Domingo, 2 de noviembre de 2008 | Hoy
MúSICA > JULIETA VENEGAS HABLA DE TODO
A mediados de los años ’90, Julieta Venegas era la chica elegante y algo excéntrica del rock indie mexicano, una suerte de Tori Amos oriunda de Tijuana. Ahora, sin embargo, creció hasta convertirse en una estrella pop que no renuncia a la instrumentación inusual, a la vez que se rodea de colaboradores como Marisa Monte, Gustavo Santaolalla, la Mala Rodríguez, Natalia Lafourcade o Mariana Baraj, que la acompañan en su nueva producción, el Unplugged para MTV. Aquí, repasa el camino que la llevó de la escena alternativa del DF al éxito de “Me voy”.
Por Claudio Kleiman
De la cantante de art-rock producida por Gustavo Santaolalla que surgió como artista de culto –especie de versión mexicana de Tori Amos–, a esta estrella de éxito masivo hay un camino que Julieta Venegas transitó con mucha naturalidad. En poco más de 10 años, esta joven mujer criada en Tijuana, en la zona de Baja California lindante con la frontera norteamericana, próxima a cumplir los 38, editó cinco álbumes, cosechó una gran cantidad de premios como los MTV latino y los Grammy (tanto del latino como del otro), y se posicionó como una de las artistas pop más exitosas de la actualidad, vendiendo cerca de 4 millones de discos a lo largo de su carrera. Su trabajo más reciente, MTV Unplugged, es una buena muestra de su voluntad de seguir evolucionando artísticamente, contando con los arreglos del gran Jaques Morelembaum e invitados como Marisa Monte, Gustavo Santaolalla y Mala Rodríguez.
La presentación del Unplugged fue también el motivo que la trajo recientemente a Buenos Aires, una ciudad estrechamente ligada a su desarrollo, donde grabó sus dos últimos –y exitosos– álbumes de estudio.
–Fue idea mía, tenía ganas de cambiar un poco el ritmo habitual de hacer un disco, salir de gira y todo lo demás. Tenía curiosidad de montar otros instrumentos, probar otra cosa. Empecé a tirar la onda y hubo una reacción muy positiva de todos lados, tanto de la compañía grabadora como de MTV. Yo no lo veo como un disco en vivo común, sino más bien como un término medio entre eso y un disco nuevo: hay varias canciones nuevas.
–No diría que me puse a escuchar “Unplugged” para hacer éste, sino que me puse a escuchar música acústica, desde la música norteña, la música balcánica, cualquier tipo de música folk. Empecé a buscar timbres tratando de pensar en la instrumentación, estaba buscando el punto en común entre la banda sinaloense y la música balcánica, y ver qué rescataba.
–Más que nada pensaba en mi grupo ideal y muchos de los personajes eran mujeres. Yo me identifico mucho con mujeres instrumentistas. En la parte de los vientos, Martín Medina, el clarinetista, me conectó con Sol (Pereyra, trompetista de Los Cocineros). Con la percusión lo mismo, pensaba: “estaría bueno que fuera una chava”, y fue cuando vi a Mariana Baraj, que tiene todo un mundo muy personal y muy folclórico a la vez. Natalia Lafourcade toca un montón de instrumentos y aparte tenía una actitud muy abierta, yo le sugerí que probara con el serrucho, estuvo practicando un poco, y luego ya tocó. Lo lindo de un acústico es eso, que hay una gran gama de instrumentos, cosas como el cavaquinho, la vihuela, el cuatro, el ukelele, el tiple, que los ves todos los días en la música folclórica, y a mí me gusta sacarlos de contexto y meterlos, sólo por el timbre.
–Los instrumentos acústicos tienen eso; tú te encuentras en casa con amigos y alguien saca la guitarra o las cucharas; por lo menos en mi casa era así. Es una cosa como de alegría, de no tomárselo tan en serio, y eso era lo que yo quería expresar. Porque en algunos de los acústicos que me mandaron veía una cosa supersolemne, y pensaba “¿por qué se ponen tan serios?”. Lo lindo es hacerlo divertido.
–Unos dos años antes de grabar mi primer disco, alrededor de 1996. Fue porque necesitaba refrescarme un poco del piano, mi primer instrumento. Y de hecho, algunas de las cosas que hice para el primer disco (Aquí, 1997) las compuse en acordeón. En ese momento no sabía tocar guitarra, que aprendí a tocar para el segundo disco (Bueninvento, 2000). Ese disco lo compuse con guitarra, usando acordes raros. Y era porque no tenía ganas de sentarme en el piano, sentía que me salía siempre lo mismo.
–Pero cuando yo lo aprendí a tocar me atraía mucho cómo lo usaba Tom Waits o Joe Jackson. A la música norteña la escuchaba todo el tiempo, pero no la relacionaba con mi inquietud por tocar el acordeón. Recién un tiempo después me di cuenta, e incluso me gustaba más el espíritu con que lo usan en la música norteña, o en la música latina, que es mucho más festivo. Ese lado lo desarrollé después, al principio lo tocaba más melancólico, a la europea. Ahora hay una camada de chicas que cantan y tocan el acordeón; pero cuando yo empecé a tocarlo tenía un amigo que me decía: “pero el acordeón no es para una mujer”.
