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Domingo, 4 de mayo de 2008

TAPA > PIDAMOS LO IMPOSIBLE

Sarkozy vs el 68

Uno de las últimas declaraciones de Nicolas Sarkozy antes de ganar las elecciones fue un llamado a “liquidar” los valores de Mayo del ’68. Pero la frase se da en un contexto particular: el de una feroz crítica y una relectura por izquierda y derecha de aquellas jornadas históricas. Por eso, Radar traza un mapa de la situación intelectual al respecto en Francia.

 Por Eduardo Febbro

desde Paris

Extraña conmemoración. 40 años después del Mayo Francés, la sociedad, sus protagonistas, la prensa, los intelectuales y hasta el poder han hecho de esa fecha un tema no de reconocimiento colectivo sino de polémica, de crítica y hasta de culpa. De manera transversal, el debate lo abrió el año pasado el actual presidente francés, Nicolas Sarkozy. Antes de ser electo, en un meeting de cierre de campaña, Nicolas Sarkozy dijo que había que “liquidar” la herencia de Mayo del ’68. Más aún, según la versión que el entonces candidato dio del Mayo Francés, aquellos acontecimientos habían dado forma y contenido al mundo que conocemos hoy: vean cómo el culto al dinero rey, del provecho a corto plazo, de la especulación, vean cómo los desvíos del capitalismo financiero fueron impulsados por los valores de Mayo del ’68. Vean cómo la puesta en tela de juicio de todos las marcas éticas, de todos los valores morales, contribuyó a debilitar la moral del capitalismo. De allí, entonces, la necesidad de “liquidar” aquella influencia. El hecho más sobresaliente no fue tal vez la misma frase de Nicolas Sarkozy sino la asombrosa aprobación que recibió de uno de los antaño líderes del Mayo Francés, el ensayista y ex maoísta André Glucksmann. Con su presencia en ese acto, su decisión anterior de llamar a votar por Nicolas Sarkozy y su defensa posterior de la frase del presidente, Glucksmann provocó un terremoto. ¿Cómo es posible que, en la edad tardía, los revolucionarios de antaño pasaran tan profundamente hacia el otro territorio? Este intelectual francés no es una excepción sino una suerte de línea continua que ha sigo seguida por muchos de los hombres claves del Mayo Francés. Para su principal actor, Daniel Cohn-Bendit, Mayo de 1968 sigue siendo, sin embargo, un faro que cambió la ruta de la navegación social: “El movimiento que se inició en los años sesenta y que continuó luego del ’68 transformó la sociedad en profundidad: las costumbres, la relación entre los hombres y las mujeres. El ’68 desencadenó la idea según la cual la acción colectiva autónoma sólo es posible con personalidades autónomas. Eso es lo que desencadena y refuerza la idea de la autonomía de las mujeres, de las sexualidades, de los niños y las nuevas relaciones en la pareja. Es decir, se trata de la destrucción de la relación autoritaria y la construcción, la idea o las ganas de una relación igualitaria entre personas autónomas”.

A través de una avalancha de libros, debates y discusiones Francia vive una intensa relectura de los acontecimientos de hace 40 años. El ciclo lo inició Jean Pierre Le Goff con su libro Mayo del ’68, la herencia imposible. Le Goff reconoció que el ’68 “abrió la vía a una destrucción efectiva de los principios y las marcas de la acción colectiva”. Al mismo tiempo, el autor de este ensayo trazó los límites y el alcance de esa destrucción. Le Goff puso en tela de juicio menos las transformaciones a que Mayo dio lugar que los excesos de vocabulario y de definiciones que empaparon la llamada cultura del izquierdismo libertario. El ensayista francés ataca la lógica de militarización del “izquierdismo”, su lógica violenta y la mitología de la violencia revolucionaria e insurreccional. Le Goff, anticipadamente, parece también coincidir con Nicolas Sarkozy cuando habla de los “excesos” y los “caminos sin salida” oriundos de Mayo del ’68 y cuyo resorte es, según él, la “idea delirante” del principio del placer sin freno. El análisis del ensayista ha encontrado un eco consistente desde hace 10 años, no sólo en el seno de la derecha sino, también, entre quienes participaron en las revueltas y en sus propios hijos. De hecho, la imposible herencia es, de una manera paradójica, un hecho: las generaciones posteriores se beneficiaron con las libertades conseguidas hace 40 años pero también cortaron los lazos con sus actores centrales, en muchos casos sus propios padres. Durante los últimos años, la juventud francesa puso en el banquillo de los acusados a aquellos soixente-huitards “egoístas”, “nihilistas” que jugaron en dos bandas y ganaron en ambas: la de la Historia de la Revolución y la del éxito social. La contradictoria cosecha de libros que aparecieron este año oscila entre el culto testimonial, el ataque acérrimo contra aquella generación “inmoral y despreocupada”, la demolición a la que se dedican sectores conservadores y algunos de izquierda y algunas perlas que merecen un lugar en el altar del ridículo. Entre estas últimas cabe destacar el libro del filósofo y ensayista André Glucksmann, que lleva el título tramposo de Mayo del ‘68 explicado a Nicolas Sarkozy. El libro pretende establecer un diálogo intergeneracional entre los de antaño y los de ahora a través de una serie de preguntas y respuestas entre el mismo Glucksmann y su hijo Raphael. Huelgan los intentos de resumen, sobre todo cuando el hijo le pregunta al arrepentido maoísta: “Papá, ¿por qué apoyas a Nicolas Sarkozy?”.

