HISTORIETA > LA CáNDIDA REVULSIóN DE GUSTAVO SALA
Irreverente y cándido, cínico e infantil, Gustavo Sala tiene una misión entre ceja y ceja: molestar aunque sea un poco en una época en que ya nada parece molestar lo suficiente. Cada mes con “El baño”, publicada en las páginas de Fierro y cada semana con la tira que publica en el suplemento NO de este diario (ahora recopilada en el libro Bife Angosto), sus historias que cruzan lo escatológico, el cine clase B y el rock a lo Peter Capusotto, empujan un poco más el límite de lo absurdo y lo demencial. Y no piensa parar hasta que alguien se enoje.
› Por Mariano Kairuz
Todos los meses lo mismo: abrir la revista e ir corriendo a “El baño”. La mejor historieta de la actual etapa de la Fierro es ese monstruo deforme y escatológico –que así se llama, que por ahí pasa inevitablemente: “El baño”–, engendrado por el marplatense Gustavo Sala. Una bestia imprevisible que casi siempre parte de una premisa parecida –alguien quiere, o peor aún, necesita con urgencia usar un inodoro, y no puede– para derivar cada vez en mil direcciones diferentes: puede pasar que el protagonista se encuentre con una revolución de las lozas sanitarias unidas, o que se vea obligado a casarse con Ignacio Copani y adoptar con él un hijo, o a atravesar infinitas puertas interdimensionales que llevan a nuevos encuentros; con dinosaurias ninfómanas, extraterrestres de largos y deformes miembros viriles, inesperadas muertes y reencarnaciones, un mundo habitado por medialunas parlantes o un perro de materia fecal, entre otras ordinarieces extraordinarias. Así son las cosas en “El baño”: no sólo es la mejor entrada posible a la revista Fierro de cada mes, también es una de las puertas de la percepción. O algo así.
La otra creación inevitable de Sala es la tira que publica jueves a jueves desde hace tres años en el suplemento NO: unos cuatro cuadritos semanales que muchas veces giran alrededor del fanatismo rockero (y la quemazón mental en general), y que acaban de ser compilados por primera vez por editorial De la Flor bajo el título Bife Angosto. También acá abundan la escatología pesada y los fluidos corporales (y las referencias a Ricardo Arjona), lo que lleva a preguntarse de qué se alimentará este dibujante. Hay algo de generación espontánea en las tiras de Sala, lo que no significa que se inventen solas sino que su autor apareció hace más o menos una década junto con la generación más espontánea que haya conocido la historieta argentina moderna. La de Fayó, Podetti, la del recordado y admirado Danny The O: los que descubrieron a Robert Crumb, el padre del under sucio norteamericano en sus infancias o sus adolescencias, y decidieron ensuciarse un poco como él. De ahí será que salen esos dibujos con caca de perro, caca humana, caca alienígena; los músicos y su público a veces un poco trastornado; y el baño público o privado convertido en un microcosmos.
Y si Sala (Mar del Plata, 1973) leyó a Crumb, antes leyó Lucky Luke (“y todos esos libros europeos que entonces eran accesibles y hoy son un lujo prohibitivo”), y a Patoruzú y a Isidoro, y parte de su aprendizaje tuvo que ver con superar a algunos de ellos, con dejarlos atrás. “También leía todo ese material español que llegaba en los ’70 y a principios de los ’80”, recuerda. “Y un día me di cuenta de que Patoruzú era un boludo que no tenía ningún costado sensible ni ninguna flaqueza y me fui con unos 70 ejemplares a un canje, y los vendí. Me acuerdo de que me dieron cuatro australes con los que fui a una disquería y me compré No se necesita llevar saco, ese casete de Phil Collins que tenía en la tapa su cara roja como si hubiera tomado sol en Punta Mogotes, y que incluía temas como ‘Sussudio’ y ‘One More Night’”, especifica, como parte de un recorrido muy autoconsciente por una adolescencia que tiene muchas paradas en estaciones musicales que hoy suenan demasiado retro, y que de alguna manera contribuyeron a darles forma a sus viñetas sobre lo deforme. “Si tengo que rescatar algo de lo que fui muy fan en mi infancia, es una revista española llamada Pulgarcito, de formato cuadrado pequeño, y cuya principal historieta era justamente ‘Pulgarcito’, dibujada por Jan, una leyenda de España. Ese material después se perdió, y hoy es algo que me encantaría recuperar. Aunque con los años fui comprobando que a veces la nostalgia te puede jugar en contra. Hoy hay mucho rescate, demasiado culto retro, a los ’80. Por ejemplo: yo era muy fan de Miguel Mateos: Rocas vivas, el tema ‘Llámame si me necesitas’. Spinetta, Don Cornelio, Sumo, me resultaban más difíciles, así que mi índice en la vida musical eran Soda, Zas y Virus. Y hace dos años lo volví a ver a Mateos en el Auditorium de Mar del Plata, más como un ejercicio de curiosidad, viendo qué me pasaba veinte años después frente al tipo que a los 15 me había quebrado la cabeza. Y no era el mismo él y no era el mismo yo, y a veces conviene quedarse con las cosas como están en la memoria.”