–Sí. Es algo que siento como familiar y cercano. Participé en tributos a José José, a Juan Gabriel, a José Alfredo Jiménez. También a los Tigres del Norte. Creo que José Alfredo definió el perfil de la música mexicana por excelencia, supo describir el temperamento de un mexicano. De la misma manera que el tango describe un poco el carácter argentino: eso mismo hizo José Alfredo con sus rancheras. Y Juan Gabriel también, yo hice una canción suya (“Siempre en mi mente”) en mi segundo disco. Son todos parte de mi formación emocional, gente que yo escuché, primero con mis papás, y luego ya mayor, es como que han estado siempre presentes.
–Yo digo que nací cerca de Tijuana. Tengo doble nacionalidad cuando me conviene, pero realmente soy mexicana. Nunca viví en Estados Unidos. Mis papás tenían la residencia, pero nunca la aprovecharon, se quedaron en Tijuana. Sólo que cada vez que uno de nosotros iba a nacer, se iban a Estados Unidos, para que pudiéramos tener los papeles. Yo nací en Long Beach, en Los Angeles.
–Es que no fue algo planeado. Yo llegué al DF de vacaciones y me quedé, ni la pensé. Ya tenía mis demos, estaba tocando por Tijuana, y decía, ¿cuántas veces se puede tocar en el cumpleaños de la madre y de la abuela? Quería tocar frente a desconocidos; en Tijuana me iban a ver siempre los mismos. Hacer música para mí era algo natural, no pensaba en hacer una carrera, pero tenía tanto tiempo haciéndolo que ni me lo planteaba. Luego conocí un amigo que era director de teatro y me invitó a hacer la música de su obra, y fue la primera vez que tuve un trabajo de música en el DF, donde me pagaban, actuaba y cantaba. Me parecía increíble ganar dinero, yo estaba dando clases de inglés, hacía cualquier cosa para ganarme la vida.
–Justo estaba saliendo el primer disco de Café Tacuba, estaba Maldita Vecindad, Santa Sabina, Caifanes, estaban pasando muchas cosas. A Café Tacuba los vi cuando todavía estaba en Tijuana y fue el primer grupo que vi en vivo que me impresionó. Luego ya en México los conocí, cuando fueron a ver un show de mi banda, y desde entonces somos amigos.
–Creo que Suzanne Vega siempre fue una influencia, algo de Sinead O’Connor, me identificaba mucho con esa cosa de ella de expresar sentimientos como enojo o melancolía, después con el tiempo me he ido suavizando. Y Tori Amos: la primera vez que la escuché estaba en Tijuana, tocaba piano, no conocía nadie que hiciera canciones con piano, excepto Barry Manilow; y de repente un día en la tele vi a Tori Amos tocando y cantando, sola, y no lo podía creer, me sentí superidentificada. Un día escuché a Charly García en un lugar y fue como una revelación, casi me desmayo. Pero de repente ver a una chica tocando el piano fue increíble.
–Charly me cambió la vida, ha sido como un pilar en todo lo que hice. Que sea un compositor, pianista, y que haga rock, para mí fue muy importante. Calamaro también. De hecho lo empecé a escuchar a partir de que empecé a venir acá, mis amigos me lo ponían y me terminé enamorando totalmente de él.
–Con sentido del humor. Claro que primero tuve que descubrir que me gustaba y que quería desarrollarlo. Porque antes era mucho más atormentada, y también son sentimientos padre para explorar: el despecho, y la tristeza, es muy de la música ranchera, del borracho que llora y grita: “¡Me dejaste!”. Eso nos encanta. Con el tango pasa lo mismo.
–Esa canción la escribí con respecto a mi vida, estaba pasando como un momento en que decía “esto tiene que terminar”, pero riéndome un poco, como pensando: esto lo voy a estar disfrutando con mis amigas dentro de poco, riéndome con unas cervezas. Mucha gente me dice “esa canción fue básica cuando terminé con mi marido”, o con mi mujer, y me encanta poder ofrecer algún tipo de apoyo a la gente en su vida diaria, en sus cambios emocionales.
–Sí, a los MySpace, a los Facebook y a todos ésos (se ríe). Especialmente soy muy fan de MySpace, porque soy como muy tímida, me cuesta mucho acercarme a un músico y decirle que me gusta lo que hace. Mucho más lindo es meterme en su MySpace y mandarle un mensajito. Y otra es que tampoco salgo mucho a shows porque me la paso de gira, y cuando no estoy de gira no soy muy nocturna. Y aunque soy fan de los discos, ahora estoy empezando a comprar música por Internet también. Aunque de todas maneras, si me gusta mucho me compro el disco, porque me siento rarísima de no tener algo físico. Con la música digital, si bien la inmediatez de Internet es irresistible, me sigue faltando la cosa de meterme en la tienda de discos, descubrir cosas, ver el librito. El otro día me dio risa porque alguien me decía, ‘¿Tú eres de las nostálgicas que todavía gustan del compacto?’. Y yo digo: ¿Nostálgico no sería del vinilo?
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