Domingo, 4 de mayo de 2008 | Hoy
MúSICA > LINDSEY BUCKINGHAM, EL GENIO DISTINTO
Es un músico de dos vidas: una transcurre con Fleetwood Mac, auténtica banda-tanque, pura telenovela y maravilla. La otra ocurre en solitario, con discos casi secretos. La edición de Live at the Bass Performance Hall, nuevo cd con DVD en vivo de Lindsay Buckingham, es una oportunidad y una excusa para adentrarse en la apasionante mente del autodefinido “héroe de la guitarra para intelectuales”, para muchos único aspirante al trono genial, raro y californiano de Brian Wilson.
Por Rodrigo Fresán
Cada vez que pienso en Lindsey Buckingham –cada vez que escucho a Lindsey Buckingham– pienso en Sónoman.
Ya saben: ese superhéroe argentino pero de trazo internacional creado por Oswal –lo más cercano que jamás tendremos a un Will Eisner– dueño de un “poder músico-mental”. Un ser originario del planeta Sono con la capacidad de dominar el sonido, que solía brillar en epifánicos y armoniosos estallidos musicales de corcheas y semifusas líquidas y de coloración místico-psicodélica.
Para mí Lindsey Buckingham –el autodefinido “héroe de la guitarra para intelectuales”, el para muchos único aspirante (para mí muy superior) al trono genial y raro y californiano del american psycho Brian Wilson– siempre fue exactamente eso: un paladín justiciero con propiedades raras y únicas. Y ahora edita Live at the Bass Performance Hall: compact-disc en vivo acompañado por DVD donde se aprecia todo lo que sabe y puede hacer y donde se recorren hitos y hits de una carrera rara y solitaria y casi secreta en paralelo a su masivo y multimillonario otro yo al frente de una banda muy popular pero también muy extraña –donde el mainstream se abraza con lo freak– conocida como Fleetwood Mac.
Y la rareza de toda la situación ya la cantaba el mismo Lindsey Buckingham (Palo Alto, 1949) en “Not Too Late” –primer track de su brillante y poco convencional Under the Skin, sin dudas uno de los más grandes e ignorados álbumes del 2006, el último hasta la fecha de sus discos de estudio– donde se arrancaba, palabras agrias y lentas sobre una dulce y veloz guitarra acústica, cantando: “Leyendo el diario vi una crítica / Decía que yo era un visionario, pero que nadie se había enterado / Y eso ha venido siendo un problema / Sentir como si no me vieran / Algo parecido a como si viviera el sueño de otro / Qué estoy haciendo en cualquier caso / Diciéndome a mí mismo que no es demasiado tarde”.
Y lo que ha estado haciendo Buckingham son, básicamente, dos cosas: reinventando desde hace años –desde un disco llamado Fleetwood Mac, de 1975– el sonido FM, siglas que corresponden tanto a las de la banda como a las de un sonido radial y radiactivo. De acuerdo, ahí están también la implacable base rítmica de John McVie y Mick Fleetwood, la romántica languidez de Christine McVie (ahora retirada) y la mística giratoria de Stevie Nicks (alguna vez su pareja y socia en el dúo primario Buckingham Nicks, firmantes de un LP legendario registrado con las ayudas de Jim Keltner, Waddy Watchel y Jorge Calderón y donde se encuentra la gloriosa “Frozen Love”, injustamente jamás compactado hasta la fecha aunque se consigue un correcto bootleg).
