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Domingo, 1 de marzo de 2009

MITOS >BARBIE CUMPLE 50

La rubia tarada

El 9 de marzo, Barbie cumple 50 años. Polémico símbolo del ideal femenino, icono de identificación infantil, ininterrumpido reflejo de época y hasta objeto de un rito de iniciación que cunde en Occidente, los festejos por su aniversario la encuentran donde está siempre: en el centro de la escena. Pero mientras el mundo de la moda le rinde tributo, la aparición de unas muñecas más sensuales y zarpadas agita el fantasma de la competencia y la edición de una biografía no autorizada sobre su creador, el excéntrico Jack Ryan, levanta polvareda alrededor de la muñeca que antes de ser impoluta habría sido prostituta.

 Por  Violeta Gorodischer

Barbie es tan chiquita, tan linda, su ropa y su figura son tan prolijas. Algún día voy a ser exactamente como vos, hasta entonces, me esforzaré en creer que soy vos.” Así decía la canción que presentó a la muñeca más taquillera de todos los tiempos, en esa primera publicidad de 1959. Cinturita de avispa, pechos prominentes, perfectamente maquillada. El formato de la mujer adulta desplazando por primera vez al “bebote” y la llegada de un nuevo parámetro: el juego ya no era imitar a la madre asexuada y devota de la época, ahora el american way of life dejaba lugar a una chica atractiva, moderna, independiente. Cincuenta años más tarde, el reinado llegó a puntos insospechados y el sueño de ser alguna vez como ella (poder ser ella), todavía funciona como señuelo para captar nenas de todas partes.

Absorbida por la cultura de masas, venerada en el mundo, Barbie es hoy por hoy un american icon, un producto infalible: se venden dos por minuto, figura en más de 1000 canales de You Tube, tiene 300 páginas de Facebook y 50 millones de usuarios haciendo click en sus sitios web. Desde China hasta Chile se están organizando festejos para su próximo cumpleaños (abre su primer Barbie House en Shanghai e inaugura un museo de modas en Santiago), tiene clubes de fanáticos, más de 100.000 coleccionistas y una franquicia de entretenimiento en DVD que incluye 60 millones de unidades vendidas en todo el mundo. Musa de artistas como Andy Warhol, Karl Lageferld y Robert Stern, su entrada en el universo pop fue casi inmediata, pero también su agudeza para estar siempre avant-garde. Camaleónica como las grandes divas (pensemos si no en Madonna, pensemos en Britney), un día fue top model y al mes siguiente se recibió de médica, y en seguida llegó la Barbie cantante, y la enfermera, y la azafata, y la candidata a presidente y entonces el supuesto modelo empezó a tornarse confuso: ¿qué mujer es finalmente? En este sentido, uno de esos estudios sociológicos a los que se avocan las universidades del Primer Mundo –en este caso, la de Bath, Inglaterra–, recalca el rito de pasaje que toda nena que se precie de haber tenido una Barbie vivió alguna vez: el ataque. Decapitarlas, raparlas y meterlas en el microondas parecen ser las torturas más populares. En algún momento, todas hicimos el click. No puede haber tantas, no puede cambiar todo el tiempo: ¡Barbie es un producto en serie! De pronto entendimos que Barbie carecía de individualidad, que no era “nuestra” sino de todas, empezamos a nombrarla en plural (“¿Jugamos a las Barbies?”), llegamos a la cruel conclusión: es un objeto vacío. Y, sin embargo, en esa permeabilidad incansable, siempre a tono con la tendencia de turno, reside la clave del éxito.

Solo una muñeca

Año 1962: la Barbie Red Flare adopta el estilo de Jackie Kennedy. En el ’65, dos años después de la aparición de la rusa Valentina Tereshkova, sale al mercado la primera Barbie astronauta; con la llegada de los Beatles y la “invasión británica” nace la primera Twist ‘N’ Turn Barbie, capaz de quebrar la cintura para bailar. Estalla Woodstock y en el ’71 cualquier nena podía tener una Barbie Country Camper, con sus pantalones campana floreados y sus ganas de “festejar” al aire libre. También estuvo la medallista olímpica del ’75 y la Barbie rockera que, oh casualidad, aparece sólo unos años después de que MTV arrasara con los jóvenes del ’80. A todo esto, la muñeca también tiene su faceta política: en 1989, un año antes de la guerra del Golfo, se enlista en el ejército con un uniforme especialmente aprobado por el Pentágono; en el ’92 se postula al despacho oval por primera vez y hasta tuvo su versión Hillary Clinton con una carta por “los derechos de las niñas” que bregaba por la paz, la igualdad y la protección a los animales. Toda una visionaria: en paralelo al éxito mundial de la película de Al Gore Una verdad incómoda, la Barbie ecológica presenta en 2008 una colección de accesorios ecológicos para chicas. Sumemos a esto la agilidad de reflejos para cubrir rápidamente los flancos plausibles de críticas: ensancharle la cadera cuando se la acusa de fomentar la anorexia, modificar el discurso de la Barbie talker para que no parezca una infradotada, crearle un grupito de amigas para mostrar que, a pesar de tanta rubia perfección, Barbie también tiene su margen de tolerancia (está Christie, la amiga negra, Teresa la latina, Kayra de Asia, Kyla de origen “multiétnico” y hasta Becky, la amiguita con “capacidades diferentes”). En la reciente feria del juguete de Nuremberg, sin ir más lejos, lanzaron una versión de la canciller alemana Angela Merkel, demostrando que los principios democráticos valen más que nada y que ya no es requisito ser alta, rubia y perfecta (igual respiren tranquilos, jugueteros: ésta no sale a la venta). ¿Planes para una Barbie de la mujer de Obama? “Por el momento, no”, dicen los voceros de Mattel. Y ante la pregunta concreta, se atajan: “Si bien Barbie se mantiene comprometida con causas importantes, no tiene una ideología, ya que es sólo una muñeca”.

