Domingo, 27 de julio de 2008 | Hoy
La televisión cambió por lo menos tres veces en los últimos veinte años: primero fue la legitimación de la irreverencia en horario central con Los Simpson, después la revolución de las sitcoms como Seinfeld y Friends y, finalmente, con series como Los Soprano y Lost, la vuelta al capítulo de una hora, con tensión dramática, personajes que no son de cartón y una fuerza narrativa que pone en evidencia la crisis por la que atraviesa el cine de Hollywood. Pero el cambio es todavía más profundo: la producción es tan grande que no hay programación televisiva que pueda mostrarlo todo, la salida directa en DVD es errática y la tecnología permite ver algo apenas 24 horas después de su emisión original. Algunas señales empiezan a aggiornarse y aprovechan lo irreversible. Por eso, una guía parcial de lo mejor incluye cosas que están a punto de llegar, otras que estamos esperando y algunas que quizás no veamos nunca de manera convencional.
Por Martín Pérez
Un par de semanas atrás, la revista norteamericana Entertainment Weekly, celebrando haber llegado a su número 1000, publicó un especial titulado The New Classics. Abarcando las novedades aparecidas durante los quince años recorridos desde su número uno, la revista estaba llena de toda clase de listas con los nuevos clásicos de la última década y media en la cultura popular. La lista dedicada a los programas de televisión estaba, como no podía ser de otra manera, encabezada por Los Simpson. Pero los dos puestos siguientes, nada casualmente, eran para Los Soprano y Seinfeld. Relegados a un segundo puesto por el inclasificable milagro animado y contracultural creado por Matt Groening, aparecían dos series que encarnan los dos estilos que, a grandes rasgos, se han sucedido en el dominio de la televisión norteamericana (o al menos lo que de ella se exporta) en la última década: la sitcom humorística de media hora y la ficción dramática en capítulos de una hora. El hecho de que Los Soprano ocupe el lugar preferencial entre ambos tal vez obedezca a una realidad circunstancial: que ese gran género es el que domina actualmente la televisión norteamericana. Y desde hace tiempo ha ido dejando su marca en el tan cambiante mercado internacional. Porque para quienes buscan aventuras, ya sean cotidianas o fantásticas, pero con buenas historias y personajes que no sean de cartón, el cine ya no es el lugar natural. Ese lugar ha pasado a ser la pantalla chica, que –al menos en lo que se refiere a la ficción– hace tiempo dejó de ser la caja boba.
Junto con otra serie como Friends –puesto nueve entre los nuevos clásicos de EW, dicho sea de paso–, Seinfeld simboliza el cambio en el consumo de televisión que cierta clase de espectador comenzó a realizar en la década pasada. Su paulatino suceso local acompañó el hecho de que el cable fue dejando de ser un opcional, para pasar a ser parte del acto de ver televisión. Diez años más tarde, Los Soprano ejemplifican un nuevo cambio dentro del ámbito televisivo. Su medio natural es la señal de cable extra HBO. El cable dentro del cable, digamos. Pero, a diferencia de lo sucedido una década atrás, su éxito no simboliza que ese cable plus haya ahora también pasado a ser de uso habitual a la hora de ver televisión. Sino que significa que la televisión ahora se consume en otros ámbitos. Tal como está sucediendo con el cine, sus productos han pasado a ser mucho más accesibles -–y requeridos– a través del DVD. Y no sólo sucede con Los Soprano, sino con las series que la han precedido o acompañado durante este nuevo cambio de forma de consumo, como 24 o Lost. El resultado es que ya no hace falta recordar el horario, el día o el canal por el que se puede ver nuestra serie favorita. De hecho, esos datos cambian según lo actualizado que esté uno: si estamos por la primer temporada, debemos buscarla en un canal de aire; si se trata de la segunda, habrá que recurrir al cable; y así sucesivamente. Nada de eso, ahora las series se ven cuando uno quiere, sin la dictadura de un oscuro –o perversamente corporativo– programador. En esta televisión cada vez más fragmentada, la fragmentación final es la del televidente viendo su serie preferida solo, teniendo la opción de parar y rebobinar incluso, a su gusto.
Pero hay otro cambio, más sustancial, orquestándose del otro lado de la pantalla. Mientras que el cine y la televisión coinciden cada vez más en el videoclub, las series parecen cada vez más ser el último refugio de una aventura –o el drama, llegado al caso– que va más allá (o queda más acá, a decir verdad) de la superproducción. Se puede decir que sucesos como Los Expedientes X o Lost tienen más que ver con algo a lo que se podría llamar La Venganza de los Nerds. Eso que en condiciones normales supo ser de consumo minoritario, alcanzando una rara masividad. Pero que no indica un cambio cultural, sino que apenas son excepciones que confirman la regla. Mientras tanto, la cantidad y variedad de series televisivas actuales sí marca una nueva constante, que la pantalla chica ofrece algo que las películas solían pero ya no exhiben. Lo que pasa es que en estos tiempos de blockbuster y negocio global, el dinosaurio Hollywood necesita acorazados de 100 millones de dólares para que lo suyo siga siendo negocio. Mientras tanto, la televisión parece ofrecer un sano refugio para quienes creen en la historia y los personajes. Como en las míticas épocas del cine de clase B que, carente de recursos técnicos, dependía de la atracción de sus tramas, ya sea por ridículas, shockeantes u originales, para sobrevivir. Es cierto que, a un promedio de tres millones de dólares por capítulo, no se puede decir que las series de hoy sean Clase B. Pero se han transformado decididamente en el refugio de los guionistas deseosos de tener un verdadero control sobre sus creaciones.
