MITOS > SE FUE EARTHA KITT, LA PRIMERA GATúBELA NEGRA
› Por Mariano Kairuz
Eartha Kitt, la primera Gatúbela negra, se fue la Navidad pasada llevándose con ella al menos una de las nueve vidas de uno de los personajes más ambiguos e hipnóticos de la historieta y la televisión. Su estilo como cantante ya era conocido por su gatunidad, como un ronroneo sensual, cuando se calzó el traje ajustadísimo, siempre sugerente y algo leather de la eterna y felina némesis-y-amante, convirtiéndose en el improbable reemplazo de la mucho más conocida y hoy de culto Julie Newmar para el Batman camp, pop –¡y crash!– de los ’60. Una de las anécdotas más famosas que rodearon su leyenda estaba protagonizada por Orson Welles, quien la llamó “la mujer más excitante del mundo” y, actuando en consecuencia, la mordió en un hombro en escena, durante la representación de una obra teatral a principios de los ’50. Con raro nombre de Madre Tierra, Eartha habrá parecido inmortal para muchos, y algo de eso hubo: cuando se despidió tenía ya 81, es decir, nueve por nueve; muchas vidas, y dejando no una sino tres autobiografías, la última de las cuales, publicada en 1989, se tituló apropiadamente Todavía estoy aquí: confesiones de una gatita sexual. No le faltaban –desde su concepción por la violación de un hombre blanco a su madre de sangre cherokee y afroamericana– historias para contar.
Hay cierto encanto fatal en la idea de una Gatúbela negra para un casi siempre oscuro hombre murciélago: no sólo porque los gatos negros suelen tener una majestuosidad y una elegancia especiales sino por ese plus de misterio y de peligro, de mito, de estar poniendo en juego algo vital, de tentar la suerte. Y no es tan extraño que se haya hecho realidad justamente en la parodia de los ’60, la gran apuesta tele-hippona que integró –como pudo, desde una época difícil–, en nombre del pop, todos los colores posibles. Eartha marcó al personaje con una agresividad que dejó atrás a sus igualmente encantadoras pero menos temibles Newmar (que debió cederle su lugar cuando quedó atrapada en el rodaje eterno de un western con Gregory Peck) y Lee Meriwether, una ex Miss América de los años ’50 de una sólida carrera televisiva que fue su reemplazo en la película de los ’60. Pero todas ellas supieron transmitir esa cualidad felina esencial de generar a la vez atracción y desconfianza, y supieron hacer trastabillar al héroe, inclinándolo, aunque más no fuera por un breve instante, hacia el otro lado (que siempre es más divertido). Esto es, hasta que entraba en escena con sus ridículas calzas el joven maravilla y rompía la magia. De no haber estado ahí el molesto Ricardo Tapia, quién sabe: tal vez Bruno Díaz hubiera terminado con la carrera delictiva de una chica que en el fondo sólo quería joyas, diamantes y un poco de desorden, todas cosas que el millonario filantrópico hubiera podido satisfacer con su fortuna.
Mientras la historieta, con sus múltiples irrealidades alternativas, siguió proveyendo orígenes diversos –historias de pobreza y abuso– a la chica gato, la casó con Batman y les dio una hija en común (que tuvo su propia, piadosamente olvidada serie televisiva hace unos años: Birds of Prey), en el cine hubo que esperar más de un cuarto de siglo, y la espera valió la pena, y una sola imagen grabada en la memoria alcanza: Michelle Pfeiffer, usada y asesinada y luego revivida por una comunidad de mininos diabólicamente hermosos, vuelve a su triste y solitario departamento y, arrebatada, empieza a saciar su sed de venganza vaciándose en la garganta un cartón de leche. Selina Kyle, víctima devenida zombi-vengador, nutrida de un afán de justicia por mano propia tal que el mismísimo Batman debió admitir que era su alma gemela: nunca hasta entonces se habían acercado tanto entre ellos, tan violentamente enfrentados y profunda y mutuamente fascinados. Corría 1992, ella era una de las mujeres más hermosas del universo, y su asociación con Tim Burton fue tan exitosa que planearon y anunciaron una película toda para ella, su catsuit y su látigo. Pero el proyecto quedó en la nada y en su lugar nos estafaron con Halle Berry y la peor Catwoman posible, linda pero desprovista de toda gracia, pasando de ambigua y seductora villana a inocente víctima e innecesaria heroína sin verdaderas vulnerabilidades.
Y ya está en marcha la secuela de El caballero de la noche y los fans saltan como ratoncitos porque es hora de elegir nueva Gatúbela y los nombres se suceden más o menos improbables: Kate Beckinsale, Rachel Weisz, Angelina Jolie. Pero debería tomarse la partida de Eartha Kitt como una señal, como un llamado de atención, como una advertencia a tiempo. Tengamos presente –¡es cierto, es cierto, hemos visto varios lindos gatitos!– a Newmar, a Meriwether; y en especial a la gran Michelle, y que la convoquen de vuelta, que sigue estando increíble a los 50. Seguro que Eartha la observa y la aprueba, desde los altísimos techos de Ciudad Gótica.
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