Domingo, 2 de noviembre de 2008 | Hoy
CINE > FERNANDO MEIRELLES ADAPTA A SARAMAGO
El desafío de filmar Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, era inmenso, tanto por la complejidad alegórica de una novela sobre una humanidad entera que enceguece como por ser uno de los mejores libros del Nobel portugués. Con un elenco multicultural y el respaldo de la industria de Hollywood, el director de Ciudad de Dios se aventuró a intentarlo. ¿Por qué no lo consigue?
Por Juan Pablo Bertazza
Cuando tres años después del éxito polémico de Ciudad de Dios llegó El jardinero fiel, muchos amantes del séptimo arte se unieron en una sola cantinela: otro caso del director tercermundista atrapado por los cantos de sirena hollywoodenses. Aquellas mismas críticas podrían repetirse con Ceguera, aunque un tanto agravadas. No sólo por repetir la infraestructura de su antecesora –en este caso, se trata de una coproducción benettoniana, entre Brasil, Canadá y Japón–, sino sobre todo por supuestamente vampirizar a un escritor que goza del extraño privilegio de ser prestigioso y Nobel a la vez.
Sin embargo, esas críticas no le estarían reconociendo a Fernando Meirelles el triple riesgo que supone encarar un proyecto de tal magnitud: en primer lugar porque las adaptaciones de novelas así de importantes nunca salieron bien paridas, como es el caso de Pantaleón y las visitadoras (1975) o El amor en los tiempos del cólera (2006). En segundo lugar porque, entre tantos libros de Saramago, se eligió la novela que lectores de todo el mundo tomaron como su greatest hit global, lo cual tal vez haya hecho confesar recientemente al escritor (contento con el resultado de la película) que no le fue nada fácil ceder los derechos. Y por último, un riesgo al parecer retórico pero del que la película no sale indemne: tener que mostrar en el sentido fisiológico del término cómo la humanidad toda se va quedando ciega.
Más allá de que algunas fidelidades resulten positivas, como mantener el anonimato de los personajes, la extrema reverencia del film hacia el libro termina siendo un problema: es prácticamente imposible encontrar diferencias importantes entre el argumento de Saramago y el guión de Don McKellar. Es decir, Ceguera parece no abrir bien los ojos a Ensayo sobre la ceguera, más allá de algunos atisbos interesantes como haber comprendido el rol narrativo del viejo de la venda negra (Danny Glover), pero aun así da la sensación de que eso se podría haber aprovechado más, sobre todo teniendo en cuenta la buena actuación de Danny Glover, que junto a la de Julianne Moore (hace de la mujer del médico oftalmólogo y es el único trabajo excelente de la película) rescatan un reparto que va de mediocre –Mark Ruffalo (el médico) y Yusuke Iseya (primer ciego)– a malo –especialmente Gael García Bernal–. En cuanto a este último, habría sido menos irritante que apareciera saludando en un ángulo de la pantalla durante las dos horas que dura la película a tener que padecer su inverosímil papel del cruelísimo jefe ciego de la sala tres, lo cual no pone en duda sus dotes actorales pero sí la moda de ponerlo como sea en las películas, antes de pensar un papel que le vaya bien.
En definitiva, la película parece optimizar lo peor y empeorar lo mejor de la novela. Claro que en la novela de Saramago casi todo es brillante, y lo único que falla es su intención un tanto aparatosa de querer alivianar tanto dramatismo con humor. Es llamativo que, al contrario, lo que mejor funciona en Ceguera es el humor que se da, a su vez, en los únicos momentos que esta adaptación se “libera” un poco del libro. Esto ocurre, por ejemplo, cuando la mujer del médico –que es la única persona inmune a la epidemia–, luego de que un sargento se burla de ella mientras la guía hacia una pala para enterrar a sus compañeros muertos, le dedica al uniformado un muy eficaz y gracioso fuck you, o cuando el viejo de la venda negra se le declara a la chica de las gafas oscuras luego de asegurarse de que están solos y enseguida vemos al resto del grupo escuchando atentamente sus palabras. Una excepción de esto, sin embargo, se da con otra licencia del filme, cuando el jefe de la sala tres se pone a cantar con sus buenos muchachos “I just Call to Say I Love you”, chiste improductivo menos por la tonta referencia a la ceguera de Stevie Wonder que por el hecho de que quien la entona no es otro que Gael García Bernal. Pero el gran problema de la película es otro. Si Ensayo sobre la ceguera le debe su solidez a un entramado simbólico no siempre unívoco, el error de la película es justamente corporizar demasiado la ceguera. Ceguera chirría constantemente, tanto en lo auditivo como en lo visual, y abusa de fundidos a blanco y fueras de foco que intentan hacer del espectador un ciego más. Tal vez ahí radique, justamente, el efecto más hollywoodense de esta película: provocar en los espectadores más una sensación física –quienes tengan un mínimo índice de hipocondría no podrán evitar restregarse los ojos– que una reflexión distanciada. La película parte de la afasia de mostrar la ceguera, no dejándola ver en todo su esplendor, sino justamente encegueciendo. Dicho con minucias léxicas: al mismo tiempo que impide ver, impide mirar. Y a nivel de los personajes, esto se traduce diciendo que busca identificar al espectador con los prácticamente indistintos ciegos y no con la verdadera protagonista de la película, que es la mujer del médico, el personaje más complejo y el más sufrido del libro, por ver no sólo la ceguera de los demás sino también su propia ceguera. Ese es el gran derrape de esta adaptación, una deficiencia a partir de la cual la novela de Saramago se le vuelve a la película tan invisible como inalcanzable porque, tal como leemos y nunca vemos por parte de la mujer del médico: “No saben, no pueden saber, lo que es tener ojos en un mundo de ciegos, no soy reina, no, soy simplemente la que ha nacido para ver el horror, ustedes lo sienten, yo lo siento y, además, lo veo”.
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