Decime Papito

Sea como fuere, los ataques siempre están al acecho. Esta vez, es un nuevo libro aún inédito en Argentina el que hace temblar el imperio. El título no es muy sutil: Toy monster: the big, bad world of Mattel. Pero así y todo, el vivo de Jerry Oppenheimer (un periodista que encabeza la lista de best sellers del New York Times con sus biografías de Marta Stewart y los Clinton, entre otros) saca a relucir con un timing digno de aplausos los turbios secretos del universo Jack Ryan (nada que ver con el personaje de Tom Clancy), más conocido como “el padre de Barbie”. Pruritos aparte, vayamos a lo jugoso: parece que el hombre, ingeniero recibido en Yale que supo fabricar misiles para el ejército, era un verdadero sexópata, una suerte de Hugh Hefner que organizaba orgiásticas fiestas en su casa-palacio de Bel Air, en las afuera de Los Angeles. Insatisfecho crónico, tuvo cinco esposas a las que engañó sistemáticamente con mujeres que tuvieran los atributos físicos de Barbie. “Cuando lo escuchabas hablar de su creación, te describía las piernas y los pechos y cuán alta necesitaba que fuera. Era como escuchar a un pervertido describiendo su perversión. Tenías que ver la expresión de su cara cuando hablaba de su muñeca”, cuenta Stephen Gnass, uno de sus amigos más cercanos. Si bien la versión oficial dice que Barbie nació inspirada en la hija del matrimonio Handler, fundadores de Mattel, lo cierto es que el modelo fue Lili, la caricatura de una prostituta alemana que empezó a circular como muñeca de escritorio para hombres. Y fue Jack Ryan, precisamente, quien la encontró en un escaparate alemán y decidió suavizarle los rasgos, borrarle los pezones, imprimirle una gestualidad norteamericana. “Lo primero que hace una nena cuando agarra una muñeca es desvestirla, ellas quieren ver un cuerpo perfecto”, dijo entonces. Permanentes refacciones nunca terminadas lo llevaron a vivir en una especie de “set” donde todo era lujoso, pero falso, con 18 autos y 114 teléfonos, de los cuales algunos, que estaban en su “casa del árbol”, tenían el ringtone del canto de los pájaros. La actriz Zsa Zsa Gabor, su segunda mujer, lo definió como “un swinger inmerso en el intercambio de esposas y la persecución de múltiples proezas sexuales”. Un “Barbie hunter” que se la pasaba de fiesta, con secretarias adiestradas para rastrear las mejores figuras de Hollywood, que merecieran pisar su mansión. La prueba de fuego para las empleadas de Mattel era intimar con sus superiores y para “estar en el círculo”, sí o sí tenían que pasar por la famosa casa del árbol, en ropa interior. En la fábrica de juguetes, la atmósfera sexual era casi opresiva. Muchos de los empleados de entonces afirman haber visto Barbies en posiciones eróticas, en distintos rincones y oficinas.

Espejito, espejito

El libro habla también del acuerdo con los Handler (Ryan fue un consultor, nunca contratado), del enojo del matrimonio ante los constantes escándalos, de los juicios, la droga y el hijo gay de Jack Ryan llamado Ken (sí, sí, fue por él). Finalmente, termina con un capítulo dedicado a las Bratz, la nueva competencia de Barbie que ya hizo caer las ventas en un 15 por ciento durante el 2008. Aparentemente, un ex empleado de Mattel habría robado ideas que luego llevó a MGA Entertainment para inventar el producto que cubra las falencias de la ya clásica muñeca (estas “mocosas” inspiradas en las Spice Girls son más liberadas, con ombligos al aire, ojos grandes, labios como churrascos). Cuánto afectará finalmente esta historia el perfumado universo de la muñeca, aún no se sabe. Pero algo es seguro: mientras todo sucede, ella ignora el discurso ajeno para alinearse con la tendencia de un siglo que empieza atravesado por la cultura fashionable. Porque si en algún tiempo Barbie supo espejar el clima de Woodstock, los Beatles y el rock, sus 50 la encuentran reflejando una época donde la imagen reina; donde la semana de la moda de Nueva York le rinde tributo, Donatella Versace, Calvin Klein y John Galliano le fabrican vestidos, el diseñador Jonathan Adler le decora su casa de Malibú, las boutiques Colette de París dedican todo el mes de marzo a un “festejo rosa” y la edición de lujo de uno de los libros más caros en la historia de la editorial Aussuline, la tiene como protagonista.

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