Dom 28.12.2008
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La lección de Soriano

› Por Guillermo Saccomanno

A mediados de 2008 publiqué en esta misma página unas reflexiones de Nano Balbo. Docente neuquino seguidor de la pedagogía liberadora de Paulo Freire, detenido en la última dictadura, víctima del grupo de tareas que mandaba el torturador Guglielminetti y del represor Taquini —oficial durante la colimba que hicimos en Junín de los Andes, donde Nano fue maestro de los reclutas analfabetos del cuartel—, Nano me escribió sobre su experiencia carcelaria y la lectura. Reproduje entonces un fragmento de un mail donde describía, a partir de su historia personal, el poder de la lectura. Allí Nano contaba de qué manera, en cautiverio, en el penal de Rawson, los presos encontraban en la lectura la posibilidad de mantener su identidad. Cuando los carceleros temieron el poder de la lectura, secuestraron los libros. Los prisioneros se las ingeniaron para juntarse y recordar las tramas de las novelas que habían leído y, en este ejercicio, las enriquecían y se encontraban a sí mismos. Ya en democracia, de vuelta a su actividad docente, Nano volvió a la carga con la difusión de la lectura. En la actualidad Nano, siempre docente, es militante de la CTA Neuquén. Días atrás me mandó un mail donde relata otra experiencia de lectura, ahora en democracia, entre adultos hasta ese momento iletrados. El autor elegido en esta experiencia fue Osvaldo Soriano. Reproduzco parte de ese mail. Vale la pena detenerse en esta historia. Y reflexionar. Reflexionar no sólo en la potencia de la narrativa de Soriano sino también en una concepción de la cultura:

“Con Soriano tuve una experiencia increíble como docente.
Yo estaba a cargo en la Universidad del Comahue, de un departamento de Educación de Adultos y Educación Popular. Un día descubrimos que en el “templo del saber” el personal que hace funcionar la institución, el personal no docente (nunca pude aceptar que se lo designara por la negativa) en su gran mayoría no había terminado la escuela primaria, y no pocos eran analfabetos. Hicimos un proyecto maquillado de proyecto de investigación, para abrir un centro educativo con la participación del Sindicato y la Provincia, ya que esta última tiene el monopolio en la validación de las certificaciones.

Los trabajadores ponían dos horas diarias y la Universidad otras dos. Entonces la escuela funcionó cuatro horas diarias, que fueron una maravilla.

Un día planificando la semana de clases con la maestra, ella me propuso comenzar a usar libros como material de lectura, y se me cayó con un libro de cuentos de Soriano, que en Italia se llama Pensando con los pies, donde se narran las aventuras futbolísticas del Gordo en las épocas que vivía en Cipolletti. Al principio me pareció mucho, ya que los alumnos recién estaban logrando una cierta autonomía en la lectura. Pero ante el entusiasmo de la docente, consensuamos en seleccionar un cuento, leérselos bien leído, porque la literatura también entra por la oreja. Fui a observar las clases. Los adultos siguieron la lectura del cuento de Soriano con extrema atención y, cada tanto, sonrisas, exclamaciones, gestos, que demostraban que el texto estaba llegando bien. Se les entregó una fotocopia del cuento que quedamos en trabajarlo al día siguiente. El cuento relataba un partido de fútbol, y una de las alumnas había estado en ese partido, se lo había comentado a sus compañeros, y de esta forma se explica la identificación que produjo con el relato y con el autor.

Pero la sorpresa mayor fue al otro día de la primera lectura, cuando los alumnos, todos los alumnos, se presentaron a clase, y cada uno traía el libro de Soriano, que habían adquirido desprendiéndose de un porcentaje elevado de su escaso sueldo. La docente orgullosa de lo logrado no dejaba de comentar hasta que punto los prejuicios de quienes se consideran depositarios del saber le han obstaculizado el acceso a una buena literatura a nuestro pueblo. A partir de allí ese fue el libro de lectura durante todo el año”.

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