Dom 25.01.2009
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MúSICA > NACHO VEGAS, LA OSCURIDAD QUE VINO DE ESPAñA

Un hombre bueno es difícil de encontrar

Nacido en la escena independiente del rock español de los ’90, en los últimos años Nacho Vegas se convirtió en el cantautor más interesante de su país. Con un puñado de discos solistas, uno compartido con Enrique Bunbury, otro con la mítica Christina Rosenvinge, un rescate antológico del folklore asturiano y el flamante El manifiesto desastre, sus canciones ya son himnos oscuros al amor, la tragedia y la noche del alma. Y su figura, la de un Serrat dramático, un Sabina trágico, un Nick Cave ibérico que reclama para sí el cetro del dolor en español.

› Por Mariana Enriquez

En 2005, Nacho Vegas editó el disco Desaparezca aquí, y a continuación cumplió de forma oblicua la sugerencia del título. No desapareció sino que más bien se diluyó, se dispersó, se duplicó: hicieron falta tres años para que volviera a editar un álbum solista, el flamante El manifiesto desastre. Pero en esos años no se quedó quieto. Se puede decir que estuvo estirando sus músculos de cantautor con grandes posibilidades de ser popular, o al menos tener un pie fuera de los cómodos brazos del indie, de donde surgió en los años ‘90, primero con la banda Eliminator Jr., después con los prestigiosos Manta Ray, como guitarrista. Todo transcurría en Gijón, Asturias, donde aparecía uno los bolsones de la escena independiente española, el Xixón Sound, una etiqueta más generacional que musical. Nacho Vegas fue parte de la escena hasta que decidió encontrar su propia voz en 2001 con su primer disco solista, Actos inexplicables. Las influencias eran las del buen manual del maldito: Nick Cave, Leonard Cohen, Will Oldham, Drake, Dylan, Waits. Pero las letras de Vegas, crudas y deprimentes, cuidadas y conscientes del riquísimo cancionero español (del folklore, del pop-rock, de la canción popular), fueron desde el primer momento las que lo apartaron del grueso de sus contemporáneos y lo hicieron merecedor del título del mejor compositor español de canciones de los últimos años, sin exageraciones. En Actos inexplicables está una de sus canciones más brutales, “El ángel Simón”, que recrea la muerte de su padre (que sucedió cuando Nacho tenía 19 años): “Y ahora no sé por qué viene a mi mente el colchón que tuvimos que bajar Xabi y yo/ A la basura, sin poder dejar de mirar esa mancha oscura que allí nos dejaste como herencia y recuerdo”. La revista Rock De Lux, cuya aprobación es como un rito de iniciación del rocker con estilo español, celebró este disco llamándolo uno de los mejores del año; y Vegas siguió editando trabajos catárticos como el doble de 2003, Cajas de música difícil de parar, el EP Canciones desde palacio hasta Desaparezca aquí, un disco rockero y muy oscuro que resultó además un éxito inesperado y guarda dos de las mejores canciones en español que se hayan escuchado desde que comenzó este siglo: el clásico contemporáneo “El hombre que casi conoció a Michi Panero” y “Ocho y medio”: “Vino un pájaro a posarse en mi ventana/ Tenía una ala rota y su plumaje era gris y azul/ Y al acercar mi mano y comprobar que no echaba a volar/ Supe de inmediato que lo enviabas tú/ Lo tomé entre mis garras y lo dejé morir/ Y, cuando lo hizo, aún llovía aquí/ Y la sangre al gotear entre garras de animal presagió mi suerte/ Como un ave que voló de Madrid hacia Gijón aún herida de muerte/ Reescribiendo la espiral de prometer hacerlo bien,/ de cometer un nuevo error,/ de no saber pedir perdón o pedirlo demasiadas veces”.

Desaparezca aquí –con su título tomado de Bret Easton Ellis– era un disco reconcentrado, casi definitivo. Sólo quedaba salir, en lo posible hacia arriba.

RAICES Y DOS ESTRELLAS

Nacho Vegas confesó que tenía intenciones de seguir escribiendo después de Desaparezca aquí, pero no tenía ganas de hacer otro disco. Entonces empezó su búsqueda musical hacia arriba y hacia abajo; hacia colaboraciones con dos estrellas del rock-pop español como Enrique Bunbury y Christina Rosenvinge, y hacia la recuperación del folklore asturiano con el proyecto Lucas XV junto a Xel Pereda.

