Domingo, 15 de febrero de 2009 | Hoy
MúSICA > ENTREVISTA CON FERNANDO SAMALEA
Es uno de los nombres más constantes de la escena del rock nacional y uno de los músicos más solicitados desde sus comienzos en los años ‘80. Puso sus dotes como baterista, bandoneonista y percusionista al servicio de (casi) todos: Charly García, Gustavo Cerati, Andrés Calamaro, Joaquín Sabina, Daniel Melingo, Liliana Herrero y, como nunca dejó de alternar con la nueva escena, más recientemente tocó con Rosal y No Lo Soporto, entre muchísimos otros. Mezcla de virtuoso y perpetuo aprendiz, ya lleva diez discos solistas y acaba de editar Primicia, otra rara delicia que cuenta con invitados como Tony Levin, ex King Crimson y responsable del bajo en Double Fantasy, de John Lennon.
Por Santiago Rial Ungaro
Basta escuchar “Psicomonárqui-co”, último tema de Primicia, el último disco de Fernando Samalea, para comprender que Samalea tiene su propio mundo, y que no va a copiar el de nadie más. Con lentitud y majestuosidad, el sonido épico de una batería suave, “a lo Samalea”, le da el pulso a una sutil composición que, con su desarrollo majestuoso, justifica el título de la canción. Todo enriquecido por el sonido de campanas tubulares, vibráfonos y timbales de orquesta. “Ese título es como poner toda la carne al asador, es como el colmo de la autoarenga, de la emoción absoluta, de lo épico. En este disco grabé timbales sinfónicos, campanas tubulares. A lo Tchaikovsky, pero salvando las distancias.”
Especialista en mantenerles el tiempo, en darles el ritmo a muchos músicos importantes (desde Gustavo Cerati sin Soda hasta el Charly sin droga), como baterista Fernando Samalea ha tocado (y sigue tocando) aquí, allá y en todas partes. Y siempre bien, lo justo y necesario. Pero el tema, la Primicia en este caso, es el nombre de un disco bello y tranquilo, que sorprende gratamente desde la portada (un collage de Renata Schussheim) hasta una producción musical en la que el Samalea baterista le hace la segunda al Samalea compositor y bandoneonista.
Pero aunque el bandoneón sea el que le da el tono, melancólico pero feliz, es cierto que a Samalea (que por supuesto también graba todo tipo de percusiones) lo acompaña un dream team: Alejandro Terán (viola, clarinete), Fernando Kabusacki (guitarra eléctrica), Gustavo Cerati (guitarras acústicas y eléctricas), Tony Levin (bajo y contrabajo eléctrico), Matías Mango (pianos, órganos, sintetizadores, mellotrones), Miguel Tallarita (flugelhorn, trompeta), Paul Dorge (bajo) y Pájaro Canzani (guitarra) hacen que todo suene onírico, orquestado y a la vez despojado. Se adivina un disco hecho, en todos sus múltiples planos, “de onda”.
De hecho, en los créditos aparecen nueve estudios de grabación, ubicados en Buenos Aires, Milán, París, Kingston, New York (en el caso de Tony Levin, aquel pelado genial de King Crimson y de Double Fantasy de Lennon-Ono, último y para muchos mejor disco de John solista). Por la portada y por la participación de esta leyenda uno podría pensar que Primicia es un disco de rock sinfónico. Pero no, aquí todo es simple, como el soundtrack de una persona que, simplemente, se siente bien, feliz, tranquila, pero con ánimo fantástico.
Si la falta de pretensiones quizá se deba a este espíritu lúdico y nómade de Samalea, el disco tiene sus curiosidades: Samalea, por ejemplo, grabó todos sus bandoneones en Milán, logrando una melancolía sutil, que casi no llega a ser triste, aunque sus melodías en el bandoneón siempre tengan algo tanguero, lunar. “Siempre trato de darle a mi música, en la medida de lo posible, algo cosmopolita, y a la vez sofisticado. A mí me gusta intentar esa cosa sibarita si se quiere, esa cosa de placer. Me interesa unir todas las músicas que me gustan. Me encanta esa cosa de club de jazz humeante, trasnochada y sofisticada. Creo que Matías Mango le puso su toque; a veces lo importante es saber donde poner el acorde sofisticado en el momento justo, sabiendo omitir notas.”