Pero para mí este autodidacta con look de Lord Byron y resistencia de Dorian Gray –que comenzó tocando desde niño con una guitarrita Mickey Mouse, perfeccionó su técnica minimal-obsesiva y fingerpickin a lo largo de una mononucleosis y diseñó su propia guitarra: la Model One– es el responsable de lo más grande y perdurable y de la atípica inteligencia detrás de uno de los álbumes más importantes, revulsivos, revolucionantes y, sí, visionarios de toda la historia del pop. Porque es en Tusk (1979) donde se inventa y/o anticipa el low-fi, el indie de luxe, el punk de autor, se ofreció en su momento a los desconcertados críticos y fans la más lograda encarnación del White Album de The Beatles en versión L.A. (el sonido de una banda autodestruyéndose para recrearse luego del éxito planetario de Rumours, dos años antes) y unas cancioncitas frenéticas y veloces y bizarras como “Not That Funny”, “What Makes You Think You’re the One”, “Walk a Thin Line”, “The Ledge”, “I Know I’m Not Wrong” y, por supuesto, ese impresionante himno de batalla amorosa que es “Tusk”. Hoy, nadie duda de que se trata de una obra maestra (homenajeada en su totalidad por Camper Van Beethoven, que lo regrabaron con modales de culto en 1987 y lo mostraron en el 2002) y pocas veces se gastó mejor un entonces escandaloso millón de dólares de presupuesto que hoy son monedas. Canciones vivas envasadas en estudio que –quedaría más que probado en el disco live de la banda al año siguiente, grabado con una pasmosa y cruda honestidad convirtiéndolo en uno de los mejores en su tipo– eran el producto de un tipo impar con ideas muy propias en cuanto a lo que era y debía ser la música popular. Un songwriter personal al que la banda –protagonista paralela de una de las telenovelas más complicadas de la historia, con sucesivas rupturas y reconciliaciones– convocaba una y otra vez a la hora de reflotar el mito. Y así, convencido por sus amigos, Buckingham sacrificaba privados trabajos en solitario para transformarlos en populares retornos de Fleetwood Mac como Tango in the Night (de 1987, donde destaca la loca “Big Love”) o el brillante Say You Will (del 2003, resultante del aborto de algo que iba a llamarse Gift of Screws, y con la más loca todavía “Murrow Turning Over in His Grave”).
Pero siempre, terminado el trabajo, Buckingham vuelve a su laboratorio de científico loco, donde graba canciones nota a nota en su guitarra. Como tocaba el piano otro “diferente” llamado Glenn Gould. Como si cada nota fuera toda una canción o todo un disco o toda una carrera. Una carrera de fondo y solitaria de un chico playero al que los soleados surfistas de las buenas vibraciones contemplan pasar con un escalofrío mientras esperan la ola perfecta.
Grabado y filmado en enero del 2007 Live at the Bass Performance Hall –dieciséis canciones que van del suspiro primario al grito primal– es la oportunidad perfecta para conocer o reconocer a un genio distinto. Así, éxitos de Fleetwood Mac como “Second Hand News” y “Go Your Own Way” mezclándose con el clásico “Trouble” o el gracioso “Holiday Road” de su colmilludo debut Law and Order (1981). “Go Insane” del divorcista y frenético Go Insane (1984, conmemorando el fin de su matrimonio de siete años con Carol Ann Harris, autora de una autobiografía donde se explaya en el por entonces cocaínico costado Mr. Hyde de su ex). La extraña y extrañadora ausencia absoluta de algo que represente el fascinante Out of the Cradle (1992, donde se incluía la perfecta “Countdown” o la reveladora “Wrong” con Buckingham desautorizando con clase y corrigiendo con cariño la autobiografía de Mick Fleetwood ). Y seis perfectos momentos del ya mencionado Under the Skin destacando esa canción sobre un visionario que se siente invisible.
El documental que acompaña al concierto muestra a un Buckingham elocuente e intenso en sus amores y desprecios, que por momentos recuerdan un poco al apasionado guitarrista de Spinal Tap pero con varias neuronas más y de más. Un artista que piensa demasiado y que produce canciones a un costado del camino por el que de tanto en tanto vuelve a pasar la aplanadora de Fleetwood Mac. Canciones que –en banda– podrían ser, seguro, hits pero que, a solas, se presentan como algo más interesante: delicados experimentos perfeccionados en un estudio doméstico mientras, afuera, juegan sus tres pequeñas hijas. Y para el 2009 se prepara un retorno del monstruo con –rumores– Sheryl Crow ocupando el sitio de Christine McVie así como el sucesor de Under the Skin donde, en “Show You How”, se nos advierte que “Al caer la tarde / Con el frío en mis ojos / Soy un loco recorriendo la ruta de un tipo malo / Buscando el paraíso” y en “Down on Rodeo” se nos explica que “Voy hacia donde nadie jamás fue / Y no pienso regresar”.
De acuerdo. Pero por suerte Lindsey Buckingham –apellido de palacio pero afilado como guillotina– nos invita a que lo acompañemos un rato, de tanto en tanto, mientras hace sonar su superpoderosa mente demente.
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