Domingo, 26 de abril de 2009 | Hoy
CINE > EL CONFLICTO PALESTINO-ISRAELí EN LOS DOCUMENTALES DE AVI MOGRABI
Avi Mograbi es el documentalista israelí más incendiario, discutido y agudo de su país y en su país.
Su tema: el conflicto con los palestinos. Su método: salir a filmar y no dejar de filmar nada. Su resultado:
una serie de documentales en los que personas corrientes, políticos y hasta soldados arrepentidos reflejan las contradicciones del Estado de Israel, que fomenta mitos fundacionales que comparten los mismos principios que rechazan en los palestinos.
Por Mariano Kairuz
El mito de la resistencia judía en Masada ha llegado hasta nuestros días en la forma de una gesta de dimensiones épicas. Atrapados en una fortaleza ubicada en lo alto de una montaña de esa región del sur de lo que hoy es territorio de Israel, sitiados sin escapatoria por 10 mil hombres del Imperio romano, 800 judíos eligieron la muerte por sobre la derrota, y efectuaron un suicidio colectivo. Así, a la manera de mito fundacional, es como se narra hoy la historia en las escuelas de Israel, como lo reproducen los guías turísticos, y como la han aprendido varias generaciones de israelíes. Pero el relato no siempre tuvo esta forma de gesta heroica, argumenta el documentalista israelí Avi Mograbi. Ignorada por la cultura judía por 2000 años, esta historia se convirtió en insignia del espíritu guerrero del país recién hacia 1967, como resultado de una larga campaña ideada por el educador y arqueólogo Shemariyahu Gutman. La imagen heroica y de sacrificio de los suicidas fue diseñada para encubrir a quienes en realidad habrían sido una auténtica manada de criminales, nacionalistas extremos que robaron y asesinaron a su propia gente. Fue en los años ‘40, ante el avance de Rommel sobre Africa y la temible perspectiva de un triunfo nazi, que Gutman se dirigió a Ben Gurión con la idea de recurrir al antiguo mito de Masada (omitiendo sus detalles inconvenientes) para fortalecer el espíritu patriótico y guerrero del israelita. Y aunque a Gurión no le pareció una idea apropiada, Gutman siguió adelante con su plan, adoctrinando a toda una generación de jóvenes sionistas con su relato de heroísmo que hoy forma parte de la cultura popular de Israel como uno de sus mitos “constitutivos”.
¿Y cómo fue que Mograbi, uno de los artistas políticos más interesantes del cine contemporáneo, pensó en volver a la leyenda de Masada una de sus películas? La idea se le ocurrió a partir de una serie de conversaciones que mantuvo con un amigo palestino sobre la creciente violencia que tiene lugar en los territorios ocupados y sobre la gran cantidad de bombas suicidas y la manera en que son repudiadas por las autoridades y la sociedad israelita. Mograbi empezó a pensar en la realización de un documental histórico, proyecto que luego tomaría un rumbo muy distinto y daría lugar al film que hoy se conoce como Venganza por uno de mis dos ojos.
Las conversaciones con su amigo dispararon una serie de reflexiones sobre los paralelismos entre la explosiva situación actual y aquellos mitos fundacionales de Israel: si la pregunta común es de dónde proviene la “cultura islámica de la muerte”, plantea Mograbi, habría que indagar en la cultura paralela de violencia y asesinatos de su propio pueblo. Lo cual lo lleva a la leyenda de Masada, y también a la historia bíblica de Sansón (y cómo fue vendido a los filisteos y también se mató tirando abajo el palacio de Gaza en el que estaba prisionero, llevándose de este modo con él a muchos de sus enemigos). Si los suicidas de Masada, que eligieron la libertad sobre sus vidas, son considerados héroes, se pregunta Mograbi, ¿por qué se condena como criminales a los palestinos que hoy dan su vida de la misma manera por sus ideales? ¿Qué alimenta esa desesperación por liberarse de la dominación israelita? Una pregunta, por supuesto, incómoda e incendiaria, que el cineasta sabe que puede generar amplio rechazo entre sus compatriotas. Pero es un planteo que, de manera más o menos directa, está presente en cada una de sus películas, cinco de las cuales podrán verse, a partir del fin de semana próximo, en una retrospectiva que tendrá lugar en la sala Leopoldo Lugones, organizada en colaboración con la Asociación DocBsAs para acompañar el estreno (en la misma sala y en el cine Tita Merello) de su último film, Z32, una “tragedia-musical-política” centrada en las terribles confesiones de un soldado de las fuerzas de ocupación.