El disco con Bunbury fue doble, salió en 2006 y se llamó El tiempo de las cerezas. A Vegas le sirvió muchísimo. Le dio la exposición que necesitaba, y se la dio en el mejor sentido, porque las canciones no fueron escritas en conjunto, y las firmadas por Vegas se destacaban mucho por sobre las de Bunbury. “Quisimos colaborar sin meternos en la composición del otro”, explicó en un reportaje reciente Vegas. Y estuvo bien que Bunbury no se metiera con canciones estupendas como “Días extraños”. Al año siguiente grabó Verano fatal con Christina Rosenvinge, y ahí las cosas fueron diferentes, la exposición otra, y el mito empezó a crecer. Sucede que Christina –mitad española, mitad inglesa, mitad danesa– es un nombre ineludible de la movida madrileña, una mujer de enorme importancia en todo el rock en español, inolvidable cuando estaba acompañada por Los Subterráneos en los ‘80 y parte integrante del mainstream cultural español vía su matrimonio con el escritor Ray Loriga. El disco conjunto es una pequeña maravilla; Nacho y la hermosa Rosenvinge jugaron a escribirse canciones y coquetear (citando a Gainsbourg-Birkin, a Jagger-Faithfull, a Cave-P.J. Harvey, a Biolay-Mastroianni, personal y musicalmente) al punto que hace poco la revista Rolling Stone le preguntó a ella si Nacho “tenía las llaves de su departamento”, cosa que Christina desmintió off the record. ¿Romance? Ellos se encargan de dejarlo en suspenso, por el bien de la narrativa rockera. Las dos voces, la de ella todavía juvenil y frágil, la de él como la de un Serrat trágico, se combinaban con gran belleza en canciones increíbles como “Que nos parta un rayo” (“Se han confirmado mis temores/ Que duelen las horas en la oscuridad/ Que fumo diez mil cigarrillos/ Que sé que mi voz quebrará/ Que rezo y voy dibujando en ceniza una cruz/ Que súbitamente caiga un rayo y se haga la luz”) o “Me he perdido”, afrancesada, con piano, entre Pascal Commelade y Nick Cave: “Pasaste estos últimos inviernos al calor de un infierno/ construido en el amor para acabar en demolición/ Me dices ‘ahora ya estás advertido, no te fíes de un animal herido’/ Y yo ‘descuida’, mentí, ‘soy un experto cazador”.

La experiencia Lucas XV es muy distinta, aunque de la misma manera es un gesto de salutación a la mitología rockera, de la que Nacho es devoto y gran practicante. Explicaba el periodista José Cezón: “El trabajo parte de una idea del productor y guitarrista Xel Pereda, quien se preguntó un buen día por qué los asturianos no podían tirar del cancionero tradicional para componer pop-rock, como los anglosajones llevaban haciéndolo de toda la vida”. La recuperación rockera del folklore asturiano tuvo de nombre Lucas XV porque es el versículo del Evangelio donde comienza la parábola del hijo pródigo. Y la verdad es que mete un miedo bíblico: el Coro de Voces de Cimadevilla (barrio portuario de Gijón donde nació Vegas) o las del Orfeón Gijonés y el Ochote Arbeyal para una canción tradicional terrible como “Moces a bailar” –que se trata de una violación y un asesinato después de una fiesta de pueblo– conforman un clima en el que conviven Murder Ballads de Nick Cave con una oscuridad que es propia de la España medieval, de la España franquista; de los pueblos olvidados, las procesiones, la sangre en la arena, las pinturas negras, el pasado tan largo. Once temas de una preselección de casi sesenta añadas (canciones de cuna), romances, villancicos y cantares de ciego con letras que ayudan a comprender la otra influencia lírica de Nacho Vegas, la que es de la tierra natal; especialmente en canciones como “Teresina” (“En fuego te quemes niña, en fuego seas quemada/ él muere a la medianoche/ Teresina a la mañana/ Le abrieron el vientre y un niño lindo le sacan/ Lo tiraron los tres juntos en un ataúd de plata/ Y aquí se acaba la historia de los príncipes de España”) o la tremenda “El sacaúntos de Allariz”, la crónica de un asesino serial gallego que conviene no escuchar si el humor está sombrío.

LA MANIFESTACION

El nuevo disco de Nacho Vegas acaba de editarse en España –siempre por el sello independiente que lo acoge desde el principio, Limbostarr– y en ciertos foros de fans integristas se escucha que “apesta a Sabina” (lo que en ciertos círculos es una especie de insulto). La razón de esta “acusación” es fácil de entender: El manifiesto desastre incluye una ranchera, “En lugar del amor”, un homenaje a José Alfredo Jiménez, una canción en la que Vegas da el salto simbólico desde el indie hacia el lugar del compositor que juega en cualquier terreno, hacia una tierra mucha más riesgosa e interesante. Es un gesto grande, y la buena noticia es que lo consigue: “En lugar del amor” es una gran canción: “Dios mío, ¿por qué para ser feliz es preciso no saberlo?”, canta, y también parece divertirse, lo que resulta raro, pero al mismo tiempo delata su madurez. La primera canción, “Dry Martini S.A.”, es una gran apertura, apacible en comparación con sus habituales introducciones, con tarareo y ¡palmas! Después sigue “Detener el tiempo”, canción iniciática sobre el primer miedo y las primeras escuchas de Blonde on Blonde; y el jugueteo continúa con el glam-rock de “Lole y Bolan”, una canción muy sensual junto a Christina Rosenvinge, puesta aquí para acrecentar el morbo con un intercambio recitado entre los protagonistas: “Ay Cristina, dime dónde nos conduce todo esto... Yo qué sé, Nacho”. Pero es sólo un camino hacia la oscuridad, como desde una infancia feliz hacia una adultez cuesta arriba, dolorosa, tan difícil. “El tercer día” es una canción sobre recuperarse de una adicción, que incluye menciones a los famosos métodos de pedir disculpas a los parientes y amigos lastimados: “El tercer día, jura, es el peor/ Le tendrías que ver/ De rodillas con cara de idiota arañando el parquet/ Hizo listas de las personas con las que había dormido/ Puso en rojo los nombres de aquellos que resultaron heridos/ Que es diciembre y no abril el mes más cruel, quién se lo iba a negar”. Las guitarras finales, además, son dramáticas, lo mismo que el piano tan Nick Cave. Vegas ha reconocido el “papel relevante” de la heroína en su vida, y no es difícil buscar en esta canción la autobiografía. O en la siguiente, “Crujidos”, con una melodía hermosa, tan alegre: “Y llega el día 3, lo vuelvo a estropear, así que vuelta a empezar/ Y es día 2, Alprazolam/ Comienzo a hablar y no me hago entender/ No preguntes ni por qué, ni por qué no/ Sólo yo sé el motivo y no es bonito”.