Y si soltarle la mano al indio de Dante Quinterno tuvo que ver con un proceso de maduración, lo que nunca llegó a interesarle demasiado, dice, fue la historieta de aventuras “realistas”, el western, la bélica y esos otros santuarios del comic criollo de los ’50 y los ’60. “También es cierto que me acerqué más al humor porque me sentía más cómodo dentro de mis limitaciones y con el dibujo más intuitivo que manejo, que me permite moverme más fácil en la deformación y el grotesco”, dice Sala. El resto es un poco, cuenta, la historia de siempre: “Está ese estereotipo del que en la primaria y en la secundaria era el perdedor, no tenía habilidades deportivas, le iba mal con las minas, era rechazado, y que todo ese rechazo y odio visceral a la sociedad lo volcaba en el dibujo”, dice y eso que dice podría cuadrarle un poco al propio Crumb. “No digo que ése fuera mi caso, pero la verdad es que nunca tuve ninguna habilidad deportiva, y cuando de chico no te interesa el fútbol, te da mucho tiempo para otras cosas. Yo era, al final, el que dibujaba las láminas de las trompas de Falopio o el sistema digestivo para la escuela. Y al final, sí... pasa que de pendejo también puede ser una descarga vital: lo que no hablás y no hacés, lo dibujás, lo volcás en una hoja mientras el profesor explica trigonometría.”
Fue a mediados de los ’90 que Sala empezó a tratar de inventarse un lugar y un medio de vida a partir de esas “descargas vitales”; y en medio del hueco que dejó la desaparición de Fierro –que suplieron como pudieron ediciones independientes más o menos profesionales–, hizo lo que hicieron muchos de su generación: editó un fanzine llamado Falsa Modestia. “Si hay algo que aúne a esta gente como generación puede que sea el haber introducido cierta escena punk en la historieta; una nueva escuela sucia y violenta, con algo de cagarse un poco en todo. Que, ojo, no es lo mismo que hacer cualquier cosa.” Con algo de ese mismo espíritu lleva adelante desde hace siete años un trabajo como humorista en Rock & Pop Mar del Plata, y escribe y actúa junto al periodista Pablo Vasco los monólogos para el espectáculo teatral Afeitándose en Alemania. Mientras que, contra las expectativas de muchos de sus fans, las canciones de su banda Los Dentistas Tristes no son para nada en chiste. “Somos sólo dos tipos parados –con mi amigo demente Gonzoide– haciendo punk y pop y canciones chiquititas, pero no humorísticas a lo Pipo Cipolatti. Son diferentes maneras de molestar y de ocupar lugares, tratando de combatir el ostracismo del trabajo de dibujante.” Tratar de molestar, de eso se trata; una misión cada vez más difícil. Como lo prueba el que los protagonistas de sus tiras de Bife Angosto se llamen “Sid y Nancy Anka, el matrimonio punk”, o “José Luis Perales, el fanático de los Redondos”; “Lito Novia, el pibe que fue a demasiados recitales”; “Baby y Echecopar, los enanos de jardín drogadictos”, “Alfio Basile, el conejo sodamaníaco con cáncer terminal”, “Charly Alberdi, el arquitecto peronista”, o el recurrente “Público boludo”, y que nunca nadie le haya posteado ni una queja. Nada: ni siquiera un pequeño bufido en un blog a cargo de una fan de Ricardo Arjona ofendida. “La verdad –dice, un poco resignado–, que algún boludo del rock se enoje no estaría tan mal.”
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