Venganza por uno de mis dos ojos (2005) empieza como si se tratara de un film épico histórico, sobrevolando la montaña fortificada de Masada, pero transcurre principalmente en los checkpoints, los puestos de control militarizados. Es ahí donde va registrando las escenas de conflictos comunes entre civiles y soldados, las situaciones cotidianas de palestinos que se ven impedidos de transitar –para ir a trabajar, o a estudiar, o al médico, o a visitar a un pariente– sin mayores explicaciones de parte de los soldados israelíes. Los checkpoints aparecen entonces como un mundo sin reglas, de pura arbitrariedad, donde la suerte de los civiles queda librada al humor del día de los soldados; un universo de pequeñas miserias, de prepotencia. Hasta que, en la desesperante acumulación de este tipo de historias, empiezan a volverse evidentes los paralelismos con aquellas leyendas de idealismo y sacrificio, las de Sansón y Masada, sólo que ahora con los soldados israelitas ocupando el lugar de los opresores romanos, y los palestinos bajo asedio constante, como sitiados. “Para los israelíes es muy difícil darse cuenta de que Sansón y las bombas suicidas comparten, en el fondo, los mismos valores –ha explicado Mograbi–. Es doloroso aceptar que el peor enemigo usa la misma lógica que uno. Es más fácil pensar en los otros como crueles asesinos que como seres humanos. Pero es un pensamiento de clan. Si lo hacemos nosotros, está bien. Si lo hace el otro, está equivocado. Crecemos con el mito del guerrero que sacrifica su vida por salvar a su pueblo y vengarse, pero en el caso de los palestinos cambiamos el punto de vista y en vez de ser el guerrero somos las víctimas inocentes.”
Nacido en Tel Aviv en 1956, Mograbi hizo el servicio militar a los 18 años, pero cuando volvió a ser convocado (para la guerra del Líbano) en 1983, presentó una objeción de conciencia y marchó preso. Su hijo pasó en años recientes una situación similar. En sus películas apoya la causa palestina y critica al ejército de su país, pero suele empezar cada proyecto sin una tesis cerrada, y por lo tanto sin un guión definido: aquello que suele ser el punto de partida se convierte en un camino abierto a todo tipo de desviaciones, que suelen incorporar al propio director en pantalla. Mograbi siempre está dispuesto a exponer las dificultades con que se topa para filmar sus películas, confiriéndoles de esta manera un carácter dinámico a sus relatos: los obstáculos pasan a formar parte de aquello que ha salido a buscar, un elemento vital del conflicto que está retratando. A menudo aparece –en o fuera de cuadro– su esposa, como una interlocutora de confianza que va haciendo cuestionamientos morales a aquello que su marido va filmando y editando. Así fue llevando adelante Cómo aprendí a vencer el miedo y a amar a Arik Sharon (1997), que empieza tratando de hacer un seguimiento de Ariel Sharon como encarnación absoluta de todo lo que Mograbi cree que está mal en su país, pero termina relatando la imposibilidad de concretar su proyecto cuando aquello con lo que va encontrándose no se ajusta a lo que esperaba encontrar. Y algo así le ocurrió en Agosto: un momento antes de la erupción (2002): “La idea era salir, en el 2000, a filmar la violencia en las calles, cuando la gente se estaba peleando en todas partes por las cosas más insignificantes. Como suele ocurrir, no me encontré con la violencia que quería filmar, pero sí terminé enredado en infinitas y muy agresivas discusiones con la gente sobre quién era yo, por qué estaba filmando y qué iba a hacer con eso, y cómo mi visión de las cosas estaba equivocada. Una y otra vez me frustré pensando que no había conseguido nada, hasta que entendí que éste era de hecho el material que conformaría mi película”.
