PERSONAJES > WILL EISNER, EL PADRE DE LA “NOVELA GRáFICA”
Talento precoz que empezó a dibujar para sacar adelante a sus padres durante la Gran Depresión, se convirtió en un empresario impenitentemente exitoso, creador del primer superhéroe sin disfraz y el primero en defender sus derechos de autor. Con el estreno, el jueves pasado, de The Spirit, vuelve a escena la obra de culto de Will Eisner, el hombre cuyos dibujos fueron comparados con las películas de Orson Welles.
› Por Martín Pérez
Levantó el tubo y discó el teléfono. Atendió primero una recepcionista, después una secretaria y por último, casi sin ninguna pausa lo suficientemente larga que le diese tiempo a reflexionar en la naturaleza de su llamada, del otro lado de la línea lo estaba escuchando nada menos que el presidente de la tan neoyorquina editorial Bantam Books. “Tengo algo para ofrecerle, que creo que le va a interesar”, le dijo Will Eisner. “Muy bien. ¿De qué se trata?”, fue la obvia e inmediata pregunta, a la que le siguió un segundo de silencio. Porque el legendario autor de The Spirit, aunque había conseguido ser atendido por el señor de traje de Bantam justamente por ser el autor de semejante personaje de culto de la edad de oro de las historietas norteamericanas, de pronto se dio cuenta de que si le decía que lo que tenía para ofrecer era otra historieta, la conversación se iba a terminar ahí. Así que, según cuenta la leyenda, fue en ese segundo de inspiración –y necesidad– entre pregunta y respuesta, que Eisner bautizó a un futuro nuevo género de historietas, que en ese día de la segunda mitad de los ‘70 apenas si existía. Dijo entonces: “Es una novela gráfica”. A lo que el ejecutivo al teléfono respondió: “Me interesa, hagamos una reunión”.
Por supuesto que, según siempre ha contado Eisner, la reunión no pudo ser otra cosa que un fracaso. Porque apenas el presidente de la Bantam tuvo en sus manos las páginas de Contrato con Dios, se dio cuenta de que, a pesar de todas las innovaciones formales y temáticas, se trataba efectivamente de una historieta. Así que le recomendó a Eisner buscar otra casa editorial para publicarla. Pero a partir de entonces toda obra que intentase escapar del ghetto de los comics de superhéroes o las tiras diarias tuvo un nombre para denominarse: novela gráfica. Considerada como la primera en su género, el ya clásico Contrato con Dios –editado finalmente por Baronet– fue la obra con la que Will Eisner en 1978 comenzó el último acto en su larga y exitosa vida como autor de historietas, utilizando la experiencia de casi medio siglo en el negocio para contar historias personales, algo que continuó haciendo hasta su muerte, en enero de 2005. Por entonces, el premio más importante de la industria llevaba su nombre desde 1988, y él mismo se encargaba de entregarlo, a pedido de sus organizadores. Como dijo J. Michael Straczynski, autor del guión de la última película de Clint Eastwood, cuando ganó un Eisner en 2002 por sus guiones para la revista de El Hombre Araña: “Si te ganás un Emmy, no te lo entrega Emmy. Si te ganás el Oscar, no te lo da Oscar. Pero si te ganás el Eisner... bueno, qué puede tener más onda que te lo entregue el mismísimo Eisner”.
Considerado como un maestro por varias generaciones de colegas, Will Eisner fue una joven promesa cuando sólo existían las tiras diarias, empresario exitoso antes de cumplir los veinte al formar un estudio anticipando el advenimiento de los comic books, artista solitario otra vez para cumplir con su sueño de hacer historietas para un público adulto, nuevamente empresario al frente de la utilización del género con medios educativos para varias empresas, y por último el primer autor de novelas gráficas. Aunque no creó ningún personaje que se pueda considerar eterno, sin duda alguna Eisner fue uno de los grandes protagonistas de la historia de la historieta. No sólo por su maestría artística y narrativa, demostrada en la mejor época de esa anomalía llamada The Spirit (entre 1945 y 1952), sino porque nunca entregó la propiedad de su obra y siempre creyó en las posibilidades artísticas del medio.
“Cuando estabas en alguna fiesta hablando con una chica, siempre llegaba el momento en que ella te preguntaba por tu trabajo. Y si le decías que dibujabas historietas, su respuesta podía representarse con un gran globo en blanco, en el que sólo había un ‘oh’ muy pequeño en el medio”, recordaba con humor Eisner, que alcanzó a ver cumplido su gran sueño: que el New York Times reseñase una novela gráfica en su suplemento literario, con la misma importancia que cualquier otro libro. Un logro que ha conseguido la última generación de historietistas norteamericanos, con Chris Ware, Daniel Clowes y Joe Sacco, entre otros, a la cabeza, pero que hubiese sido imposible sin antecesores de la talla de Eisner. “Me gusta comparar a Will con un grupo como Velvet Underground”, declaró alguna vez Neil Gaiman, otro de los grandes protagonistas de la vitalidad actual del género. “Brian Eno dijo que sólo cinco mil personas se compraron en su momento un disco de Velvet, pero todos y cada uno de ellos formaron un grupo. Así es como yo veo a Will. Si lo descubrías a la edad adecuada, y te dabas cuenta de lo que estaba haciendo, ¿por qué ibas a querer hacer otra cosa?”
