Dom 04.01.2009
radar

Tetas estatales

› Por María Moreno

La desnudez, siempre explotada como metáfora, parece proponer alguna verdad esencial que haría del traje una apariencia. Estos días Barack Obama tuvo que mostrar a los paparazzi que estaba en forma para el poder en el sentido más literal. Y como la prensa sólo es capaz de asociar si cuenta con un archivo de imágenes, salieron a relucir también las imágenes playeras de Bill Clinton, Ronald Reagan, Vladimir Putin, Tony Blair y hasta Rafael Correa. Y en esas turgencias declamadas de un cuerpo por lo general ya no joven pero en mantenimiento llamaban la atención no lo bíceps petrificados como fósiles ni los tórax llevados a la redundancia anabólica bajo el imperativo de Schwarzenegger sino digámoslo de una vez ¡las tetas! Como si el poder llevara a encarnar la figura literaria de Tiresias. El efecto era casi inverso al de las mujeres remozadas por las siliconas en donde un rostro perteneciente a la misma familia la familia Pómulos en las sienes-Boca de bife hacen que pueda combinarse un par de tetas fijas que miran quirúrgicamente al cielo con una ristra de pellejos que bajan sobre un escote de cavado tan profundo como el correspondiente al que separa las nalgas: en ellos, en cambio, son las tetas las que delatan el límite biológico que el gimnasio ha retrasado aunque la vieja piel se pliegue o festonee sobre esas cajas fuertes musculares obtenidas naturalmente en una tradición masculina guerrera, otra propaganda subliminar de la carne desnuda, en este caso la no quirúrgica como imagen de la verdad. Repásese esas fotografías de poder en la playa y se observará la función delatora de esas tetas estatales que trazan o comienzan a trazar la delicada coma acostada que se le pide a toda dama púber aunque sea Twiggy, cuando no caen en forma de lengüeta de sobre un poco mustia y velluda. Nada que ver con las formidables de Víctor Mature que hicieron exclamar a Groucho Marx cuando se le invitó a que opinara sobre Sansón y Dalila: “No veo películas en donde el protagonista tiene más pecho que la protagonista”.

No quiero meterme con las protuberancias fofas del 10 cuando entra en bola de nieve imparable de boca y narinas abiertas para la orgía ni con las tetas domingueras y populares que quedan aceitadas hasta el porno por el sudor de estar de pie junto a la parrilla porque ésas señorean en cuerpos que armonizan redondeándose parejo con panza y glúteos y salvavidas natural que no impiden el picado ni el amor, a los sumo con la picardía química del Viagra. Tampoco con las que conviven con otras redondeces parejas y glotonas como las de Matt Lucas cuando hace de Vicky Pollard, la parlanchina delincuente de Little Britain.

Entiendo que esta aguafuerte tan socarrona exige un cierto compromiso personal. Lo asumiré: mientras observaba la serie de imágenes de políticos en malla, sentí un leve malestar de cuyo origen no me daba cuenta; mi propia decadencia no era suficiente como para que la asociara a la de semejantes varones, qué envidia de pene ni qué envidia de pene, encima pene estatal. Entonces me di cuenta: tengo las tetas de Tony Blair. Cállense. No agarren el primer sentido que les viene a los ojos. Por lo menos no hagan leña del árbol caído por su propia mano. Sobre todo antes de ir a mirarse al espejo, si son varones; quien no se curve hacia delante desde arriba que tire la primera piedra en forma de risotada. Un hombre no tiene tetas si no se le caen. Entonces decir que un hombre tiene las tetas caídas es decir simplemente que tiene tetas aunque también hay tetas caídas-caídas de varón. Las de Blair no forman serie con estas últimas. Es más, creo que luego de lo que acabo de confesar, me corresponde el derecho a explicarme a fin de ser juzgada con atenuantes: la ley de gravedad atrae menos a las superficies pequeñas y livianas, sobre todo si no han sido exprimidas por una larga prole. Lo que en mí es un detalle de relativa conservación por escasez, en Tony Blair es un detalle travesti extravagante ¿que travesti pagaría por unas prótesis talle 85?–.

Yo sólo quería señalar cómo esas curvas inopinadas en cuyo centro se suele dibujar un pezón rodeado de pelo entrecano que señala hacia abajo como una flecha anunciando descenso y sí, la declinación es ir para abajo las tetas de varón escrachan a los supremos que cuando van a la playa en realidad no se desnudan sino que siguen manteniendo esa falsa prestancia también sustancial a las encuestas capaz de sugerir que, según les pasan los años como a todo el mundo atención otra vez al doble sentido–, ellos se mantienen.

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