En Z32, su película más reciente –proyectada el año pasado en el Festival de Venecia, vista poco después acá en DocBsAs y nuevamente hace poco en el Bafici–, entrevista a un ex soldado de un cuerpo de elite que confiesa sus crímenes de guerra. Para Mograbi, toda la ocupación es un crimen de guerra, y su tesis es que su protagonista es un soldado común, un chico judío cualquiera, que ha sido entrenado por esta cultura de la muerte que la sociedad de su país suele endilgar como propia de su “enemigo”. El testimoniante de Z32 recuerda su participación en un operativo de venganza, que terminó con la ejecución de varios agentes palestinos, uno de ellos desarmado. Para lograr un relato auténtico y sincero de parte del soldado y evitar que se sintiera intimidado por su presencia, Mograbi le prestó su cámara, con la que el muchacho grabó las conversaciones que mantuvo sobre su pasado con su novia. Eventualmente, va surgiendo la asombrosa verdad de la experiencia, como cuando él describe el poderoso torrente de adrenalina liberado en su misión, como si hubiera experimentado toda esa violencia en tercera persona, mientras ella empieza a mostrarse incómoda ante la aparente falta de remordimiento. Z32 nos sumerge de esta manera en el efecto de deshumanización que produce el entrenamiento del ejército en sus reclutas más comunes, mostrando otra cara del mismo proceso de Venganza..., por el que víctimas y victimarios parecen intercambian roles en la conciencia colectiva israelita.
Al procedimiento técnico por el cual Mograbi protege la identidad del soldado (una máscara digital), esta vez el director agrega además un recurso inusual para realizar su habitual autocuestionamiento público, al desplegar sus dudas y contradicciones en la forma de una pequeña ópera casera. Es decir, canciones, interpretadas en su propia casa, con su esposa de fondo, que esta vez le reprocha estar dándole voz a un asesino. Una vez más el humor para tratar la tragedia, sin restarle seriedad a su tema, sino con el efecto de una exposición y compromiso personal, de darnos la sensación de estar involucrándose él mismo como parte de la sociedad sobre la que enfoca su lente.
Las películas de Mograbi no se ven en los territorios ocupados, porque ninguna película de Israel puede verse ahí: cuando lo intentan, sin importar su tema o su tenor, sufren algún tipo de boicot, ha explicado el director. Pero tampoco se ven lo suficiente en su propio país, por lo que el cineasta opina que es una renuencia común a dejarse reflejar en un espejo tan oscuro. De todas maneras, y a pesar de lo incendiarias y polémicas que puedan ser sus películas, del rechazo que pueda causar su apoyo a la causa palestina, Mograbi reconoce que nada le ha impedido hasta ahora seguir filmando. “Incluso –ha dicho– las fundaciones que financian el cine reciben subsidios del gobierno, que no interfiere con decisiones artísticas y les permiten hacer las películas que quieran. Ninguna de mis películas ha sido censurada, y hasta han sido financiadas por nuestros canales de TV. En este sentido, Israel es muy contradictoria: por un lado, es un Estado con un apartheid. Pero por otro, es una democracia maravillosa, si uno es judío.”
Sábado 2 y domingo 3: Venganza por uno de mis dos ojos A las 14.30 y 17.30
Z32 (Israel/Francia, 2008) A las 19.30 y 22
Lunes 4: Venganza por uno de mis dos ojos A las 14.30, 17, 19.30 y 22
Martes 5: Cómo aprendí a vencer el miedo y a amar a Arik Sharon (Israel, 1997)
A las 14.30, 17, 19.30 y 22
Miércoles 6: Feliz cumpleaños, Señor Mograbi (Israel/Francia, 1999)
A las 14.30, 17, 19.30 y 22
Jueves 7: Agosto: un momento antes de la erupción (Israel/Francia, 2002)
A las 14.30, 17, 19.30 y 22
Viernes 8: Cómo aprendí a superar mi miedo y a amar a Arik Sharon A las 14.30, 16 y 17.30
Z-32 A las 19.30 y 22
Sábado 9: Feliz cumpleaños, Señor Mograbi A las 14.30, 16 y 17.30
Z-32 A las 19.30 y 22
Domingo 10: Agosto: un momento antes de la erupción A las 14.30, 16 y 17.30
Z32 A las 19:30 y 22
Viernes 15 y 22, sábados 16 y 23, y domingos 17 y 24: Z-32 A las 19.30 y 22
Del sábado 2 al domingo 24 de mayo en la Sala Lugones, Av. Corrientes 1530
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