Apenas treinta dólares. Ese fue el capital que aportó Eisner –la mitad del cual le fue prestado por su padre– para comenzar su sociedad con el editor Jerry Iger, al que había conocido apenas un par de meses antes cuando le fue a ofrecer sus dibujos para una efímera revista llamada Wow. Pero aunque Wow duró apenas cuatro números durante 1936, prenunciaba lo que se venía: las revistas que publicaban historias pulp estaban en decadencia, mientras que las que reimprimían las tiras de los diarios eran las nuevas reinas de los quioscos. Como en algún momento ese material ya publicado se acabaría, si las editoriales de las pulp querían seguir aprovechando sus cadenas de distribución, tenían que empezar a comprar material original. De eso se encargaba Iger cuando Eisner lo fue a visitar por primera vez para ofrecerle sus dibujos. Y cuando Wow cerró, dejando a Iger en la calle, el joven Will tuvo las agallas necesarias para proponer una sociedad, poner el dinero indispensable para alquilar durante dos meses una oscura oficina, y comenzar con el negocio, cuyas historietas fueron inicialmente dibujadas todas por el propio Will. Pero firmándolas con diferentes seudónimos, para crear la ilusión de tener todo un equipo a su cargo. Algo que finalmente sucedería, cuando rápidamente el estudio de Eisner & Iger se transformó en uno de los más conocidos del ramo. “A los 22 años ya era rico”, exageró alguna vez Eisner, que llegó a tener como empleados en su estudio a futuras leyendas como Bob Kane, el futuro creador de Batman, y Jack Kirby, autor junto a Stan Lee de personajes como Los 4 Fantásticos, Hulk y muchos más.
Tal como lo contó en la extraordinaria novela gráfica autobiográfica El corazón de la tormenta (1991), Will Eisner nació en 1917, hijo de una pareja de inmigrantes judíos. Su padre había pintado catedrales en Viena, y en los Estados Unidos se reconvirtió en pintor de escenografías para teatro, hasta que las obligaciones familiares lo forzaron a trabajar pintando muebles. Pero siempre intentó comenzar toda clase de negocios, que por una y otra causa –léase Gran Depresión– se fueron frustrando, indignando a su exigente pareja. Tironeado entre un padre soñador y una madre excesivamente demandante y realista, Eisner se convirtió en el joven sustento de su familia al frente de su legendario estudio, fuente inagotable de anécdotas que dibujó para El soñador (1986), cuyas páginas rescatan sus recuerdos de aquella época. “Por entonces fue que dos chicos de Cleveland me acercaron sus trabajos: uno se llamaba Siegel y el otro Shuster. Tenían dos tiras, una era El espía, y la otra Superman. Me acuerdo de que les dije que todavía no estaban listos para publicar”, recuerda Eisner, que en el libro de conversaciones junto a Frank Miller (Eisner/Miller, 2005) asegura jocosamente que debería llevar en las convenciones una remera en la que se leyera: Yo rechacé a Superman.
Pero a pesar de las necesidades de su familia, Eisner abandonó su lucrativo estudio cuando lo contactaron hacia fines de 1939 para un proyecto con el que siempre había soñado: el de hacer una revista de historietas dominical, que se publicase junto a un diario. “Como los comic books eran los que ahora estaban de moda, algunos diarios decidieron contraatacar y presentar su propio comic book”, precisó Eisner, explicando las razones que prepararon el camino para su creación más importante: The Spirit. Era justo lo que Will quería: tener la oportunidad de escribir una historieta para toda clase de público, no sólo para los jóvenes que compraban comic books. Así fue como creó la historia de su detective sin ningún superpoder en especial, casi una excusa para experimentar no sólo con los dibujos sino también con su narrativa. Gran lector de novelas pulp durante su infancia, y también fanático por el cine, Eisner dio rienda suelta a su creatividad en sus historias, creando vertiginosos encuadres cinematográficos (que le ganaron el seudónimo del Orson Welles del comic), así como haciendo protagonista de sus historias a la ciudad antes que a su héroe (que a veces era apenas un espectador más), algo que pocas veces se había visto antes en las páginas de una historieta. Claro que, antes de comenzar con el proyecto, debió satisfacer a sus prosaicos empleadores, que si estaban financiando un comic book querían un superhéroe, con disfraz y todo. Will apenas si les dio un antifaz y unos guantes, suficiente disfraz para seguir adelante con su proyecto. Pero les pidió algo que ningún sindicato ni editorial de historietas le hubiese dado por entonces a nadie: conservar los derechos de autor de su creación. Tan particular era el arreglo –de hecho, nunca hubo ni antes ni después un proyecto de comic book dentro de un diario como The Spirit– que lo consiguió. Y a partir de entonces, con una pausa para ir a pelear la Segunda Guerra, Eisner se dedicó a crear su particular obra maestra de siete (u ocho) páginas por semana, al alcance de unos 4 millones de potenciales lectores gracias a los más de 20 diarios en los que se publicaba. “Siempre supe que no me habían llamado para este trabajo porque les gustase lo que hacía sino porque tenía fama de entregar a tiempo”, confesó alguna vez Will. Y eso hizo, acompañado por un equipo que lo reemplazó mientras fue reclutado –y que incluyó tanto al legendario y trágico Wally Wood como a un precoz Jules Feiffer, luego famoso humorista contracultural por derecho propio–, durante más de una admirable década.