Lejos de ese ejemplo lastimoso está el libro de Virginie Linhart, hija de Robert Linhart, una de los hombres claves del maoísmo francés y autor del célebre libro El Establecido. Robert Linhart cayó en el lado oscuro de la vida, es decir, la locura, inmediatamente después de Mayo del ’68. Su hija Virginie, a través de las 182 páginas de El día en que mi padre se calló, establece un rico diálogo generacional a través del paradójico silencio de su padre y la voz de sus camaradas y de los hijos de los antiguos militantes. Este libro se une a otros en el testimonio escrito por hijos de líderes del ’68 que cuentan, todos, “esos años de abandono progresivo del militantismo, a la vez fructuosos y destructivos”. Mathias Weber, Nathalie Krivine –hija de Alain Krivine, ex secretario general de la Liga Comunista revolucionaria– o Julie Faguer narran desde adentro lo que fue ser hijo de un hijo de Mayo del ’68. Samuel Castro, hijo del famoso arquitecto y militante político Roland Castro, escribe en su libro: “Creo que mi apolitismo viene de mi profundo asco por la política en exceso”. Lauriel Barret-Kriegel afirma: “No hay un solo día en que no me diga: sobre todo, no proceder como mis padres lo hicieron conmigo”.

Las relecturas de Mayo también son legión. Casi todas buscan reubicar el exacto valor de los hechos en el contexto técnico en que se produjeron. Otras obras, en cambio, contienen una suerte de crítica o burla radical formulada desde el seno mismo de la izquierda. Entre estos libros sobresale la reedición de un panfleto escrito por quien fuera el compañero del Che Guevara en la aventura final de Bolivia, Régis Debray, Mayo del ’68, una contra revolución resucitada. Cabe resaltar que Debray es el enigma ejemplo de esa generación que pasó de la lucha armada a la socialdemocracia, de allí a los postulados ultra conservadores y desde ahí a una suerte de reformulación de la revolución, transformada en “necesidad de reformas”. Muchos recordarán una célebre frase de Debray: “La reforma en Francia, la revolución en otras partes”. Para Debray, el Mayo Francés “también funda los males contemporáneos”. A su manera, Debray afirma que el ’68 funcionó como una suerte de aliado objetivo del capital, como una cuna donde se hamacó el hombre que conocemos hoy, “el hombre burbuja, el hombre del instante, el hombre feliz”.

En una línea más lucida y exhaustiva, ensayistas o filósofos como Serge Audier demuestran los orígenes de ese eslogan absurdo que destilan los medios y los comentaristas: “Todos contra el ’68”. En su ensayo El pensamiento anti ’68, Audier demuestra cómo la crítica contra el Mayo Francés proviene tanto de la derecha como de la izquierda. Serge Audier explica: “Se ha desarrollado un pensamiento conservador anti ’68 difundido mediante ensayos que adelantan diagnósticos paradójicos. Por ejemplo: si Mayo del ’68 era en apariencia un movimiento crítico del capitalismo, en verdad resultó la matriz directa del capitalismo actual, con todos sus excesos”. Audier pasa en limpio lo que es en Francia una evidencia, es decir, esa suerte de histeria que rodea la celebración y donde se trata de ensuciar el mito, de destruirlo, de vaciarlo de su contenido y, por consiguiente, de su influencia positiva y, por consiguiente, de su utilidad. Todo el pensamiento contemporáneo que confluye en el análisis del ’68 tiende a deslegitimar a sus actores y a poner en las jornadas de protesta contenidos que le son y le eran imposibles. En este sentido, en su más que brillante ensayo, Audier da cuenta de los intentos –exitosos– de los detractores de Mayo por poner allí donde no estaban las ideas y los hombres para defenderlas. Ejemplo de esa paradoja: Michel Foucault, Louis Althusser, Roland Barthes, Lévi-Strauss o Pierre Bourdieu, en suma, todos los grandes intelectuales franceses con etiqueta de revoltosos o forjadores del Mayo Francés, no se encontraban ahí donde se cree: Foucault estaba en Túnez; Althusser, que estaba enfermo, evocó la existencia de un “movimiento progresista” pero luego se encerró en muchas reservas. Claude Levi-Strauss odió siempre el ’68, Roland Barthes no le encontraba sentido y la evocación del Mayo Francés lo ponía nervioso. Jaques Derrida, en esa época, no se metió en la ola por “desconfianza” mientras que Pierre Bourdieu observaba la revuelta con un escepticismo que los manuales de historia no siempre resaltan. Como lo resalta el editor del libro de Audier, “el odio a Mayo del ’68 se ha vuelto un tema de moda”. La frase no es un gancho editorial sino una verdad tangible. La retórica reaccionaria anti ’68 consta de ingredientes contradictorios, comunistas, socialistas, extrema derecha, todos los discursos convergen en un mismo blanco. Para Serge Audier, esos ataques concentrados, a menudo carentes de fundamentos y equivocados en las cabezas sobre las que eligen disparar, han conducido a una profunda restauración ideológica: de la moral, de la República, del liberalismo. Todos esos años de bombardeos contra lo que la crítica llamó “los anti humanistas” –los pensadores del ’68– parecen haber servido a preparar la gran restauración que empezó a operar en 1980.

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