› Por Guillermo Saccomanno
El Nano, Joaquín, Fabián y yo salimos de Neuquén a las seis de la tarde del jueves 19. Encaramos hacia el norte de la provincia. Todavía pega el sol y hace calor. Las ventanillas cerradas por el polvo. Cada tanto, los recordatorios del Gauchito Gil. Cerca de un puente hay uno menos mágico y más realista, el de Fuentealba, el maestro asesinado en un corte. Como años antes lo había sido Teresa Rodríguez. Esos dos nombres, tan Neuquén. Pronto va a atardecer en la planicie. Pasamos por Plaza Huincul y Cutral-Có. Ciudades con historia petrolera. Cuando la ruta se hace avenida al cruzar, veo una vidriera: “Escuela de Baile del Petrolero”, dice. Seguro que pertenece a una época arcádica, cuando el petróleo era todavía nuestro. Joaquín me indica, no lejos, un campamento abandonado. “El campamento uno”, aclara. Fabián saca una foto. Anochece cuando hacemos un alto en una YPF a la salida de Zapala.
Viajamos a Chos Malal para dar una charla. El Nano hablará de su pasado como detenido-desaparecido. No se considera una víctima. “La memoria es siempre una proyección de futuro”, repite a quien quiera escucharlo. Vamos también a difundir un concurso literario. En verdad el nombre “concurso” no nos convencía ni nos convence todavía mucho. “Había que llamarlo de algún modo”, dice el Nano. Es que el nombre importa menos que la movida. Se trata de una convocatoria de alcance nacional organizada por la CTA Neuquén para armar un gran libro con relatos de trabajadores. Hombres y mujeres, viejos y jóvenes, ocupados y desocupados —porque un desocupado no deja de ser un trabajador— podrán participar del “concurso” escribiendo un relato que testimonie una experiencia: puede ser una anécdota de lucha, un accidente de trabajo, un enamoramiento, una alegría o una tristeza. Hasta quien no sabe ni leer ni escribir puede participar. Porque su historia también cuenta. Y puede contársela a quien se la escriba: un hijo, un compañero, un vecino. Si alguien carece de compu o de máquina de escribir, le tipearán el manuscrito los compañeros de la filial más cercana. Porque los relatos pueden entregarse en todas las filiales de la CTA o bien enviarse por correo electrónico o postal. Con todos esos relatos se aspira a un gran libro que llevará por título “El mundo del trabajo”. Y sí, este “concurso” tiene la marca del Walsh de la CGT de los Argentinos. Por algo el folleto que lo difunde lleva un texto suyo: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas”.
Sorprende, por lo menos, encontrarse con militantes sindicales como el Nano, Joaquín y Fabián, interesados en una movida literaria de esta clase. Casi tanto como encontrar militantes de “clase” en este tiempo de sindicalistas empresarios y terratenientes.
En la ruta, entrando en la noche, pasamos Las Lajas y, cruzando el paisaje estepario, el puente sobre el río Agrio y, al costado, parajes como Churriaca. Joaquín señala, a lo lejos, unas lucecitas: una comunidad mapu. Tenemos todavía un buen trecho hasta Chos Malal. Los faros iluminan un ensanche de la ruta cruzando la nada oscura. La ruta se transforma en pista de aterrizaje. De la época de los milicos, dice Joaquín. La ensancharon para usarla como pista.
Son casi las once de la noche cuando llegamos a Chos Malal. Corral Amarillo en lengua mapuche. Debe su nombre a los radales y maitenes que la rodean. En su origen, paso cordillerano fronterizo obligado del arreo, el comercio y el contrabando, fue la primera capital del Neuquén. Al entrar al pueblo, que se modernizó apenas, se ven casas de adobe y el agua fluyendo suavecita por las acequias. Se oyen nítidos los pasos en las calles de tierra y piedra. Esta noche tibia de marzo se tiene la sensación de que no pasa nada. Sin embargo, pasa. Porque desde el 2004 la Liga estudiantil del Norte, que reúne jóvenes de aquí, pero también de Buta Ranquil, Andacollo y otras localidades del norte de Neuquén, empezó a generar una nueva conciencia reclamándole a la Universidad del Comahue un asentamiento permanente en la zona norte. Y ahora, también por esto vinimos, Chos Malal se prepara para celebrar la semana de la memoria. Nos esperan charlas y debates recordando el golpe del 24 de marzo. Y no hace falta decir el año. Porque al decir 24 de marzo siempre es 1976. Trágicamente siempre.
En la casa de la CTA nos recibe la compañera Mari. Orgullosa y contenta nos muestra la casa nueva. Me llama la atención una pared blanca con una sola foto: Osvaldo Bayer en la puerta de esa misma casa, recién estrenada. Bayer estuvo acá el año pasado. Antes, un profesor de literatura había programado La Patagonia Rebelde como lectura obligatoria. Después de un diálogo con una audiencia nutrida, las pibas y los pibes se abalanzaron a pedirle que les firmara sus libros. Antes de firmar y dedicar, Bayer les preguntaba a los pibes qué habían leído, hasta qué parte habían llegado. Un compañero lo interrumpió a Bayer: lo esperaba un asado. Pero al escritor no le importaba tanto el agasajo como hablar con los jóvenes, escucharlos, averiguar qué pensaban, cambiar ideas.
Me demoro ante esa foto de Bayer. No hay pueblo de la Patagonia por donde uno pase que antes no haya estado Bayer. Pienso en Tolstoi: quería ser recordado antes como autor de libros de lectura que como el autor de Ana Karenina y Guerra y Paz. No creo equivocarme: hay algo tolstoiano en Bayer. Mientras en los ámbitos tilingos de lo académico y lo palermitano se discute el sentido de la literatura, sin hacer alharaca, Bayer recorre la Patagonia, anda por los pueblos más chicos, conversa con sus lectores y prueba que la literatura puede ser otra cosa: una causa. Este, me digo, es también el sentido de este “concurso literario” que vinimos a difundir. Que los trabajadores puedan encontrar su voz y, al encontrarla, afirmar su identidad.
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