Como prólogo de aquel llamado histórico que bautizó el nuevo género al que se dedicaría Will Eisner en la última época de su vida creativa, hubo otro teléfono que sonó sorpresivamente en otra oficina. Más precisamente, en la oficina del propio Eisner. Estamos a comienzos de los ‘70, y Will es desde hace más de dos décadas un exitoso empresario. “Yo era uno de esos tipos con traje, y la recepcionista me avisó que tenía un llamado de un hombre que estaba organizando una convención de historietistas en Nueva York. ¿Iba a ir? Le dije que respondiese que sí. Hizo una pausa, miró alrededor para asegurarse que nadie más estuviese escuchando, y me preguntó en voz baja: ‘¿Usted fue alguna vez un historietista, señor Eisner?’”
Alejado del negocio de los comics, salvo por las historietas didácticas que producía para empresas varias y, especialmente, el ejército norteamericano, Will Eisner descubrió que había una nueva cultura dentro del mundo que alguna vez lo había cobijado. O, más bien, una nueva subcultura. Porque en esa convención se enteró de la existencia del comic underground, que había comenzado en San Francisco a fines de los ‘60, con Robert Crumb a la cabeza. “Me acerqué a hablar con algunos de ellos, que fumaban cigarrillos que olían raro, y se reían cuando no había por qué hacerlo”, comentó alguna vez Eisner. “Pero me cayeron bien. Porque sus trabajos podían ser mal hablados e incluso pornográficos, pero tenía que reconocerles algo: estaban haciendo todo lo que alguna vez soñé que se podía hacer con el medio, usar las historietas para hablar libremente de toda clase de cosas.”
Pero había otra cuestión que resultaría fundamental para el regreso de Eisner al mundo de la historieta: el hecho de que la historieta underground hizo que apareciesen editoriales alternativas. Y entonces una de las grandes razones que impulsaron a Eisner a abandonar el redil, el hecho de que las grandes editoriales del medio mantuviesen condiciones leoninas para aceptar los trabajos de sus artistas, de pronto había desaparecido. “A partir de entonces pude ver cómo, en vez de publicar lo que creían de su propiedad, las editoriales, primero las alternativas y luego las más grandes, empezaron a publicar algo que aceptaban como obras ajenas”, explicó Eisner cuando sus nuevos trabajos comenzaron a ser editados por DC Comics, el hogar de Superman y Batman, pero también del revolucionario sello Vértigo.
En su nueva madurez creativa, Eisner abandonó aquello por lo que había sido reconocido en su época de oro con The Spirit: el dinamismo narrativo y los encuadres cinematográficos que hicieron que directores como William Friedkin –que llegó a declarar que la famosa persecución del tren elevado de Contacto en Francia estaba inspirada en una historieta del detective del antifaz y los guantes– confesasen su influencia. “Lo que pasa era que en aquellos tiempos era joven y quería demostrar todo lo que era capaz de hacer”, declaró. “Pero ahora lo que hago no tiene tanto que ver con el cine sino más bien con el teatro. No busco la espectacularidad sino una credibilidad emocional”, agregó Eisner, que supo ser retratado por Michael Chabon como uno de los protagonistas de su novela ganadora del Pulitzer, Las extraordinarias aventuras de Cavalier & Clay, ambientada en la Nueva York de la época del comienzo del negocio de las historietas, ahí donde comenzó su carrera el autor de The Spirit. Que alguna vez dijo que el guionista británico Alan Moore había sido el autor de la frase más bonita que nadie dijo jamás sobre su trabajo: “Eisner es en gran parte la persona responsable de que las historietas tengan cerebro”.
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