Hay un detalle más que simboliza mejor que ningún otro el dinamismo de una industria -–la televisiva–- que aún parece creer en la idea antes que en cualquier otra cosa. A diferencia de otras industrias del entretenimiento, la televisión no se asusta al descubrir que sus espectadores se bajan sus programas y los comparten. De hecho, la mayoría de los grandes programas se pueden ver en los sites de las señales que los emiten inmediatamente después de su estreno. E incluso algunos ofrecen los downloads. No sólo eso: entre el final de una temporada y el comienzo de la siguiente, cuando comienzan a circular los pilotos de futuros proyectos, muchos de ellos suelen filtrarse a propósito a internet para testear la reacción de los futuros espectadores, aprovechando su voracidad en vez de intentar censurarla. La velocidad a la que suceden las cosas en el centro del sistema no suele ser la misma que en sus extremos: las novedades siguen tardando en llegar (cada vez menos, es cierto). Pero como en un mundo globalizado e interconectado es imposible detener el intercambio de información, a los tres niveles de consumo antes mencionados (el de la televisión abierta, por cable y el videoclub) hay que sumar el de quienes intercambian archivos por internet. Una comunidad que incluso se las arregla para subtitular los capítulos por su cuenta, y ponerlos a disposición del resto. Cabe preguntarse: si simples usuarios pueden mirar así su programa preferido a menos de 24 horas de su estreno norteamericano, ¿a qué obedece la demora de las cadenas televisivas en hacer lo mismo? La respuesta es, claro, el negocio. Pero el negocio tal como se entendía antes de que todo esto sucediese, por supuesto.
Mientras tanto, como nuestro universo se rige cada vez más claramente por la segunda ley de la termodinámica y todo tiende a desaparecer, lejos de dormirnos en los laureles de una televisión que nos ofrece todo tipo de manjares, a quienes les gustan las buenas historias y los personajes conviene que se preocupen por disfrutar un poco más lo que hay disponible. Porque, como enseña la sístole-diástole del mercado (y también el rock nacional más clásico), todo tiene un final, todo termina. Pero hasta que eso suceda –hasta que el arribo del nuevo Seinfeld o la próxima Friends marque una nueva tendencia–, ahora, ya, hay muchas series ahí afuera buscando espectadores. Series con personajes increíbles, con premisas hilarantes o profundas, aventureras o dramáticas, o todo a la vez. Muchas más de las que podemos abarcar con nuestra filosofía, o simplemente con nuestra atención y tiempo libre. Muchas más de las que tienen para ofrecer la televisión abierta, el cable y los videoclubes. Aunque en algunos de los ejemplos que siguen demuestren cierta propensión por corregir ciertas desidias. Pero hay que estar atentos. Curiosear. Y dejarse sorprender. Vale la pena.
Lejos de querer ser extensivas, las cinco recomendaciones en estas páginas son apenas la punta del iceberg de las series aún por descubrir. Quienes quieran buscar otras opciones, en el videoclub se consiguen las temporadas de Deadwood, un western atípico que es de lo mejor de esta nueva generacion de series. Y, por supuesto, La traficante, que no es otra cosa que Weeds, la gran serie de la viuda dedicada a vender porro a sus vecinos del country. Entre las series que se vienen, en los Estados Unidos ya debutaron Swingtown, suerte de mezcla entre Boogie Nights con Kevin, creciendo con amor, una mirada sobre la vida adulta durante los 70. Y también Generation Kill, la serie sobre la guerra de Irak, a cargo de David Simon, el creador de The Wire. Atención también con The Middleman, una graciosa parodia de las historietas de superhéroes, más para público adolescente, pero no por eso menos disfrutable. Y ya comenzó, también en Estados Unidos, la segunda temporada de Burn Notice, una divertida aventura de un espía exiliado en Miami. De la que sólo se ha visto el piloto dando vueltas por ahí es de Fringe, llamada a ser la sensación de la temporada: algo así como Los expedientes X, pero para estos tiempos post-Lost. No en vano su productor es nada menos que J.J. Abrams. Y por último, para los apetitos más freaks, no dejen de buscar Flight of The Conchords, una simpática comedia protagonizada por un dúo musical neocelandés tratando de hacer carrera en Nueva York. Por momentos puede parecer descerebrada, pero cuando rompen a cantar como en un musical, sus parodias de todos los estilos musicales posibles los han convertido en la serie de culto del año.
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