PERSONAJES > EL AMBIGUO ENCANTO DE BRUCE WILLIS
› Por Mercedes Halfon
Where is the shit?”, dice Bruce Willis ni bien iniciada Planet Terror, en una de sus dos únicas y brevísimas intervenciones, apenas unas líneas de diálogo que ameritan que se lo anuncie como protagonista del film en los afiches publicitarios, algo no estrictamente cierto, pero es su presencia física más allá de sus palabras, su escasa y contundente presencia en la película lo que interesa, Bruce Willis haciendo del jefe de los militares norteamericanos malos, apenas compitiendo con Quentin Tarantino, otro miembro de este grupúsculo de soldados contagiados por un virus deformante en Afganistán. Bruce dice que mató a Bin Laden, que se lo encontró en una esquina de aquel estado islámico y lo liquidó, y por eso, como venganza siniestra -–armas químicas de por medio— adquirieron ese mal rarísimo. Pero el film de Robert Rodríguez más que ser uno de terroristas y paranoias, es un gore festivo, con zombies y sangre a borbotones, chicas voluptuosas con la ropa rota, y lo fundamental, Bruce Willis. Como una esfinge de sí mismo.
Y todo esto es parte del mito de Bruce: hombre duro, recio, norteamericano por principios más que naturaleza, miembro díscolo del largo brazo de la ley. Es el cowboy contemporáneo que anda siempre solucionando líos con terroristas, delincuentes híper tecnificados, ex militares vendidos a las fuerzas del mal que amenazan con destruirlo todo. Pero por suerte está Bruce preguntándose “Where is the shit?” desde la primera Duro de matar hasta Planet Terror; es el que lucha y gana, solitariamente. No por nada en Duro de matar decide renombrarse como Roy Rogers, el Rey de los Cowboy, es que él y no otro, es el héroe norteamericano por excelencia. Y además, el más atractivo. Lo engaña la mujer con el mejor amigo -–pero él lo descubre porque es un detective muy entrenado—, sale a pelear sin zapatillas y se llena de vidrio las plantas de los pies, tiene problemas con su suegra o con su hija, se queda sin cigarrillos en el peor momento de la batalla. Es una figura de la crisis: no extremadamente loco (Mel Gibson) no extremadamente inhumano (Schwarzenegger, Stallone), más bien un hombre ordinario. Su atractivo reside en la combinación de cierto costado loser con un cinismo extremo que recorre todos sus personajes: en El último boy-scout, su mejor película para algunos, donde comienza durmiendo en un auto completamente borracho, convirtiéndose en el chiste de unos niños que le tiran una ardilla muerta encima, a los en una fracción de segundo apunta con un arma y hace correr para salvar su vida.
Siempre con camisetas blancas sucias y transpiradas, magullado, con algún chorro de sangre corriéndole por un brazo o una pierna, escaso de pelo, con una sonrisa de costado desde donde va a soltar esa frase matadora que enmudece a sus peores contrincantes. Es esa fortaleza extraordinaria en un cuerpo normal, la justa proporción entre cintura y espalda que muestran esas camisetas blancas sucias y transpiradas, lo que lo hace imbatible.
Pero hay un modelo extremo de este Bruce heroico y no es el de comediante romántico o comediante a secas que también supo explotar y que de hecho está en su origen, en plena década del 80 con Moonligthing, la serie que lo instaló en la celebridad (casamiento con Demi Moore mediante). Tampoco es su veta de “cine autoral”, las memorables colaboraciones que hizo con Tarantino y Rodríguez. El modelo extremo que también ejerce su poder son sus interpretaciones con Night Shyamalan con Sexto sentido y, sobretodo, El protegido: ahí Bruce es el héroe inconciente, el héroe que no sabe que lo es. Alguien que es inmune a todo mal y que es descubierto por su contrario, un hombre completamente vulnerable. Esta relectura del superhéroe americano no podría haber sido protagonizada por nadie más que Bruce Willis. El hombre gris, torturado por algo que no llega a comprender bien, un depresivo que de pronto es revelado con la capacidad de salvar vidas.
Es la ambigüedad de Bruce Willis la que lo salva. Como también es cierto que no podría haber sido otro el que se cruza a Bin Laden y lo mata. Y el que recibe en vez de “medallas” un virus bizarro. Por eso, con Planet Terror, Bruce termina siendo una víctima delirante de la administración Bush. Pero incluso entre zombies y terroristas termina siendo héroe a su manera: mata a quien cree hace falta matar, así, en la calle, en una esquina, no en una gran batalla, simplemente se encuentran a la salida de una panadería, tal vez Bruce lo reconoce por el espejo retrovisor de su patrulla, y mientras otros de sus compañeros comen facturas o miran la televisor, él tiene una persecución dramática que termina con una pelea cuerpo a cuerpo, y finalmente mata al hombre supuestamente más buscado por su amado Estados Unidos. Bueno, algo así podría pasarle a Bruce Willis.
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