muda, pero Kaplan metió a Kaplan.
En enero, el director vuelve a filmar. Una comedia negra para TNT que ya cuenta con presupuesto, fecha y un principio de trama: una familia argentina que se va de vacaciones a Florianópolis. Dicen los anales que a los 6 años, Kaplan le prometió a su madre un Oscar. “Sólo ella se acuerda.Pero si se lo prometí, lo voy a tener que cumplir.” Y... sí: la culpa es de los padres.