Pero más allá de las notables interpretaciones, el décimo disco de Samalea como compositor (que esta vez no incluye textos, algo que ya sucedió en cinco de sus discos anteriores) es, en gran medida, un capricho. Un hermoso capricho llamado amor: “Lo hago para darme el gusto”, acepta Samalea, que se muestra cauteloso cuando se trata de definir el disco, y que se mostrará perplejo cuando se le hable de easy listening. “Nunca escuché ese término... ¿qué es, una banda?”. Además de ser un baterista exquisito, uno entiende por qué es un tipo tan solicitado. Este batero- bandonenista es casi un dinosaurio, una especie en extinción: un buen tipo. Y, desde esa paz, le gusta el vacío, la aventura: “Me gusta la presión de estar frente a la hoja en blanco, ya que no tengo ninguna presión, porque yo mismo me invento esa situación. Me pongo en el papel de decir: ‘puedo ir hacia cualquier lado’. Sin ánimo de entrar en dogma cristiano ni mucho menos, a mí lo que más me gusta es poder ayudar a los demás. Me gusta que se hayan juntado músicos que de otro modo quizá no se hubieran juntado. A mí me gusta que a todo el mundo le vaya bien”.
A lo mejor por eso es fácil entrevistar a Samalea: admirador confeso de Las Mil y Una Noches, llega puntual y, en un par de horas, habla sobre el libro de Trasante y Eduardo Mateo, los indios sioux, Crucis, Gurdjieff, los samurais y La Máquina de Hacer Pájaros y explica que el misterioso sonido del órgano de tubos del tema “Greco-romano” es una cortesía de la Iglesia Santa Cruz de los Misioneros Pasionistas. Que el disco está inspirado, o fantaseado, desde lo “greco-romano”. Que las vestales eran unas vírgenes que hacían de guardianas de uno de los templos del foro romano. Que se va porque tiene que encontrarse con su amigo Horacio Ferrer y su novia, Lulú.
Decíamos que bastaba escuchar el disco para comprender que Samalea tiene su propio mundo. Ahora bien, basta con escuchar un par de veces el disco para que ese mundo se expanda y que la Primicia que visualizó Renata Schussheim, una suerte de diosa griega apócrifa, cobre vida propia. Esta música invita a viajar hacia un mundo de fantasía, o a volver fantástico este mismo mundo. “Una Primicia es algo que se viene, que se inicia. No sé lo que es, pero lo tomo con aceptación, con tranquilidad. Yo pienso que es muy importante predisponerte a que pasen cosas trascendentes. A mí lo que más me gusta en la vida es que lo que aparentemente es simple y nimio se puede convertir en algo trascendente. Para mí es fascinante tomarme un tren y bajarme en una estación que no conozco.”
Claro que a la ética del capricho, Samalea le suma una estética de la sobriedad. Ni en este disco ni en los anteriores hay improvisaciones, sino que todos los temas tienen, desde el principio hasta el final, su partitura. Samalea: “Esto de mezclar campanas tubulares con teclados de rock sinfónico a mucha gente le puede parecer una porquería, y a mí eso me parecería algo correcto. Pero yo prefiero que mis limitaciones generen un estilo antes que ser un músico virtuoso pero híbrido en cuanto a lo creativo; creo que así, tarde o temprano, uno va creando un lenguaje reconocible. Me interesa más ser reconocido como músico que como instrumentista; de hecho, no me considero un virtuoso en ninguno de los instrumentos que toco. Pero a mi manera, y con grandes limitaciones, creo que voy encontrando un hueco para hacer lo mío”.
Entre las novedades, el sonido de Samalea incorpora en este disco el del uso del vibráfono, color con el que este internacional Samalea Music Club completa el espectro de colores del Arco Iris. De todos modos, una vez más, el aprendiz de brujo no pierde la compostura: “Lo que yo tengo claro es que lo mío es siempre un intento. Prefiero considerarme un ‘aprendiz’ antes que sentir la ausencia de un recorrido para aprender cosas. Ese estado de estudiante es lindo y nutritivo, te permite muchas cosas. Yo, ante todo, trato de pensar muy poco, eso es lo que me parece indispensable. Vivir a la manera zen, si se quiere... o si se puede”.
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