El manifiesto desastre termina con quizá la mejor canción de toda la carrera de Vegas, “Morir o matar”. Una canción desde el infierno, cruda y terrible. Ese amor, del que se trata El manifiesto desastre, termina pésimo. Ese recorrido que empieza tan confiado, termina en la desesperación. ¿Un recuerdo de lo que hay que evitar? ¿Una recaída en el malditismo, para demostrar que todavía le queda filo en los dientes? Dijo Nacho hace poco, mientras presentaba su nuevo disco: “Es más fácil que una canción nazca de un sentimiento muy extremo como el sufrimiento, pero si simplemente usas ese dolor para regocijarte en él estás haciendo una basura. En realidad, lo que tienes que hacer es una especie de catarsis, lo mismo que hacían en las viejas canciones de blues o de country. Hablaban de cosas terribles, pero estaban sacando algo hacia afuera, tratando de combatirlo. Una canción, por muy dura que sea, siempre tiene que hacerte sentir vivo”.

Morir o matar

Letra y música: Nacho Vegas

Te sentaste justo al borde del sofá
como si algo allí te fuera a morder.
Dijiste: “Hay cosas que tenemos que aprender,
yo a mentir y tú a decirme la verdad,
yo a ser fuerte y tú a mostrar debilidad,
tú a morir y yo a matar”.

Y después se hizo el silencio y el silencio fue a parar
a una especie de pesada y repartida soledad,
y la soledad dio paso a un terror que hacia el final
nos mostró un mundo del que ninguno quisimos hablar.

Y así eran nuestras noches y así era nuestro amor,
comenzaba en el silencio, continuaba en el terror,
y otra vez de allí al silencio. Dime, ¿para qué hablar
de lo que pudo haber sido y de lo que jamás será,
tratando de adivinar qué fue eso que hicimos tan mal?
Si, en fin, se trata de morir o de matar.

Así que, si aún andas por aquí,
y alguien vuelve a prometerte amor,
con dinero, encanto y alguna canción,
por favor, prepárate para huir.
Vete lejos y limítate a observar
esta escena tan vulgar.

Conoció a unas cien mujeres y a cincuenta enamoró,
conoció a otros tantos hombres y con tantos se acostó,
y fundió todo el dinero y la gente se cansó
de escuchar noche tras noche la misma triste canción.

Y ahora ve que el universo es un lugar vacío y cruel,
cuando no hay nada mayor que su necesidad en él.
Y encendiendo un cigarrillo se comienza a torturar
y habrá cerca alguien gritándole “hágase tu voluntad”
y él “la culpa sólo en parte es mía y en parte lo es de los demás”.
De lo que se trata es de morir o de matar, de morir o matar.

Fue aquella gitana que nos leyó el porvenir,
dijo “uno es el asesino y el otro el que va a morir”.
Y salimos de allí y me miraste asustada y el miedo sonó en tu voz:
“Antes de que tú me mates, prefiero matarme yo”.

Y emprendiste así tu huida y yo corrí a mi habitación
y mezclé en una cuchara el polvo blanco y el marrón.
Y con la sangre aún resbalando te llamé desde ese hotel:
“Por favor, entiende que algo no funciona en mí muy bien”.
Y al otro lado te oí llorar y yo seguí y no colgué,
y me suplicaste: “Déjame de una vez, déjame de una vez”.

Y tus párpados cayendo se me antojan guillotinas,
y te observaré durmiendo y me pondré a susurrar:
“Nuestras almas no conocen el reposo, vida mía,
pero si hay algo que es cierto es que
te quiero, un mundo entero con su belleza y su fealdad.
¿Por qué no puedes aceptar que esto no se trata más
que, amor mío, de morir o de matar, de morir o matar?”

Moriré, moriré, moriré...
moriré, moriré y es lo único que sé.
Moriré, moriré...
moriré y cuando lo haga al fin ya nada va a impedirme descansar
y así obtendré la santa paz que en vida no gocé jamás,
pues hasta morir la única opción siempre es matar, siempre matar.

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